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Y Dios se detuvo en Cerro Hierro (en lista de espera para comentar

antonio chavezantonio chavez Miguel de Cervantes s.XVII


Y Dios se detuvo

en Cerro Hierro



La Presentación


Mi idea, en un principio, era escribir un libro de mis memorias; un libro que hiciese recordar, y perpetuar, mis años de existencia; un libro, a mi sui géneris, que pusiese a cada persona, relacionada de alguna manera conmigo, en su lugar; un libro sobre mis hijos, mis amores, mi vida, el cielo… (Ahora, el mejor hogar posible para mis padres, mi sobrino y mi cuñada). En definitiva, un libro con páginas de alegrías y penas desde aquella primavera, lejana ya.

Pero enseguida caí en un protagonismo absurdo, y es por ello que arriesgué en más hondura literaria, con un doble mortal sin red; es decir, adelantándome a las arenas movedizas de las críticas, e involucré unos casos de veterinaria, que venía leyendo, con la idea que moraba en mí. ¿El resultado?: Dios reencarnó el amor en un médico veterinario, el doctor Amor, y lo envió a Cerro Hierro, aldea, de imaginarias granjas y fincas de riegos, sito en la Sierra Norte de Sevilla, y a través del doctor Amor bendijo ése lugar tan entrañable para mí. Algún tecnicismo lo copié de esos casos veterinarios, pero el resto: personajes, diálogos, narración, ambientación…, sólo mi pluma ha sido la única responsable.

Pero lo que menos puede importarle al lector es ese tecnicismo; lo que realmente puede ser de su interés es la calidad humana del personaje central, creado por mí: un tipo afable, donde los haya, como se puede leer a lo largo de este mi primer parto literario: Y Dios se detuvo en Cierro Hierro.

Acabo ya añadiendo que hace algún tiempo le regalaron a una hija mía un chucho recién nacido, que rebautizamos Balú, y, aunque no me gustaban los perros, le cogí cariño. Pero, por razones de peso, lo 'abandoné' en el Laboratorio Municipal de Sevilla, siguiendo sus pasos para mi sosiego. Ahora se halla en otro hogar, bien atendido, según he podido comprobar. Situación, ésta, que a mi hija redujo la preocupación, pero no a mí, porque nunca había pensado que esas mascotas, de siempre ignoradas aunque respetadas por mí, una de ellas, quizá la mejor, pudiese dejarme tamaña secuela de nostalgia ¡Es que tanto cariño, complicidad, compañía y fidelidad hacia mí, a cambio de nada, era demasiado!





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Comentarios

  • antonio chavezantonio chavez Miguel de Cervantes s.XVII


    La Llegada


    La curvilínea carretera, libre de vallas, corría entre altos páramos. De pronto, mi coche se deslizó desde el pavimento hasta el césped de la orilla, que las ovejas habían dejado liso como terciopelo. Paré el coche, me bajé y miré a mis alrededores.

    La carretera cortaba pastos y brezales antes de sumergirse en el valle del fondo. Me encontraba en uno de los mejores lugares para contemplar las grandes llanuras, que se extendían a mis pies en una vista de ensueño: los fértiles campos, el ganado que pacía, el caudaloso río, bordeado de piedras en una parte, y de muy nutrida arboleda en la otra. El pasto crecía entre las laderas hasta donde empezaban los brezales y la áspera hierba de los páramos, y sólo estaban libres de él los acantilados que ascendían sobre las colinas y desaparecían entre las desnudas estribaciones que marcaban el comienzo del terreno silvestre. En esos momentos, me envolvía un aire fresco agradable.

    Luego de residir veinte años en Huelva y de haber viajado por toda la Andalucía Occidental, había regresado a casa: la Sierra Norte de Sevilla. Durante mi circunnavegación, había pensado en ella y no me había olvidado de su belleza, pero pensar desde la lejanía no era suficiente para poder recordar una sensación de cercanía con la naturaleza. Y ahora estaba de nuevo en la región que vio nacer y crecer a mi padre: Cerro Hierro, San Nicolás, Constantina, Cazalla… Entre el gentío y el aire rancio de las ciudades, costaba recordar un lugar sereno, un lugar en el que cada bocanada de aire estuviese llena de aroma fresco, un lugar en el que sólo se pudiesen oír los susurros de Dios…

    Ese día había tenido una mañana perturbadora. Dondequiera que iba, todo lo que contemplaba recordaba que se estaba acercando una era de cambios, y a mí no me gustaban los cambios. Mientras fumigaba uno de sus árboles con un sofisticado aparato, José, viejo amigo, agricultor-granjero, me dijo: 'todo lo quieren arreglar ahora con esto, Amor', y señaló con la mano el fumigador. Esas palabras me obligaron a observar el aparato con el que trabajaba y a darme cuenta de que eso mismo, o quizá más moderno, era lo que se iba a ver desde ahora en adelante.

