Hubo un tiempo en que la piedra era piedra
y una cara en la calle era un rostro perfecto
Entre esto, yo misma y Dios
hubo un instante de simetría
Desde que has alterado todo mi mundo, esta trinidad se ha perturbado.
La piedra ya no es de piedra
Y los rostros, como en los sueños, son incompletos
hasta en el rostro inmaduro del niño
reconozco tus ojos perdidos.
El soldado sube la escalera resplandeciente dejando tras él tu sombra.
Esta noche, la habitación duerme desgarrada
enmarañada por ti bajo la luz de las estrellas.
Hay días en que siento una desgana
de mí, de ti, de todo lo que insiste en creerse
y me hallo solidariamente cretino
apto para que en mí vacilen los rencores
y nada me parezca un aceptable augurio.
Días en que abro el diario con el corazón en la boca
como si aguardara de veras que mi nombre
fuera a aparecer en los avisos fúnebres
seguido de la nómina de parientes y amigos
y de todo indócil personal a mis órdenes.
Hay días que ni siquiera son oscuros
días en que pierdo el rastro de mi pena
y resuelvo las palabras cruzadas
con una rabia hecha para otra ocasión
digamos, por ejemplo, para noches de insomnio.
Días en que uno sabe que hace mucho era bueno
bah tal vez no hace tanto que salía la luna
limpia como después de jabón perfumado
y aquello si era auténtica melancolía
y no este malsano, dulce aburrimiento.
Bueno, esta balada sólo es para avisarte
que en esos pocos días no me tomes en cuenta.
Cuando sepas que he muerto no pronuncies mi nombre
Porque se detendría la muerte y el reposo
Tu voz que es la campana de los cinco sentidos
Sería el tenue faro buscado por mi niebla
Cuando sepas que he muerto di sílabas extrañas
Pronuncia flor, abeja, lágrima, pan, tormenta
No dejes que tus labios lleven mis once letras
Tengo sueño, he amado, he ganado el silencio
No pronuncies mi nombre cuando sepas que he muerto
Desde la oscura tierra vendría por tu voz
No pronuncies mi nombre
No pronuncies mi nombre
Cuando sepas que he muerto no pronuncie mi nombre
Hoy habrá plenilunio, luna llena, cielo inconstelado con un boquete de luz en medio – ombligo intacto y glorioso -. No dejaremos de venir aquí en la noche. En la taza de café del firmamento, flotará indisoluble, ingrávido, el terrón de azúcar de la luna. Y todo será poesía, amigo mío. Nosotros previviremos una supervida, quizá verdaderamente futura donde todos los hombres serán hermanos y abstemios, y vegetarianos, y teósofos, y deportistas. Y la luna de azúcar se nos hará una dulzura horrible en la boca. Y una nube del color del café con leche ¿qué será? Es posible que no sea nada. O quizá sea ella un verso de Neruda. O quizás una costa de signo, patria de Amara, sueño de Eguren. O si prefieres, simplemente una nube del color de café con leche – para algo tenemos dieciséis años y el bozo crecido.”
Al estilo de los convulsionarios
En aquel París del siglo XVIII
Desde que nací estoy en crisis, le dije a Dionisia Buffon,
cuya conducta fue de pronto como la de los convulsionarios
en aquel París doliente y equívoco del siglo XVIII:
muy supersticiosa, tocada por el impulso
de un espíritu lujurioso, tal vez
clásico, y vorazmente carnívora: polvo y carne y sombra,
desde que nací estoy en crisis,
no somos ¿casi nada?, sombra y carne y polvo.
Desde que nací estamos en el aire, todo es confuso
y convulso como aquella luz invisible que se estremece
en la mirada de Dios: —Estoy en crisis, aún estamos, estoy en crisis,
le dije una vez más a Dionisia Buffon, la reina
de los que van y vienen a través del anillo de su locura.
Ese reino muerto vive todavía en los ojos
de Dionisia, cuya conducta seguirá siendo como la de los convulsionarios
en aquel París equívoco, insufrible y esquivo del siglo XVIII:
muy supersticiosa como si se hubiese descubierto a sí misma
en las profundidades de un libro de piedra.
—No sufras, amor mío, porque no vale la pena y yo también estoy en crisis
desde antes de nacer, desde mucho antes, como la espuma
del mar más antiguo y antes del vuelo sinuoso
del único, aquel mar de siempre, el que viene de muy lejos.
Tú dices que soy vorazmente carnívora en lo diurno
y lo nocturno, y es muy cierto: soy polvo y carne y sombra
desde que vine al Mundo, aún estamos en crisis
y no somos más que sombra, carne y polvo.
Bendita sea la crisis: esta pobre mano, el pie, la pobre vida,
¿dónde está el pie que nunca dejará de pedir su limosna?
Tal vez debamos observar la calma de los dioses a lo lejos, más allá de la espuma.
Las niñas de Balmaceda
no arrullan muñecas Barby
no promocionan pañales de papel
ni van a la catedral los sábados
a compartir la hostia de los ricos
Mecen a sus hermanos
tejen coronas con ramas de sauce
y son inmensamente felices
tanto / tanto /que se olvidan del hambre y del olvido
Las muchachas de Balmaceda
se casan en abril
con hombres que conocieron en marzo
hombres de manos ásperas
que las doblan en edad y en tristeza
Las mujeres de Balmaceda
crían hijos en el polvo y para el polvo
crían los suyos
los de otras
y los lanzan
como plumas al río
que va a ninguna parte
Aman a hombres de piedra
aman como van al mercado / en bicicleta
y luego envejecen alrededor del brasero
cebando mates al anochecer
mates que humedecen e iluminan
las historias simples de la cuadra
No conocen los espejos
se peinan con esqueletos de pescado
y lloran / lloran / lloran
porque sus lágrimas refrescantes
renuevan los surcos resecos de la cara
No saben de letras
de filosofía ni de liberación
se queman las pestañas zurciendo calcetines
son especialistas en química de ollas
y Mesías / para repartir un plato vacío
entre veinte chiquillos hambrientos
Cantemos al dinero
con el espíritu de la navidad cristiana.
No hay nada más limpio que el dinero,
ni más generoso, ni más fuerte.
El dinero abre todas las puertas;
es la llave de la vida jocunda,
la vara del milagro,
el instrumento de la resurrección.
Te da lo necesario y lo innecesario
el pan y la alegría.
Si tu mujer está enferma puedes curarla,
si es una bestia puedes pagar para que la maten.
