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El último canto de Brühnilda

Conde WaldsteinConde Waldstein Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita s.XIV
editado mayo 2015 en Poesía Épica
José Ramón Muñiz Álvarez
“EL ÚLTIMO CANTO DE BRÜHNILDA” O “EL
DESTELLO DEL
OCASO”



No quiso el jovenzuelo, desconfiado,
ceder el oro hermoso del anillo,
llevado con orgullo, a las tres náyades
que hablaban de terribles maldiciones.
La muerte no lo hacía temeroso,
y aquel era el anillo de su dedo,
ganado en buena lid, pues era suyo
después de darle muerte al viejo Fáfner.

Y fue despreocupado en su caballo,
haciendo que sonase el raro cuerno
con toques que llamaban a los otros
en una cacería inigualable.
El brillo del ocaso fue tomando
el tono de la sangre derramada,
después de que Sigfrido, malherido,
cayese, moribundo, sobre el suelo.

Su cuerpo, ya sin vida, fue llevado
a donde la culpable de su muerte,
herida por amor y por orgullo,
mostraba un brillo raro en sus pupilas:
Brunilda, que, sedienta de venganza,
buscó el final terrible del mancebo,
lo vio llegar, yacente, que la vida
huyó vivaz del joven abatido.

Y entonces levantaron una hoguera
enorme para dar descanso al héroe,
vencido por palabras y traiciones,
después de temer todos su coraje.
La vida la perdió con inocencia,
que no fue en la derrota del indigno,
ni nadie oyó sus voces suplicantes,
llegada la traición al más valiente.

La virgen, la mujer de más pureza,
recuerda aquellos tiempos ya lejanos
que vieron su grandeza y su bravura
no lejos de ese padre tan severo.
Llevaba la armadura bien ceñida
a todas las batallas, recogiendo
el eco del valor de los que mueren
en el deber sagrado del combate.

Mas ella, enamorada de ese joven
que, muerto, espera el fuego silencioso,
no quiere ya saber de sus hermanas
e ignora las palabras de Waldtraute.
No habrá de devolver al Rin callado
la joya que el terrible nibelundo
dejó maldita con su firme hehizo,
ni quiere saber nada de los dioses.

“Atrás queda, sumido en el silencio,
ese recuerdo trágico y doliente,
maldito como el fuego en una herida
que sabe hablar del mal en el espíritu.
Y queda atrás la rabia y el coraje
del mundo de los dioses rigurosos
que ignoran el amor que no concibe
razón ni honor ni mal que lo desmienta.

Es este ese final que, con anhelo,
me lleva a ser ceniza entre las llamas,
y quiero, arrebatada, ese destino
que no me han de envidiar los más valientes.
Un corazón humano arde en el pecho,
un corazón que siente los amores
profundos que ignoraron otros príncipes
y no supieron reyes avarientos.

Y tú, llama vivaz que me consumes,
no temas desgarrar mi cuerpo triste,
pues tiene el alma fuerza en sus alientos
para morir sin duelo en tus caricias.
Mas sube a los castillos de mi padre
y llena con tu lengua cada muro,
cada lugar hermoso en el Walhala,
que acaso fue mi hogar en otro tiempo”.

El sol ha de ponerse y no es correcto
hacer que ese destino se prolongue,
si al fin la corte altiva del Walhala
espera su final sobre los valles.
El sol se pone al fin, y ella se lanza
a lomos del caballo de Sigfrido,
hermoso garañón que busca el fuego,
llevando a su final a la walkyria.

¿No veis cómo el Walhala se desploma?
El fuego ha consumido sus cimientos
en este ocaso oscuro que se rinde,
vencido por las horas fatigadas.
Y el Rin se ha desbordado y sus orillas
se inundan donde el fuego se acelera
y mezcla con las aguas que, apagándolo,
dominan valles hondos y llanuras.

Y entonces, entre el fuego, con la cólera
que sienten las amantes traicionadas,
arranca de su dedo la walkyria
la joya que fue causa de mil males.
Y no ha de tardar Hagen, codicioso,
lanzándose veloz, a recogerla,
cayendo al agua, donde las ondinas
lo toman y sumergen hasta ahogarlo.

Y el oro vuelve al Rin, vuelve a su lecho,
después de que ese mundo devastado
parezca consumirse, pues el odio
llenaba las parcelas de la tierra.
Al fin mueren la envidia y la lujuria,
el mal y la mentira del cobarde
que tuvo miedo un día a su destino
o quiso hallar poder a toda costa.

Y todo es redimido por las llamas
y el agua en que se sume cada sierra,
que el agua purifica y siempre el fuego
acaba por limpiar lo que era impuro.
El sol se pone ya, llega la noche,
la noche con sus sombras y la muerte
que llena, con su cieno, cada parte
de un mundo sin verdad y corrompido.

Y brillan las estrellas en la bóveda
callada de la altura, pues sus ecos
parecen recordar aquella vida
dejada a ese desastre temerario.
El mundo es como un llanto cuyo alivio
nos habla de una paz nunca posible
por esas ambiciones alocadas
que no dejan lugar a más sosiego.

2014 © José Ramón Muñiz Álvarez

Comentarios

  • AlantarAlantar Gonzalo de Berceo s.XIII
    editado agosto 2014
    Gran forma de cantar la historia.

    Un saludo.
  • Nae SirudNae Sirud Juan Boscán s.XVI
    editado agosto 2014
    Muy logrado, ¡Qué bien le quedan los endecasílabos a los temas épicos!

    Y también me gusta que dejes caer alguna rima de vez en cuando, pero sin ceñirse a ella. El poema está todo muy bien, las frases acertadas y sonoras. Saludos.
  • Conde WaldsteinConde Waldstein Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita s.XIV
    editado mayo 2015
    Muchas gracias
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