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Adolph

Der RabeDer Rabe Anónimo s.XI
editado enero 2009 en Histórica
Este es un relato que escribí inspirado en mi pasión por la historia de la Inglaterra anglosajona. Espero que lo disfruten y comenten.
¡Las críticas son muy bienvenidas!:)

Que antes del alba lo despojen los lobos;
La espada es el camino más corto

Jorge Luis Borges


Corre el sajón hacia la foresta. Los aullidos de los lobos forman a su alrededor un terrible coro. El hedor del terror está en el aire, pero él no teme.
Sabe que los hombres de Bloodaxe han tomado York, aunque él no haya estado en el asedio; es consciente de que su tierra ya no le pertenece; se despide de su amada, alimento para la lujuria de los norteños; sabe que van tras él.
¿Qué dios, qué temible Cristo hambriento de carne chamuscada es este que permite que tantas vidas sean pasadas por el acero, que tantos recién nacidos sean echados a las llamas?
Las impenetrables tinieblas obligan al hombre a susurrarse las tan temidas e inevitables preguntas: ¿dónde estoy?, y ¿cuándo ha de llegar el alba?
No hay respuestas.
En vez de éstas, resuenan en los oídos del hombre las últimas palabras que oyó decir a su rey: “no te detengas”. Se odia por haberlo obedecido, por no haber muerto junto a sus compañeros de armas.
No siente miedo: aun cuando los resplandores de las antorchas aparecen en la curva del camino, el sajón no se inmuta. El ruido de los aceros golpeando contra los escudos le recuerda sus batallas ganadas, sus años de esclavo en pálidos campamentos enemigos.
Arrojando el zurrón en el camino de sus enemigos, el sajón cae de rodillas. Mira hacia el costado, hacia el bosque, y vislumbra los tímidos destellos de los ojillos de las criaturas que esperan su caída para devorar su carne, y así saciar el infinito hambre que las acucia desde el principio de los Tiempos.
“¿Qué será de mi carne?”, se pregunta el fugitivo. “¿Acabaré deshaciéndome en las entrañas de los lobos, o ensartado en las picas de los vikingos?”. Mas estas preguntas no son primordiales: sus respuestas no alterarían el camino del preguntante.
Con perfecta frialdad, éste desenfunda su espada corta. Sabe que, si no se apresura, los maldiciones contra su alma gritadas por los norteños lo obligarán a llevarse las manos a las orejas, por lo que lo hace todo con denodada rapidez.
Mil luces diferentes se reflejan en el rojo charco de vida: la de la luna, la de las antorchas de los vikingos, la de los ojillos de los lobos...
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