    Sabía el significado del comentario de José. Tan sólo un lustro antes habría visto un árbol y habría depositado un poco de Yil en su raíz. Todavía llevaba en el maletero del coche un recipiente para estos trabajos: una botella de cuello alargado que permitía que el líquido corriese fácilmente. El Yil lo mezclaba con el agua, con la idea de que cundiese. Pero todo esto estaba desapareciendo ya, y el dicho de José traía el mensaje de que las cosas no iban a ser ya como antes.

    Entonces estaba comenzando una revolución en la agricultura y en la veterinaria. Todo se estaba convirtiendo ya en una ciencia, y los conceptos valorados durante algunas generaciones iban quedando en el olvido, al tiempo que en el mundo de la tecnología aparecían nuevos métodos que hacían desaparecer los viejos procedimientos. Había indicio de que los pequeños agricultores o granjeros estaban ya abandonando sus campos.

    Aquellos hombres, muchos de ellos con sólo media hectárea, una vaca y unas pocas gallinas, aún constituían el grueso de nuestra clientela. Pero ya empezaban a dudar si podían ganarse la vida con tan rácano patrimonio, y alguno había vendido ya sus tierras a los terratenientes. Pero los modestos, obstinados en seguir haciendo lo que hacían, por la sencilla razón de que siempre había sido así, eran a los que apreciaba: esas estoicas personas, poseedoras de la verdadera riqueza, que vivían con los valores del antaño y que hablaban y divulgaban el hoy tan en desuso dialecto andaluz, casi arrollados por la radio y la televisión.

    Respiré profundamente, y antes de subirme de nuevo al auto miré hacia las colinas, cuyas cumbres atravesaban las nubes, hilera tras hilera, erguidas sobre la magnificencia de los valles, y me sentía mejor. Después de todo, la región no había cambiado en esto.

    De pronto, me vino a la cabeza un suceso que me ocurrió por estos pagos, antes de irme a Huelva: mientras conducía, en un momento de distracción atropellé a una cerda y a sus crías, que atravesaban la carretera. Las crías murieron, pero la madre quedó malherida. La cogí y la llevé al consultorio de Cazalla, pero allí no pudieron salvar su vida. Tanto me impresionó que decidí estudiar Veterinaria, quizá aupado porque, amén de que era mi vocación frustrada, tenía tres asignaturas comunes con mi carrera de Agrónomos, que apenas la acabé, ejercía exclusivamente de veterinario, con escasa presencia en los asuntos agrícolas. Algo en mi interior me obligaba a ayudar a los animales domésticos.

    Eché una última ojeada y luego conduje hasta el consultorio, que habíamos instalado mi socio Pérez y yo en San Nicolás, calle Real 19. El lugar se encontraba aparentemente igual, pero había sufrido cambios; todos mis hermanos se habían casado, y ninguno de ellos vivían en San Nicolás, y salvo Fredy, que tenía su casa encima del almacén de riegos, ningún otro hermano seguía en la empresa que creó mi padre. Mi mujer, veterinaria también, y yo, con nuestro hijo



  • antonio chavezantonio chavez Miguel de Cervantes s.XVII

    vivíamos en una casona a la entrada de San Nicolás, que habíamos comprado al poco tiempo de me regreso de Huelva.

    Cuando llegué abrí la puerta del coche, bajé y, a unos pasos del consultorio, mi hermano casi me arrolla. Salió como una tromba. Me cogió del brazo y me dijo:

    ____Amor, precisamente estaba buscándote. He tenido un percance con mi coche; se le rompió el cárter en estos infames caminos y ahora no tengo un medio de transporte para seguir con mi trabajo. Hasta dentro de quince días no estará reparado. ¡Y no sé qué hacer...!

    ____Todo menos la muerte tiene solución. Puedes usar el mío, o yo atenderé a tu clientela –le respondí, tratando de tranquilizarle.

    ____Pero a ti te hace falta para tus visitas veterinarias. Y, además, esto puede ocurrir más veces. Y de ello quería hablar. Me gustaría conocer tu opinión sobre comprar un coche.

