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Y Dios se detuvo en Cerro Hierro (en lista de espera para comentar

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Comentarios

  • antonio chavezantonio chavez Miguel de Cervantes s.XVII

    ____¿Es un asunto caro este de las inyecciones? ¿Cuánto dinero me va a costar…?

    ____¡No lo sé aún! –muy a pesar mío, empecé a perder el control, y mi interlocutor no parecía poner remedio por evitarlo.

    ____¡Está claro! ¡Lo sabrá cuando tenga su pluma en la mano para hacer la gran factura! –añadió.

    No merecía la pena responderle, por lo que volví a mi tarea. Pero cuando apreté el émbolo y entraban las primeras gotas del líquido, la vaca estiró las patas, quedó con la mirada fija y dejó de respirar. Entonces, de forma instintiva, puse la mano en su corazón. Ya no latía. Acababa de morir.

    ____Me temo que ya murió –lo miré.

    ____¿Murió? ¡Así que malgastó mi dinero con su inútil inyección! ¡Vamos a ver, doctor en no sé qué! ¿Qué coño ha pasado con mi vaca? ¡¡Quiero una respuesta!! –me chilló insolentemente.

    ____Habría que examinarla para saber el motivo. Si quiere la haré enviar al Anatómico de Animales, o yo puedo hacer aquí un estudio en la sangre. Esto es algo para lo que vengo preparado. Pero, eso sí, tomándome mi tiempo –respondí, tratando de calmarme..

    Comenzó a rascarse la cabeza. Su furia se hallaba en el punto más álgido, y presentía que quería descargarla contra mí.

    ____¡Ésta es una situación graciosa! ¡Aquí tengo una vaca muerta y nadie sabe qué ha sido lo que la mató! ¡Puede ser cualquier cosa! ¡Puede ser… Carbunco! –seguía atacando.

    ____¡Ni hablar! –al fin, me enfurecí-. ¡El Carbunco es repentino, y no hay epidemia en la zona, y usted me dijo que llevaba enferma una semana! ¡¿Cree necesario que resucite Pasteur y, dato por dato, le explique los periodos de incubación de esta enfermedad infecciosa septisémica?! –concluí, irónico.

    ____¡Sólo un poco enferma! ¡Pero ahora ha muerto! ¡Eso sí que es repentino! –se serenó por unos momentos. Añadió-: a Pepe, que su granja linda con ésta mía, se le murió una vaca por el Carbunco. La gacetilla Vacuno, que publicó este asunto, decía que las muertes repentinas en animales vacunos tienen que investigarse por si son causadas por ésta enfermedad, porque es letal para todo bovino, como usted debe saber –apretó los dientes, como enfureciéndose de nuevo, y a continuación largó-:

    ____¡Exijo, bajo denuncia, que examinen a mi ternera!

    ____De acuerdo. Si es eso lo que quiere, casualmente llevo en el coche un microscopio –respondí.

    ____¿Microscopio? Eso suena a caro. ¿Cuánto me va a costar?

    ____No se preocupe por eso. En estos casos, el Ministerio paga –me fui presuroso hacia la granja.

    Sorprendido, me gritó de nuevo.

    ____¡¿Adónde va ahora, doctor del diablo?!

    ____Al salón de su casa. Tengo que usar su teléfono para informar al Ministerio No puedo hacer ningún análisis sin obtener el permiso correspondiente.

    Mientras hablaba con el funcionario del Ministerio que me atendía, el señor Catalán estaba a mi lado, moviéndose impaciente. Por lo que no tuve que alzar la voz para preguntar el nuevo nombre de su granja, que dijo llamarse 'Gerona'; la edad de la ternera, de donde provenía, y otros pormenores exigidos por el funcionario.

    ____¡¡No sabía que tenía que pasar por todo esto!! –gritó de nuevo después de facilitarme los datos.

    Una vez que colgué, salí hacia mi coche. Ya en él, cogí un bisturí de mi maletín y me fui hacia el establo; hice un corte en el rabo de la vaca y extraje un poco de sangre, la extendí en el portaobjeto, que llevé junto con el microscopio a la cocina de la granja; fijé la lámina pasando la muestra por el fuego de la hornilla. Luego, me aproximé al fregadero y vertí Metileno. En el proceso se produjo una mancha azul sobre el fondo blanco del fregadero. Y allí quedó la coloración, aun limpiándola con agua tibia.

     ____¡Mire, mire esto! –gritó de nuevo-. ¡Ha manchado mi fregadero! ¡Cuando regrese mi esposa se va a enfurecer!

    ____Tranquilícese. Se quita con agua caliente y jabón –sonreí, por no llorar, pero pude observar que no me creyó.

    Finalmente sequé el portaobjeto a fuego lento, armé el microscopio y miré a través de su ocular. Como era de esperar, no había bacilos de Carbunco a la vista.

    ____Nada –dije, y añadí-: ya puede llamar al carnicero. Y conste que en el Anatómico practican métodos radicales y sin nada de prisas, mientras gasté mi paciencia y empleé el mínimo tiempo para hacer las cosas bien. ¿No valora esto?

    ____Bueno... –contestó, distraído-. Pero tanto ruido para nada –hizo un gesto de sufrimiento-.

    ____¡Esto es una putada! -añadió, de pronto.

    Mientras me alejaba de 'Granja Gerona' pensaba, y no era el único, que nadie salía ganando con el señor Catalán. Y tal convicción se vio reforzada el lunes siguiente, que fue a nuestro consultorio, y sin los saludos obligados por la educación, dijo:

    ____Una de mis terneras padece de 'Lengua de madera'. Quiero me


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    den tintura de yodo, para aplicársela. ¡Pero pronto, porque ya lleva soportando esto diez días, y no puede comer!

    Pérez levantó la vista de la agenda, en la que estaba revisando las visitas a realizar en esa semana. Luego respondió, sonriendo:

    ____Está usted atrasado de noticias, señor Catalán. Ese mejunje no se aplica desde hace tiempo. Ahora tenemos un medicamento más actualizado y más efectivo, se llama Sulfanilamida.

    El señor Catalán adoptó su postura de siempre: manos en bolsillos y ojos reprobadores. Y siempre permanecía en pie. Nunca aceptaba el asiento que se le brindaba.

    ____Esa palabra es pomposa y larga. Prefiero lo que he usado toda la vida. Así que deme lo que le he pedido y no me haga enfurecer y perder más tiempo –respondió.

    ____Señor Catalán – Pérez habló serenamente-, no seríamos unos veterinarios competentes si le recetamos eso que pide -se giró-. Amor, ¿puedes traer de la quinta estantería del almacén una bolsa de Sulfanilamida de la última remesa recibida, que trae un útil para introducir el polvo en la boca del animal? Gracias.

     Para no defraudar a su costumbre, Catalán protestaba mientras me apresuraba hacia el almacén, y seguía protestando a mi vuelta. Las formas de Pérez, muy disímiles a las mías, se iban endureciendo, y podía verse que por segundo la paciencia se le iba agotando. Cogió bruscamente de mi mano la bolsa y escribió en la etiqueta:

    ____Tres cucharadas soperas, bien colmadas, cada día, disueltas en un litro de agua…

    ____¡Pero le acabo de decir que no quiero medicinas nuevas! ¿Está sordo o qué? –desafiante, interrumpió a Pérez.

    ____...y cuando acabe esta bolsa, avísenos y le proporcionaremos otra si es necesario –mi socio terminó de hablar y de escribir, aun la interrupción.

    ____¡Que no se entera! ¡Esto no va a servir! –el señor Catalán, más enfurecido, miró el medicamento.

    ____Señor Catalán -dijo Pérez, con una calma amenazadora-. Esto va a curar a su ternera. Tenga la amabilidad de cogerlo o busque la tintura de yodo en otra parte.

    ____¡No la va a curar! –insistió.

    ____¡Sí la va a curar, joder! ¡Usted es quien no se entera! –golpeó la mesa con el puño.

      Ya se había hartado de tanta intemperancia ¡Anda que si hubiese sido él el que hubiese ido a la última visita que 'solicitó' el señor Catalán...!

     ____Cójalo y aplíqueselo a la vaca. Y si no funciona, no le cobraré ni una perra gorda. ¿Qué le parece? –añadió, casi calmado.

    Obtener algo a cambio de nada, es irresistible para todo humano, y más para el señor Catalán, tan 'preocupado' por su economía y tan acostumbrado a salirse siempre con las suyas. Estiró la mano, de malas maneras, y cogió la bolsa.

    ____Bien –Pérez lo miró-. A partir de ahora manténgase en contacto con nosotros. Su ternera sanará en menos de quince días.

    Transcurridos diez días de ese episodio, Pérez y yo habíamos salido de noche para atender los dos una urgencia. De regreso, pasamos carca de 'Granja Gerona'. Eran menos de las siete de la mañana.

    ____Amor –me dijo-. Detengámonos. Aún no hemos recibido noticia de nuestro 'amigo' Catalán. Sospecho que no quiere dar su brazo a torcer -me miró, sonrió y añadió- vamos a restregarle su error en la cara, aunque con ese tío nunca se sabe –hizo una pausa y agregó de nuevo-: quizá se haya levantado ya.

    Condujo hasta la parte trasera de la granja. Llegamos a la puerta de la cocina y, sin pensarlo, levantó la mano para llamar, pero se detuvo en el intento, y me dijo, en voz baja: 

    ____Mira eso –señaló el almacén junto a la casa: en el llano de la ventana estaba la bolsa de Sulfanilamida, intacta.

    ____¡Ni la ha abierto! Este tío es un soberbio. Ni siquiera lo intentó. Bueno.... qué le vamos a hacer. Pero a ver quién gana al final -se refregó las manos.

    El señor Catalán, que al parecer había oído ruidos de voces, abrió la puerta. Y Pérez, para mi sorpresa, lo saludó efusivamente.

    ____¡Muy buenos días tenga usted, señor Catalán! Pasábamos por aquí y pensábamos que podíamos examinar a su vaca -extendió la mano, sin ser correspondido. Añadió-: nuestra visita es gratis, en pro de nuestra clientela. Nos gusta comprobar in situ la eficacia de nuestros medicamentos –añadió de nuevo, sin dar importancia a la descortesía recibida.

    ____Pero sólo me puse el pantalón. Estaba tomando café cuando oí una voz. Supongo que ya habrán desayunado. Y en cuanto a lo que dice, mi vaca no necesita ninguna revisión.

     Sin embargo su negativa, Pérez ya iba hacia el establo. La ternera era fácil de localizar: la piel se atirantaba en el saliente costillar, la baba corría en la boca, y tenía hinchazón en la quijada. Pérez se


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    acercó al animal, le abrió la boca y tocó la lengua, a la vez que me hizo una seña para que me aproximase. Me puse a su lado.

    ____Toca esa lengua -me dijo, sabiendo lo que ocurría.

    Pasé el dedo sobre la superficie, llena de protuberancias, que en la jerga de campo le daban el calificativo de 'lengua de madera' a esa enfermedad, siendo Atinomicasis su nombre real y algunos colegas la denomina Lengüinomicosis.

    ____¡Dios! Si puede comer es de puro milagro -me olí el dedo-. Un momento, huele a yodo. ¡Se salió con las suyas! ¡Este hombre...!

    ____Sí -asintió-. Ha estado recurriendo al yodo, aun lo que dije. Se va a enterar. Te repito que a ver quién gana al final.

    En ese momento, el señor Catalán entró al establo. Pérez lo miró con gesto desdeñoso. Pero siguió hablándole amable:

    ____Estaba en lo cierto, señor Catalán. Mi medicamento no vale. No lo comprendo –llevó la mano a la barbilla-. Y me temo que su vaca es un desastre. Muerta de hambre. Mis disculpas. Pero, en vista de lo cual, tendré que recurrir a un contundente pero eficaz remedio.

    La expresión de Catalán era digna de una película de Hitchcock.

    ____Bueno… verá… No apliqué al pie de la letra sus…

    ____Escúcheme -lo interrumpió-. Soy el responsable de este caso. Mi receta ha fallado, es evidente. Así que, aparte de no cobrarle nada, me toca solucionar el problema. Y para ello, tengo preparada una inyección que por sí sola sirve para 'poner a dormir' a la vaca.

    ____¡Espere…! ¡Espere…! ¡No haga eso…!

    El ruego del granjero era pasado por alto mientras Pérez llenaba una jeringuilla con el contenido de un frasco, que no me dio tiempo a ver qué era. Con la aguja lista, lanzó una mirada maliciosa hacia el señor Catalán. Y agregó:

    ____Usted ha hecho su trabajo usando la Sulfanilamida. Pero ahora es mi turno. Esta inyección causa un efecto radical. Y ya es lo único que se puede hacer.

    ____¿Quiere decir que va a morir mi ternera?

    ____Así es –afirmó-. Pero su conciencia queda libre de toda culpa. No tiene por qué preocuparse. Ya le ha dado la medicina, ¿no? Así que tranquilícese. 'En la medida que pueda, claro…' -sus últimas palabras las pronunció con retintín e ironía y mirándome.

    Cuando Pérez estaba a punto de introducir la aguja en el lomo de la ternera, el señor Catalán gritó:

    ____¡Deténgase, doctor Pérez! ¡Se lo ruego!

    ____¿Qué ocurre? ¿Hay algo malo?

    ____Espera, Pérez. Parece que el señor Catalán tiene algo que decir –tercié, creyéndome lo de 'ponerla a dormir'.

    ____No mucho, doctor Amor. Pero quizá ha habido un malentendido Mi ternera no ha estado recibiendo nada de eso que el doctor Pérez me recetó.

    ____¿No se lo ha aplicado? –juntó Pérez sus manos, con los dedos entrelazados, la cabeza alya y los ojos mirando hacia el azul, a lo italiano. Y añadió-: yo mismo le puse las instrucciones en la bolsa. Y usted sabe leer, ¿no?

    ____Disculpe, doctor Pérez. Pero estaba confundido…

    ____No importa. Todo irá bien, siempre que empiece a administrarle la dosis adecuada –insertó la aguja, desatendiendo los gritos del señor Catalán. Sonrió, satisfecho, y guardó la jeringa-: pienso que esto es suficiente. Y recuerde. Inicie las cucharadas. No debe dejar de hacerlo por ningún motivo. ¿De acuerdo? Y después, siga hasta que se termine la bolsa. Y si necesita más, avísenos. Ya sabe: San Nicolás, Real 19, teléfono… o a mi casa o a la del doctor Amor y a cualquier hora. Estamos habituados a las urgencias. Quizás usted ignore nuestra entera dedicación, porque sólo acude a nosotros en casos desesperados.


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    ____¿Qué demonios había en esa jeringuilla? –le pregunté a Pérez mientras el coche se iba alejando de la granja.

    ____Una mezcla de vitaminas y minerales. Ayudará a esa becerra. Pero, como sabes, no produce ningún efecto en la enfermedad que padece. Esto es la primera parte de mi plan –sonrió-. Ahora tendrá que acudir al Sulfanilamida. Será interesante. Estoy ansioso por ver qué pasa. Pero si ocurre lo que presiento…

    ¡Ya lo creo que fue interesante! Pasados seis días, el señor Catalán, avergonzado, vino al consultorio. Y en esta ocasión fue amable y considerado. ¡Incluso aceptó el asiento que le ofrecimos!

    ____¿Puede venderme, por favor, una bolsa de eso de nombre largo y pomposo pero efectivo? -dijo, ¡y mirándonos a los ojos!

    ____Claro -Pérez cogió una bolsa que había en una silla de la oficina y, amablemente, la puso en la mano del señor Catalán-. Tenga, y ya sabe, estamos aquí para atender a los animales. Y no se dé por aludido –hizo una breve pausa y sonrió. Y añadió-: supongo que su ternera se encuentra mejor, ¿no?

    En ningún momento se me ocurrió pensar que Pérez iba atreverse a decirle: 'y no se dé por aludido…'.