El dinero te lava las manos
de la injusticia y el crimen,
te aparta del trabajo,
te absuelve de vivir.
Puedes ser como eres con el dinero en la bolsa,
el dinero es la libertad.
Si quieres una mujer y otra y otra, cómpralas,
si quieres una isla, cómprala,
si quieres una multitud, cómprala.
(Es el verbo más limpio de la lengua: comprar.)
Yo tengo dinero quiere decir me tengo.
Soy mío y soy tuyo
en este maravilloso mundo sin resistencias.
Dar dinero es dar amor.
¡Aleluya, creyentes,
uníos en la adoración del calumniado becerro de oro
y que las hermosas ubres de su madre nos amamanten!
Alguien
Ha
Muerto
en
Mi
Y
Yo
He
Muerto
en
alguien.
“Alguienes”
Hemos
Muerto
De
Una
Soledad
Todo
En
el
Mundo
es
Una
Soledad
O un
Fantasma
hambriento
Tu
Eres
Un
Fantasma
En
La
Raíz
De
Mis
Huesos
donde
Yo
Existo
A
Veces
cuando
Llueve
Y
Se
Agrieta
Loca
la serpiente
Que
Se traga
mi corazón.
Baja desde el futuro un tufo a crimen ecuménico
el mono horrible de la muerte espesa
remontando la selva calcinada que muestra el vaticinio
amanece jugando sobre los hombros del presente infectado
el mono horrible con su mueca colorada epiléptica
tira de las orejas a américa a asia a europa
retuerce la nariz al rostro occidental
mete los dedos en los ojos de oriente
y atormenta a la hoja del calendario que esta noche
con la unción del terror arrancamos entre silencio
desciende avanza esa bufatarada de infortunio
es como un tren de pudre que recula hacia ahora
con el furgón de cola cubierto de gusanos
y la locomotora vociferando ardiendo
diluvia una nación de llamaradas gigantescas
sofoca el hondo amago de los hongos horrendos
nos refuta la visión entrevista de un dolor general desde donde
como avispas locas emanarán las quejas metálicas
imágenes de pueblos derritiéndose como azúcar morena
un fragor de infinito final de lumbre extraordinaria
un resuello vastísimo como un átono coro
que interpretara augusto a las incalculables agonías
entre la urdimbre de lianas de los congresos de la paz
entre la fronda pantanosa de la bolsa del armamento
ágil y alucinante peludo apocalíptico baja desde el futuro
avanza el mono horrible de la muerte avanza oliendo
a multitudes agrietadas a naciones recubiertas de astillas
el mono llega haciendo cabriolas se detiene y restriega
en la epidermis del presente su bárbara pelambre
y se masturba cínico colgado del horror que anticipa
péndulo sonriente y espantoso miradlo
el tiempo se ha caído en un embudo loco
y gira y se revuelve y se transforma en una gelatina
que hiede al tenso crimen que estalla en el futuro
el tiempo desconchado desordenado avanza y retrocede
se contrae y se expande perdidas sus bisagras
como un motín de puertas al abordaje del vacío
el tiempo retorcido sin brújulas ni mandos
clama eructa enloquece y a los pies del presente
descompuesto vomita sus venideras hecatombes.
2
(Tenemos miedo. Tenéis miedo.
Nosotros, para quienes ni existe
la calderilla del poder, subimos
por la espina dorsal del miedo.
Vosotros, a quienes el poder os ha servido
matinalmente junto al desayuno,
descendéis por la espina dorsal del miedo.
Tenemos miedo. Tenéis miedo.
Pero mientras que nuestro espanto
segrega miradas circulares, busca
grietas de humanidad a lo largo de la amenaza,
vuestro pánico graso solamente rezuma
venalidad y odio. Nuestro miedo
es igual que un antílope en el bosque incendiado;
el vuestro, un gato oscuro, arrebujado de arañazos.
Nuestras manos hinchadas de terror
buscan únicamente manos;
las vuestras buscan mapas,
y tórridos decretos y fusiles.
Tenemos miedo. Tenéis miedo. El nuestro
es apesadumbrado y deambulante;
el vuestro, acorazado y tumefacto. Todavía,
pulpos de hipocresía, salamandras bursátiles,
todavía hay clases entre los espantados. Todavía
hay diferencias de matiz que advierten
la víctima en un miedo y en el otro la hiena.)
Koyu Abe siembra una semilla de girasol en los jardines del templo de Genji
Koyu Abe, con rigurosa túnica negra,
alta y rapada la cabeza
llano el ceño
siembra una semilla de girasol en los jardines del templo de Genji.
Con parsimonia deposita la pequeña cáscara repleta
de luz en potencia
de futuros asombros
en un cuenco cavado entre la tierra.
La cubre con una pequeña pala
la riega con una regadera anaranjada.
Pasa la brisa sobre los jardines del templo de Genji
la siente Koyu Abe en sus manos salpicadas por el agua.
En una bolsa de tela colgada en el regazo lleva
unas decenas o cientos de semillas.
Es aún muy de mañana y sembrar cada una es su tarea
y cubrirla
y regarla con su regadera anaranjada.
Un millón de girasoles habrán de alfombrar pronto los jardines de Genji y los huertos aledaños.
Monjes, campesinas,
todos habrán de tener manos humedecidas por el agua que riega los futuros
asombros amarillos de los niños,
las que serán luces piadosas para ojos extenuados.
Koyu Abe no conoce a Van Gogh, mas pinta girasoles con su pala.
Koyu Abe, cuya mirada divisa, en lontananza, los perfiles grisáceos de los silos nucleares.
A la vera de Fukushima se levantan los jardines del templo de Genji
y es preciso purificar el cielo, purificar las aguas, purificar el suelo, purificar los soles sembrando girasoles.
No es un efecto estético, me dice Koyu Abe, en el silencio de la imagen:
las raíces absorben los metales pesados
y del veneno nace, como si tal, la flor.
Mas es verdad que también la belleza purifica
por sí misma,
acota el holandés, saliendo del silencio de la tela,
y Koyu Abe me extiende una bolsa de semillas
de cáscaras repletas de diminuta luz.
La enorme regadera anaranjada
me la alcanza Van Gogh.