    ____¿Otro? ¿Para qué si en unos días tendrás de nuevo el tuyo?

    ____Pero uno auxiliar. De hecho, ya lo hablé con Truyo, de Cazalla, para que me lo traiga. ¡Y mira, ahí está ya! –añadió, y se fue hacia la carretera.

    Fredy casi siempre actuaba así. Pero, al fin y al cabo, la empresa de Riegos era suya, sólo estábamos negociando mi parte a cambio de algunos beneficios. Lo seguí, y allí estaba Truyo. Un Citroën Break taponaba la puerta de entrada al almacén. Y, Fredy, entusiasmado, se acercó al vendedor.

    ____Hola, Truyo. Dijiste dos mil duros, ¿no?

    Empezó a caminar alrededor del coche retirando escamas de óxido de la pintura y repasando la carrocería. Era obvio que había pasado sus mejores días, pero la apariencia no era lo más importante si todo lo demás funcionaba bien.

    ____¿Funciona bien ? –le preguntó a Truyo.

    ____Claro. El motor está recién reparado; la batería es nueva y aún queda mucho dibujo en los neumáticos.

    Fredy pateó suavemente con el pie el parachoques delantero, y los muelles rechinaban.

    ____¿Y qué me dices de los frenos? Eso es vital, porque como sabes nos movemos por caminos con muchas curvas, y el coche llevará siempre un mínimo de doscientos kilos de carga.

    ____Perfectamente –le contestó.

    ____Siendo así, no te importará que demos una vuelta en las calles del pueblo –añadió.

    ____Todas las vueltas que quieras –respondió.

    Truyo frisaba en los sesenta y alardeaba de tranquilidad.

    Siguiendo indicaciones de Fredy, Truyo se sentó en el asiento del lado del conductor, mientras él lo hacía en el del lado del volante.

    ____¡Vente con nosotros, Amor! –levantó la voz.

    Me apresuré y me senté en el asiento de detrás.

    El coche despegó bruscamente. Oímos un rugido del motor y un rechinar de la carrocería. Aun su tranquilidad, Truyo no pudo evitar que el cuello de su camisa asomase un centímetro por encima de la chaqueta mientras salíamos a todo gas calle Real abajo. El cuello recuperó su lugar apenas el coche disminuyó la velocidad e hizo un giro a la izquierda, con doble curva. Pero reapareció apenas el auto empezó a recorrer velozmente una larga y angosta calle. Llegamos a un tramo enladrillado, perpendicular a Real, y el coche se lanzó, cual rayo sobre él, pero al final del mismo se detuvo un poco para tomar una pronunciada curva.

    ____Es importante probar los frenos –dijo Fredy. Y dicho esto el auto se precipitó de nuevo hacia adelante.




  • antonio chavezantonio chavez Miguel de Cervantes s.XVII

    Sí, estaba haciendo una prueba exhaustiva. El rugido del motor se convirtió en alarido y el Ayuntamiento se acercaba con alarmante rapidez. Frenó, y el auto se fue hacia la derecha, como un cangrejo, y enfiló, como lanzado por una catapulta hacia la plaza de abastos. Truyo llevaba la cabeza contra el techo, y ya se veía toda la parte trasera de su camisa. Cuando el coche paró de nuevo, empezó a sudar y a deslizarse en su asiento. Pero en ningún momento se le vio un gesto de contrariedad.

    Luego de bajarnos, Fredy se tocó la barbilla. No le había disgustado el brío del motor, pero…

    ____Tira a la derecha al frenar. ¿Tienes uno más aparente, aunque valga un poco más? –le dijo a Truyo.

    El bueno de Truyo no respondió. Se estaba recuperando. Tenía las gafas torcidas y la cara pálida.

    ____Sí, uno que te va a interesar. De hecho, creo que es el indicado para ti –respondió, al cabo de unos instantes.

    ____Bien –dijo Fredy, a la vez que se frotó las manos-. ¿Lo puedes traer esta tarde? –añadió, preguntándole.

    ____ Esta tarde voy a Sevilla, Alfredo –le cambió el tratamiento; tal vez por el susto-. Pero lo hará mi hijo. Mañana me pasaré de nuevo a verte. Seguro que llegamos a un acuerdo en el precio –agregó.

    Nos despedimos, no sin antes mi hermano recordarle a Truyo que quedaba esperando después de almorzar.

    Mientras entrábamos a la oficina, Fredy me rodeó el hombro con el brazo y me dijo:

    ____Un paso más para nuestro negocio. Ya no tendremos problemas cuando se averíe un coche, siempre habrá uno que lo sustituya. De todas formas –sonrió, y añadió-: disfruto tratándose de coches.