    ____Sí, doctor Pérez. Mucho mejor. Muchas gracias.

    ____¿Dejó de babear? ¿Come algo ya? ¿Está recuperando peso?

    ____Sí, todo eso –y apartó los ojos, como no queriendo recibir más preguntas.

    Mientras Pérez le daba la bolsa, vi que el granjero se sorprendió de que esta vez estuviese tan a mano, y no hubiese que ir a por ella a la estantería. Pero, aun sus buenas formas, sólo se permitió enviar una mirada suplicatoria de perdón a Pérez y a mí. Luego, salió del consultorio, pero no sin antes darnos las manos. Nunca antes había visto a aquel hombre tan dócil, tan educado y tan comprensivo.

    Fuimos a observarlo a través del cristal de la ventana. Caminaba y movía la cabeza de un lado a otro, como apesadumbrado: signo de insatisfacción. Pérez me dio una palmadita en la mejilla, festejando el éxito de su plan.

    ____¡Funcionó! -dijo, a la vez que saltó de júbilo-. El pájaro ha caído en su propia red. Me da que no volverá a jugar sucio con nosotros. Pensaba que no iba a funcionar, pero funcionó -y de nuevo fue mi amigo, colega y socio quien dijo, en una exultante exclamación, las últimas palabras. Palabras que sonaban a triunfo.

    ____¡Mi querido amigo Amor, estamos de enhorabuena! ¡Esta ha sido, sin duda, una victoria trabajada!


    Cierto. Una victoria trabajada. Y fructífera. Y más por saber a quién derrotábamos. Pero, cuando con el paso del tiempo la recuerdo, me doy cuenta de que aquella fue la única vez que pudimos vencer al controvertido señor Catalán. Lo peor es que aún hay muchos Catalán, en diferentes ámbitos y ambientes, y pocos Pérez para poder contrarrestar. Pero en aquel entonces, nos quedó la satisfacción de que sabíamos que había un Catalán menos. Triunfó, pues, la paciencia y el espíritu persuasivo de Pérez. Y lo mejor de todo resultó ser que el propio señor Catalán mostró y demostró sus buenas formas en todos y cada uno de los cometidos que iba afrontando en lo sucesivo, haciendo gala de la buena metamorfosis experimentada



    (FIN EPISODIO COMPLETO 'UNA VICTORIA TRABAJADA')
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    El Bisturí


    ____Ésta maravilla es Ámbar –me dijo la Hermana Alegría-. Y es la que quiero que usted examine, doctor Amor –añadió, a la vez que señalaba con la mano a la perra.

    Miré el color pálido, casi miel, del pelo de las orejas, del cuello y los costados de aquel canino.

    ____Sé por qué le ha puesto este nombre. Podría apostar, sin riesgo a perder, que brilla con la luz del sol.

    ____Sí -sonrió-. Era un día soleado cuando la vi por primera vez, y ése nombre me vino a la mente -me miró con inocente picardía-. Creo que soy buena para los nombres, doctor Amor –se esponjó, pero con nada de suficiencia.

    ____Sin duda alguna.

    Era una broma entre nosotros. La Hermana Alegría necesitaba un poco de relajación, considerando el rigor y el intenso trabajo a que se veía sometida diariamente en el convento. Controlaba todos los perros y los gatos, no deseados, sin olvidar la cantidad de ellos que pasaban por el pequeño asilo para animales del convento, situado en la zona trasera del local. Los alimentaba y cuidaba ella misma. Como monja y enfermera, entregaba una buena parte de su vida al servicio del humano. A veces me preguntaba cómo podía buscar tiempo para pelear también por los animales domésticos…

    ____¿De dónde viene Ámbar? –le pregunté.

    Se encogió de hombros y respondió:

    ____Anteayer la encontré vagando en las calles de Cerro Hierro. Por supuesto abandonada.

    ____¿Cómo es que puede haber alguien que haga esto a animales tan indefensos? -la rabia me apretó la garganta. Era cruel darles la espalda y que se defendiesen por sí solos.

    Por un instante recordé a 'Balú', chucho 'abandonado' por mí en el Laboratorio Municipal de Sevilla, pero por algo razonable: mis dos hijos pequeños padecían de alergia, en especial a epitelio de perro, lo que me obligaba a no poder hacerme cargo de ese chucho por la seguridad de los niños. Pero ahora, restablecidos mis hijos gracias a vacunas y a medicamentos, y sin posibilidad de recuperar a Balú, por estar en otra hogar, bien atendido, tengo otro igual en lo físico que lo rebauticé como 'Balú2' y que siempre que puedo me lo hago acompañar. Un sosias del propio Balú.

    ____Hay personas que creen tener sus razones –respondió-. En el caso de Ámbar, sólo es por unos roces en la piel, sin importancia. Quizá les asustó, y si tienen hijos alérgicos –parecía que me había adivinado el pensamiento…

    ____Al menos, podrían haberla dejado aquí -dije, mientras ella abría la puerta del jardín-asilo, que en realidad era un corral con flores.

    A Ámbar le vi una zona sin pelos, en los alrededores de las cuatro patas. Mientras me arrodillaba, para examinarla, me acariciaba con el hocico, a la vez que movía el rabo. Le observé las orejas, caídas, la quijada, fuerte y enérgica, y una expresión de confianza en los ojos; confianza que había sido traicionada.

    ____Ámbar tiene cara de sabueso, Hermana Alegría –le dije-. Pero el resto… ¿cómo llamaría usted a esta raza? Porque tengo dudas y no acierto a definirla.

    ____Pues si usted no acierta, imagínese yo –sonrió.

    No obstante, su cuerpo moteado con manchas marrones, negras y blancas, no presentaba una forma de sabueso. Además, tenía unas patas grandes y largas y un enjuto y diminuto rabo en permanente movimiento.

    ____Sin importar la raza, es agradable y tiene buen carácter -le abrí la boca y le miré las hileras de dientes- Calculo que debe tener diez meses. Pero es una cachorra crecida. Promete buena envergadura.

    ____Cuando termine de crecer, va a ser realmente grande –dijo la monja, entusiasmada.

    Como si quisiera certificar las últimas palabras pronunciadas por la Hermana Alegría, Ámbar se levantó y puso las patas delanteras en mi pecho. Volví a mirar su boca, que parecía reír, y aquellos ojos… Los ojos eran de un tono acaramelado, que la hacían más atractiva Reunía una serie de encantos que podría ser del agrado del más exigente dueño de una mascota.

    ____Ámbar me gusta –le dije, de pronto.

    ____¡Me alegra oírle decir eso! –rebosaba de alegría-. Pero tenemos que solucionar el problema de la piel, para después encontrarle un hogar. Pienso que sólo se trata de un poco de eczema –se apresuró en agregar

    ____Probablemente… Probablemente… Pero veo una zona sin pelos alrededor de los ojos...


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    Las enfermedades en piel, tanto en perros como en humanos, son engañosas. A veces es difícil hallar los orígenes, y no son fáciles de sanar. En este caso, no me gustaba la combinación de las patas y los ojos, pero la piel estaba seca y su textura era firme...

    Posiblemente, no tendría nada malo. Por eso deseché de mi cabeza el espectro que apareció por un instante. No quería preocupar más a la monja.

    ____Sí, es probable que sea eczema –le dije-. Úntele este ungüento dos veces al día durante dos semanas.

    Le di un bote con mezcla de Óxido de Zinc y Lanolina, una vez que lo cogí del coche. Esperaba que eso, con mucha higiene y la buena alimentación que recibía todos los días de su protectora, la monja, tuviese éxito.

    Cuando pasó la quincena sin recibir noticias de Ámbar, me sentía aliviado. 'Habrá sanado', me dije. Empero, una mañana me llamó la Hermana Alegría. Su voz, al teléfono, no iba en consonancia con la sensación de alivio que había experimentado antes de la llamada. De nuevo, mi cabeza comenzó a pensar...

    ____¡Doctor Amor, la parte sin pelos no mejora! ¡De hecho, se está extendiendo en la cara y las patas! ¡Es horrible verla así! ¡Le ruego por favor que venga a verla lo antes posible!

    Nuevamente, me asaltó el espectro.

    ____Tengo que hacer una visita junto al convento. Luego, como dos horas, me pasaré –le respondí.

    Y sobre la marcha, presuroso me fui hacia el coche de Pérez y cogí el microscopio, que él lo había utilizado esa mañana para analizar un forúnculo, precisamente a una perra, y salí para atender los dos casos. Para el primero no necesitaba microscopio. Para Ámbar sí.

    Después de acabar con mi primer paciente, que pude resolver con éxito, gracias a que Dios ayudó, porque se trataba de una infección en los ovarios de una yegua, Ámbar me recibió de la misma forma que la vez anterior: moviendo el rabo. Pero me sentí mal cuando vi la piel desnuda en la cara y las patas. Levanté al canino del suelo y me lo acerqué, con la idea de oler las partes desnudas. Este era un detalle muy importante.

    ____¿Qué es lo que está haciendo? -la Hermana me miraba con una expresión de curiosidad y sorpresa a la vez.

    ____Tratando de detectar un olor a rata. Y… ¡ahí está!

    ____¿Y qué significa eso?

    ____Sarna.
    ____¡Dios mío! –se llevó la mano a la boca-. ¡Eso suena fatal! -echó los hombros hacia atrás, con un gesto que ya le había visto en la otras ocasiones.

    ____Pero no se preocupe usted demasiado –me aligeré en agregar.- Ya atendí un caso de sarna y pude combatirlo. Azufre, agua tibia y una solución de Semprolina, creo que será suficiente.

    ____¡Qué bien entonces…!

    Puse a Ámbar en el suelo y me enderecé, sintiendo de repente un súbito cansancio. ¡Es que eran tantos los casos a atender y en tan poco espacio de tiempo…!.

    ____No se apresure. Usted está pensando en sarna común, y esto puede ser peor: es sarna demodésica. De hecho, algunos síntomas la delatan –decidí enfrentarla a la realidad.

    El espectro apareció de nuevo. Esta enfermedad me obsesionaba desde que había obtenido el título de veterinario. Había tratado a buenos perros, a los que tuve que poner 'a dormir', a pesar de mis desesperados intentos por salvarles la vida. Me fui al coche y cogí el microscopio.

    ____Quisiera estar equivocado, y esta es la única forma de saberlo –le mostré el microscopio.

    Raspé la piel con el bisturí en una pata de Venus, y luego puse la muestra en el portaobjetos. Miré a través del ocular, y ahí estaba el malvado ácaro, llamado Demodex. Y no sólo uno. ¡Dios mío, todo el campo visual estaba poblado! Mentalmente repasé algunos casos que había atendido en perros y recordé que por superstición usaba un bisturí nuevo en cada caso. Pero en éste, por error, urgencia, u omisión, olvidé mi vieja tradición. Pero no le di mayor importancia. Habían sido manías puntuales, que quizá iban a servir para vencer mi absurda norma. Y no quedó ningún tipo de remordimiento en mi interior. 'Al menos, eso era lo que pensaba en ese entonces…'. 

    ____No hay duda. También yo le he cogido cariño a Ámbar. Pero es la realidad; esta lindura sufre sarna demodésica –miré a la monja.

    ____¡Pero...–su expresión era trágica-, ¿no hay nada que se pueda hacer?! ¡¿Y esos nuevos avances de la ciencia?!

    ____Puedo probar con algo... y lo voy a hacer ahora mismo. Siento cariño por los perros. El año pasado logré curar uno de estos casos con una loción –nos fuimos hacia el coche y removí en el maletero, ajetreado por mi hijo, hasta que encontré lo que buscaba:


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    ____¡Aquí está! Odylen. Aplíquele a Ámbar esta pomada tres veces al día durante dos semanas. Y que Dios nos proteja.

    ____¡Nos protegerá! -apretó las mandíbulas con esa determinación que ya había salvado a tantos animales-. Pero, ¿qué ocurrirá con los otros perros? ¿No se contagiarán? –me preguntó.

    ____A diferencia de la sarna darcóptica, o sarna común –respondí con autoridad a la vez que negué con la cabeza-, la demodésica rara vez es contagiosa. Comprobado científicamente.

    ____Al menos es algo a favor. ¿Pero cómo adquiere un perro esta enfermedad? ¿Se produce de igual forma en ambos sexos?

    ____No se sabe aún. Pero la mayoría de veterinarios pensamos que todos los perros tienen algún ácaro demodex en su piel, aunque no está delimitado el por qué de que en unos provoca sarna y en otros no. La herencia genética es significativa. A veces, padece de sarna sólo un perro de una misma camada. De todas maneras, continúa siendo un asunto desconcertante, sobre todo, para los veterinarios. Y es por eso que pedimos que no cesen las investigaciones.

    Le entregué el bote de la pomada. Tal vez el caso de Ámbar podía ser una esperanza en mis experiencias. Pero a la siguiente semana tuve noticias: 'aunque había aplicado al pie de la letra la pomada, la sarna seguía avanzado'.

    Salí más urgente que nunca hacia el asilo. La alegría en Ámbar no había disminuido, pero todo su rostro estaba desfigurado por una creciente calvicie. Pensé en la belleza que me había cautivado en mi primera visita, y lo que en esa vi fue un golpe duro. Tenía que probar con otro producto. Empecé a medicarla con una solución de arsénico Fowler, que en esa época era el tratamiento más popular para las afecciones de piel.

    Después de dos semanas, empecé a abrigar esperanzas. Pero sentí decepción cuando la monja me llamó antes del desayuno, sobre las siete de la mañana.

    ____Doctor Amor –tenía el ánimo bajo cero-, Ámbar ha empeorado. No hay nada que la haga sentirse bien. Comienzo a pensar que lo mejor sería… 

    ____Voy para allá –la interrumpí-. No pierda la fe. Casos como este tardan hasta meses en sanar -contesté, calmado, con la idea de no intranquilizarla más.

    Camino del asilo pensé que mis palabras no estaban sustentadas en una base real. Pero había tratado de decirle algo que le subiese la moral. Sabía que la Hermana odiaba poner 'a dormir' a un perro. De los muchos que había cuidado, algunos habían muerto, pero de enfermedades incurables: perros viejos, con problemas renales o cardíacos, o cachorros con moquillo. Pero la monja luchaba hasta que cada animal quedaba en perfecto estado. También me resistía yo a poner 'a dormir' a Ámbar. Aquella perra tenía algo especial, aun habiendo visto muchos perros en mi profesión.

    Cuando llegué, por vez primera no tenía ni la más remota idea de lo que iba a decir. Así que mis propias palabras, que fluían de una forma instintiva, me iban sorprendiendo. Pero la experiencia me demostraba a diario que mi instinto tenía personalidad.

    ____Hermana, voy a llevarme a Ámbar. Usted tiene ya bastante con cuidar a los otros. Y aunque yo también estoy muy ocupado, en el consultorio estamos dos veterinarios y estudiantes voluntarios. Sé que usted ha hecho todo lo posible, pero quiero hacerme cargo de este caso personalmente.

    ____¿Y de dónde va a sacar el tiempo?

    ____Puedo administrarle el tratamiento durante las noches, y así iré controlando su progreso. He venido con la firme determinación de llevármela. Y lo voy a hacer, pero me gustaría más que fuese con su consentimiento.

    ____No sé… Aunque quién mejor que usted para saber si puede o no hacer eso. De todas formas, nunca vi en mi vida un veterinario, y le recuerdo que traté con muchos en mi época en Sevilla, que tenga tanta dedicación para con los animales domésticos. Dios le proteja, doctor Amor. Ahora es cuando siento que Ámbar se va a curar –hizo una pausa y añadió-: y por supuesto que cuenta con mi consentimiento. Además, rezaré por los dos.

    De regreso al consultorio, me sorprendían la profundidades de mis sentimientos. A lo largo de mi profesión, a menudo tenía un deseo compulsivo de curar a un perro. Pero, no sabía por qué, no era tan fuerte como con Ámbar. La perra estaba entusiasmada por ir en el coche; saltaba de un asiento a otro, lamía mi cara, ponía las patas delanteras sobre el salpicadero, se pasaba de la parte de atrás a la de delante, se miraba en el espejo retrovisor, e incluso trataba de ponerse en mi asiento. Veía una cara feliz, aun la enfermedad. De pronto, golpeé el volante con la mano, como diciéndome... '¡voy a curarte, Ámbar!'.

