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La casa de muñecas

avedonavedon Pedro Abad s.XII
editado julio 2016 en Negra
Buenas, os pongo un pequeño cuento (2000 palabras) que escribí bajo la influencia maléfica de Poe y una húmeda y pesada gripe de fin de año. Espero que os guste, es un relato que podría clasificarse dentro del genero gótico, y uno de mis favoritos hasta la fecha, no sé muy bien porqué. Apreciaré enormemente comentarios, sugerencias, opiniones y cualquier comentario sea positivo o negativo.


En todos mis años como inspector de policía en Londres, jamás habíamos encontrado un asesino que actuara así. La única manera de detener a un asesino es entenderle y éste, era incomprensible. Sus víctimas no tenían nada en común excepto la forma en que habían encontrado la muerte: una pequeña incisión, certera, en el corazón. Lo escalofriante sin embargo no era eso, era la expresión de felicidad de todas sus víctimas. Hasta ahora habían sido niños, excepto aquella hermosa joven. Todos ellos habían sido encontrado flotando en el Támesis a primera hora del alba, flotando entre la niebla. La imagen de aquella muchacha, desnuda sobre la mesa metálica de la morgue me estremecía. Su rostro de mármol húmedo, parecía dormir un sueño plácido. Los dos lunares gemelos sobre su ceja eran lo único que la distinguía de un ángel. Su rostro resplandecía de felicidad, había que esforzarse para recordar que aquella chiquilla estaba muerta, asesinada. Al verla, todos recordábamos nuestra juventud, de una u otra manera. Terrible o feliz, o ambas cosas. Era la cuarta víctima, sin contar algunos animales domésticos que habían aparecido con anterioridad, pero que hasta que no habíamos empezado a investigar, nadie había se había tomado la molestia de considerar. Las otras víctimas, eran dos niñas pequeñas y un bebé. Acostumbrado a ver horror, miseria y desgracia, ver aquellos rostros en paz, casi como ángeles durmiendo, era mucho más perturbador que cualquier otra cosa. Las familias de las víctimas no tenían nada en común. No había nada que uniera sus trágicos destinos, además de la precisa incisión en el corazón que todas las víctimas tenían en común, el agua y la paz en sus rostros, no había más pistas. Habían pasado ya semanas desde la aparición del último cadáver y el alcalde estaba nervioso. A la mayoría de la gente las prostitutas viejas abiertas en canal bajo un puente no le importaban, ni tampoco los borrachos ahogados que aparecían todos los años para estrenar el año nuevo. Sin embargo, los niños, las jóvenes prometidas, aquel material hecho de sueños, de candor y azúcar, como los recuerdos, eran frágiles y rompían los capullos de barro y porquería donde se ocultaban los corazones de los hombres. Y eso era un problema. Los días pasaron y el olor del carbón y la mohosa humedad de Londres, parecían traer el hedor de cadáveres aún no encontrados bajo la niebla. Todos esperábamos encontrar el siguiente cadáver y las tensiones se desataron hasta límites insospechados. Como aquel hombre, un joven estudiante que se había metido en problemas, problemas estúpidos por robar un gato: Un gato, que como las putas, los borrachos o los locos a nadie le importaban. Aquel hombre, fue lo único vivo que encontramos en común con las niñas desaparecidas. La relación era tan sutil como vivir cerca de las casa de una de las niñas y haber sido uno de los muchos pretendientes de la última víctima. Indicios demasiado circunstanciales como para algo más, yo insistí en su inocencia, pero nadie me hizo caso y acabó detenido. Pasaron algunas semanas hasta que el silencio y el desánimo cayó de nuevo sobre Londres. Al día siguiente de salir del calabozo, apareció su cadáver flotando sobre el Támesis. Los que conocíamos la muerte de cerca sabíamos que los cuerpos de los ahogados tardaban días en flotar y que tras pasar días bajo el agua, sus rostros estaban hinchados y tumefactos. En este caso, como en el de las otras víctimas, su cuerpo era más bello de lo que fue en vida. Pálido, hermoso, como la imagen de un ángel con los ojos cerrados, esperando para abrirlos en el cielo, aguardando el momento de su ascensión. Nuestra última pista se nos desvanecía entre los dedos. Yo llevaba sin dormir meses y mis compañeros me habían dejado por imposible. El inspector jefe me retiró del caso, molesto por tener que darme la razón sobre aquel pobre muchacho. Llevaba años sin mirarme a los ojos, como el resto.