Tengo que darles una noticia negra y definitiva
Todos ustedes se están muriendo
Los muertos la muerte de ojos blancos las muchachas de ojos rojos
Volviéndose jóvenes las muchachas las madres todos mis amorcitos
Yo escribía
Dije amorcitos
Digo que escribía una carta
Una carta una carta infame
Pero dije amorcitos
Estoy escribiendo una carta
Otra será escrita mañana
Mañana estarán ustedes muertos
La carta intacta la carta infame también está muerta
Escribo siempre y no olvidaré tus ojos rojos
Es todo lo que puedo prometer
Tus ojos inmóviles tus ojos rojos
Es todo lo que puedo prometer
Cuando fui a verte tenía un lápiz y escribí sobre tu puerta
Esta es la casa de las mujeres que se están muriendo
Las mujeres de ojos inmóviles las muchachas de ojos rojos
Mi lápiz era enano y escribía lo que yo quería
Mi lápiz enano mi querido lápiz de ojos blancos
Pero una vez lo llamé el peor lápiz que nunca tuve
No oyó lo que dije no se enteró
Sólo tenía ojos blancos
Luego besé sus ojos blancos y él se convirtió en ella
Y la desposé por sus ojos blancos y tuvimos muchos hijos
Mis hijos o sus hijos
Cada uno tiene un periódico para leer
Los periódicos de la muerte que están muertos
Sólo que ellos no saben leer
No tienen ojos ni rojos ni inmóviles ni blancos
Siempre estoy escribiendo y digo que todos ustedes se están muriendo
Pero ella es el desasosiego y no tiene ojos rojos
Ojos rojos ojos inmóviles
Bah no la quiero
Gracias a ti, juancho, porque te gusta la poesía y te haces preguntas continuas sobre esta... como si no estuviera todo dicho y no hubiese una verdad irrefutable...
Mi madre trabaja en una fábrica de conservas
Mi madre trabaja en una fábrica de conservas.
Un día mi madre me dijo:
el amor es una sardina en lata. ¿Tú sabes
cómo se preparan las conservas
en lata?
Un día mi madre me dijo: el amor es una obra de arte
en lata.
Hija,
¿sabes de donde vienes? Vienes
de un vivero de mejillones
en lata. Detrás de la fábrica, donde se pudren
las conchas
y las cajas de pescado. Un olor imposible, un azul
que no vale. De allí vienes.
¡Ah!, dije yo, entonces soy la hija del mar.
No.
eres la hija de un día de descanso.
¡Ah!, dije yo,
soy la hija de la hora del bocadillo.
Mi madre trabaja en una fábrica de conservas.
Un día mi madre me dijo:
el amor es una sardina en lata. ¿Tú sabes
cómo se preparan las conservas
en lata?
Un día mi madre me dijo: el amor es una obra de arte
en lata.
Hija,
¿sabes de donde vienes? Vienes
de un vivero de mejillones
en lata. Detrás de la fábrica, donde se pudren
las conchas
y las cajas de pescado. Un olor imposible, un azul
que no vale. De allí vienes.
¡Ah!, dije yo, entonces soy la hija del mar.
No.
eres la hija de un día de descanso.
¡Ah!, dije yo,
soy la hija de la hora del bocadillo.
Sí, detrás, entre las cosas que no valen.
Luisa Castro (Foz, Lugo, 1966)
Como me recuerda la primera parte del libro el Perfume, no de la segunda que es solo un relato más.
Ni la intimidad de tu frente clara como una fiesta
ni la costumbre de tu cuerpo, aún misterioso y tácito y de niña,
ni la sucesión de tu vida asumiendo palabras o silencios
serán favor tan misterioso
como el mirar tu sueño implicado
en la vigilia de mis brazos.
Virgen milagrosamente otra vez por la virtud absolutoria del sueño,
quieta y resplandeciente como una dicha que la memoria elige,
me darás esa orilla de tu vida que tú misma no tienes,
Arrojado a quietud
divisaré esa playa última de tu ser
y te veré por vez primera, quizá,
como Dios ha de verte,
desbaratada la ficción del Tiempo
sin el amor, sin mí.
La nieve cubre parcialmente
el breve paisaje más allá de su ventana.
El señor Pound camina descalzo sobre ella,
según él, caminar descalzo sobre la nieve
es una forma certera para escuchar música japonesa.
No importa en cual parte de la tierra te encuentres,
las cuerdas de un koto pasarán por tus venas
y el shamisen marcará sus tres notas
según nazcas, vivas y mueras un día
contemplando un pez de madera inexistente.
La nieve según el señor Pound es de un color audible,
y tiene muy en lo profundo
el olor de los nuevos cerezos.
Cuando la nieve envejece
cae en tonos púrpura sobre sí misma
y ya es una canción que alguien se ha cansado de tararear,
pero aun así queda su música,
esa ceniza virgen que se enciende
cuando toca la piel.
''Brindemos por los locos, por los inadaptados, por los rebeldes, por los alborotadores, por los que no encajan, por los que ven las cosas de manera diferente. No les gustan las reglas y no respetan lo establecido. Los puedes citar, no estar de acuerdo con ellos, glorificarlos o despreciarlos. Pero lo único que no puedes hacer es ignorarlos. Porque cambian las cosas. Empujan adelante la raza humana. Y mientras algunos los vean como locos, nosotros vemos su genialidad. Porque aquellos que están lo suficientemente locos para pensar que se puede cambiar el mundo, son los que lo hacen.''
Yo sé que existo
porque tu me imaginas.
Soy alto porque tú me crees
alto, y limpio porque tú me miras
con buenos ojos,
con mirada limpia.
Tu pensamiento me hace
inteligente, y en tu sencilla
ternura, yo soy también sencillo
y bondadoso.
Pero si tú me olvidas
quedaré muerto sin que nadie
lo sepa. Verán viva
mi carne, pero será otro hombre
oscuro, torpe, malo
el que la habita.
Me gustó el poema, Juancho, lo guardaré :-) Abrazos
Carta al tiempo
Estimado señor:
Esta carta la escribo en mi cumpleaños.
Recibí su regalo. No me gusta.
Siempre y siempre lo mismo.
Cuando niña, impaciente lo esperaba;
me vestía de fiesta
y salía a la calle a pregonarlo.
No sea usted tenaz.
Todavía lo veo
jugando ajedrez con el abuelo.
Al principio eran sueltas sus visitas;
se volvieron muy pronto cotidianas
y la voz del abuelo
fue perdiendo su brillo.
Y usted insistía
y no respetaba la humildad
de su carácter dulce
y sus zapatos.
Después me cortejaba.
Era yo adolescente
y usted con ese rostro que no cambia.