    En nuestro consultorio no disponíamos de las instalaciones que se necesitan para una residencia de perro. Ningún veterinario la tenía entonces. Me las arreglé para construir una perrera confortable en el establo que teníamos en el jardín. Aun antiguo, la construcción se hallaba libre de corrientes. La perra estaría tan cómoda allí que no sería necesario llevarla a mi casa en las noches. Con la guardia permanente, el teléfono a mano, y yo a quinientos metros, eran motivos suficientes para estar tranquilo. Y mejor así, no fuese que a Julio le diese por volver a las andadas y enganchase a Ámbar en la enredadera recordando su etapa de trepador. Y Ámbar no estaba


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    para esos trotes. En el establo estarían controlados los dos: Julio y Ámbar. 'Definitivamente, no me la llevo a casa', pensé.

    También tomé otra decisión: mantendría a mi mujer al margen de todo esto. Recordé su amargura la vez que adoptamos un dálmata durante un año y al final tuvimos que devolverlo. Sabía que pronto le cogería cariño a Ámbar. Pero me olvidé de mí. No es bueno para un veterinario encariñarse con sus pacientes. Empero, antes que pudiese percatarme, ya me había ocurrido con Ámbar.

    Le daba de comer y de beber, le cambiaba la paja en la perrera y le administraba el tratamiento, sin nadie que se acercase mientras yo estuviese con ella. Y esto ocurría a primeros de octubre, por lo que oscurecía temprano (aún no era fecha del cambio horario).

    Después de mis trabajos diarios en las granjas, conducía hasta el consultorio, y ya allí dirigía las luces de los faros del coche hacia el establo. Apenas abría la puerta, Ámbar estaba esperándome, como para darme las buenas noches, con sus patas delanteras sobre el tejado de la perrera. Sus largas orejas, amarillentas, brillaban bajo los rayos de las luces. El rabo nunca dejaba de moverlo, ni siquiera durante el duro proceso de curación. Le untaba una loción en la piel, le inyectaba Estafilocóco, y le tomaba muestras para controlar los avances o retrocesos. Aun el cansancio de todo el día, siempre reservaba algunas energías para Ámbar.

    Al transcurrir los días, sin que experimentase mejoría, comencé a desesperarme. Le apliqué baños de azufre, de retonona y de unos champúes que habían en el mercado en esa época. Aun mis dudas, esperaba encontrar una cura mágica entre todo esto. Y pienso que habría podido seguir con el tratamiento, bajo la luz de los faros, de no ser por una noche, que parecía que veía a Ámbar por primera vez. La sarna se le había extendido por todo el cuerpo; las largas orejas no eran ya peludas, sino calvas, e igual la cara. Por todos los lados de su lesa anatomía, la piel se había engrosado, llenándose de arrugas azuladas.

    Me senté en la paja, sin apartar los ojos de la perra, que saltaba lamiéndome y moviendo la cola. Sus patas se cogían a mis piernas, como para que no me fuese. Aun su horrible estado, su naturaleza alegre y feliz no había cambiado. Pero aunque tenía más vitalidad y más amor que sarna, su fin estaba próximo.

    ¡Pero esto no podía seguir así! Habíamos llegado a un callejón sin salida. Mientras pensaba, le alcé la testa. Los ojos, antes alegres, ahora patéticos en una cara de espantapájaros. ¿Qué le voy a decir a la moja, después de tantas palabras de aliento?', pensé.

    Tardé hasta la tarde del día siguiente en decidirme a hablar con la monja. En mi afán por ser lo más realista posible, fui brusco.

    Esa noche la pasé fatal. Me vinieron a la mente todos los perros, e incluso los nombres de los que no pude hacer nada por ellos. Me cambiaba de postura en la cama, con una frecuencia que en mí no era habitual, ya que a causa del cansancio acumulado de todo el día caía rendido. Pero flotaba una cosa en mi subconsciente que no acertaba a poner en pie. Empero, no le daba importancia porque no podía ser superior a lo que estaba pasando. Pero ahí seguía… y seguía…

    ____Hermana –la llamé-, no hay nada que pueda hacerse ya. He probado con todo, y por día está peor. Así que la pondré 'a dormir' –así de brusco y de rotundo me expresé.


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    La severidad en mis palabras, no tardó en hacerse esperar en la respuesta de la monja.

    ____¡Eso es terrible! Y sólo por una enfermedad en la piel…

    ___Sí, pero es una enfermedad letal. Ámbar está incomoda ahora y pronto la incomodidad se convertirá en dolor. No debemos dejar que siga así. En una ocasión vi sufrir a un perro un segundo, y le aseguro que fue el segundo más insoportable e interminable de mi vida.

    ____Confío en su buen juicio, doctor Amor. Sé y me consta que no hace nada que no sea necesario -hizo una pausa. Luchaba por no llorar, Siguió hablando-: si ya ha agotado todos los recursos, lo dejo en sus manos. Que Dios le proporcione de las fuerzas necesarias para… –no podía terminar la frase.

    Mis trabajos en las granjas me tuvo ocupado todo el día, como de costumbre. Era de noche cuando llegué al establo y abrí su puerta, y como las otras veces, Ámbar se encontraba en el haz de la luz, moviendo el rabo, con su alegría habitual, dándome la bienvenida.

    La acaricié, hablándole, mientras ella, feliz, me miraba. La luctuosa tarea iba a empezar. Llené la jeringuilla. Siéntate, le dije, y se posó. Le cogí la pata para exponer la vena radial. Mientras introducía la aguja, Ámbar la miraba, como intentando adivinar qué nuevo juego era este. Estaban de más las palabras de consuelo que se decían en estos casos: 'no vas a notar nada, solamente es una sobredosis de anestesia.' Pero allí no había un dueño lloroso. Sólo Ámbar y yo: el paciente y el médico. Y cuando le decía 'mi bonita Ámbar', y ella se hundía en la paja, tenía la convicción que si hubiese dicho algo más, sería la verdad. Ámbar no sintió nada entre el jugueteo y la inconsciencia, y así era la mejor forma de librarla de un sufrimiento que enseguida se hubiese convertido en tortura. Salí del establo y luego apagué las luces del coche. En la fría oscuridad de la noche, el jardín nunca me había parecido tan frío y tan oscuro. Después de tantos días de entrega y de lucha, el sentimiento de derrota era abrumador.

    Durante mucho tiempo, sentía como si llevase un peso encima. Y aún hoy lo siento, que sigue en mí. Y me da la sensación de que no quiere abandonarme.

    Con el transcurrir de los años, cada vez que me viene a la mente el recuerdo de Ámbar, la imagen permanece oscura mientras la perra aparece en los rayos de la luz de los faros del coche.

    Actualmente, la sarna demodésica se cura con fosfatos orgánicos, antibióticos y, por supuesto, y esto no ha cambiado, higiene. Pero ninguno de ésos medicamentos estaban disponibles cuando Ámbar los necesitaba. Su tragedia fue haber nacido antes que la ciencia. Y esta precocidad, por otro lado para gozo y disfrute de los amigos de los animales domésticos, la pagó con creces 'esta maravilla es Ámbar', como me la presentó la Hermana Alegría.


    No obstante, aquello que flotaba en mi subconsciente, que durante años no acertaba a descifrar, ahora, en la lejanía de las décadas, he logrado poner en pie: 'si hubiese usado un bisturí nuevo...'. ¡Pero no! ¡Basta de supersticiones absurdas! ¡Al diablo con ellas! ¡Sólo confío en Dios!



    (FIN EPISODIO COMPLETO 'EL BISTURÍ')
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    Dios protegió a 'Rebaño'


    ____¡Eh, amigo Amor, para un momento y hazme el favor de mirar esto! –me dijo el granjero.

    ____¿Qué?

    Me hallaba en 'Granja Hato', en Cierro Hierro, retirando la placenta a una vaca. Tenía metido el brazo en su útero. Me volví y vi que el granjero señalaba las ubres de la vaca; dos chorros blancos caían sobre el suelo de madera del establo.

    ____Es extraño, ¿no? –añadió, sonriendo.

    ____No tanto –respondí-. Es una acción refleja del cerebro causada por mi mano al hurgar dentro a la vaca. Es normal que expulsen leche cuando se les hace una limpieza después de un parto.

    ____Al menos, un poco extraño sí es –sonrió de nuevo, y agregó-: de todas formas, más te vale que termines enseguida, si no, no te va a gustar nada que descuente unos cuantos litros de leche de tu factura. Jajaja… jajaja...


    ____________________________________________________



    Mirando el
    blanco inmaculado de la leche, recordé lo ocurrido en febrero del 79, el año de la nevada en Huelva. Ya era veterinario. Nunca había visto caer tanta nieve. Pasada la Navidad, empezó a bajar la temperatura, y en enero soplaba un aire fuerte. Después, traídos por el viento, aparecían los primeros copos, pequeños, pero en febrero eran ya grandes. Caían en una copiosa nevada que duró diez días. La nieve se precipitaba formando una espesa cortina que desvanecía por completo el paisaje familiar. A veces, caía en una devastadora tormenta. En medio de todo eso, la helada convertía las carreteras en peligrosas pistas de cristal.

    Por aquellos tiempos, yo trabajaba en la empresa de mi padre, en Huelva, y también en la Protectora de Animales de Huelva, junto con Pérez. Para atender las llamadas de la clientela, teníamos que andar, pues los caminos de fincas y granjas estaban bloqueados para los coches. En las tierras altas de la sierra de Huelva, habían algunas en las que no se podía llegar ni a pie y, sin duda, algunos animales morirían por falta de asistencia veterinaria.

    Ya estábamos casi al final de la nevada, cuando un helicóptero de Protección Civil dejaba caer alimentos en los lugares más aislados. Un día de aquellos, Pepe Suerte que tenía un rebaño de vacas, uno de cabras, unas cien gallinas y una decena de cerdos, en la zona del límite de Jabugo, llamó por teléfono a la Protectora.

    ____Hola, amigo Pepe –atendí su llamada-. Cuánto tiempo sin saber de ustedes. Pensaba que los postes del teléfono se habían caído ya en esos pagos, jajajaja.

    ____Se salvaron. No sé cómo, pero se salvaron -la voz del joven era tan amable como de costumbre-. Pero tengo un problema –añadió, de pronto-: Pala ha tenido crías y no produce ni una gota de leche para alimentarlas, amigo Amor.

    ____Sí que es esa una situación desafortunada –contesté.

    Pala era la única cerda en su granja, y tanto Pepe como su familia le tenían cariño.

    ____Eso mismo pienso yo –dijo, y añadió-: ya es bastante malo para mi negocio perder una camada de doce crías. Pero lo que más me preocupa es Rocío. No tiene consuelo posible.

    Rocío era su hija. Contaba ya seis años. También yo pensé en ella. Era el único hijo de Pepe, y sentía verdadera pasión por los cerdos. Había estado convenciendo a su papá para que le regalase por su cumpleaños una cerda preñada. 'Para tener mi propio hierro desde la camada', decía. Recuerdo todavía el entusiasmo de la pequeña cuando me enseñó la cerda...


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    ____Ésta es Pala -me dijo, señalando a la cerda, cuya movía con el hocico la paja-. Es mía. Me la regaló mi papá por mi cumple.

    ____Ya lo sabía -me incliné-. Eres una niña afortunada, a la que el significado del apellido no ha abandonado. Es una bonita cerda.

    ____¡Claro! -los ojos le brillaban-. La alimento yo sola todos los días. Y se deja acariciar por los niños. ¿Y sabes qué? –de pronto, su voz adquiría un tono de conspiración-. Va a parir en febrero.

    ____¡Qué bien! No sabía que era tan pronto.- Así que vas a tener un lote de lechones de color rosa que cuidar –separé las manos unos cuantos centímetros-. Como de este tamaño -añadí.


    Rocío se encontraba
    tan feliz con la idea de 'ampliar la familia', que no sabía qué responder.

    Todo eso vino a mi cabeza mientras escuchaba la voz de Pepe al teléfono desde su granja, entonces zona catastrófica.


    ____Pepe, pienso que Pala padece de Mastitis –le dije y después le pregunté-: ¿tiene las ubres enrojecidas o inflamadas? ¿Ha dejado de comer? ¿La ves cansada?

    ____Nada de eso; las ubres se ven normales, come como un buey y se encuentra ágil –respondió.

    ____Entonces es Agalactia, que se cura inyectando a Pala Pituitrina, con la idea de que le baje la leche. ¿Pero cómo le vamos a poner la inyección? Todas esas partes de la sierra están aisladas desde hace más de una semana.

    Sería preciso emborrachar a un granjero de la provincia de Huelva para convencerle de que sus carreteras son inaccesibles debido al clima, pues es sabido que nunca se producía una meteorología así. Pero en este excepcional caso, Pepe estaba de acuerdo.

    ____Pensé eso –contestó-. Ayer traté de limpiar el camino hasta mi granja, pero no bien despejo la nieve, se vuelve a cubrir. De todas formas, la carretera de Huelva hasta la sierra sigue cerrada en más de veinte kilómetros, así que estamos perdiendo el tiempo en algo imposible.

    Pensé unos momentos. Al fin, le pregunté de nuevo:

    ____¿Has probado darle un biberón a cada uno de los lechones? Un huevo de gallina mezclado con un cuarto de litro de leche de vaca y una cucharada de azúcar es buen sustituto de la leche materna. Algunas crías se han salvado así.

    ____Ni lo miran -contestó. Si pudiesen mamar aunque sólo un poco de la madre, para aprender, quizás admitan el biberón después.

    Tenía razón. No hay nada que se pueda comparar con esa primera succión materna; sin ella, las crías mueren enseguida. 'Una madre es una madre', como solía decir mi amigo, doctor en Veterinaria y poeta, Poli.

    Golpeé varias veces seguidas el auricular con las uñas de los dedos Seguro se me ocurría algo…

    ____Oye, Pepe –le dije, pasados algunos segundos, convirtiendo mi pensamiento en palabras-. Puedo llegar hasta esa parte, antes del cruce de Aracena. La general es viable en ese trecho, y desde allí, el camino hasta tu granja es llano. Quizás pueda deslizarme en un trineo de Protección Civil, o quizás esquiando…

    ____Los trineos de Protección Civil están destinados sólo para casos urgentes y para personas. No creo que los faciliten para animales, por graves que estos estén. ¿Y esquiando? No sabía que…

    ____Sé esquiar –le interrumpí-. He practicado algunos inviernos en Sierra Nevada. Aunque no he recorrido un trayecto tan largo. No sé si podría conseguirlo, pero por intentarlo…

    ____¿Y vas a hacer eso por mí? Te estaría eternamente agradecido Eres un buen amigo. Pero es mi hija la que más se va a alegrar.

    ____Eso es lo que quiero. Además, me divertiré deslizándome sobre la nieve. ¡Ya salgo, deséame suerte, hasta luego!


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    Cuando llegué al punto previsto, estacioné el coche junto a la alta pared de nieve. Bajé y me fui hacia el puesto de Protección Civil, que estaba en el cruce. Pero se cumplió lo que me dijo Pepe: 'no podían facilitar trineos para estos casos'. Comprendí la explicación del funcionario y me dirigí de nuevo hasta mi coche y me coloqué unos esquíes, que llevaba en el maletero. Debo admitir que estaba entusiasmado. Una de las ventajas de una nevada tan prolongada era que las laderas se habían transformado en pistas de esquí. En Sierra Nevada (Monachil-Granada) aprendí que deslizarse por ellas era estimulante. E incluso había leído un libro acerca de ello, por lo que había adquirido cierta práctica. Pero, en todo caso, mi ilusión por llegar a la granja de Pepe, era mayor que cualquiera otra cosa.

    Todo lo que necesitaba lo llevaba conmigo: Pituitrina, jeringuillas y complementos desinfectantes. Y luego, que Dios, que siempre está ahí, me eche un cable para no tener ningún percance con mi nuevo e improvisado vehículo de trabajo.

    En una meteorología normal, para ir hasta la granja de Pepe, desde Huelva, había que conducir dos horas, vía Valverde del Camino en dirección Jabugo, en una carretera de buen pavimento, y desde allí tomar un camino hacia 'Rebaño', que así se llamaba la granja. Era un campo aislado, que incluso se convertía en muy peligroso ante tamañas condiciones.

