Yo recuerdo que en el instituto tenía mucho miedo a besar a una chica, por temor a hacerlo mal. Antes de repetir tercero de bup y acabar en una clase arrinconado en el fondo en una mesa, pues estuve en una dónde podría haber conseguido... dónde podría haber acabado de otra forma. Me sentaba al lado de una chica, y por lo menos era capaz de hacerla reir. Ella me invitaba a su casa y eramos compañeros, y yo también me partía con ella.
Pero nunca me atreví a pedirle nada más. Me llamaba ojos azules. Si le hubiera dicho algo, supongo que a lo mejor en un momento dado hubiera tenido que besarla. Y entonces ella habría descubierto que no servía para nada.
La gente se reía de mi en aquella clase. Y algunos mantenían conmigo extrañas conversaciones. Uno de los populares de la clase hablaba conmigo en solitario diciéndome que si seguía comportándome como me comportaba, la gente iba a pensar que era tonto.
Una profesora decía que yo no le parecía tonto, y sin embargo no entendía mi comportamiento. El director del instituto tenía confianza en mí. Yo sacaba sobresalientes y notables, y supongo que le decepcioné al llenar mi nuevo boletin en mi nueva etapa de instituto con insuficientes y muy deficientes. Claro que ni siquiera me presentaba a los exámenes.
Todo parecía sencillo para los demás. Tan sencillo como un beso. Una conversación, estudiar un poco, salir por la noche el viernes y el sábado. Había mil estímulos nuevos. Pasar de caminar por un colegio, haciendo oidos sordos a los insultos, a los motes, a la gente que se daba la vuelta y abandonaba lo que estaba haciendo para putearme hasta que me perdía de vista... pasar de eso a caminar por el instituto sin que nadie se riera de mi pues fue todo un cambio. Era como si tuviera el chip dispuesto para el entorno hostil y en un nuevo entorno no supiera que hacer. También tenía terror a que en el instituto volviera a pasar lo mismo.
De modo que, al final, nunca me atreví a decirle a la chica que se sentaba conmigo, a pesar de todas las conversaciones que teníamos, que me gustaba.
Quizá es que los besos no me hacen sentir. Recuerdo una película que vi de niño, una muy cutre. Actuaba Miguel Bose. Creo que se llamaba el caballero del dragón. Y el argumento era muy surrealista, aunque había una princesa y caballeros.
La princesa se había puesto un casco de caballero para salir al galope y que no la reconocieran. Un guardia la detiene. El guardia es viejo ya y no está para muchos trotes. Pero al no conocer la identidad del caballero, le hace el alto. Y con un tono fuerte, firme, exigente.
Al final, la princesa acaba quitándose el casco... y es como si el sol apareciera de pronto en la más negra oscuridad. O más que el sol, la luna. El guardia se queda paralizado, consciente de su error, de haber levantado su arma contra la mismísima princesa, la hija del rey. Así que, con expresión de auténtico extasiado, desmonta y se acerca tambaleante hacia la princesa, y cae de rodillas, y suplica perdón por su desatino. Y besa las botas de la princesa. Ella sonrie por toda respuesta.
Lamento ser un clasicón en estas cosas, pero me quedo con "De aquí a la eternidad".
Además, os parecerá un tontería, pero el hecho de que el tercero en ese beso sea el mar, le da una sensación de hecho efímero, como uno más, que se lleva las olas. Un sentido del tiempo.
No deliro más, un saludo.
Comentarios
Pero nunca me atreví a pedirle nada más. Me llamaba ojos azules. Si le hubiera dicho algo, supongo que a lo mejor en un momento dado hubiera tenido que besarla. Y entonces ella habría descubierto que no servía para nada.
La gente se reía de mi en aquella clase. Y algunos mantenían conmigo extrañas conversaciones. Uno de los populares de la clase hablaba conmigo en solitario diciéndome que si seguía comportándome como me comportaba, la gente iba a pensar que era tonto.
Una profesora decía que yo no le parecía tonto, y sin embargo no entendía mi comportamiento. El director del instituto tenía confianza en mí. Yo sacaba sobresalientes y notables, y supongo que le decepcioné al llenar mi nuevo boletin en mi nueva etapa de instituto con insuficientes y muy deficientes. Claro que ni siquiera me presentaba a los exámenes.
Todo parecía sencillo para los demás. Tan sencillo como un beso. Una conversación, estudiar un poco, salir por la noche el viernes y el sábado. Había mil estímulos nuevos. Pasar de caminar por un colegio, haciendo oidos sordos a los insultos, a los motes, a la gente que se daba la vuelta y abandonaba lo que estaba haciendo para putearme hasta que me perdía de vista... pasar de eso a caminar por el instituto sin que nadie se riera de mi pues fue todo un cambio. Era como si tuviera el chip dispuesto para el entorno hostil y en un nuevo entorno no supiera que hacer. También tenía terror a que en el instituto volviera a pasar lo mismo.
De modo que, al final, nunca me atreví a decirle a la chica que se sentaba conmigo, a pesar de todas las conversaciones que teníamos, que me gustaba.
Quizá es que los besos no me hacen sentir. Recuerdo una película que vi de niño, una muy cutre. Actuaba Miguel Bose. Creo que se llamaba el caballero del dragón. Y el argumento era muy surrealista, aunque había una princesa y caballeros.
La princesa se había puesto un casco de caballero para salir al galope y que no la reconocieran. Un guardia la detiene. El guardia es viejo ya y no está para muchos trotes. Pero al no conocer la identidad del caballero, le hace el alto. Y con un tono fuerte, firme, exigente.
Al final, la princesa acaba quitándose el casco... y es como si el sol apareciera de pronto en la más negra oscuridad. O más que el sol, la luna. El guardia se queda paralizado, consciente de su error, de haber levantado su arma contra la mismísima princesa, la hija del rey. Así que, con expresión de auténtico extasiado, desmonta y se acerca tambaleante hacia la princesa, y cae de rodillas, y suplica perdón por su desatino. Y besa las botas de la princesa. Ella sonrie por toda respuesta.
Esa escena me turbó mucho.
Este beso quedó en mi recuerdo por su originalidad.
Además, os parecerá un tontería, pero el hecho de que el tercero en ese beso sea el mar, le da una sensación de hecho efímero, como uno más, que se lleva las olas. Un sentido del tiempo.
No deliro más, un saludo.