Amigo de mi padre
para ganarme a mí.
Pobrecito el abuelo.
En su lecho de muerte
estaba usted presente,
esperando el final.
Un aire insospechado
flotaba entre los muebles
Parecían más blancas las paredes.
Y había alguien más,
usted le hacía señas.
El le cerró los ojos al abuelo
y se detuvo un rato a contemplarme
Le prohíbo que vuelva.
Cada vez que los veo
me recorre las vértebras el frío.
No me persiga más,
se lo suplico.
Hace años que amo a otro
y ya no me interesan sus ofrendas.
¿Por qué me espera siempre en las vitrinas,
en la boca del sueño,
bajo el cielo indeciso del domingo?
Sabe a cuarto cerrado su saludo.
Lo he visto con los niños.
Reconocí su traje:
el mismo tweed de entonces
cuando era yo estudiante
y usted amigo de mi padre.
Su ridículo traje de entretiempo.
No vuelva,
le repito.
No se detenga más en mi jardín.
Se asustarán los niños
y las hojas se caen:
las he visto.
¿De qué sirve todo esto?
Se va a reír un rato
con esa risa eterna
y seguirá saliéndome al encuentro.
Los niños,
mi rostro,
las hojas,
todo extraviado en sus pupilas.
Ganará sin remedio.
Al comenzar mi carta lo sabía.
Amiga estrofa aquí pensando en que amanece y se va el domingo.
Alcohol y sílabas
La primera palabra es ábreme, vengo
del frío, dame la escritura
para quemarme libre del énfasis, hoy
en el límite del escalón sonámbulo, justo
en la vuelta 26
de esta corrida con la muerte
porque el tiempo está ahí con su materia
traslucida, en este aire adivino
que me sube por las venas sin que sea yo
este yo que vuela y anda animal
sagitario por las calles, alcohol y sílabas
celebrando el cumpleaños del loco en la peor de las sintaxis
de diciembre, viéndolo todo
por anticipado en el marco sin espejo, el amor
y el vértigo, lo simultáneo
de estar en todas partes:
¿hay Dios
en esta quebrazón de copas, o lo que va a estallar
es el mundo?
Todos saben que vivo,
que soy malo; y no saben
del diciembre de ese enero.
Pues yo nací un día
que Dios estuvo enfermo.
Hay un vacío
en mi aire metafísico
que nadie ha de palpar:
el claustro de un silencio
que habló a flor de fuego.
Yo nací un día
que Dios estuvo enfermo.
Hermano, escucha, escucha...
Bueno. Y que no me vaya
sin llevar diciembres,
sin dejar eneros.
Pues yo nací un día
que Dios estuvo enfermo.
Todos saben que vivo,
que mastico... y no saben
por qué en mi verso chirrían,
oscuro sinsabor de ferétro,
luyidos vientos
desenroscados de la Esfinge
preguntona del Desierto.
Todos saben... Y no saben
que la Luz es tísica,
y la Sombra gorda...
Y no saben que el misterio sintetiza...
que él es la joroba
musical y triste que a distancia denuncia
el paso meridiano de las lindes a las Lindes.
a noventa kilómetros por hora
en el espejo de la mañana atrasada
las vaquitas de ojos de viento y el tul morado
de usted señora no me convence los ojos
una chimenea anarquista arenga a los campos campesinos
la humareda prende un lenin bastante sincero
un camino marxista sindica a los chopos
y usted señora con su tul morado condal absurda
los campos abren la boca como una O
el teléfono de una sirena urge al destino
sal vaquitas de ojos de ileana leen el diario de la mañana
y usted señora con su tul morado no sé qué me parece
la estación comisaría va a detener a usted señora
y va a fusilar en usted a la gran duquesa anastasia
y sería una pena que se nos frustrara la gira
ahora que el hotel nos guiña todas sus ventanas
y usted señora con su tul morado sin pasaporte
Soñé que estaba muerto.
Este sueño me habita desde siempre.
De niño lloraba junto a un féretro vacío
o, asombrado, interrogaba a un público sin rostro
que abrumaba la sala de una casa desconocida todavía.
Anoche este sueño era distinto.
El hueco gris de la madera tenía mi cuerpo,
y aquel era mi rostro de los 20 años.
Sólo mis ojos no eran mis ojos
ni tampoco los ojos que me esperan.
De espaldas, en la sala vacía,
una mujer que pudo ser mi madre
cantaba en silencio esa canción de cuna
que nunca le escuché.
El sueño de mi infancia no me dejaba andar
pero el sueño de ayer me devolvió las piernas,
el único sendero era mi rostro,
un rostro que a los veinte años
no podía creer que la esperanza dejara cicatrices.
¿Será cierto, Vallejo?
¿Murió mi juventud y estoy velándola?
Comentarios
Hubo un tiempo en que la piedra era piedra
y una cara en la calle era un rostro perfecto
Entre esto, yo misma y Dios
hubo un instante de simetría
Desde que has alterado todo mi mundo, esta trinidad se ha perturbado.
La piedra ya no es de piedra
Y los rostros, como en los sueños, son incompletos
hasta en el rostro inmaduro del niño
reconozco tus ojos perdidos.
El soldado sube la escalera resplandeciente dejando tras él tu sombra.
Esta noche, la habitación duerme desgarrada
enmarañada por ti bajo la luz de las estrellas.
Carson McCullers
Hay días en que siento una desgana
de mí, de ti, de todo lo que insiste en creerse
y me hallo solidariamente cretino
apto para que en mí vacilen los rencores
y nada me parezca un aceptable augurio.
Días en que abro el diario con el corazón en la boca
como si aguardara de veras que mi nombre
fuera a aparecer en los avisos fúnebres
seguido de la nómina de parientes y amigos
y de todo indócil personal a mis órdenes.
Hay días que ni siquiera son oscuros
días en que pierdo el rastro de mi pena
y resuelvo las palabras cruzadas
con una rabia hecha para otra ocasión
digamos, por ejemplo, para noches de insomnio.
Días en que uno sabe que hace mucho era bueno
bah tal vez no hace tanto que salía la luna
limpia como después de jabón perfumado
y aquello si era auténtica melancolía
y no este malsano, dulce aburrimiento.
Bueno, esta balada sólo es para avisarte
que en esos pocos días no me tomes en cuenta.