    Aunque había viajado muchas veces por aquellos pagos serranos onubenses, aquel día sentía como si estuviese viendo un territorio nuevo: los muros de piedra que dividían los terrenos estaban bajo la nieve, por lo que casi que no se veían los caminos, sólo una gran extensión blanca, en la que se asomaban postes, aquí y allá, de la electricidad y el teléfono. Había mucho de sobrenatural en aquel paisaje. Me invadía una extraña sensación de desconfianza, pero al menos podía viajar campo a través y estaba convencido de que mi punto de destino estaba en una de aquellas vaguadas, más acá del confuso horizonte. Me concentré en mis esquíes para evitar alguna sorpresa desagradable.

    Aún no me había deslizado cien metros, con una técnica de novato, cuando comenzó de nuevo a nevar. Un denso velo blanco cegaba mi sentido de la orientación. No podía ocultar que ya empezaba a asustarme. Quedé inmóvil en el frío, con los ojos medio cerrados y preguntándome qué iba a pasar. Torpemente esquiaría en soledad durante kilómetros blancos, sin llegar a ninguna parte. Era aquella una situación realmente angustiosa.

    Pero, de pronto, igual que había empezado, dejó de nevar. Dios me echaba el cable que tan fervorosamente le pedí. Mi corazón latía con fuerzas. Mientras miraba a mis alrededores, vi una parte de la mancha oscura del techo de mi auto, que a la pequeña nevada no le dio tiempo cubrir; era una foto muy reconfortante. Fui hacia ella a velocidad de campeón olímpico. Apenas llegué a esa especie de prolongación de mi casa, arranqué el motor del coche y avancé un buen trecho en el camino hacia Huelva, antes que el ritmo de mi pulso recuperase su normalidad. Corría a la velocidad de sobrevivir. Pero, en realidad, me hallaba mas angustiado por no haber podido llegar a mi destino que por mi propia seguridad. 

    ____¡Pepe! –empecé a decir, aún asustado, a través del teléfono del lugar más próximo que encontré-. ¡Lo siento, pero quedé atrapado en la última nevada y tuve que regresar!

    ____¡Me alegra saber que estás bien! En cierta manera, me sentía culpable de que decidieses venir. Ayer se perdió un joven, y hoy lo halló muerto un empleado de Protección Civil. No debí permitir que hicieses este intento -quedó en silencio unos instantes. Finalmente, añadió, con anhelo-: ¡si hubiese algún otro modo de hacer que Pala produzca leche…!

    Mientras Pepe hablaba, como yo no paraba de pensar, me vino a la mente la imagen de los chorros de leche que salían de las ubres de la vaca en 'Granja Hato'. Y tuve otro pensamiento: mientras hacía una exploración uterina a una cabra, ocurría lo mismo.


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    ____Tal vez haya uno... –le dije-. ¿Alguna vez has metido la mano a una cerda? Si la has examinado por dentro –añadí, preguntando y explicando.

    ____¿En la parte sexual de su cueva oscura? ¡Ni mucho menos! Eso lo dejo para ustedes, los veterinarios.

    ____¿Tú no quieres salvar a las crías? Pues quiero que empieces ya a hacer lo que voy a explicarte. Coge un cubo y llenas medio con agua caliente. Después...

    ____¡Un momento, amigo doctor! -me interrumpió. ¡Perdón, pero estoy seguro de que no quedó ningún lechón dentro!

    ____¡Y yo, amigo granjero! Pero no pierdas más tiempo; lávate el brazo con jabón verde y empápalo con una solución antiséptica, de esas que generalmente tenemos en el botiquín de nuestras casas: alcohol, agua oxigenada... Ya desinfectado, mételo en el canal del parto y muévelo un poco, con breves intervalos.

    ____¡Jo! ¡No me gusta! ¿De qué se trata?

    ____Eso puede hacer que baje la leche. ¡Así que, espabila ya!

    Colgué, dando las gracias al propietario de aquel lugar por dejarme usar su teléfono y por no querer cobrarme la llamada. Me puse en camino. Tan pronto llegué a mi casa, al parecer, aquellos recientes acontecimientos abrieron mi apetito, así que comí lo que encontré en la nevera. Pero, mientras comía, sonó el teléfono. Era Pepe, casi sin aliento, pero triunfante.

    ____¡Funcionó, querido amigo doctor en Veterinaria! Funcionó. Hice todo lo que me ordenaste, y luego probé con las ubres y salió leche por cada una de ellas, como magia. ¡Eres el mejor! Ni te imaginas la alegría que hay en este momento en 'Rebaño'. Rocío está como loca de contenta.

    ____¿Se están alimentando bien los lechones?

    ____Da gusto verlos.

    ____Bien–respondí y añadí: pero aún no hemos ganado la guerra, sólo una batalla. Es probable que la cerda vuelva a secarse. Por lo tanto, tendrás que repetir la misma faena hasta que se regularice. Se supone que ya eres un experto. Si sigues con esa eficacia, me vas a quitar mi empleo. Jajaja… Jajajaja...

    ____¿Repetir? –buena parte del entusiasmo desatado se perdía en la respuesta-. Pensaba que ya había terminado. ¡Pues sí que esto de meter la mano 'ahí' es entretenido…!

    De hecho, 'el aspirante a mi puesto' tuvo que hacer lo mismo dos veces más. Aunque Pala no producía leche suficiente, los lechones aguantaron hasta que las ubres se normalizaron del todo. Se había salvado la camada. ¡Dios había protegido a 'Rebaño'!

    A finales de marzo, habían aún pilas de nieve junto a los muros de las tierras altas, que contrastaban con los páramos cual costillar de un gigante. Pero los caminos se hallaban limpios ya. Entonces fui a revisar una vaca a 'Rebaño'. Apenas acabé, Pepe y Cinta, su mujer, me llevaron de la mano al establo. Allí estaban Rocío, y Pala y su extensa familia.

    ____¡A que son lindos! –me dijo Rocío.

    Los lechones caminaban alrededor de su madre. Y ésta, feliz por su camada y también feliz 'por tanto toque interior recibido'.

    ____Sí –respondí-. Tu primer intento como ganadera ha sido todo un éxito y debes agradecer a tu papá lo que ha hecho -miré hacia el exterior-. Ya parece que paró la nevada. A partir de ahora, puedes disfrutar de tus cerdos –añadí, dándole un beso en la mejilla.

    Pepe sonrió, a la vez que puso cara seria por el recuerdo.

    ____¡Todo ha merecido la pena! ¡Ha sido maravilloso! Sin duda, es cosa de Dios –hizo una pausa, y añadió-: es asombroso lo que uno puede hacer a través de Él, de lo que uno no sabe hacer cuando se presenta una ocasión así -dijo entre sorprendido y admirado.


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    Si, realmente maravilloso fue todo lo que ocurrió aquel día en 'Granja Rebaño': Pepe Suerte, mi buen amigo y mejor padre de su única hija, tuvo suerte por yo estar localizable y disponible cuando telefoneó a la Protectora de Animales de Huelva. Decidí ir esquiando a su granja, a pesar de mi poca experiencia y menos práctica. Sabía, al menos, colocarme unos esquíes. La Gran Sabiduría de Dios ordenó a la piedad que cerrase la llave de la nevada, lo que, sin ninguna clase de dudas, me salvó la vida, además de permitirme llegar hasta mi coche. Me vino a la mente, como una especie de luz divina, un trabajo que recientemente había realizado en una granja, llamada 'Granja Hato', el cual sirvió de base para después poder aplicarlo en Pala. Encontré un teléfono en aquel maremágnum de personas, coches y camiones, que iban y venían, y de vehículos de Protección Civil, y a través de dicho teléfono acerté en darle instrucciones a Pepe, que a la postre sirvieron para solucionar, felizmente, el problema de Pala y de sus crías. En efecto. Todo lo que ocurrió aquel día en 'Granja Rebaño', fue maravilloso. ¿Quiénes dicen, pues, que Dios no existe?




    (FIN EPISODIO COMPLETO 'DIOS PROTEGIÓ A REBAÑO')

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    Candela


    ____¿Puede decirme cómo se siente en este momento mi querida esposa? ¿Se encuentra bien? ¿Nota alguna molestia? ¿Quiere que nos vayamos? ¿Se agobia con esta oscuridad? ¿Se marea? ¿Tiene náuseas? ¿…?

    Miré con ansiedad a mis alrededores, mientras mi mujer se movía inquieta en la pequeña butaca. Nos encontrábamos en el pueblo de Constantina, en el cine 'Robledo', y tenía la firme convicción de que no debíamos de estar allí.

    Esa tarde, no bien salíamos en nuestro coche desde San Nicolás, había expresado abiertamente mis dudas.

    ____De acuerdo. Ambos sabemos que es nuestro medio día libre. Pero, con la criatura a punto de nacer, ¿no crees que hubiese sido más prudente permanecer en nuestra casa? ¿Hubiese permitido la matrona Ramona que hiciésemos este viaje?

    ____¡Ay, Amor! Cuántas preguntas! ¡No preguntes nada más y pon más atención en la película!

    Mi mujer, escéptica, se había reído ante la idea de perder nuestro único medio día libre mensual, un oasis de esparcimiento para los dos. Para mí significaba escapar del teléfono, el barro, las botas los viajes... Pero para ella era celebrar un rato de asueto. Un merecido descanso en las duras tareas diarias, además del pequeño lujo de comer en un restaurante, preparada y servida la comida por otras personas. Puro relax por un día. ¡A freír espárragos los quebraderos de cabeza que conlleva el hogar: cocinar, poner y recoger vajillas, lavar, fregar, barrer…!

    ____Me parece bien que rías –seguía insistiendo-. ¿Pero qué pasaría si viniese ya? ¿Acaso crees que me gusta que nuestro segundo hijo nazca en plena calle Mesones o en el asiento de atrás del coche? ¿No crees que sería mejor que nos marchemos antes de que ocurra alguna de estas cosas?

    La calma había sido una parte fundamental en mi vida. Pero en ese momento no podía permanecer quieto. Todo me excitaba. Mi mujer se reía de mi síndrome. Pero yo no le veía la gracia. Había un algo relacionado con el nacimiento de un niño que me preocupaba, y en los últimas semanas había estado dando vueltas al asunto viendo cada movimiento de mi mujer. Pero todo esto le causaba hilaridad. En los últimos días del embarazo, mi tensión había llegado a tope. Esa misma mañana, por cierto, corroboré el por qué de que era tan tozudo mi hijo Julio. Mi mujer se mostraba inflexible:

    ____¡Que sepas que no voy a perder mi medio día libre!

    Y allí nos encontrábamos los dos, con dos caruchos de palomitas y dos refrescos en el cine 'Robledo', con Bond 007 tratando en vano de llamar mi atención, mientras mi mujer se removía en la butaca, una y otra vez, y de vez en cuando llevaba una mano hacia su muy abultado abdomen.

    Mientras le dirigía miradas furtivas pero escrutadoras con el rabillo del ojo, hacía un movimiento convulsivo y se quejaba. El sudor ya me había recorrido el cuerpo, antes de escucharla decir en un tono voz relativamente bajo:

    ____Amor, tienes razón. Es mejor que nos vayamos ya.

    Tropezando en aquella oscuridad con las piernas de los restantes espectadores, la condije hasta el pasillo inclinado. Pasamos junto al acomodador y llegamos desde la calle hasta nuestro auto. Los casi veinte kilómetros que separan Constantina de San Nicolás parecían eternos y los baches de la carretera me hacían desear un avión. Mi mujer se me arrimaba, como pidiéndome ayuda, cerrando los ojos y manteniendo la respiración mientras mi corazón intentaba salirse por las costillas. Cuando, por fin, llegamos a San Nicolás, conduje rápido hacia la 'Casita Blanca', junto al matadero.

    ____¿Adónde se supone que vamos? –me preguntó, a la vez que me miró sorprendida.

    ____A ver a Ramona –respondí.

    ____No seas tonto, Amor. Todavía no es el momento para eso.

    ____¿Cómo lo sabes?

    ____Ya he tenido un hijo antes, ¿lo recuerdas? –respondió y añadió: anda, da la vuelta y vámonos para casa.

    Con la duda pesando sobre mi cabeza, el coche dio la vuelta y nos dirigimos hacia nuestra casa. Mientras subíamos las escaleras, me sorprendía la santa serenidad de mi mujer. Era obvio que estaba muy fatigada, pero aceptaba con total entereza lo inevitable. 'Es una gran mujer; cada día doy las gracias a Dios por haber podido asistir a la Facultad de Veterinaria de Sevilla donde nos conocimos', pensé.

    Ya en nuestro dormitorio y en nuestra cama, me sumí en eso que llaman como un sueño ligero, porque eran las seis de la mañana cuando mi mujer me rozó levemente el hombro y eso fue suficiente para sobresaltarme. Se incorporó, a duras penas.


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    ____Ahora sí que es el momento de irnos a la 'Casita Blanca' –me dijo, con la cara pálida y el cuerpo encorvado, pero con voz serena.

    Salté cual resorte de la cama, y me vestí apresuradamente. Medio grité en mitad de las escaleras:

    ____¡Ya nos vamos, tía Manuela!

    ____¡Qué todo vaya bien! ¡Y no preocuparos por Julio, yo me ocupo de él! –se pudo escuchar su voz, tan alterada como la mía.

    Era una preciosa mañana de abril, y la frescura de un nuevo día iba a calmar la irritación de algún madrugador. Pero yo no veía nada de eso mientras conducía hasta la 'Casita Blanca', en cuya planta superior había dos cuartos que durante años habrían visto nacer a muchos niños del pueblo. En la planta baja se hallaba la cocina y la salita de espera, donde se podían ver colillas en el suelo, aun dos grandes ceniceros sobre la mesa de centro.

    Llamé a una de las puertas de la planta superior y Ramona abrió y se llevó consigo a mi mujer. Cuando bajé de nuevo a la salita, una voz desde la cocina me sobresaltó. Y sobresalto me causaba todo, porque me encontraba sobresaltado.

    ____Parece que vamos a tener un hermoso día, amigo Amor.

    Era Ángel, el marido de Ramona. Se hallaba desayunando. Su cara mostraba una cálida sonrisa. Tal vez esperaría yo que me dijese: 'tranquilízate, Amor', o algo similar. Pero no, seguía despachando flemáticamente su café y su tostada Entendí entonces que habría visto a muchos padres nerviosos en la 'Casita Blanca'. Para Ángel, aquellas situaciones eran casi diarias.

    ____Eso parece –respondí, a la vez que me encogí al escuchar un fuerte chillido, proveniente del piso superior. '¿Qué estará pasando ahí arriba? ¿Mi mujer? ¿Ya…?', pensé.

    Ángel me miraba sonriéndose, mientras masticaba un trozo de su tostada. Me percaté de que parecía darse cuenta de que era uno de los maridos más atribulados que había visto porque, sin dejar la sonrisa, me dijo:

    ____No te preocupes, Amor. Tu mujer está en buenas manos.

    Pero seguía nervioso, y por eso decidí irme a la calle para caminar. Entonces no era costumbre que un padre estuviese presente en el nacimiento de un hijo. Pero ahora, está de moda. Y yo aplaudo el coraje, porque creo que a un doctor, con partos diarios, aunque en animales, como el doctor Amor, lo hubieran sacado inconsciente de tales procedimientos vanguardistas.

    Mis pasos me llevaron al Consultorio. Cuando mi socio Pérez llegó, fue muy considerado conmigo. Me dijo:

    ____Creo que será mejor que regreses a la 'Casita Blanca'. Yo haré todas las visitas que pueda, acompañado de algún estudiante de la Granja Escuela. Tómatelo con calma, querido Amor. Pío y Ramona saben bien lo que hacen.

    Me resultaba difícil tomármelo con calma. Recordé que los futuros padres hacían un surco en el suelo, de ese tanto ir y venir. Pero yo traté de cambiar las normas leyendo el periódico al revés.

