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Un Científico Alemán

Alejandra Correas VázquezAlejandra Correas Vázquez Gonzalo de Berceo s.XIII
editado diciembre 2009 en Histórica
UN CIENTÍFICO ALEMÁN
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(Suceso trágico del Siglo XX en Córdoba - Argentina)


1 --- EL PERSONAJE

Era un científico alemán. Un médico. Un doctor extravagante.

Era el Dr. Stuckert.

Cierto estudiante de medicina en ese entonces, discípulo suyo, Baudilio VC, contemplaba con admiración y asombro cuando el “Herr Professor” emérito (que a la sazón se hallaba radicado como profesional en Córdoba) llegaba en bicicleta hasta el Hospital. Resultaba ya de por sí extraño en esta adusta ciudad, un doctor en “bici”. Pero el exótico “doctor de la bicicleta” totalmente trajeado de profesor universitario a la usanza de los años 30, no paraba ahí sus insólitas peripecias. Se lo veía entrar raudo por el largo patio del Hospital haciendo círculos entre pacientes y médicos, persiguiendo además con su “bici” a las beatas religiosas del nosocomio, las cuales enfundadas en sus hábitos talares huían despavoridas al verlo, porque las corría por los distintos pasillos.

Como damas elegantes que habían renunciado al “mundanal ruido” para dedicarse a obras de caridad -olvidando salones y sonrisas– pegaban chillidos de espanto, causando aún más entusiasmo en el persecutor del birrodado.

—¿Cómo un profesor emérito, un médico, un diplomado europeo, un científico destacado ... puede conducirse como un niño travieso?— …Comentaba años después Baudilio, su antiguo alumno de medicina.

2 --- UNA VISITA INTEMPESTIVA


Corría un día de un mes del año de 1935. El Dr. Stuckert tocó muy de madrugada entre las primeras claridades, el timbre de una casa particular en la calle Dean Funes al 800 de la ciudad de Córdoba. Vivía en ella un diputado nacional, enemigo político suyo, en aquel tiempo cuando las enemistades políticas eran graves.

Casi todos dormían en la casa y sólo el jefe de familia estaba despierto, tomando el mate que cebábale una chinita enfundada en uniforme de mucama, adornada con una cofia blanca y bordada sobre su frente, bajo la cual sus ojillos indios, semidormidos, parecían más oblicuos. No era común ese disfraz en una casa de estanciero criollo de Río Primero, pero a un diputado le quedaba bien, sin duda.

—¡Quiero hablar de inmediato con el Dr. Eudoro!—.... exigió en su tono habitual el profesor emérito de la Universidad, a la chinita cuando ésta asomó bostezando su rostro a la puerta

Como era de esperar, demoraron un tiempo prudencial en abrirle, tratándose de un enemigo político. Pero al fin franqueáronle la puerta al científico alemán, cuya presencia en sí misma, representaba todo un honor en cualquier domicilio cordobés. Y lo hicieron pasar al escritorio del diputado (perteneciente al partido político opositor al suyo) el cual hallábase ubicado en el centro de esa casa, iluminado por una ventana con vista hacia un patio adornado por mayólicas valencianas azules.

El dueño de casa brindóle un saludo de estilo, con gran formalidad. Abogado aguerrido, corpulento, rubio, de mucha prestancia física y conocido por su sombrero “hongo”. Con su gesto altivo de siempre, estaba realmente sorprendido por la visita de un enemigo político, en momentos álgidos de la campaña proselitista. Tanto como satisfecho por ser honrado con la presencia del médico famoso en su casa. Su llegada intempestiva lo llenaba de asombro y una vez frente a él, miró al Dr. Stuckert con un gesto airoso y de intriga, que le era característico. El científico alemán le preguntó entonces :

—¿Se apresta usted a viajar muy de mañana Dr. Eudoro?— díjole sin preámbulos el Dr. Stuckert

—Sí. Debo abrir un acto político en Plaza de Mercedes, pueblo de hacendados que pertenece a la zona departamental de Río Primero, solar de mi familia donde yo mismo he nacido.

—¿Y es indispensable su presencia allí señor diputado Eudoro?

—No tenga la menor duda profesor, pues yo represento a Río Primero en el Congreso Nacional y por ello en mi calidad de diputado nacional debo acompañarlo en estos eventos.

—¡Pues no irá usted allí porque yo se lo impediré!— le expetó el visitante intempestivo con gran énfasis, mientras sacaba de su bolsillo una pistola con la cual encañoneó al diputado.

Y luego con gran tranquilidad el profesor prosiguió :

—Está cargada y ya conoce usted que mis afirmaciones son siempre seguras ... ¡Usted no irá hoy a ese acto de “Plaza de Mercedes” porque yo voy a impedírselo!

—¿Es que piensa matarme?

—¡No!— gritó espantado el profesor alemán

Y quedó de este modo asombrado el Dr Stuckert al oír aquello, sin advertir que la circunstancia que protagonizaba no parecía favorecer en nada su afirmación.