(CONTINUA EN PROXIMO POST)

Comentarios

  • avedonavedon Pedro Abad s.XII
    editado enero 2015
    (CONTINUA DEL POST ANTERIOR)

    Una corazonada fue la que me hizo seguir la pista hasta la casa de aquel joven. No encontré nada de valor: el típico cuarto de pensión barata de los estudiantes de provincias. Sábanas revueltas, botellas de cerveza bajo la cama, libros y papel emborronado de letras y algunos efectos personales. Sin embargo, encontré algo que me llamó la atención: un bote de mermelada de fresa abierto, ya con algo de moho y un olor demasiado dulzón, a muerte. Aquel aroma, flotaba pesado por toda la habitación. Familiar, intenso y espeso. Me trajo recuerdos repentinos y cerré la puerta de todo aquello, de mi pasado. Sin embargo, algo se coló. Algo sin nombre, pero de tacto viscoso y frío. Sin poder evitarlo, pesadas lágrimas empezaron a formarse en mis ojos. Las notas de una balada de piano se colaron de alguna forma entre los pliegues de mis recuerdos, e imágenes de un pasado abandonado y grisáceo. Aquella mermelada, su mermelada. ¿Qué hacía ahí? Su rostro, ya difuso en mi memoria, venía hacia mí. Velado por el tiempo, o por mis esfuerzos en olvidar, arañaba por salir a la superficie. Cerré el bote, casi ahogándome por la intensidad de aquellas emociones. Tuve que respirar profundo para evitar desvanecerme. Hasta aquel momento no me había dado cuenta de lo cansado que estaba. Todo mi cuerpo temblaba, mis brazos y sobre todo, mis manos. Tenía la tapa del bote en mi mano izquierda. La observé con atención, era la misma. Imposible. Tuve la tentación de arrojarla violentamente por la ventana, junto con el bote lleno de moho, sin embargo, sin saber bien porqué, cerré el pequeño frasco y lo guardé el bote en mi bolsa. Volví a mi casa, era tarde y me encontraba mal, tenía fiebre. Mi situación económica no me permitía lujos como aquel, pero paré a un cochero para que me llevara a casa. Cuando llegué ya era de noche, una luna enorme y amarilla jugaba al escondite tras el humo de las chimeneas de Londres. Crucé el umbral de mi casa, aturdido por el frío que hacía castañetear mis dientes. Ya no quedaba ni un solo cristal en la puerta de la entrada. No quería repararla, prefería que no me recordara que una vez había sido dichoso en aquella casa. Busqué el interruptor de la luz de gas, olvidando que llevaba meses sin funcionar. La luna, continuaba su juego cruel, acosándome a través de las ventanas rotas, atravesando los jirones de cortinas. Las lágrimas brotaron de nuevo, sin explicación, en mis ojos. Apenas fui capaz de llegar al dormitorio, escaleras arriba, todo se hizo oscuro a mi alrededor y mi último recuerdo era el tenue sonido del colchón hundido bajo mi peso y mi respiración pesada. Los sueños me visitaron de nuevo, como todos estos años. Su voz se abrió paso entre las brumas de lo olvidado y lo imaginado. Me acompañó a visitar mañanas luminosas, a ver el mar y a disfrutar del olor de las naranjas frescas. Risas de niños y de nuevo su voz. Vera. Abrí los ojos tras lo que parecía toda una vida. Me sentía descansado y para mi sorpresa algunos recuerdos del sueño, permanecían todavía vívidos en mi cabeza. Me agarré desesperado a aquellas imágenes, a aquella felicidad. Imaginé de nuevo mi nombre pronunciado por sus labios, su risa cantando, llamándome. Risas, risas de niños. Busqué su rostro, pero se desdibujaba en la bruma. Sólo el timbre de su voz permanecía atormentándome, recordándome que ya no estaba conmigo. Por reflejo, abrí el armario, lo único suyo que había conservado en más de veinte años. Tiritaba de fiebre, pero tomé una de sus blusas blancas y hundí mi rostro en el tejido, intentando recuperar algo de su olor, arrebatar de mi memoria su aroma. Los llantos de mi hija pequeña me arrancaron de ese recuerdo. Eran reales. Me estaba volviendo loco. Si no lo estaba ya, desde hacía años. Aquella certeza, atravesó mi cabeza como una bala. Todavía era de noche, pero no sabía si había dormido unas horas o varios días. Hacía veinte años que había destruido todos los relojes de aquella casa. Caminé en la oscuridad, pisando restos de insectos muertos y vidrios rotos, los diferenciaba ya que después de pisarlos durante años, los insectos eran como arena seca, pero los cristales todavía se rompían de vez en cuando con un leve crujido seco. Iluminados por la luna llena, los cercos en las paredes alrededor de unos inexistentes muebles, fantasmas familiares, un vacío que el polvo no se atrevía a mancillar. A través de las ventanas sin cristales, el viento aullaba como un bebé desesperado por su madre. Mi hija lloraba, desde el otro lado. Los huecos vacíos de los cuadros, me aguardaban en silencio desde hacía muchos años, pero sabía que ella, al otro lado, me hablaba, desde algún lugar secreto de aquella casa llena de recuerdos perdidos. Un sitio secreto donde estaban todos guardados. El sótano. Había olvidado que había un sótano en aquella casa, había olvidado muchas cosas. Con la temblorosa luz de una vela como única ayuda, encontré la entrada, una pequeña puerta en la cocina, de donde salían las voces y las risas. En la misma cocina, lo único ordenado y vivo de la casa, colocados dentro de un aparador, había varios botes de mermelada de fresa, envasados hace poco. Tragué saliva con dificultad al recordar su propósito, aquella fórmula que había descubierto tras años de exóticos viajes por África. Años que habían desaparecido de mi cabeza y que ahora aparecían de pronto, como un recuerdo prestado. Reflejado en el cristal del aparador, un desconocido de pelo cano me devolvía la mirada, que tenía un brillo febril y fanático. Palpé tembloroso aquel rostro desconocido, aquella nariz enorme, aquella barba, extraña. Era yo. La voz de Vera me llamaba desde algún lugar del sótano. Abrí aquella puerta cuya existencia había olvidado y caminé por un largo corredor que moría al llegar a unas escaleras descendentes. Sentí un abrazo brusco de humedad y olor a mar, pero también era caliente. Las voces, cada vez mas claras, me llamaban. Bajé.