    Eran ya pasadas las diez cuando la tan esperada llamada de Pío, el médico del pueblo, llegó, que en estos casos hablaba de una forma jubilosa, casi estridente. Pero aquella mañana su voz sonó como la melodía más suave:

    ____¡Una preciosa hermanita para Julio, querido Amor! ¡La futura veterinaria de la comarca, acaba de nacer!

    ____Gracias, querido Pío –respondí y, feliz, mantuve el auricular en el pecho durante unos segundos, antes de ponerlo de nuevo en su lugar.

    Luego sin apenas darme cuenta, empecé a caminar de un lado a otro. Pero terminé por sentarme en el sofá de la sala de espera del consultorio, y así permitir a mis nervios que descansasen.

    No obstante, poco duró el descanso, porque siguiendo un impulso me levanté. Por lo general, era prudente. Pero aquel día tenía que irme de nuevo a la 'Casita Blanca'. Sabía que un padre no era bien recibido inmediatamente después del parto. Cuando nació Julio, en 'Agromán' (así le llamaban los onubenses a su hospital), me dirigí enseguida al cuarto, pero me negaron la entrada. Me las ingenié para zafarme de la vigilancia y me colé. En este caso, apenas entré a la 'Casita Blanca' y subí hasta la planta de arriba, Ramona fue la primera que me vio. La expresión en su cara era feroz:

    ____¡Has vuelto a hacerlo! ¡Como con Julio, que cuando nació, y tú mismo me lo contaste, no te dejaron pasar hasta darles tiempo de asearle! ¡Y esta norma es la misma en todos los sitios! ¡Pero tú no quieres respetarla! –su tono de voz era recriminatorio.

    Dejé caer la cabeza, en un gesto de sumisión.


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    ____Si en este momento no es oportuno, lo dejo para más tarde –le dije, levantando de nuevo la cabeza.

    ____¡Amor, Amor, que ya nos conocemos! Anda, puedes entrar.

    Mi mujer tenía igual mirada de cansancio que recordaba de la otra vez. La besé con agradecimiento. No le hablé. Sólo eché un vistazo a una cuna junto a la cama. Cuando nació Julio, me asustó tanto su aspecto que irritado se lo hice saber a la obesa matrona de Huelva, preguntándole que si el bebé se encontraba bien. Y esta vez pasó lo mismo. La cara de mi hija se hallaba enrojecida e hinchada. Me impresionó como la vez anterior. Recordé que la matrona onubense era una mujer gruñona y autoritaria, lo que me hacía pensar que a estas personas les agria el carácter su profesión o padres como yo.

    Ramona se presentó al poco rato, con el ceño fruncido y los brazos en jarra, postura que me indicaba que sólo estaba esperando que dijese algo inadecuado, para regañarme de nuevo. En vista de lo cual, tomé mis precauciones.

    ____Preciosa mi niña –dije, con voz débil.

    ____Sí que lo es. Pero si ya las has visto, lárgate -me siguió hasta la puerta. Ya en ella, me lanzó una mirada fuerte y me habló, como si estuviese hablándole a alguien con una inteligencia limitada-: ¡ése es…. un…. be….bé sa….no.... –y, no bien acabó de decir eso, cerró la puerta contra mis narices. 

    Y bendita ella. Porque, mientras me alejaba en mi coche, pensaba que estaba en lo cierto. El ímpetu, la vehemencia y el sentimiento, también deben guardar las compostura.

    Cuando volví al consultorio, sólo quedaba una visita por hacer. Las otras, nada menos que tres, habían sido atendidas por Pérez. Y una de ellas era un parto de una yegua. Se hizo acompañar de Sol, la nueva voluntaria. La visita pendiente era en las colinas de Cerro Hierro, y el recorrido hasta allí era como un sueño. Mi preocupación había terminado, y parecía que toda la naturaleza sonreía conmigo. Era un 23 de abril, un anticipado preludio del verano más bello que pueda recordar. El sol brillaba, y la suave brisa, que se colaba en el coche, traía la fragancia de los fértiles campos. Un fresco aroma de campanillas, narcisos y violetas, iba creciendo y se esparcía, aquí y allá, en la verde campiña.

    Luego de atender la visita empecé a caminar siguiendo uno de mis ocios favoritos. 'Balú2', iba pegado a mis talones, y yo mirando los ondulados parches de los llanos, adormilados por la soleada tarde, y los tiernos helechos que crecían en las laderas brotaban erguidos y verdes entre las varas marrones del año anterior. Por todos lados se veía vida, dando un mensaje de paz y de alegría, muy apropiado para mí por el nacimiento de un nuevo hijo.

    A nuestra recién nacida hija decidimos ponerle de nombre Candela, como el fuego, como llamaban a su madre en la Facultad. Era un bonito nombre, pero la corruptela familiar y general lo dejó en Can. Y aunque traté en vano de hacer prevalecer el suyo de pila, hasta hoy permanece. Pero no me importaba demasiado. Lo que deseaba era la felicidad de mi hija. Y se han cumplido mis deseos: Candela es feliz. Se lo merece porque es una luchadora nata, una ganadora.

    Me hubiese gustado seguir bajo el sol, echado en los suaves lechos de los verdes, pero tenía otras cosas perentorias que hacer, y por eso regresé al consultorio y empecé a telefonear a los amigos para anunciarles la buena nueva. Todos recibieron con agrado la noticia, pero fue Toni, llegado desde Alanís para darnos la enhorabuena, el que me dijo lo que correspondía hacerse. Era amigo de sus amigos.

    ____Amor, debemos 'bautizar' al bebé –hizo con la mano un gesto como de levantar una jarra de cerveza-. Acabamos de llegar y nos quedaremos el tiempo que sea necesario. Pero ahora, Laura y yo nos vamos a Cazalla y a las siete estaremos aquí de nuevo -añadió.

    Y así fue. A las siete éramos cinco amigos los que nos hallábamos en Real 19: Fredy, Pérez, Toni, Javi y yo. Javi era un compañero de batalla. Habíamos ido al mismo colegio. Más tarde estudiamos la carrera de Agrónomo, y luego la de Veterinaria. Era aficionado a la Literatura, como yo, pero él se especializó en libros sobre animales domésticos. Y me era agradable tenerlo conmigo esa noche.

    Toni dudaba acerca del lugar de la celebración. Tamborileaban dos de sus dedos sobre el brazo del sillón, en el que estaba sentado. Su expresión era de confusión…

    ____A ver -dijo al fin-. Normalmente iríamos a 'La Chuleta', pero hoy es sábado y sabemos la que allí se lía con la barbería ambulante de Tomás. Pero podríamos ir al bar 'Dos Hermanos', a tomar unas jarras y unas raciones de jamón y otras de carne. La Cruzcampo de barril que sirven es deliciosa, y si es tirada con los grados justos por cualquiera de los hermanos, la hace más deliciosa. Así que…

    ____Un momento -lo interrumpí-: esta mañana mientras esperaba en la 'Casita Blanca', Ángel, el esposo de Ramona me preguntó que si podía tomar unas cervezas con nosotros, a lo que por supuesto accedí, y ya que mi pequeña ha nacido en su casa, ¿no crees que sería un detalle de nuestra parte hacer la celebración en la taberna que él acostumbra a ir?


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    ____Por mí no hay inconveniente. ¿Y qué taberna es? –respondió, y me preguntó seguidamente, entonando los ojos.

    ____'La Chuleta' -respondí

    ____Bueno… -me miró, a la vez que se rascó la cabeza-. No tengo nada en contra de 'La Chuleta', sólo que la cerveza no aciertan a tirarla como en el bar 'Dos Hermanos', y pierde grados y sabor. En 'La Chuleta', por tanto barullo que se producen, no tienen presente este pequeño gran detalle. Y es importante. Porque sobre eso de la peluquería de Tomás, no importaría. Nosotros iríamos a lo nuestro.

    ____¡Jo Toni! –terció Pérez sonriendo-. Estamos hablando de simples cervezas para celebrar con Amor el nacimiento de su hija. Pareces un químico analizando sustancias. Jajaja. Pienso que 'La Chuleta' es un lugar apropiado. Además, para mayor intimidad, disponen de un cuarto privado –concluyó.

     Y era verdad. Ese privado era íntimo. Cuando lo ocupamos, pensé que habíamos elegido el lugar perfecto. El ya oscurecido sol de la tarde había dejado sus rayos de luz sobre las mesas y las sillas a través del amplio ventanal. Muy próximos a nosotros, se hallaban sentados, bebiendo y charlando, varios granjeros. No tenía nada de especial aquel bar, pero su mobiliario, que era el mismo del día de su inauguración, daba aire de familia. Seguro que en San Nicolás no había un lugar tan apropiado para la ocasión.

    Fuimos atendidos inmediatamente. El servicial dueño me felicitó y dio la mano a los demás. Después, llenó la jarra de cada uno con otra jarra de mayor tamaño, repleta a tope de rubia Cruzcampo. Al menos, en lo que a marca de cerveza, Toni había acertado. Pérez, de pronto, alzó su jarra y miró a la concurrencia.

    ____Permítanme que sea yo el primero en desear a Can larga vida y felicidad. Hoy es un día feliz para todos lo que queremos a Amor y a su familia.

    ____Gracias, colega. Como padre, que ya eres, sabes bien la alegría que se experimenta en estos casos.

    ____¡Salud! -aclamaron todos, y entonces me sentí entre amigos.

    Empezamos a conversar sobre diversos asuntos. Luego de beberse el contenido de su jarra, Pérez se puso en pie y me dio un abrazo.

    ____Me tengo que ir ya. He estado un rato. Pero, ya sabes… Que lo pases bien. Y todos ustedes –de nuevo miró a la concurrencia.

    No quise retenerle. comprendí perfectamente su mensaje. Y tenía razón. Éramos los únicos veterinarios del pueblo y uno de los dos debía estar presente en nuestro consultorio. Además, esa tarde era mía, ¡qué caramba!

    Fue aquel uno de esos días inolvidables en que todo era perfecto. Javi y yo hablamos de nuestra infancia en Sevilla. Fredy y Toni, se enfrascaron en sus años de juventud. Después, Toni y Laura, que se agregó al grupo más tarde, hablaban de sus cosas. Pero sobre todos nosotros, como una gran luna amable, pendía el sentido del humor de Ángel.

    A la hora en que el dueño del bar anunció que según la ley era el momento de cerrar, nos hizo trasladar a un pequeño cuarto que había en los altos del local. Y hacía esto para evitar alguna súbita inspección de la Benemérita, con multa incluida. Pero él actuaba así con contadas personas. Ya instalados en el nuevo y acogedor cuarto, todos juntos disfrutamos de la mutua compañía hasta más allá de la medianoche. Sobre las dos de la madrugada, sin duda arropado por los acontecimientos, y ya sin ansiedad, fui caminando hasta mi casa, lleno de amor hacia toda la humanidad.

    Ya en mi casa, subí las escaleras hacia nuestro 'gran' dormitorio. La cama resultaba extrañamente vacía sin mi mujer. Pero pensé que pronto estaría a mi lado. Después, abrí la puerta de la pomposa y ancha habitación, que habría servido como vestidor en la Edad de Oro de la vieja casona. En ella habrían dormido personajes ínclitos, muchísimo tiempo antes de comprar nosotros la casa. Pero ahora era el cuarto de Julio, y su cama estaba en el mismo lugar en que con anterioridad habría otra pomposa, seguro de la Era Medieval. Pero en ese momento no se me ocurrió pensar si ello era como un presagio de grandeza en el destino de mi hijo.

    Miré a Julio, dormido. Después, paseé los ojos sobre el otro lado del

    cuarto, donde una cuna, de la que colgaba con ese peculiar toque femenino una colcha rosa, esperaba una inquilina.

    'Ya mismo tendré dos hijos aquí', pensé. Y me sentí feliz. Con un último vistazo al cuarto de tía Manuela, acabó la inspección. Ya en mi cama pensé de nuevo y ahora con un deseo fervoroso y con esa forma de pensar que sólo es privilegio en la gente afortunada:



    'Dios se ha excedido para bien conmigo: me ha dado una buena esposa y dos preciosos hijos, tengo buena la salud y un puñado de amigos entrañables, gano lo suficiente para llevar a mi familia hacia adelante. Sólo falta algo para ser completamente feliz, y es que Dios proteja a todas esas criaturas desamparadas'. Y, sin siquiera darme cuenta, me quedé dormido, pero con el brazo izquierdo extendido, como buscando a mi mujer



    (FIN EPISODIO COMPLETO 'CANDELA')
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    El Granjero por antonomasia


    ____Hice un gesto de dolor cuando vi que el granjero era lanzado contra el establo. Pero él, de muy avanzada edad para este tipo de trabajos, no parecía hallarse en problema. Volvió a coger el rabo de la vaca y se sujetó, anticipándose a cualquier otra acción posterior.

    Me encontraba en 'Granja Granjero', en Cerro Hierro, tratando de aplicar a una vaca un tratamiento para combatir la esterilidad. Pero una parte fundamental de mi trabajo consistía en la inserción de un catéter a través del cuello uterino. Y esto parecía no gustar a la vaca. Cada vez que intentaba introducírselo se sacudía, arrojando al granjero y propietario de aquella granja, López, contra los palos entrelazados.
    Pero, después de varios intentos, sentí que en uno de ellos íbamos ganando. El catéter entró suavemente. Si la vaca se permanecía quieta, tan sólo unos segundos, el trabajo había terminado.

    ____¡Venga, vaca vaquita, aguanta un poco! –gritó López, mientras yo bombeaba Yodo de Lugol mediante el catéter.

    Pero apenas sintió el líquido empujó, y López quedó prensado entre los palos del establo. Retiré el catéter y di un paso atrás pensando que la vaca no había colaborado mucho.

    Pero López no parecía compartir mi opinión. Se fue hacia la parte delantera del establo y abrazó el cuello de su ternera.

    ____¡Buena chica! –le dijo.

    Así era López. Sentía cariño por todos y cada uno de sus animales y, según podía comprobar, recibía el mismo sentimiento por parte de ellos.

    López separó su brazo del cuello de la vaca y comenzó a sonreír. Como hacía siempre. Este hombre no era de ese tono rubicundo de algunos otros granjeros: su pelo era blanco y su cara estaba rugosa que le hacían aparentar más de los sesenta y cuatro años que en realidad tenía. Su estatura era baja y su sonrisa era radiante Un pequeño gran hombre, y además un ejemplar granjero. 'El granjero por antonomasia'.

    ____Tengo otro trabajito para ti, Amor. Y es uno de esos que sé que te gustan –hizo una pausa y sonrió-. Siempre te escuché decir que te gusta más tu actividad con la intervención directa en las granjas que en los despachos. Pues bien, mis ovejas pequeñas son las que quiero que examines. Nunca antes había visto nada igual.

    Caminamos por el patio achinado de la granja, con Rip, su diligente perro pastor, retozando alrededor de su dueño. Era raro. Los perros de granjas suelen ser alejados, anárquicos, pero Rip se comportaba como una mascota. El granjero se agachó y lo acarició.

    ____¡Hola, compañero! ¿También tú vienes con nosotros?

    Me condujo hasta una nave junto a un cobertizo, separado por seis establos, numerados, donde había una decena de ovejas con sus corderos. A López le gustaba clasificar a todos sus animales.

    Casi todos aquellos corderos se tambaleaban en su parte trasera al caminar, y dos de ellos, solamente daban unos pasos torpes antes de caer. López me miró.

    ____¿Qué te parece? –sonrió de nuevo.

    ____Esos dos padecen de Lordosis, causada por una deficiencia de cobre, que provoca como único resultado degeneración progresiva en el cerebro. La falta de este mineral, les provoca debilidad en los cuartos traseros, y en algunos casos, los paraliza del todo, o sufren ataques crónicos. Debes controlar tus ovejas, en cuanto al cobre se refiere.

    ____Qué extraño… -dudaba-. Mis ovejas han lamido cobre durante toda la preñez. Yo mismo me he he ocupado de esto.

    ____Seguro. Pero no habrá sido suficiente. Si los casos aumentan, habrá que inyectarle cobre a mitad de la preñez, para prevenir. Eso se hace a menudo en animales incontrolados, que por supuesto no es éste el caso.