    Y era verdad. Habían aparecido cosas nuevas, sin que la comarca hubiese experimentado cambios. Y tampoco mi hermano. Seguía siendo un loco de los coches.


    Pero mis relaciones, tanto familiares como profesionales, con mi hermano eran excelentes. Y si no, después de todo, era de mi sangre. Acordamos que él seguiría dirigiendo la empresa de Riegos, y yo echaría una mano en algunos casos especiales, recibiendo por ello una comisión y los gastos de gestión, pero siempre que mis obligaciones veterinarias me lo permitiesen



    (FIN CAPÍTULO 'LA LLEGADA')
  • antonio chavezantonio chavez Miguel de Cervantes s.XVII


    Julio


    ____¡Hola, hola! ¡¿Hay alguien ahí?!

    ____¡Hola, hola! –repitió detrás de mí una voz infantil.

    Me giré y vi a mi hijo. Ya tenía 7 años. A veces me acompañaba en mis visitas a las granjas desde que volvimos de Huelva. En realidad se sentía un hombre de campo.

    Ésos gritos eran habituales en mí. Cuando llegaba a una granja era difícil encontrar a su dueño esperando; podía estar subido en un tractor, a alguna distancia, o en algún otro lugar, atareado con su trabajo, y por eso confiaba en esos gritos. A mi hijo le gustaba esa práctica, a la vez que aprovechaba para ejercitar los pulmones. Lo veía caminar, pavoneándose, repitiendo esos gritos una y otra vez a la vez que hacía ruido con sus botas, que le había comprado en una fábrica de calzados de Valverde del Camino, en la provincia de Huelva.

    Esas botas representaban todo su orgullo. 'El reconocimiento de su estatus como ayudante de su padre'. Mientras venía conmigo, su reacción era la alegría de un niño que puede observar plantaciones diferentes, animales diversos, especialmente las crías; y el placer de ver gatitos sobre una paca de heno, o una camada de perritos en un pesebre. Pero él siempre entraba en acción. El contenido del maletero de mi coche le era tan familiar como su caja de juguetes. Le divertía facilitarme listas de precios, algún Tratado de cultivos, algún paquete de abono, o mi maletín de veterinaria. A veces se adelantaba a mis pensamientos y corría, diligente, hacia el coche para traerme lo que creía idóneo en cada momento. Sabía seguir ya las conversaciones.

    Dado a mis dos profesiones y a que me movía en las mismas rutas, a veces atendía a algún agricultor, si Fredy se hallaba ocupado. Era rara la finca en la que no había un animal que no necesitase de un veterinario, a la vez que aprovechaba para facilitar presupuesto de complementos agrícolas: abonos, fumigaciones; o informaciones o ventas de riegos, motores, bombas o maquinaria agrícola.

    Pero lo que más le gustaba a Julio era acompañarme en las visitas nocturnas, si su madre le permitía acostarse más tarde. Se sentía feliz mientras íbamos en el coche en la oscuridad a través de los campos, o cuando sostenía en la mano una linterna para enfocar las ubres heridas de una vaca, mientras yo le aplicaba puntos de sutura, o cuando alumbraba alguna plantación, destrozada por un temporal u otras circunstancias.

    Los granjeros y agricultores eran cariñosos con él. Y hasta los más huraños solían decirme, no bien bajábamos del auto: 'doctor Amor, ya veo que ha traído con usted a su pequeño gran aprendiz'.

    Pero esos hombres tenían un algo que Julio quería: un par de botas claveteadas. Sentía admiración por ello, como personas valientes, que pasaban la vida en el campo, trabajando, sin temor, entre el ganado. Se asombraba cuando veía que portaban en las espaldas pesados sacos, o arrastraban incómodos plásticos de protección de los cultivos. Pero lo que más ansiaba mi hijo era esas botas, fuertes y firmes. Para él simbolizaban el carácter de los hombres que las calzaban.

    Las cosas llegaron a su auge un día en que íbamos hablando en el auto durante el camino a una granja. Más bien, él llevaba la charla mediante una serie de preguntas que iba fluyendo sin interrupción, siguiendo una practicada fórmula.

    ____Papá, ¿cuál es el tren más rápido, el Exprés o el Talgo?

    ____Bueno. Verás… Yo diría que el Talgo.

    Penetrando en aguas más profundas, la siguiente pregunta era:

    ____¿Qué es más rápido, un helicóptero o un coche de carreras?

    ____Ésa es una pregunta difícil, Julio. Quizá el auto. Pero no estoy muy seguro.

    De pronto, cambiaba de táctica.