—¡...Todo lo contrario, doctor Eudoro, yo no quiero que lo maten a usted...!

—¿De dónde saca usted eso, profesor?

—Como se lo estoy diciendo. Vengo de una reunión de mi partido donde, pese a mi oposición, usted ha sido condenado a muerte. ¡Y yo no lo voy a permitir!

—¿Cómo? ... ¿En qué momento?

—Este mediodía en “Plaza de Mercedes”. Ya está allá todo preparado.

El diputado se desplomó en su asiento. El tren que lo llevaría esa mañana a Plaza de Mercedes partía de la estación de ferrocarril en un par de horas. Una gran festividad de campo se había preparado para recibirlo, con los consabidos asados, cuadreras, bailes, juegos y misa. El iba a abrir el acto cortando la cinta azul y blanca con los colores patrios y dar comienzo a los discursos inaugurales del evento político, seguidos por la fiesta campera.

La fiesta criolla daría comienzo con el desfile gauchesco con arneses adornados de plata, briosos potros alazanes, sortijas, cocina criolla al aire libre, reparto de empanadas, locro y quesillo, matizando todo aquello con los mejores vinos regionales “pateros”.

Todo... Todo habíale parecido a este diputado tan ingenuo, tan simple, tan bucólico, tan acostumbrado ...¡Tan de Río Primero!...

Como cuando de niño cabalgaba por la estancia paterna en esas extensiones ilímites y pampeanas, saludando a los puesteros, los boyeritos, el capataz, los peones gauchos, los aparceros gringos y a las chinas y chinitas mezcladas entre ambos. Gente simple y campesina. Al cura párroco, el jefe de la estación de tren y al chasqui repartiendo a caballo la correspondencia entre las estancias.

En un lugar así... ¿Cabía una tragedia?

—¡Escúcheme muy bien señor diputado!- volvióle a exigir el doctor alemán mientras continuaba esgrimiendo el arma en dirección a su pecho en forma amenazadora– Si usted intenta salir de este escritorio o de su casa en este día... ¡Yo lo balearé! No tenga la menor duda. Usted se quedará aquí a mi lado todo el día... Así lo he decidido yo.

No habría nada más que decir en aquel día. Ya estaba todo dicho. Al Dr. Stuckert nadie podía discutirle nada y menos aún, con un arma cargada en la mano. Nunca iba a decir algo de lo que no estuviese convencido y jamás hablaría sin cumplir con su palabra. Era totalmente alemán. Nadie se atrevía en aquella década de 1930, a desautorizar o desafiar al Dr. Stuckert. Su saber. Su seriedad profesional. Su sobriedad, imponían un respeto solemne. Su Clínica particular era toda una garantía. El era un científico alemán.

Como centinela de guardia la pistola del profesor emérito se mantuvo en su mano apuntando al condenado a muerte, para impedir que se cumpliera tal condena. Solución ésta, que sólo podía habérsele ocurrido a un germano.

3 --- PLAZA de MERCEDES

En Plaza de Mercedes en tanto, ese día, la masacre sería escalofriante. Fue la tragedia más grande del caudillismo criollo argentino en el siglo XX, que marcaría la memoria por mucho tiempo. Décadas. Pues en la lid las víctimas habíanse transformado en victimarias. Es decir, el partido político que presuntamente iba a ser atacado, esgrimió imprevistamente armas. Hubo sin duda otras filtraciones en la lamentable reunión nocturna que indignó al científico alemán, las cuales dieron voz de alarma.

Advertidos a tiempo, los partidarios del diputado que debían abrir ese acto político en el pueblo campero de Plaza de Mercedes, rodeado de estancias ganaderas, llevaron hombres duchos para el caso, bien armados, desde Tulumba ... Y comenzó la batalla, al mediodía, dejando ambos contendientes un saldo trágico, con víctimas famosas como el Dr Vivas..

En la ciudad de Córdoba mientras tanto, a la cual todos ellos pertenecían, se aguardaban noticias de ambas partes. Hacia el atardecer, la sirena del diario “La Voz del Interior” que anunciaba siempre a la ciudadanía cordobesa peligros o dramas, comenzó a sonar en forma patética y persistente, a todo lo largo y lo ancho de esta ciudad.

(sigue abajo)

Comentarios

  • Alejandra Correas VázquezAlejandra Correas Vázquez Gonzalo de Berceo s.XIII
    editado diciembre 2009
    4 --- DOS HERMANOS DIALOGAN

    —¿Has oído esa sirena?

    Le preguntó así el hermano mayor Orencio a su hermano menor Oscar, quien hallábase de visita en su casa viendo el estado de salud del primero, el cual estaba en cama con “parte” de enfermo

    —Sí... ¿Qué habrá pasado?-- contestóle el muchacho

    —Acaban de matar a tu futuro cuñado.