    ____Bueno… -suspiró-. Ahora que sabemos lo que es, supongo que estás en posibilidades de curarlos. Además, es importante hacerlo antes de que se presente una epidemia.

    ____Lo siento, López Los que sólo se tambalean, tienen posibilidad, no tanta los otros -señalé a los que yacían echados-. Esos tienen parálisis parcial, y pienso que lo más humanitario sería… –le miré.

    La sonrisa abandonó los labios de López. Siempre le ocurría igual ante la amenaza de poner 'a dormir' a uno de sus animales. Pero era un deber básico en un veterinario advertir a su cliente de que un tratamiento no era rentable. Y había que tener muy en cuenta los intereses comerciales. Pero esta regla no funcionaba con López. Tenía animales en su granja que no producían ningún beneficio, por contra perjuicios, pero eran sus amigos y se sentía feliz con sólo mirarlos. Acarició el tobillo de uno de los corderos enfermos, a la vez que miraba al otro.


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    ____¿Están sufriendo? –me preguntó, súbitamente.

    ____No creo que esta sea una enfermedad dolorosa.

    ____Pues entonces los mantendré y yo me entregaré más a ellos –y añadió-: y si no pueden mamar de su madre, de alguna manera los alimentaré. Desde siempre me ha gustado dar una oportunidad a mis animales.

    Al ir avanzando el verano, me alegró el ver con satisfacción que su dedicación había dado sus frutos. Los corderos semi paralizados sobrevivían y se desarrollaban bien. Seguían cayéndose después de dar unos pasos, pero podían morder y tragar pasto, y por suerte no había aumentado la degeneración cerebral.

    Era ya octubre. Los árboles resplandecían de color cuando López me llamó, voz en grito, cuando pasaba frente a su granja.

    ____¡¡Amor, ¿puedes examinar a Rip?!¡ -su voz era angustiada.

    ____¿Está enfermo? –le pregunté, no bien llegué junto a él.

    ____Sólo cojea. Pero no puedo curarlo.

    El noble perro pastor se encontraba, como siempre, pegado a su amo. Observé que no apoyaba la pata derecha.

    ____¿Qué le ha pasado? –le pregunté, de nuevo

    ____Corría alrededor de las vacas cuando una de ellas tiró una coz y fue a dar en su pecho. Y desde entonces, cojea. Lo curioso es que luego de examinarlo no vi nada malo. Es extraño…

    Movía el rabo mientras lo examinaba. No había herida en las patas, ni daño aparente, pero dio un respingo apenas pasé la mano sobre la primera costilla. El diagnóstico era sencillo.

    ____Tiene parálisis radial.

    ____¿Parálisis qué?

    ____El nervio radial cruza sobre la primera costilla, y esa coz debe de haber dañado la costilla, lo que inutilizó los nervios extensores. Y es por eso que no puede mover una de las patas.

    ____Otra cosa extraña -López pasó la mano sobre la cabeza de su perro-. ¿Se recuperará? –me preguntó, de pronto.

    ____En un proceso largo. El tejido nervioso se regenera con lentitud y los tratamientos no ayudan gran cosa.

    ____Bueno... A esperar toca -se agachó hacia su perro-. Una cosa más -una sonrisa apareció en su cara-, cojo o no, aún puede correr entre las vacas. Moriría de tristeza si no pudiese hacer su trabajo. Le gusta trabajar. '¿Verdad, Rip?'.

    Camino del coche, con paso lento, acompañado de López, traté de pensar en algo alentador, con la intención de levantar mi ánimo y así poder animar a López, aunque él se animaba solo.

    ____Pero no te preocupes mucho –le dije y continué-: estos casos se curan con el tiempo y sobre todo con cariño, y el tuyo para con tus animales… 

    Pero Rip no se recuperó. Luego de tres meses, la pata seguía igual, y los músculos se habían atrofiados. Los nervios estaban dañados irreparablemente. Resultaba triste pensar que aquel hermoso perro quedaría con tres patas para el resto de sus días.

    Pero como López era muy optimista, insistía en que su perro seguía siendo trabajador. Y Rip parecía escuchar lo que su amo decía, ya que en mi presencia nunca lo vi descansar.

    El verdadero contratiempo apareció un domingo a media mañana. Pérez y yo estábamos en el consultorio acabando de programar los turnos de guardia de la siguiente semana. En ese momento, sonó el timbre de la puerta, abrí y vimos a López, preocupado, cansado, y con su perro sobre los brazos.

    ____¿Se ha puesto peor? –le pregunté.

    ____No, Amor. Hola, Pérez –nos saludó, en tono de voz ahogado-. Es algo diferente. Lo atropellaron –agregó.

    Entre mi socio y yo cogimos a Rip y lo llevamos enseguida hasta el cuarto de curas.

    ____Fractura de tibia -afirmó Pérez, compungido-. Pero sin embargo no veo señal de daño interno. ¿Puedes explicarnos qué fue lo que pasó? –le preguntó Pérez. López asintió, y respondió:

    ____Estábamos en mi casa del pueblo. Y Rip corrió hacia la calle; lo arrolló un tractor y lo desplazó unos seis metros. Luego se arrastró como pudo hasta el patio de la casa.

    ____¿Se arrastró? –le preguntó Pérez, confundido.

    ____Es que la pata rota está del mismo lado de la inútil.

    ____Ah, la parálisis -soltó un silbido-. Amor me comentó ese caso -me miró y vi que pensábamos lo mismo: 'fractura y parálisis en un mismo lado, era una combinación desafortunada'.

    Hicimos lo único posible en esos casos: inmovilizar con escayola la pata. Al despedirse López, mostró su sonrisa habitual.

    ____Iré con mi esposa a la iglesia y rezaremos. Estoy seguro que Dios ayudará a Rip –nos dijo.

    Cuando López salió del consultorio con su perro, Pérez me dijo:


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    ____Espero que funcione lo que hicimos a Rip. López es un hombre extraordinario. Dice que va rezar por Rip, y no creo que haya nadie más cualificado para eso. ¿Recuerdas la frase, no sé de quien, 'reza más quien ama las cosas grandes y pequeñas?'.

    ____Sí –respondí, mirándole-. Así es López, una excelente persona, amante de los animales. Todos los granjeros les profesan afecto y admiración. Pero él se lo ha ganado a pulso.

    Yo sabía que mi socio sabía que ese pensamiento era mío. En su 'recuerdas' observé algo extraño, como de no querer reconocerlo, como de atribuírselo. Me vino a la cabeza la visita que hicimos Poli y yo, que pudimos resolver un difícil parto de una vaca del señor Rojo. Una vez que acabamos, ya distendidos, a Poli le dio por jugar a los pensamientos. Y dijo uno: 'contra más dificultad para nacer, mayor apego por la vida existe'. Él sabía que era mío, pero echó mano de la sensibilidad, a la vez que adivinó el anonimato. Y lo hizo sin aspavientos, quizá por su juventud o quizá por su nobleza. Pero Pérez tenía una edad y un saber distintos. Pero esto no tenía importancia. Sólo era una anécdota a colación de la actitud hacia mí de mi socio. Pero ahí queda el dato...

    Seis semanas después, López trajo a Rip al consultorio para que le quitásemos el yeso. Lo corté con la sierra, y luego examiné la pata; se me hundió el ánimo: el hueso no había soldado. Debía de haber callosidad en el hueso, y lo que vi era las puntas rozando una con la otra, como una bisagra. Pérez estaba en el jardín. Lo llamé para que echase un vistazo.

    ____Qué contrariedad -miró a López, después de examinar la pata, y le dijo-: amigo López, tenemos que intentarlo de nuevo, pero no me gusta el aspecto que esto presenta.

    Le aplicamos una nueva inmovilización a la pata. López, confiado y optimista, sonrió.

    ____Apuesto a que sólo necesita más tiempo. Estoy seguro de que la próxima vez estará bien.

    Empero su apuesta, no fue así. Retiramos la segunda escayola y la pata no había cambiado. Había poco tejido nuevo alrededor de la fractura.

    ____Amigo López, esto sigue igual –le informé.

    ____¿Quieres decir que no ha soldado? –me preguntó.

    ____Así es. Por extraño que pueda parecer, no ha soldado.

    Se rascó la cabeza, como pensando. Al fin, dijo:

    ____¿Entonces no va a soportar ningún peso en esa pata?

    ____No veo cómo…

    ____Bueno… Ya veremos...

    ____Pero, López –terció Pérez-. Dos patas inútiles del mismo lado… No podrá caminar. No veo la forma…

    Pudimos observar su ya conocida expresión. Sabía lo que estaba pensando. Pero no lo iba a aceptar. Y también sabía cuál iba a ser su siguiente pregunta. La misma de siempre, la que tenía grabada en su corazón:

    ____¿Está sufriendo?

    ____Las fracturas no duelen y la parálisis no causa dolor –respondió enseguida Pérez, que añadió-: pero Rip se va dando cuenta de que no puede caminar.

    El bueno de López ya había abrazado fuertemente a su perro, y su perro le correspondía moviendo el rabo y lamiéndole la cara.

    ____De todas formas, le daré una oportunidad –contestó.

    Cuando López salió con su perro en los brazos, Pérez me miró.

    ____¿Qué haces frente a esto? –me preguntó.

    ____Igual que tú –respondí-. López siempre da oportunidades a sus animales, pero en este caso no hay ninguna esperanza.

    No obstante 'mi sentencia', yo estaba errado. Tres meses después, López me telefoneó. Decía que fuese a su granja a examinar una ternera. Cuando llegué, lo primero que vi fue a Rip guiando a las vacas al establo. No soportaba peso en su lado derecho, pero lo iba aguantando con el izquierdo, arrastrando levemente la planta de la pata. López nunca nos dijo algo así como: '¡te lo dije…!', pero si lo hubiese dicho, no me hubiese importado, porque yo estaba absorto observando al perro haciendo su trabajo. 'Es verdad que no puede quedarse quieto', pensé. Era muy evidente que le gustaba trabajar, pero con tesón, inteligencia y valentía.

    ____Amor, esta ternera… –dijo, yendo al tema principal de la visita-. No había visto nada igual. Da vueltas y vueltas, como una loca. 

    Me sentí abatido. Esa vez esperaba hallar algo normal. Mis últimos diagnósticos con sus animales, podrían definirse como fallidos y de pronósticos equivocados. Y ya iba siendo hora de que resolviese un caso. Pero éste, tampoco parecía fácil.

    Se trataba de una ternera huesuda y de un mes de vida. El pelaje era negro y blanco, la combinación de colores más favorita por los


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    granjeros para el ganado ibérico. Se hallaba echada en un lecho de paja, sin que mostrase ninguna anormalidad, excepto en la cabeza, levemente inclinada. López la golpeaba, con su siempre delicadeza en los cuartos traseros y el animal se ponía en pie. Y ahí empezaba la anormalidad. Se giraba hacia su lado derecho, como atraída por un imán, hasta topar contra el establo; caía pero se levantaba para luego reiniciar su avance, y siempre hacia la derecha. Pero apenas daba un paso, de nuevo caía.

    ____Así que era esto -susurré-. Le tomé la tensión: algo alterada. Le puse el termómetro: cuarenta grados.

     ____La enfermedad que padece esta ternera se llama Listeriosis. Pero se la conoce como 'La enfermedad de la marcha en círculo', y tú estás viendo por qué. Afecta al cerebro.

    ____De nuevo el cerebro, como con las ovejas –parecía confundido.

    Hizo una pausa, y agregó-: debe haber algo en el aire de este lugar -se agachó sobre su vaca y la acarició. Luego, mirándome, añadió-: y supongo que no hay nada que pueda hacerse. Pero yo seguiré luchando por todos y cada uno de mis ani…

    ____Creo que puedo hacer algo –lo interrumpí-. Esto es diferente a lo de las ovejas. Se trata de un minúsculo microbio que afecta al cerebro. Con un poco de suerte, podemos curarla.

    Me sentía frustrado. Meses anteriores a la Guerra Civil española, esta enfermedad era mortal, ya que los microbios que la causaban, anulaban los antibióticos, pero en aquella época habían cambiado las cosas. Había visto a algún cabrón, aquejado de la enfermedad, recuperarse en pocos días. Pero esto que estaba pensando no se lo iba a comunicar a López, hasta no estar completamente seguro de cómo comenzar a actuar. Para casos así, extraños, mi experiencia se alimentaba de mi prudencia.

    Le inyecté a la ternera Penicilina y Estreptomicina. Esto último era un hallazgo reciente en nuestra profesión.

    ____Regresaré mañana. Para entonces, espero hallar alguna mejoría –le dije a López, y enseguida me fui hacia mi coche.

      Después de examinarla al otro día, la temperatura había bajado, pero los síntomas no habían disminuido. Repetí la inyección y dije a López que volvería al día siguiente.

    Y volví. Y el otro. Y el otro… Nada. La temperatura era normal y el apetito excelente, pero seguía caminando en círculo.

    ____¿Crees que este tratamiento está funcionando? –me preguntó después de diez días, con gesto de dudas, el protector de animales domésticos más entregado a ellos que había conocido.

    Me entraron ganas de gritar. '¿Habría en realidad algo en el lugar?', pensé, incrédulo. Mis creencias no me permitían hacer conjeturas de este tipo. Entonces, miré a López y le dije:

    ____No estamos llegando a nada, amigo López. Los antibióticos han salvado la vida a tu ternera, pero debe haber algún daño cerebral, y es por eso que no experimenta avance de recuperación.

    Resultaba difícil tomar alguna decisión en algún animal de López, sin antes no hablar con él. Y aunque me dije no decirle nada hasta no estar convencido de lo que iba a hacer, su insistente preguntar lo hacía imposible. Entonces traté de contemporizar. Algo que no iba con mi línea de actuación. Siempre había sido muy concreto en todos mis cometidos.

    ____Es buena ternera, parida por una de las mejores de mis vacas.

    Parecía no escuchar mis comentarios, pero, sin embargo, adivinaba mis pensamientos.

    ____Va a ser una buena lechera. Mira su color; le pusimos Zarza de nombre. ¿No es una vaca guapa? No puede morir por esto, no sería justo. Me ocuparé en especial de ella. Con otros de mis animales lo he conseguido -añadió, como hablando para sí mismo

    ____Sí, todo eso dice mucho en favor de Zarza, pero la realidad es la que es -respondí, intentado bajarle de tan ilusa idea.

    'Aunque quién mejor que el papá de la criatura porque López, para con sus animales, consigue lo que se propone', pensé.

    ____Gracias, Amor –me dio una palmada en el hombro, y luego me acompañó hasta el coche. Ya allí, añadió-: sé que has hecho todo lo posible –estaba claro que no quería seguir hablando del tema. Pero por su forma de expresarse, muy conocida ya por mí, una vez más había decidido dar una oportunidad a un animal suyo

    Resultó que al final la fe de López era recompensada de nuevo y que mi pronóstico, una vez más, había sido fallido. Pero con Zarza no podía culparme, porque las secuencias de los acontecimientos que sucedieron a su recuperación, no aparecían en ningún tratado veterinario.

    Durante
    los dos años siguientes, los síntomas de la enfermedad de Zarza iban disminuyendo, aunque la mejoría era tan lenta que casi no se notaba. Siempre que iba a 'Granja Granjero' revisaba a Zarza y, aún mi asombro, iba mejorando. 'Parece que se está diluyendo el algo en el aire de este lugar', pensé entonces.


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    Tres semanas después seguía caminando en círculo, lo que más tarde se convertiría en ligero tambaleo hacia la derecha, que a su vez se reducía a leve inclinación de cabeza hacia ese lado, hasta que un día desapareció y Zarza se normalizó por completo. Era un deleite observarla. 'Por fin se ha diluido completamente el algo en el aire de este lugar', pensé en esa ocasión.

    ____¡Maravilla! Habría apostado que éste era un caso sin remedio. ¡Y mírala! ¡Casi normal! -le dije a López.

    ____Estoy contento por ella, Amor –sonrió, y añadió-: antes de que todo esto termine, se va a convertir en la mejor vaca de la región. Pero.... –señaló con el dedo y amplió la sonrisa- no es perfecta. Le quedó un pequeño detalle -se inclinó hacia mí y me dijo al oído-: mírale su cara. 