Mario Benedetti
Cuando sepas que he muerto no pronuncies mi nombre
Porque se detendría la muerte y el reposo
Tu voz que es la campana de los cinco sentidos
Sería el tenue faro buscado por mi niebla
Cuando sepas que he muerto di sílabas extrañas
Pronuncia flor, abeja, lágrima, pan, tormenta
No dejes que tus labios lleven mis once letras
Tengo sueño, he amado, he ganado el silencio
No pronuncies mi nombre cuando sepas que he muerto
Desde la oscura tierra vendría por tu voz
No pronuncies mi nombre
No pronuncies mi nombre
Cuando sepas que he muerto no pronuncie mi nombre
Roque Dalton
Afuera ladra un perro
a una sombra, a su eco
o a la luna
para hacer menos cruel la distancia.
Siempre es para huir que cerramos
una puerta,
es desierto la desnudez que no es promesa
la lejanía
de estar cerca sin tocarse
Adentro no cabe adentro,
no son mis ojos
los que pueden mirarme a los ojos,
son siempre los labios de otro
Hugo Mujica nació en Buenos Aires en 1942
Hoy habrá plenilunio, luna llena, cielo inconstelado con un boquete de luz en medio – ombligo intacto y glorioso -. No dejaremos de venir aquí en la noche. En la taza de café del firmamento, flotará indisoluble, ingrávido, el terrón de azúcar de la luna. Y todo será poesía, amigo mío. Nosotros previviremos una supervida, quizá verdaderamente futura donde todos los hombres serán hermanos y abstemios, y vegetarianos, y teósofos, y deportistas. Y la luna de azúcar se nos hará una dulzura horrible en la boca. Y una nube del color del café con leche ¿qué será? Es posible que no sea nada. O quizá sea ella un verso de Neruda. O quizás una costa de signo, patria de Amara, sueño de Eguren. O si prefieres, simplemente una nube del color de café con leche – para algo tenemos dieciséis años y el bozo crecido.”
La casa de cartón (1928) de Martín Adán.
Esto de imaginar si está en su casa,
si salió, si la hablaron, si fue vista;
temer que se componga, adorne y vista,
andar siempre mirando lo que pasa;
temblar del otro que de amor se abrasa,
y con hacienda y alma la conquista;
querer que al oro y al amor resista,
morirme si se ausenta o si se casa;
celar todo galán rico y mancebo,
pensar que piensa en otro si en mí piensa
rondar la noche y contemplar el día,
obliga, Marcio, a enamorar de nuevo;
pero saber cómo pasó la ofensa,
no sólo desobliga, mas enfría.
Lope De Vega
–Desde antes del Tiempo, Dios me espera;
Que me es, sin vaticinio, el sumo vate
El que inventó el latido porque late
La substancia que soy, bruta, primera.
Y tal substancia es de Él, a mano fiera,
A mano torpe, a mano que se abate...
¡Rigor de mío y lascivia y dislate!...
¡Arcilla suya, ruín, blanda, postrera!...
Postrera siempre; y no... que abre sonrisa
Subintrante y tenaz, de linfa a brisa,
En faz de masa de eterno y de ahora.
¡Vete, pues, Pegadizo Ángel, alante...
Que Dios me está esperando en cada instante!...
¡Al ente divinal, por Su demora!...
Martín Adán
Al estilo de los convulsionarios
En aquel París del siglo XVIII
Desde que nací estoy en crisis, le dije a Dionisia Buffon,
cuya conducta fue de pronto como la de los convulsionarios
en aquel París doliente y equívoco del siglo XVIII:
muy supersticiosa, tocada por el impulso
de un espíritu lujurioso, tal vez
clásico, y vorazmente carnívora: polvo y carne y sombra,
desde que nací estoy en crisis,
no somos ¿casi nada?, sombra y carne y polvo.
Desde que nací estamos en el aire, todo es confuso
y convulso como aquella luz invisible que se estremece
en la mirada de Dios: —Estoy en crisis, aún estamos, estoy en crisis,
le dije una vez más a Dionisia Buffon, la reina
de los que van y vienen a través del anillo de su locura.
Ese reino muerto vive todavía en los ojos
de Dionisia, cuya conducta seguirá siendo como la de los convulsionarios
en aquel París equívoco, insufrible y esquivo del siglo XVIII:
muy supersticiosa como si se hubiese descubierto a sí misma
en las profundidades de un libro de piedra.
—No sufras, amor mío, porque no vale la pena y yo también estoy en crisis
desde antes de nacer, desde mucho antes, como la espuma
del mar más antiguo y antes del vuelo sinuoso
del único, aquel mar de siempre, el que viene de muy lejos.
Tú dices que soy vorazmente carnívora en lo diurno
y lo nocturno, y es muy cierto: soy polvo y carne y sombra
desde que vine al Mundo, aún estamos en crisis
y no somos más que sombra, carne y polvo.
Bendita sea la crisis: esta pobre mano, el pie, la pobre vida,
¿dónde está el pie que nunca dejará de pedir su limosna?
Tal vez debamos observar la calma de los dioses a lo lejos, más allá de la espuma.
Hernán Lavín Cerda
LAS MUJERES DE CALLE BALMACEDA
no arrullan muñecas Barby
no promocionan pañales de papel
ni van a la catedral los sábados
a compartir la hostia de los ricos
Mecen a sus hermanos
tejen coronas con ramas de sauce
y son inmensamente felices
tanto / tanto /que se olvidan del hambre y del olvido
Las muchachas de Balmaceda
se casan en abril
con hombres que conocieron en marzo
hombres de manos ásperas
que las doblan en edad y en tristeza
Las mujeres de Balmaceda
crían hijos en el polvo y para el polvo
crían los suyos
los de otras
y los lanzan
como plumas al río
que va a ninguna parte
Aman a hombres de piedra
aman como van al mercado / en bicicleta
y luego envejecen alrededor del brasero
cebando mates al anochecer
mates que humedecen e iluminan
las historias simples de la cuadra
No conocen los espejos
se peinan con esqueletos de pescado
y lloran / lloran / lloran
porque sus lágrimas refrescantes
renuevan los surcos resecos de la cara
No saben de letras
de filosofía ni de liberación
se queman las pestañas zurciendo calcetines
son especialistas en química de ollas
y Mesías / para repartir un plato vacío
entre veinte chiquillos hambrientos
Rodrigo Jara Reyes
Cantemos al dinero
Cantemos al dinero
con el espíritu de la navidad cristiana.
No hay nada más limpio que el dinero,
ni más generoso, ni más fuerte.