    Iluminado por una gran luminaria de gas, una casita de madera ocupaba el centro del sótano, era una réplica exacta de mi casa, tal como había sido hace más de veinte años. En ella me esperaban Vera, los niños, incluso Malko, Satie y Pinpoe, nuestro perro y nuestros gatos. Oí mi nombre de sus labios, dulces y llenos de vida. Sus rostros se giraron hacia mí, felices por mi llegada. Los observé dichoso a través de las pequeñas ventanitas y del hermoso jardín donde Pinpoe correteaba y me derribaba todas las tardes al llegar del trabajo. Vera, me esperaba en la cocina, preparando mermelada de fresa y un bizcocho que me hacía la boca agua. Nadia y Nora, en el salón, jugaban con sus muñecas. Metí la mano por la puerta de la entrada y cogí a Vera con cuidado. La sostuve emocionado entre mis dedos. Tan hermosa, tan joven. Sus rizos, su sonrisa, eran perfectos, excepto por aquellos dos lunares sobre su ceja. Volví a dejarla con cuidado, sobre el césped del jardín, al lado de la pequeña fuente de peces de colores. Me senté en el suelo. Esa era mi vida, mi familia. Cerré los ojos, llenos de lágrimas y saqué una pequeña figura de mi maletín, que había encontrado apoyado en un banco de madera. No recordaba como había llegado allí, era la figura a escala de un hombre joven y apuesto, de pelo negro y una cuidada barba. Tenía ojos de duende y sonreía con seguridad. En su corazón, sabía que había un trozo de carne palpitante. Sólo faltaba darle un poco de vida. Lo coloqué con cuidado al lado de Vera y junté sus manos para que la tuviera en su mano cuando cuando tomara vida. Saqué el bote de mermelada del maletín y llorando de felicidad tomé con mis manos su contenido, dulce y mortal.
  • amparo bonillaamparo bonilla Bibliotecari@
    editado septiembre 2015
    Me gustó tu casa, la mermelada rica y letal, :eek:
  • avedonavedon Pedro Abad s.XII
    editado septiembre 2015
    amparo bonilla escribió : »
    Me gustó tu casa, la mermelada rica y letal, :eek:

    Gracias :)
  • AdrielPinarello96AdrielPinarello96 Anónimo s.XI
    editado marzo 2016
    Señor, me sacó el sombrero y aplaudo. Una narración llena de elementos sutiles muy bien aprovechados, detalles que la embellecen como pinceladas de poema. La atmósfera es perfecta, del aroma lúgubre y el sabor melancólico que solo degustan los paladares apropiados. Muchas gracias por compartirla.

    Un pequeño detalle, si me permite:
    ''A la mayoría de la gente las prostitutas viejas abiertas en canal bajo un puente no le importaban...''
    Me parece que podría estar mejor redactado:
    ''A la mayoría de la gente no le importaba las prostitutas viejas, abiertas en canal bajo un puente...''
  • avedonavedon Pedro Abad s.XII
    editado marzo 2016
    Gracias por los elogios amigo Adriel, y también por las matizaciones, siempre útiles. Me alegro que te haya gustado :)

    En esa linea tengo un relato más elaborado, casi una novela corta, lo tengo colgado en mi blog: http://www.nicholasavedon.com/vuelta-a-casa/ Espero que me permitan la publicidad O:-)

    Gracias por leerme!
  • ACLIAMANTAACLIAMANTA Pedro Abad s.XII
    editado junio 2016
    Hola, qué buena historia.

    Pasé un buen rato con su lectura aunque pienso que ganaría con un repaso para corregir algunas frases que chirrian un poco. Por ejemplo:

    "… la ventana, junto con el bote lleno de moho, sin embargo, sin saber bien porqué, cerré el pequeño frasco y lo guardé el bote en mi bolsa" (creo que por lo menos "el bote" que te pogo en negrilla sobra)

    "…que moría al llegar a unas escaleras descendentes." (me parece que descendentes sobra, salvo que estuvieras hablando de escaleras elèctricas, que creo que no es el caso )

    "…y junté sus manos para que la tuviera en su mano cuando cuando tomara vida" (aquí la frase no es muy clara y se te fué un cuando de más)

    "….y llorando de felicidad tomé con mis manos su contenido, dulce y mortal." (no sé si es que no entiendo bien pero me parece que sobra ese "con mis manos")

    Bueno como ves, nada grave y no hace mayor mella en tan buena historia.
  • estrofaestrofa Garcilaso de la Vega XVI
    editado julio 2016
    Leí tu cuento el viernes con algo de prisa. Me maravilló la forma en la que describes las escenas por la que transcurre el cuento, y aquí estoy, vuelvo para disfrutarlo con más calma y dejar este pequeño comentario.
  • antonio chavezantonio chavez Miguel de Cervantes s.XVII
    editado julio 2016
    Y a mí también me gustó, y mucho además. Sobre todo, la intriga, que en este relato se magnifica.

    Y en cuanto a palabras repetidas o a la aparición de algún sinécdoque, para mí, no tienen mayor importancia, toda vez que sólo se puede interpretar como redundancias banales. Lo verdaderamente importante es la inspiración y la genialidad del argumento. Otra cosa sería si se fuese publicar de cara a la calle, a la venta, que, en todo caso, es misión del corrector del editor.

    Saludos
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