Había en mi ciudad un hombre al que veía siempre corriendo y en chándal, con una prisa de mil demonios. Yo no entendía a que se debía esa prisa. Es verdad que otros hombres y mujeres de mi ciudad corrían en chándal por ella con prisa, con una prisa impropia de la tranquilidad que reinaba en mi ciudad. Pero este hombre se llevaba la palma. Tenía una cara congestionada que casi daba miedo de que muriera de un momento a otro de la prisa que imprimía en las cosa urgentes que tenía que hacer cada vez que me lo cruzaba. "No corra tanto, hombre, que le va a dar algo", le grité un día pero no me hizo ni caso. Como no me hizo ni caso, voy a dejar de hablar de él y voy a hablar de lo bonita que está la plaza de mi pueblo en verano por las noches: las farolas la alumbran primorosamente, los chiquillos la alegran con sus ruidos y risas. Es todo un espectáculo. Os animo a que vayáis. Es muy fácil ir, no tiene pérdida. En fin, estos días no estoy yo muy católico con las ideas de que me hago viejo y entro en un asilo y no conozco a nadie allí. Bueno, lo dejo. Hay veces que no sé de qué escribir y me hago un lío. Pero bueno, lo importante es decir alguna sandez, despeja mucho
Comentarios
Saludos
Emilio