El dinero abre todas las puertas;
es la llave de la vida jocunda,
la vara del milagro,
el instrumento de la resurrección.
Te da lo necesario y lo innecesario
el pan y la alegría.
Si tu mujer está enferma puedes curarla,
si es una bestia puedes pagar para que la maten.
El dinero te lava las manos
de la injusticia y el crimen,
te aparta del trabajo,
te absuelve de vivir.
Puedes ser como eres con el dinero en la bolsa,
el dinero es la libertad.
Si quieres una mujer y otra y otra, cómpralas,
si quieres una isla, cómprala,
si quieres una multitud, cómprala.
(Es el verbo más limpio de la lengua: comprar.)
Yo tengo dinero quiere decir me tengo.
Soy mío y soy tuyo
en este maravilloso mundo sin resistencias.
Dar dinero es dar amor.
¡Aleluya, creyentes,
uníos en la adoración del calumniado becerro de oro
y que las hermosas ubres de su madre nos amamanten!
JAIME SABINES
Alguien
Ha
Muerto
en
Mi
Y
Yo
He
Muerto
en
alguien.
“Alguienes”
Hemos
Muerto
De
Una
Soledad
Todo
En
el
Mundo
es
Una
Soledad
O un
Fantasma
hambriento
Tu
Eres
Un
Fantasma
En
La
Raíz
De
Mis
Huesos
donde
Yo
Existo
A
Veces
cuando
Llueve
Y
Se
Agrieta
Loca
la serpiente
Que
Se traga
mi corazón.
María Victoria dentice
a poco, día a día.
Como todas las cosas
que hablan hondo, será
tu palabra sencilla.
A veces no sabrán
qué dices. No te pidan
luz. Mejor en la sombra
amor se comunica.
Así, incansablemente,
hila que te hila.
José Hierro, El libro
HABÍA UNA VEZ UN HOMBRE
Ayer estaba leyendo un libro de cuentos, esos
en donde la princesa besa al sapo
y se convierte en calabaza.
No, no era así.
Donde el sapo besa a la calabaza
y se convierte en princesa.
No, no creo que el sapo haya querido
el lado femenino,
más bien, el sapo, podría ser casi justo
y llamarse a sí mismo hombre verde.
Pero esa es otra historia. Sí.
Esa es la historia del Increíble Hulk:
- “Había una vez, un hombre nervioso que se ponía verde cada vez que
le hacían notar que una transición no se rebuzna,
se concibe...”
Yanina Magrini
Baja desde el futuro un tufo a crimen ecuménico
el mono horrible de la muerte espesa
remontando la selva calcinada que muestra el vaticinio
amanece jugando sobre los hombros del presente infectado
el mono horrible con su mueca colorada epiléptica
tira de las orejas a américa a asia a europa
retuerce la nariz al rostro occidental
mete los dedos en los ojos de oriente
y atormenta a la hoja del calendario que esta noche
con la unción del terror arrancamos entre silencio
desciende avanza esa bufatarada de infortunio
es como un tren de pudre que recula hacia ahora
con el furgón de cola cubierto de gusanos
y la locomotora vociferando ardiendo
diluvia una nación de llamaradas gigantescas
sofoca el hondo amago de los hongos horrendos
nos refuta la visión entrevista de un dolor general desde donde
como avispas locas emanarán las quejas metálicas
imágenes de pueblos derritiéndose como azúcar morena
un fragor de infinito final de lumbre extraordinaria
un resuello vastísimo como un átono coro
que interpretara augusto a las incalculables agonías
entre la urdimbre de lianas de los congresos de la paz
entre la fronda pantanosa de la bolsa del armamento
ágil y alucinante peludo apocalíptico baja desde el futuro
avanza el mono horrible de la muerte avanza oliendo
a multitudes agrietadas a naciones recubiertas de astillas
el mono llega haciendo cabriolas se detiene y restriega
en la epidermis del presente su bárbara pelambre
y se masturba cínico colgado del horror que anticipa
péndulo sonriente y espantoso miradlo
el tiempo se ha caído en un embudo loco
y gira y se revuelve y se transforma en una gelatina
que hiede al tenso crimen que estalla en el futuro
el tiempo desconchado desordenado avanza y retrocede
se contrae y se expande perdidas sus bisagras
como un motín de puertas al abordaje del vacío
el tiempo retorcido sin brújulas ni mandos
clama eructa enloquece y a los pies del presente
descompuesto vomita sus venideras hecatombes.
2
(Tenemos miedo. Tenéis miedo.
Nosotros, para quienes ni existe
la calderilla del poder, subimos
por la espina dorsal del miedo.
Vosotros, a quienes el poder os ha servido
matinalmente junto al desayuno,
descendéis por la espina dorsal del miedo.
Tenemos miedo. Tenéis miedo.
Pero mientras que nuestro espanto
segrega miradas circulares, busca
grietas de humanidad a lo largo de la amenaza,
vuestro pánico graso solamente rezuma
venalidad y odio. Nuestro miedo
es igual que un antílope en el bosque incendiado;
el vuestro, un gato oscuro, arrebujado de arañazos.
Nuestras manos hinchadas de terror
buscan únicamente manos;
las vuestras buscan mapas,
y tórridos decretos y fusiles.
Tenemos miedo. Tenéis miedo. El nuestro
es apesadumbrado y deambulante;
el vuestro, acorazado y tumefacto. Todavía,
pulpos de hipocresía, salamandras bursátiles,
todavía hay clases entre los espantados. Todavía
hay diferencias de matiz que advierten
la víctima en un miedo y en el otro la hiena.)
Félix Grande
Koyu Abe siembra una semilla de girasol en los jardines del templo de Genji
Koyu Abe, con rigurosa túnica negra,
alta y rapada la cabeza
llano el ceño
siembra una semilla de girasol en los jardines del templo de Genji.
Con parsimonia deposita la pequeña cáscara repleta
de luz en potencia
de futuros asombros
en un cuenco cavado entre la tierra.
La cubre con una pequeña pala
la riega con una regadera anaranjada.
Pasa la brisa sobre los jardines del templo de Genji
la siente Koyu Abe en sus manos salpicadas por el agua.
En una bolsa de tela colgada en el regazo lleva
unas decenas o cientos de semillas.
Es aún muy de mañana y sembrar cada una es su tarea
y cubrirla
y regarla con su regadera anaranjada.
Un millón de girasoles habrán de alfombrar pronto los jardines de Genji y los huertos aledaños.