    Extrañado, la miré fijamente.

    ____Yo no veo nada especi… ¡Eeehhh!

    ____¡Lo viste, jajajaja! –su sonrisa se transformó en risa.

    ____¡Es asombroso!

    Por unos instantes, la expresión plácida de Zarza se contraía en un leve guiño de ojos a la derecha. Había algo humano en ese gesto. Una mirada seductora que recordaba a las de las vampiresas de un cabaré. López no dejaba de reír.

    ____ ¿A que nunca habías visto una cosa así? –me preguntó, a la vez que se contenía la risa.

    ____No. ¿Lo hace con frecuencia? –respondí, y pregunté.

    ____De vez en cuando. Y supongo que desaparecerá como todo lo demás. Pero para esto no le daré ninguna oportunidad. Me gusta lo que hace. Jajajaja.

    ____Y a mí –respondí, si dejar de mirar a Zarza.

    ____El que hayamos perseverado tanto está dando sus frutos -ese 'hayamos' era todo un detalle por su parte.

    ____Acabo de aparearla y parirá a tiempo para presentarla en la VIII Exposición Ganadera y Agrícola de Cazalla, que se celebrará dentro de cuatro meses -me informó López.

    ____Será interesante verla allí -concluí, nos despedimos, y me fui hacia mi coche.

    Y efectivamente. Fue interesante. Zarza se había convertido, como por arte de magia, en una clásica sevillana, con toda la gracia y la majestuosidad de esta grandiosa raza. Eran dignos de ver el lomo recto, el nacimiento del rabo y la forma elegante de las ubres. Y el día del concurso, todo ese aspecto lucía aún mejor en el centro de la pista, con un sol estival de julio brillando en su piel. Acababa de parir, y las ubres, llenas y de base plana, sobresalían de los cuartos traseros. Superar una estampa así, iba a ser difícil, y era un placer sólo pensar que semejante criatura, aparentemente perdida hacía tres años, estaba a punto de triunfar en una exposición ganadera de reconocido prestigio.

    Pero Zarza tenía unas competidoras fuertes. El juez, el señor Pérez Muñoz, ínclito veterinario, tío de mi socio, había reducido el grupo a tres ejemplares. Zarza estaba entre ellos. Sus contrincantes, una zaina y una de color colorado, eran vacas guapas. Y la que ganase el concurso, lo haría por un margen estrecho. Nunca había habido antes una competencia tan reñida, por lo que el señor juez lo tenía realmente difícil.

    El incombustible y muy elegante señor Pérez Muñoz era además un granjero afamado, aunque ya retirado por la edad. Pero continuaba siendo uno de los más entendidos en ganado vacuno. Su porte iba en consonancia con su posición. Su figura alta y delgada destacaba aun sin el bien cortado traje, y sombrero cordobés. Y el toque final lo daba unas diminutas gafas, color carne, suspendidas del cuello mediante un fino cordón de oro. Todo él era un galán. Un año atrás, había sido elegido, entre afamados y cualificados granjeros, para presidir el jurado. Y a decir de todos, le quedaba cuerda para rato, aun sus ochenta años.

    Y no sólo ejercía su actividad de juez en la provincia sevillana, era requerido en otros puntos de España incluso en el extranjero. Tenía prestigio y grandes conocimientos, y no sólo sobre la raza vacuna, también de todos los animales de granja.

    El juez, garboso, llevaba la mirada a la pequeña hilera de bovinos, ajustándose las gafas cada vez que se inclinaba para inspeccionar un punto determinado. Era claro que la decisión le resultaría muy difícil, la más de su faceta como juez. Su cara normalmente rosada, estaba roja. Pensé que no era debido al sol, sino a la larga sucesión de whisky que había tomado en la tienda de campaña, destinada a los jueces. Finalmente, frunció la mirada y se aproximó a Zarza. Se inclinó hacia ella y observó su cara, como examinándole los ojos. Sucedió algo. No pude ver la cara de la vaca, pero sospecho que habría repetido el guiño que tanto me había sorprendido, porque el veterano veterinario, granjero y juez, alzó las cejas con sorpresa, y sus gafas cayeron y quedaron suspendidas del cordón de oro unos segundos antes de volvérselas a poner. Se fijó de nuevo las gafas y Zarza repetiría la misma operación. La miró largamente, e incluso mientras examinaba a las otras vacas, volvía a mirarla dos veces más. Podía leerse en sus labios lo que estaba murmurando: '¿lo he visto en realidad, o es el whisky que empieza a hacer estragos'. Se sacudió la cabeza.


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    De nuevo recorrió lentamente la hilera, con esa forma de mirar de una persona que va tomar una determinación. Se paró ante Zarza y le echó una última ojeada, retrocedió, y yo apostaría que la vaca volvió a hacer el mismo gesto.

    Esta vez, las gafas permanecían en su lugar, pero era evidente que el juez se sentía perturbado. No obstante, su experiencia eliminaba toda duda. De inmediato dio a Zarza el primer premio. En realidad, el pobre hombre no tenía otra opción.

    Pasados algunos minutos, mientras caminaba hacia la pista central para la entrega de los premios, fue abordado jubilosamente por un López, rebosante de alegría.

    ____¡Impresionante Zarza, ¿verdad, señor Pérez? Casi humana me atrevería a decir. ¿No la ve usted así?

    ____¡Desde luego que sí! –contestó, eufórico, a la vez que se ajustó de nuevo las gafas y después agregó-: de hecho, me recuerda a un tipo que conocí en Sevilla hace ya algunos años.


    Y con este singular broche simpático, terminé este caso. Pero, sin detenerme en el sorprendente y divertido final, me gustaría resaltar la actitud perseverante de un hombre, amante de los animales domésticos. Con el paso de los años, he tenido la oportunidad de comprobar que la misma perseverancia y el mismo cariño derrochaba en todos sus cometidos. Y así, evidentemente, resultaba muy difícil que le pudiesen ir mal las cosas




    (FIN EPISODIO COMPLETO 'EL GRANJERO POR ANTONOMASIA')
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    El Labrador


    En la penumbra del corredor me pareció ver una protuberancia que pendía de un lado de la cara del perro, pero al acercase éste vi que se trataba de una lata de atún Me sentí aliviado porque sabía que estaba otra vez ante Leo. Lo conduje hasta la cocina y lo subí en la encimera para examinarlo.

    ____¡Ya has vuelto a husmear en la basura, eh!

    El labrador adoptó un gesto que parecía una sonrisa de disculpa, y después trató de lamer mi cara. Inútil. No podía. Su lengua había quedado atrapada en la tapa de la lata. Pero lo compensó con un impetuoso movimiento de rabo.

    ____Perdona que te moleste otra vez –me dijo Bella, la atractiva y amable ama de Leo, que me había hecho ir con urgencia a su casa, en Cerro Hierro-. No sé qué le pasa que no puede estar alejado del cubo de la basura. Las otras veces mis hijos o yo pudimos extraerle la lata, pero esta vez quedó bastante atrapada y no lo intentamos en evitación de alguna herida –se apresuró en añadir.

    Mientras cogía del maletín unas pinzas pensé en las de veces que había hecho esto por Leo Era un perro grande, retozón, y un poco bobo. Sus ataques al cubo de la basura se estaban convirtiendo en una pesadilla. Cogía una lata del cubo y se comía los restos, pero con tanto ahínco que su hocico quedaba atrapado. Una y otra vez, su ama o sus hijos o yo, teníamos que liberarlo de latas con carne, frutas en almíbar, atún, leche condensada… Parecía gustarle todo. Y lo curioso era que ponía más afán en comer desperdicios que en su propia comida, siempre dispuesta en su casuca.

    De nuevo regresé junto al perro. Sujeté el borde de la lata con las pinzas y lo doblé hacia atrás hasta poder liberar la lengua. Al poco, esa misma lengua cubría mis mejillas de lamidas, expresando así su agradecimiento.

    ____Déjame ya, bobo –dije, sonriendo.

    ____Apártate –Bella lo bajó de la base del fregadero-. Está bien que lo festejes, pero estás convirtiéndote en una molestia. Y esto tiene que acabar ya –añadió fingiendo una regañina.

    Pero ese enfado no surtía efecto, porque sonreía mientras hablaba. Sentir cariño por Leo era algo inevitable debido a su buen carácter, tolerante y sin malicia. A veces había visto a los hijos de Bella, dos niños y una niña, llevarlo en los brazos con las patas hacia arriba, o empujándolo en un cochecito de bebé, vestido de ropa de bebé. Lo sometían a todo tipo de juego, y Leo lo soportaba con humor. De hecho, disfrutaba.

    Pero tenía otras rarezas, además de su hobby por los desperdicios. Una tarde, en que atendía al gato de esa casa, vi que actuaba en forma extraña. Bella estaba con sus labores de punto, sentada en un sillón, mientras su hija se hallaba conmigo en cuclillas frente a la chimenea, sujetando la cabeza del felino.

    Mientras buscaba el termómetro en el maletín, observé que Leo se escurría sobre el suelo del salón e iba remoloneando a través de la alfombra con un perfecto ritmo hasta posarse al lado de su dueña. De pronto, empezó a subir lentamente, apoyando en el sillón las patas traseras hasta llegar a las rodillas de Bella, que lo empujaba una y otra vez, sin prestarle atención. Leo reiniciaba el ascenso, y ahora de espaldas. Movía las caderas a ritmo lento, a la vez que las levantaba poco a poco. Y esto lo hacía con cara inocente, como si fuese algo normal.

    Sorprendido, dejé de buscar el termómetro y seguí observando al perro. Bella estaba tan absorta en su trabajo que no se percataba de que el trasero de Leo se posaba en sus rodillas, enfundadas en pantalones vaqueros. Leo se paró, como confirmando que esa fase no había tenido éxito. Luego, suavemente, reiniciaba a consolidar su posición empujándose con sus patas delanteras. En el momento en el que un último empujón lo había acomodado en el regazo de Bella, ésta alzó la cabeza:

    ____¡Eres un pesado! -y rodando lo envió a la alfombra. Leo la miró con mirada triste.

    ____¿De qué se trata? –le pregunté a Bella, después de contemplar toda la escena.

    ____Es por estos viejos vaqueros, que tanto le gustan. Cuando era un cachorro, pasaba horas sobre mis rodillas, y en esa época yo los usaba mucho. Y desde entonces, cuando me los ve puestos, trata de subirse de nuevo. Pero ya no puedo tener encima a un perro tan grande -respondió.

    ____Así que es por eso que se te acercaba.

    ____Mientras estoy distraída funciona, pero si ha estado jugando en el jardín, los ensucia tanto que tengo que meterlos en la lavadora. Por eso están tan deslucidos. Y les tengo cariño. Me los compró mi marido como regalo de nuestro sexto aniversario. Y cuando Leo me los mancha, se lleva una buena regañina.

    Leo daba color a mi trabajo diario en Cerro Hierro. Mientras llevaba conmigo a 'Balú2', lo veía a menudo cerca del río. Un día de calor,


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    había perros bañándose en el agua del río. Pero mientras todos se metían y nadaban normal, la entrada de Leo era apoteósica: corría hacia la orilla, se lanzaba al agua con las patas extendidas, como en trampolín, y quedaba suspendido en el aire durante un instante antes de zambullirse ruidosamente. Para mi manera de ver la vida, esta era la actitud de un perro feliz.

    Al día siguiente y en el mismo lugar, fui testigo directo de algo más extraordinario todavía. En el parque infantil, Leo se divertía como un niño más en el tobogán, pero en una postura fuera de lo común mientras hacía cola con los niños. Cuando le llegaba su turno subía los escalones, se deslizaba, todo importancia, y después regresaba de nuevo a la cola.

    Los niños, que eran sus compañeros de juego, lo veían como algo normal. Pero yo no podía irme del lugar. Para mí no era tan normal. Podía haber permanecido allí durante todo el día. Y hasta mi perro, 'Balú2', estaba entusiasmado.

    A menudo sonreía recordando sus diabluras, pero no sonreía un día en que Bella lo trajo a mi consultorio.

    Esto fue días después de haberle visto en el río. Su luz y su alegría habían desaparecido. Se arrastraba en el pasillo. Cuando lo cogí, para subirlo a la mesa de curas, noté que había perdido peso.

    ____¿Qué le ocurre? –le pregunté a Bella.

    ____Está triste, no tiene ganas de jugar, no come y tose mucho -me miró con gestos de preocupación-. Y esta mañana amaneció peor Como puedes ver, respira con dificultad –respondió.

    Mientras le ponía el termómetro, observé su respiración acelerada y la boca entreabierta, además de ansiedad en la mirada. Cuarenta grados marcaba el termómetro. Lo ausculté con el estetoscopio.

    Una vez oí decir al veterinario decano de la facultad de Sevilla que los ruidos en el pecho de un perro eran como una caja de silbidos. Y ésta era la descripción de la respiración de Leo ese día: silbidos y rechinidos, acompañados de una respiración débil.

    ____Leo padece de pulmonía –le dije a Bella, a la vez que ponía de nuevo el estetoscopio en el bolsillo de mi bata.

    ____Ay –se acercó más a su perro y le tocó el pecho, jadeante-. ¿Es eso grave? –dijo, preguntándome con cara angustiada.

    ____Lo es –le respondí.

    ____Pero con la aparición de esos nuevos medicamentos no lo será tanto, ¿verdad? -me envió una triste mirada.

    Dudé antes de responder.

    ____En los seres humanos, y en algunos animales, la Sulfamida, y ahora la Penicilina ha cambiado el panorama. Pero todavía es difícil curar a un perro de pulmonía.

    ____¿Quieres decir que no tiene solución?

    ____Tampoco es eso. Sólo que algunos perros no reaccionan con el tratamiento. Pero Leo es joven y fuerte y creo que los admitirá. Me pregunto qué fue lo que inició todo esto… 

    ____Lo sé. Y bien que lo sé. Estuvo anteayer durante largo tiempo en el río. Intenté mantenerle fuera, porque hacía mucho frío, pero si veía un simple papel flotando, se lanzaba al agua y permanecía todo el tiempo jugando con él. Tú también lo viste. Era una de las cosas graciosas que hacía.

    ____Pero después de eso, ¿ha estado tiritando o temblando?

    ____Sí, me lo llevé a casa luego de secarlo y abrigarlo, pero seguía temblando mientras se secaba al fuego de la chimenea.

    ____Entonces esa es la causa. De todas formas, vamos a iniciar un tratamiento. Voy a inyectarle Penicilina, y durante todo el proceso iré a tu casa. No debe salir a la calle, y tienes que resguardarle del frío, pero todo el tiempo.

    ____Entendido. ¿Alguna otra indicación?

    ____Sí. Hazle lo que llamamos en medicina un chaleco de pulmonía. Le haces a un trozo de manta cuatro aberturas, para que entren las patas, y una costura a lo largo del lomo. Debe mantener el pecho cubierto. Este chaleco es muy importante. No lo olvides.

    Al otro día repetí la dosis. No había cambio. Seguí inyectándole tres días más. No reaccionaba bien. La temperatura iba cediendo, pero apenas comía y seguía perdiendo peso. Le administré Sulfapiridina, que no ayudó gran cosa. Conforme iba transcurriendo el tiempo y el perro se hundía, llegué a la conclusión, que un mes antes habría sido un disparate: este animal, retozón y feliz, se iba a morir.

    Pero no murió; sobrevivió: la fiebre había cedido, y el apetito había aparecido quedando estabilizado en un nivel gris, en el que parecía encontrarse a gusto.

    ____No es el mismo –me dijo Bella, una semana más tarde cuando fui a visitarlo. Los ojos de la mujer estaban húmedos. 

    ____Lo hemos curado de una pulmonía, pero le quedaron pleuresía crónica y adherencias. Y es muy probable que algún otro daño en los pulmones.