    ____El hombre que vimos en la granja que visitamos ayer es muy alto, ¿verdad, papá?

    ____Sí -respondí, en un principio confundido.

    ____¿Más alto que el portero de un equipo de fútbol?

    Ya entrábamos en su juego favorito. Conocía al hombre más alto, y sabía cómo iban a acabar la cosa, pero seguía jugando mi parte.

    ____Tal vez.

    ____¿Más alto que el portero del Betis? No el de antes, sino el que ha fichado este año, ese gigantón melenudo.

    ____Sin duda –contesté, para su satisfacción.

    Me miraba y, astuto, estaba preparándose para jugar sus últimas cartas de triunfo.

    ____¿Más alto que el hombre de la luz que viene a nuestra casa?



  • antonio chavezantonio chavez Miguel de Cervantes s.XVII

    La brutal estatura del empleado de la Compañía de Electricidad, que venía a inspeccionar los contadores de la zona, siempre había impresionado a mi hijo.

    ____Creo que es más alto el hombre de la granja.

    ____Ah, pero… -su boca se torcía, en un gesto de astucia-. ¿Es más alto que el vecino de la casa junto a la nuestra?

    Éste era su gran golpe final. Nadie era más alto que Rol que, desde sus dos metros veinte centímetros, miraba hacia abajo a todos los que hablaban con él.

    ____Admito que el hombre de la granja no es tan alto como Rol -me encogí de hombros, aceptando mi derrota y haciéndoselo ver.

    Sonrió triunfante, y se puso tan contento que metió en la charla un asunto que tenía en mente desde algún tiempo atrás.

    ____Papá, ¿y yo puedo tener unas botas como las que vimos a ese hombre de la granja?

    ____¡Pero si ya tienes unas! –respondí, señalando las Valverde que su madre le ponía cada vez que me acompañaba a las granjas.

    Echó una mirada desvaída a sus pies, antes de replicar.

    ____Pero yo quiero unas como aquellas…

    Me sentí derrotado. No sabía qué responder.

    ____No te enfades, hijo. Los niños no necesitan esa clase de botas. Pero, quizá... cuando seas más mayor...

    ____Yo las quiero ahora. A mi amigo Curro se las ha comprado ya su padre –me miró, con cara persuasiva.

    Pensaba que era un capricho pasajero. Pero mi hijo, cabezota como él solo, se mantenía muy firme en su campaña de convencimiento, reforzándola con miradas de enojo cada vez que su madre le ponía las Valverde. Su actitud, obstinada, enviaba el mensaje de que las Valverde no eran para un hombre como él. Hablamos sobre ello su madre y yo esa misma noche, luego de que se acostase el niño.

    ____¿Habrán botas de esas de su tamaño? –le pregunté.

    ____No sé –respondió-. Pero las buscaré. Y por tierra, mar y aire, si fuera necesario. ¡Con tal de no oírle…! –añadió.

    Pasados unos días, mi esposa volvió de Sevilla con una expresión de triunfo y las botas camperas más pequeñas que había visto. Yo no paraba de reír. Eran diminutas, pero perfectas, con sus suelas claveteadas, sus laterales acolchados alrededor de los tobillos, y su hilera de agujeros con ganchos para los cordones.

    Pero Julio no se rió cuando las vio. Se las puso y cambió su actitud. Por naturaleza, su cuerpo era fuerte y gallardo, y al verle caminar en las granjas podría decirse que era el dueño del lugar. Pisaba con fuerza y se mantenía erguido dando más autoridad a sus gritos de: '¡hola, hola...!'

    De ninguna de las maneras era lo que llaman 'un niño malo', pero tenía dentro ese pequeño diablo, que pienso deben tener todos los críos. Gustaba darse tono y yo le apoyaba, pero no se aprovechaba de mi permisividad en situaciones comprometidas. Salvo en ciertas ocasiones...

    Un domingo en la mañana, Pino, de Cerro Hierro, buen amigo, trajo al consultorio una mazorca de maíz podrida. Lo achacaba al abono. Y también traía a su perro pastor, diciendo que cojeaba. Detrás del sillón de mi escritorio, vi una pequeña cabeza. Una vez convenido con Pino una visita a su finca, aproveché que fue a su auto a por el perro para preguntar a mi hijo que por qué se había escondido, a lo que me respondió que se sentía tan culpable como yo del desastre del maíz: 'al fin y al cabo, también formo parte del equipo; incluso mis botas son como las de ellos'. Después, feliz por su explicación, salió hacia el jardín, donde había una enorme enredadera, que yo mismo había trasplantado, mes atrás. Al salir tan precipitadamente tropezó con Pino, que entraba en ese momento con su perro sobre los brazos.