    —¡Eudorito! ...¿Cómo es eso?... ¡Y cómo lo sabes!— saltó espantado Oscar

    Orencio, perteneciente al mismo partido de Stuckert y que conocía todo lo programado, dirigióle una fuerte mirada a su joven hermano. Luego le explicó, con mesura:

    —Quisieron que yo me encargara de ese crimen y me negué. Como puedes ver no estoy enfermo, a pesar de haber dado “parte” de enfermo— y luego guardó silencio

    —No te calles, quiero saber— insistió Oscar angustiado

    —Pues bien, como lo oyes... Yo me negué. Pero le he hablado de frente como poca gente se atreve a hacerlo, diciéndole: “Doctor S. ... Yo soy, usted lo sabe, su correligionario, un partidario leal que no va a traicionarlo, pero tampoco a doblegarse... ¡Pero sigo siendo un soldado de la patria! No cedí en el 30, hace cinco años, y dejé por ello mi carrera militar, debido a mis convicciones a las cuales no voy a abandonar. Pero sigo siendo siempre, un soldado de la patria ¡No! No soy un asesino. No seré un criminal. Busque usted a otro. Yo no estoy a su lado para eso” ... Esa sirena mi indica, Oscar, que lamentablemente, acaban de matar a tu futuro cuñado Eudoro, en Plaza de Mercedes.

    Oscar era muy joven y estudiaba medicina. Mientras que su hermano mayor Orencio le llevaba veinte años de vida, experiencia y convicciones. Estaba casado con María Helena Paz, la hija de Don Carlos Paz, el visionario creador de la pujante ciudad de Carlos Paz, quien transformó su estancia en un centro turístico. Y Orencio fue alma vital de este proyecto. Era un político, un militar y un empresario. Un hombre de mundo, siempre seguro de los pasos que daba.

    Diez años después de este día luctuoso, un ex-condiscípulo de Orencio en el Colegio Militar (compañero de “camarote” en dicho centro de estudios) llegó a Córdoba y lo visitó, para que lo acompañase en una gran asonada política que iba a imponerse en toda esta nación sudamericana, durante décadas, a partir de 1945. Un movimiento político que aún hoy en pleno siglo XXI gobierna Argentina, aunque adaptado al nuevo siglo.

    Orencio lo atendió, le abrió su casa, le convidó mate y galletas, habló largamente con él, escuchó sus proyectos y sus propuestas, le sumó observaciones y algunas críticas, siguió en buenas relaciones con él en atención a los mutuos recuerdos juveniles ...pero tampoco cedió. Y si no dio la espalda a sus ideas para colocarse en la cúspide del éxito…

    ¡Menos aún iba a ceder para llenar sus manos con sangre en Plaza de Mercedes!


    5 --- LA SIRENA

    Aquella sirena de 1935 iba a resonar con espanto en las almas cordobesas. La ciudad enlutada. Lacerada. Dolorida. Pero sin embargo, aquello que habían creído los dos hermanos –Orencio y Oscar- no había sucedido. Fue en realidad lo único que no sucedió, precisamente lo que estaba programado.

    El blanco verdadero. El que debía cortar la cinta de colores patrios y comenzar los discursos. El destinatario auténtico de aquella espantosa sangría. El verdadero objetivo sindicado para ese día ...Y el único de todo el conjunto, en sobrevivir sin mella alguna.

    6 --- CHAMPAGNE FRAPPÉ

    Sólo dos años más adelante, Oscar, ya con el título de médico en sus manos concretó su matrimonio. En ese acto nupcial de la joven pareja fueron padrinos de boda luciendo sus elegantes fracs, Orencio por el novio y Eudoro por la novia. Y ambos contendientes políticos brindaron esa noche cordobesa de un cálido 11 noviembre de 1937, con un suspiro de alivio y con champagne bien “frappé”.

    7 --- UN CIENTÍFICO ALEMÁN


    ¿Y el científico alemán? Continuó dando notas exóticas. Aquel día luctuoso de 1935 había concluido. Al escuchar la terrible sirena del diario cordobés “La Voz del Interior”, el Dr. Stuckert consideró las cosas a su modo.

    Todo estaba ya concluido. El aún continuaba con la pistola en la mano y ninguno de ambos quería otro mate. La verde yerba asomábales por los ojos, cual cuadro vivo de esa selva misionera que la cultiva.

    Dio entonces por terminada la tarea que habíalo llevado esa madrugada entre las primeras luces, hasta el domicilio de la calle Dean Funes al 800.

    Cumplido ese complejo cometido que habíase propuesto saludó como un caballero y se retiró. Sencillamente... Pero la familia observó en los meses que siguieron, que existía un policía uniformado frente a su domicilio... ¡Encargado de la seguridad del diputado opositor!

    El Dr. Stuckert tal como a sí mismo se lo había propuesto, continuó preservando la vida de su enemigo político. Con más ahínco aún, por los hechos ocurridos...

    EL era… Un científico alemán.


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    Alejandra Correas Vázquez

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