Monjes, campesinas,
todos habrán de tener manos humedecidas por el agua que riega los futuros
asombros amarillos de los niños,
las que serán luces piadosas para ojos extenuados.
Koyu Abe no conoce a Van Gogh, mas pinta girasoles con su pala.
Koyu Abe, cuya mirada divisa, en lontananza, los perfiles grisáceos de los silos nucleares.
A la vera de Fukushima se levantan los jardines del templo de Genji
y es preciso purificar el cielo, purificar las aguas, purificar el suelo, purificar los soles sembrando girasoles.
No es un efecto estético, me dice Koyu Abe, en el silencio de la imagen:
las raíces absorben los metales pesados
y del veneno nace, como si tal, la flor.
Mas es verdad que también la belleza purifica
por sí misma,
acota el holandés, saliendo del silencio de la tela,
y Koyu Abe me extiende una bolsa de semillas
de cáscaras repletas de diminuta luz.
La enorme regadera anaranjada
me la alcanza Van Gogh.
Gabriel Chávez Casazola (Bolivia, 1972)
… gracias por la poesía que dejan a su paso.
Mundo mágico
Tengo que darles una noticia negra y definitiva
Todos ustedes se están muriendo
Los muertos la muerte de ojos blancos las muchachas de ojos rojos
Volviéndose jóvenes las muchachas las madres todos mis amorcitos
Yo escribía
Dije amorcitos
Digo que escribía una carta
Una carta una carta infame
Pero dije amorcitos
Estoy escribiendo una carta
Otra será escrita mañana
Mañana estarán ustedes muertos
La carta intacta la carta infame también está muerta
Escribo siempre y no olvidaré tus ojos rojos
Es todo lo que puedo prometer
Tus ojos inmóviles tus ojos rojos
Es todo lo que puedo prometer
Cuando fui a verte tenía un lápiz y escribí sobre tu puerta
Esta es la casa de las mujeres que se están muriendo
Las mujeres de ojos inmóviles las muchachas de ojos rojos
Mi lápiz era enano y escribía lo que yo quería
Mi lápiz enano mi querido lápiz de ojos blancos
Pero una vez lo llamé el peor lápiz que nunca tuve
No oyó lo que dije no se enteró
Sólo tenía ojos blancos
Luego besé sus ojos blancos y él se convirtió en ella
Y la desposé por sus ojos blancos y tuvimos muchos hijos
Mis hijos o sus hijos
Cada uno tiene un periódico para leer
Los periódicos de la muerte que están muertos
Sólo que ellos no saben leer
No tienen ojos ni rojos ni inmóviles ni blancos
Siempre estoy escribiendo y digo que todos ustedes se están muriendo
Pero ella es el desasosiego y no tiene ojos rojos
Ojos rojos ojos inmóviles
Bah no la quiero
Emilio Adolfo Westphalen
Mi madre trabaja en una fábrica de conservas
Mi madre trabaja en una fábrica de conservas.
Un día mi madre me dijo:
el amor es una sardina en lata. ¿Tú sabes
cómo se preparan las conservas
en lata?
Un día mi madre me dijo: el amor es una obra de arte
en lata.
Hija,
¿sabes de donde vienes? Vienes
de un vivero de mejillones
en lata. Detrás de la fábrica, donde se pudren
las conchas
y las cajas de pescado. Un olor imposible, un azul
que no vale. De allí vienes.
¡Ah!, dije yo, entonces soy la hija del mar.
No.
eres la hija de un día de descanso.
¡Ah!, dije yo,
soy la hija de la hora del bocadillo.
Sí, detrás, entre las cosas que no valen.
Luisa Castro (Foz, Lugo, 1966)
Como me recuerda la primera parte del libro el Perfume, no de la segunda que es solo un relato más.
"La luz que bajaba por la chimenea aterciopelando el hollín de la plancha coloreaba de un suave tono azulado las cenizas frías".
"La luz que bajaba por la chimenea aterciopelando el hollín de la plancha coloreaba de un suave tono azulado las cenizas frías".
ni la costumbre de tu cuerpo, aún misterioso y tácito y de niña,
ni la sucesión de tu vida asumiendo palabras o silencios
serán favor tan misterioso
como el mirar tu sueño implicado
en la vigilia de mis brazos.
Virgen milagrosamente otra vez por la virtud absolutoria del sueño,
quieta y resplandeciente como una dicha que la memoria elige,
me darás esa orilla de tu vida que tú misma no tienes,
Arrojado a quietud
divisaré esa playa última de tu ser
y te veré por vez primera, quizá,
como Dios ha de verte,
desbaratada la ficción del Tiempo
sin el amor, sin mí.
Jorge Luis Borges
La nieve cubre parcialmente
el breve paisaje más allá de su ventana.
El señor Pound camina descalzo sobre ella,
según él, caminar descalzo sobre la nieve
es una forma certera para escuchar música japonesa.
No importa en cual parte de la tierra te encuentres,
las cuerdas de un koto pasarán por tus venas
y el shamisen marcará sus tres notas
según nazcas, vivas y mueras un día
contemplando un pez de madera inexistente.
La nieve según el señor Pound es de un color audible,
y tiene muy en lo profundo
el olor de los nuevos cerezos.
Cuando la nieve envejece
cae en tonos púrpura sobre sí misma
y ya es una canción que alguien se ha cansado de tararear,
pero aun así queda su música,
esa ceniza virgen que se enciende
cuando toca la piel.
Juan Carlos Olivas (Turrialba, Costa Rica, 1986)
''Brindemos por los locos, por los inadaptados, por los rebeldes, por los alborotadores, por los que no encajan, por los que ven las cosas de manera diferente. No les gustan las reglas y no respetan lo establecido. Los puedes citar, no estar de acuerdo con ellos, glorificarlos o despreciarlos. Pero lo único que no puedes hacer es ignorarlos. Porque cambian las cosas. Empujan adelante la raza humana. Y mientras algunos los vean como locos, nosotros vemos su genialidad. Porque aquellos que están lo suficientemente locos para pensar que se puede cambiar el mundo, son los que lo hacen.''
Jack Kerouac
MUERTE EN EL OLVIDO
Yo sé que existo
porque tu me imaginas.
Soy alto porque tú me crees
alto, y limpio porque tú me miras
con buenos ojos,
con mirada limpia.
Tu pensamiento me hace
inteligente, y en tu sencilla
ternura, yo soy también sencillo
y bondadoso.