     ____Se me rompe el alma verlo así -se enjugó las lágrimas- Es que sólo tiene dos años. Pero actúa como un viejo. Estaba tan lleno de vida –sacó de nuevo el pañuelo-. Me arrepiento de haberle reñido tanto por husmear en la basura y por mancharme mi ropa. ¡Cuánto me gustaría que volviese a hacer sus travesuras…!


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    ____¿Ya no hace nada de eso? –pregunté metiendo la mano debajo del chaleco para calibrar la temperatura.

    ____Sólo permanece echado. Ni siquiera tiene ganas de salir al sol, o a pasear en el jardín. Lo dicho; actúa como un perro viejo.

    Mientras lo miraba, se levantó y caminó hacia la chimenea. Luego se paró, con los ojos sin la chispa habitual, tosió, soltó un quejido y se echó sobre la alfombra. Tenía razón: parecía un perro viejo.

    ____¿Crees que se va a quedar así para siempre? -me preguntó.

    ____Lucharemos por lo contrario.

    Aun mi positivismo, mientras me alejaba en mi coche no abrigaba esperanzas. Había visto perros con daños pulmonares, recuperarse de una pulmonía, pero quedaban inútiles para el resto de sus días. Mi amigo y colega Javi contaba en uno de sus libros un caso de un perro con este problema, que era seguro que le quedasen secuelas irreversibles.

    Pasaban los días y cada vez que iba a Cerro Hierro, que era a diario veía a Leo cuando Bella lo sacaba a pasear con la correa. No quería caminar, pero Bella iba despacio y así podía seguirla. Pensaba con tristeza en el bullicioso Leo de antes, y me decía a mí mismo que al menos había salvado la vida. Para no seguir amargándome, intenté sacarlo de mi cabeza.

    Y lo logré. Hasta un lunes de abril. La noche anterior había estado trabajando hasta las seis de la mañana, examinando a una yegua que padecía cólicos. Terminaba de escurrirme en la cama, cuando me llamaron para atender un parto de una vaca. Regresé sobre las diez dispuesto para acostarme de nuevo. Pero quedó en el intento. Con cansancio atendí las visitas programadas. Estaba tan agotado que casi no sentía el cuerpo, y durante la comida mi mujer miraba, preocupada, mi cabecear sobre el plato.

    A las cinco de la tarde, eran tres perros y una gata los que había en el consultorio. Confieso que les eché una mirada con los ojos medio cerrados. Cuando llegué al último caso, medio dormido estaba ya.

    ____El siguiente –dije con poca voz, y Poli, que ya formaba parte de nuestro equipo, abrió la puerta.

    Esperé ver la escena, ya muy familiar, de un dueño que traía a su mascota en los brazos.

    Pero esta vez era distinto. Había un hombre y un caniche frente a mí, y lo que me hizo despertar fue el caniche, que caminaba en pie sobre las patas traseras.

    '¿Sueño?', pensé. Pero no, porque vi al perro, que, con aire altivo, caminaba con el pecho y la cabeza en alto, y tan rígido cual militar en un desfile. Su dueño, al ver mi perplejidad, soltó una sonrisa.

    ____No se asuste, doctor Amor –me dijo- Este perro había trabajado tres años en un circo, antes de yo comprarlo, y con frecuencia le gusta recordar su número. Causa sorpresa, pero no se puede negar que hacía bien su trabajo.

    ____Desde luego que no –le respondí.

    El perro no estaba enfermo. Sólo lo traían para que le cortasen las uñas. Sonreí mientras Poli lo subía a la mesa y luego lo sujetó para que se estuviese quieto. Cuando acabó, todos menos yo se fueron, y entonces volvió a apoderarse de mí el cansancio.

    Mirando al caniche alejarse caminando, ahora de forma normal, me vino al pensamiento que hacía tiempo que no veía a un perro hacer algo fuera de lo común, como las cosas que hacía Leo.


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    Me apoyé en la puerta de salida mientras una oleada de recuerdos me invadía. Cerré los ojos y cuando los abrí, vi al 'basurero' Leo, con su dueña doblando la esquina. La nariz había desaparecido en una lata. Al verme, empezó a tirar de la correa y a mover el rabo. Sin duda, me había reconocido. Pero… esta vez sí estaba soñando. Parecía que estaba viendo una escena del pasado. Y era necesario que me fuese a la cama. Seguía materialmente clavado junto a la puerta, cuando Leo saltó los escalones e intentó lamerme la cara. Inútil. Una lata, como muchas otras veces, no se lo permitía. Miré a Bella, que se hallaba radiante de felicidad.

    ____¿Pero qué ha ocurrido?

    ____¡Ya lo ves! ¡Está perfectamente! -los ojos brillantes y la amplia sonrisa de la joven señora la hacían más atractiva aún.

    ____Y supongo que has venido, como antes, para que separe la lata de su hocico – ya estaba despierto del todo.

    ____Sí, Amor, por favor.

    Tuve que echar mano de todas mis fuerzas para subirlo a la mesa de curas. Pesaba más que antes de enfermar. Sobre la marcha, le hice la operación de tantas veces. La sopa de tomate sería una de sus favoritas, porque me tuvo ocupado un buen rato.

    Cuando al fin acabé, tuve que luchar contra un efusivo ataque de agradecimiento, por parte de Leo

    ____¡He podido comprobar que has vuelto a las andadas, ¿eh?

    ____Igual que antes. Y todos los días se desliza en el tobogán con sus amigos, los niños –dijo Bella.

    Entonces lo llevé hasta la mesa de curas y después le ausculté los pulmones: maravillosamente limpios. Un leve ronquido, aquí y allá, pero la cacofonía pertenecía al pasado. Me incliné sobre la mesa y lo miré, con una mezcla entre cansancio e incredulidad. Era como antes: bullicioso y lleno de vida. 'Dios le ha echado un buen cable a este animal', pensé.

    ____¡Dime, Amor! –la voz de Bella era jubilosa-. ¿Qué es lo que ha curado a mi perro?

    ____Vis medicatrix naturae, Bella –respondí, en tono solemne-. 'El poder curativo de la Naturaleza'. Cuando ésta se decide a actuar, ningún veterinario puede competir.

    ____¿Y no se sabe cuándo actúa? –preguntó de nuevo.

    ____Eso es cosa de Dios -nos mantuvimos en silencio durante unos instantes mientras acariciábamos al perro-. Por cierto, ¿ha vuelto a mostrar interés por tus vaqueros? –le pregunté, súbitamente.

    ____Diría que más. En este momento están en la lavadora. Los dejó totalmente sucios, ¿No es maravilloso? –nos despedimos dándonos un beso en cada mejilla. Luego, alegre y feliz, salió del consultorio con su perro.

    Una vez que se alejaron, volví a echarme sobre la puerta, y entonces pensé en las pequeñas sensaciones que Dios pone al alcance del hombre, que sirven para enriquecer nuestra sensibilidad. Tomé como ejemplo el caso que acababa de atender: los enfados de Bella, porque su perro le causaba molestias por remover en el cubo de la basura; las latas que Leo enganchaba a su hocico, las manchas de barro que Leo ocasionaba en los pantalones vaqueros de su dueña, el tiempo que se pasaba Leo en las frías aguas del río. Todo ello, con un relativo beneplácito de su protectora, el celo y la entrega de un humilde veterinario y, por supuesto, el acertado tratamiento, curó al perro. Y Dios siempre se encontraba próximo. Por si acaso…



    (FIN EPISODIO COMPLETO 'EL LABRADOR')
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    El Susto


    '
    Dejé mi corazón en manos indiferentes…' La voz de la niña llegó a mis oídos mientras conducía. Íbamos a 'Granja Lechera', en Cerro Hierro, para tratar de curar a una vaca, acompañado de mi hija, y era agradable escucharla cantar. Su hermano ya cursaba estudios superiores, y yo añoraba su compañía y sus siempre ocurrentes y divertidas preguntas, además de sus asombros crecientes ante las maravillas del campo. Pero ahora, de nuevo todo volvía a empezar con Candela.

    A mi hija le gustaba cantar, y se había iniciado en ello escuchando música de nuestro viejo fonógrafo. Pero necesitábamos un aparato mejor. La música era la mayor ilusión para ella. En aquella época no habían equipos estereofónicos de alta fidelidad. A lo más que podíamos aspirar era a una gramola. Luego de mirar escaparates en Sevilla y de atender los consejos dsinónimos magníficoe algunos comerciantes del gremio, nos decidimos a comprar una gramola.

    Era un moderno y elegante mueble consola con el frente de rejillas, que podía disminuir el volumen de una orquesta y conservar a la vez la pureza del sonido. Pero sólo había una 'pequeña' dificultad: costaba ocho mil pesetas, y en esa época, eso era mucho dinero. Pero, aun eso, lo compramos.

    ____Mamá –dije a mi mujer, apenas terminé de instalarla-, los niños pueden usar el fonógrafo, pero tenemos que mantenerlos alejados de la gramola. No creo que resulte difícil de conseguir.

    Palabras inútiles. Esa tarde, cuando regresé a mi casa, en el pasillo retumbaba... '¡iuu, iuu, oee, oeee…! Jinetes en el cielo'. Era la otra cara del disco de Enrique y Ana, 'Manos indiferentes', uno de los preferidos de Candela, y al que la gramola le estaba sacando el máximo partido.

    Me asomé al salón, cauteloso, mientras 'los jinetes del cielo se iban alejando', y Candela, con sus pequeñas manos, quitaba el disco y lo metía en su funda. Después, presurosa, iba hasta una estantería que contenía, entre otras cosas, otros discos. Había seleccionado uno nuevo cuando la abordé.

    ____¿Cómo se llama ése? -le pregunté.

    ____'La niña y la mariposa' –ésta fue su respuesta.

    Miré la funda e... increíble. ¿Cómo lo sabía? Teníamos varios discos infantiles, y todos ellos iguales en carátula y en tamaño. Y Candela tenía tres años y cinco meses y no sabía leer…

    Con un movimiento experto, colocó el sinónimos magníficonuevo disco en la gramola y lo hizo funcionar. Cuando terminó, fue a por otro, realizando con la misma destreza la misma maniobra.

    ____¿Y éste? -le pregunté de nuevo, perplejo.

    ____'El niño y las olas' –y así era.

    Finalmente acepté que era inútil mantener alejados a Candela y la gramola; si no me acompañaba a una granja, estaba escuchando música de la gramola: su mejor juguete. Y, después de todo, era lo mejor porque nunca causó daño a tan costosa compra: siempre la mantenía en un perfecto estado de funcionamiento. Y durante los recorridos hacia las granjas, cantaba, repitiendo las canciones que había escuchado. Pero 'Manos indiferentes', se había convertido en su canción favorita.

    Estábamos acercándonos a la cancela de entrada, a la granja que íbamos a visitar, y Candela dejó de cantar. Este era un momento importante para mi hija. Apenas detuve el coche, se bajó, caminó erguida hasta la cancela y la abrió. Se tomaba en serio su trabajo. Y mientras el coche trasponía la entrada, se podía ver la seriedad reflejada en la pequeña cara. Cuando acabó y volvió, para sentarse de nuevo, con Balú2 bajo sus pies, le di en las rodillas un pequeño golpe, como de de complicidad, y le dije:

    ____Eres una gran ayuda.

    Sonrió y adoptó aire de importancia. Sabía que era verdad, porque abrir y cerrar cancelas era toda una responsabilidad.

    Conduje hasta la granja. El amo, Lino, tío de Poli, que se estrenaba como granjero había encerrado la vaca en el establo, cuyo corredor se extendía desde un extremo cerrado hasta el exterior. Era un bravo ejemplar de raza suiza, con el pelaje negro zaino y mirada de maldad. Vi, receloso y con temor, que no dejaba de mover el rabo, y esto era signo de agresividad.


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    ____Hola, Lino. ¿Pudiste atarla? –lo saludé y le pregunté.

    ____Hola, Amor. No es fácil manejar esta vaca. La mayor parte del tiempo está suelta en el campo, y por eso es un poco salvaje. Pero no te preocupes. Yo estaré pendiente de ella.

    Y era verdad. Todo era salvaje en aquel bovino.

    Mientras examinaba a un animal, en una granja, sentaba a mi hijo Julio en una paca de heno, cerca de mí. Pero a mi hija Candela no la quería tan cerca…

    ____Candela, este no es un buen lugar para ti -le dije, y añadí-: por favor, vete al coche, a escuchar tus canciones, o ponte al final del corredor y deja libre el pasillo de la salida –añadí, optando ella por el corredor. No le gustaba estar alejada de su padre.

    Lino y yo entramos al establo. Vi, aliviado, que la prudencia de Lino funcionaba. Se las había aviado para dejar caer un ronzal sobre la testa de la res, había retrocedido hasta un rincón y había deslizado la cuerda en uno de los palos del establo, para finalmente atarla a su propio brazo. Lo miré, con duda...

    ____¿Podrás sujetarla?

    ____Tranquilo. Ya he hecho esto mismo otras veces –contestó, con una voz serena. Y añadió-: la herida se halla al final del lomo. Mira, justo ahí -señaló el punto exacto.

    Mientras pasaba la mano sobre el absceso, cercano al nacimiento del rabo, la vaca tiró una coz que rozó mi cabeza. Había pensado que eso podía ocurrir, pero seguí con mi exploración. Empero, puse en marcha mi instinto de protección. Miré a Lino y le pregunté:

    ____¿Cuándo le apareció esta bolsa con pus?

    Se rascó la cabeza, como pensando. Tensó la cuerda hasta el límite para evitar futuras sorpresas.

    ____Una semana o así –respondió al fin, y añadió-: se revienta, pero vuelve a llenarse. Pienso siempre que esta va a ser la última, pero no deja de llenarse, según se ve. ¿Cuál es la causa? ¿Y por qué la vaca no se queja? –me hizo éstas dos preguntas a la vez.

    ____No sé. Podría ser una herida vieja que se infectó. El drenaje en el lomo de una vaca es reducido, y es no fácil trabajar. Se produce un tejido muerto que hay que quitar para que se pueda cicatrizar.- Hice una breve pausa, lo miré, y continué hablando-: y en cuanto a por qué no se queja, es porque la raza vacuna es muy resistente y muy orgullosa.

    ____Candela -miré hacia donde estaba mi hija-: ¿puedes traer del coche tijeras, un paquete de algodón y un bote de agua oxigenada, por favor?

    Lino la miraba pasmado, mientras la niña, diligente, corría hacia el coche y regresaba con las tres cosas que le había pedido.

    ____¡Caramba! Tu pequeña sabe lo que hace -dijo Lino.

    ____Sí –respondí, ufano-. Es una experta en las cosas que necesito en cada momento en mi trabajo -fui hasta ella, para recoger todo lo que había traído, y enseguida volví. Pero mi hija permanecía sin taponar la salida del corredor, como yo le había ordenado.

    Empecé mi faena. Puesto que el tejido estaba muerto, la vaca no sentía dolor al manipular la herida, pero seguía tirando coses. Era de esos animales que no admitían interferencias. Al fin, terminé y apliqué agua osigenada en la zona afectada.

    Tenía confianza en este viejo procedimiento de desinfección, como un excelente antiséptico que es.

    Vi, feliz, las burbujas que se iban formando en la piel, señal de que empezaba a sanar. Pero la vaca no disfrutaba de esa sensación, ya que dio un súbito salto, arrancó la cuerda del establo y del brazo de Lino, me dejó caer, derribó la puerta, que hizo añicos, y llegó al corredor. Desesperado, intenté dirigirla hacia el lado izquierdo, al campo, pero vi, horrorizado, que tiraba hacia la derecha; ¡hacia el extremo cerrado en el que se encontraba mi hija!

    Aquel fue el peor momento de mi vida. Oí una voz infantil: '¡papá!', ni más palabra, ni chillido, sólo eso pronunciado con relativa calma. Candela estaba en pie contra la pared. Y la vaca, inmóvil, a metro de ella. Pero de pronto se giró al oír mis golpes intencionados en el establo, y pasó ante mí trotando hacia el campo. Arropado por una sensación de agradecimiento estreché a mi hija entre mis brazos y la besé repetidas veces. Podía haber muerto, pero Dios siempre está ahí. Me percaté de lo poco que había servido las precauciones


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