Pero si tú me olvidas
quedaré muerto sin que nadie
lo sepa. Verán viva
mi carne, pero será otro hombre
oscuro, torpe, malo
el que la habita.
ÁNGEL GONZÁLEZ
Carta al tiempo
Estimado señor:
Esta carta la escribo en mi cumpleaños.
Recibí su regalo. No me gusta.
Siempre y siempre lo mismo.
Cuando niña, impaciente lo esperaba;
me vestía de fiesta
y salía a la calle a pregonarlo.
No sea usted tenaz.
Todavía lo veo
jugando ajedrez con el abuelo.
Al principio eran sueltas sus visitas;
se volvieron muy pronto cotidianas
y la voz del abuelo
fue perdiendo su brillo.
Y usted insistía
y no respetaba la humildad
de su carácter dulce
y sus zapatos.
Después me cortejaba.
Era yo adolescente
y usted con ese rostro que no cambia.
Amigo de mi padre
para ganarme a mí.
Pobrecito el abuelo.
En su lecho de muerte
estaba usted presente,
esperando el final.
Un aire insospechado
flotaba entre los muebles
Parecían más blancas las paredes.
Y había alguien más,
usted le hacía señas.
El le cerró los ojos al abuelo
y se detuvo un rato a contemplarme
Le prohíbo que vuelva.
Cada vez que los veo
me recorre las vértebras el frío.
No me persiga más,
se lo suplico.
Hace años que amo a otro
y ya no me interesan sus ofrendas.
¿Por qué me espera siempre en las vitrinas,
en la boca del sueño,
bajo el cielo indeciso del domingo?
Sabe a cuarto cerrado su saludo.
Lo he visto con los niños.
Reconocí su traje:
el mismo tweed de entonces
cuando era yo estudiante
y usted amigo de mi padre.
Su ridículo traje de entretiempo.
No vuelva,
le repito.
No se detenga más en mi jardín.
Se asustarán los niños
y las hojas se caen:
las he visto.
¿De qué sirve todo esto?
Se va a reír un rato
con esa risa eterna
y seguirá saliéndome al encuentro.
Los niños,
mi rostro,
las hojas,
todo extraviado en sus pupilas.
Ganará sin remedio.
Al comenzar mi carta lo sabía.
Claribel Alegría
Amiga estrofa aquí pensando en que amanece y se va el domingo.
La primera palabra es ábreme, vengo
del frío, dame la escritura
para quemarme libre del énfasis, hoy
en el límite del escalón sonámbulo, justo
en la vuelta 26
de esta corrida con la muerte
porque el tiempo está ahí con su materia
traslucida, en este aire adivino
que me sube por las venas sin que sea yo
este yo que vuela y anda animal
sagitario por las calles, alcohol y sílabas
celebrando el cumpleaños del loco en la peor de las sintaxis
de diciembre, viéndolo todo
por anticipado en el marco sin espejo, el amor
y el vértigo, lo simultáneo
de estar en todas partes:
¿hay Dios
en esta quebrazón de copas, o lo que va a estallar
es el mundo?
Gonzalo Rojas
pd.: como diría la ausente : "abrazucos"
estoy convicto, amor, estoy confeso
de que, raptor intrépido de un beso,
yo te libé la flor de la mejilla.
Yo te libé la flor de la mejilla,
y desde aquella gloria, aquel suceso,
tu mejilla, de escrúpulo y de peso,
se te cae deshojada y amarilla.
El fantasma del beso delincuente
el pómulo te tiene perseguido,
cada vez más potente, negro y grande.
Y sin dormir estás, celosamente,
vigilando mi boca ¡con qué cuido!
para que no se vicie y se desmande.
Miguel Hernández
Espergesia
Yo nací un día
que Dios estuvo enfermo.
Todos saben que vivo,
que soy malo; y no saben
del diciembre de ese enero.
Pues yo nací un día
que Dios estuvo enfermo.
Hay un vacío
en mi aire metafísico
que nadie ha de palpar:
el claustro de un silencio
que habló a flor de fuego.
Yo nací un día
que Dios estuvo enfermo.
Hermano, escucha, escucha...
Bueno. Y que no me vaya
sin llevar diciembres,
sin dejar eneros.
Pues yo nací un día
que Dios estuvo enfermo.
Todos saben que vivo,
que mastico... y no saben
por qué en mi verso chirrían,
oscuro sinsabor de ferétro,
luyidos vientos
desenroscados de la Esfinge
preguntona del Desierto.
Todos saben... Y no saben
que la Luz es tísica,
y la Sombra gorda...
Y no saben que el misterio sintetiza...
que él es la joroba
musical y triste que a distancia denuncia
el paso meridiano de las lindes a las Lindes.
Yo nací un día
que Dios estuvo enfermo,
grave.
César Vallejo
a noventa kilómetros por hora
en el espejo de la mañana atrasada
las vaquitas de ojos de viento y el tul morado
de usted señora no me convence los ojos
una chimenea anarquista arenga a los campos campesinos
la humareda prende un lenin bastante sincero
un camino marxista sindica a los chopos
y usted señora con su tul morado condal absurda
los campos abren la boca como una O
el teléfono de una sirena urge al destino
sal vaquitas de ojos de ileana leen el diario de la mañana
y usted señora con su tul morado no sé qué me parece
la estación comisaría va a detener a usted señora
y va a fusilar en usted a la gran duquesa anastasia
y sería una pena que se nos frustrara la gira
ahora que el hotel nos guiña todas sus ventanas
y usted señora con su tul morado sin pasaporte
Martín Adán
Soñé que estaba muerto.
Este sueño me habita desde siempre.
De niño lloraba junto a un féretro vacío
o, asombrado, interrogaba a un público sin rostro
que abrumaba la sala de una casa desconocida todavía.
Anoche este sueño era distinto.
El hueco gris de la madera tenía mi cuerpo,
y aquel era mi rostro de los 20 años.
Sólo mis ojos no eran mis ojos
ni tampoco los ojos que me esperan.
De espaldas, en la sala vacía,
una mujer que pudo ser mi madre
cantaba en silencio esa canción de cuna
que nunca le escuché.
El sueño de mi infancia no me dejaba andar
pero el sueño de ayer me devolvió las piernas,
el único sendero era mi rostro,
un rostro que a los veinte años
no podía creer que la esperanza dejara cicatrices.
¿Será cierto, Vallejo?
¿Murió mi juventud y estoy velándola?
Waldo Leyva