    Cuando un perro cojea, no es fácil encontrar la causa. Pero en este caso, tuve la suerte de dar con ella. Apenas oprimí la planta de una de las patas, el perro se quejó, incluso agresivo, apareciendo unas gotas de suero sobre la negra superficie de la extremidad. Agudicé la vista en ese punto.

    ____Tiene algo clavado aquí –señalé y miré a Pino-. Yo diría que es una espina. Tendré que aplicarle anestesia, abrir en esta zona, y después extraer la espina –añadí.

    Mientras preparaba la aguja, me pareció ver una pequeña pierna a un lado de la ventana. 'No, no puede ser Julio intentando trepar en la enredadera; es peligroso y se lo he dicho expresamente', pensé. Las ramas de la enredadera formaban un arco sobre los dos locales el del consultorio y el de riego, y aunque era de igual grueso que la pierna de un hombre en su parte más baja, adelgazaba en su parte más alta. 'No puede ser', traté de convencerme de que me hallaba enajenado y sobreponiéndome seguí con mi trabajo. Cogí el bisturí.




  • antonio chavezantonio chavez Miguel de Cervantes s.XVII

    ____Mantenle quieta y en alto la pata herida -le dije a Pino.

    Muy preocupado por su perro, Pino oprimió los labios mientras me preparaba para cortar.

    Para un cirujano, este era un momento de extrema concentración Con el bisturí hice un corte en la pata. Estaba atento, pero sustrajo mi atención una sombra en la ventana. Alcé la cabeza: '¡es Julio, trepando en la enredadera!', me dije. Pero nada podía hacer en ese momento, salvo una rápida mirada de vez en cuando.

    Ahondé en el corte y no vi nada, no queriendo agrandar la herida. Pero tenía que hacer una incisión en forma de cruz para examinar más adentro. Haciendo el primer corte, de reojo vi dos pequeños pies, suspendidos en la parte alta de la ventana, cosa que también vio Pino. Traté de no desconcentrarme, pero los pies se movían y golpeaban sobre el cristal. Era obvio que lo que estaba ocurriendo fuera no ayudaba nada a lo que estaba ocurriendo dentro. Pero las piernas desaparecieron, lo que significaba que el dueño de ellas se encontraba ascendiendo hacia otras zonas más peligrosas.

    Traté de no emplearme en nada que no fuese mi trabajo, así que continué profundizando en la herida, limpiándola a intervalos con algodones. Entonces vi algo. Cogí las pinzas y…, en ese momento volvió a aparecer la cabeza de Julio, y esta vez al revés, pendiendo de una rama. Por cortesía a Pino y porque al perro no podía dejarlo en esas condiciones, había estado procurando no pensar en lo que ocurría en el jardín. Pero ya era demasiado. Pedí a Pino que usase todas sus fuerzas en sujetar al perro; entonces di unos pasos hacia la ventana y golpeé el cristal. Mi furia debió asustar al escalador, pues desapareció enseguida. Pero pasados unos instantes, se pudo oír el sonido amortiguado de unos pasos que ascendían. Eso no era tranquilizador, pero me obligué a continuar con mi trabajo.

    ____Lo siento, Pino -me disculpé, apenas volví a su lado-. Ya estoy aquí de nuevo –agregué.

    Pino me brindó una sonrisa mientras metía de nuevo las pinzas en la herida. Entonces noté algo duro, apreté, tiré hacia arriba, y poco a poco saqué la cabeza brillante y puntiaguda de una espina. Gocé de ese instante porque es uno de los pequeños logros que alegran la vida de un veterinario.

    Pero mientras cambiaba una sonrisa con Pino, que ya acariciaba a su perro, se podía oír claramente el ruido de algo que se rompía y, a continuación, un prolongado grito de terror.

    Poco después, vimos a través de la ventana pasar velozmente a un niño, que iba cayendo con ruido sordo hacia el mullido césped del jardín. Salí disparado.

    Justo en el momento en que llegué, Julio acababa de aterrizar en el frondoso verde. Al ver que sonreía, me sentí demasiado aliviado como para enfadarme.

    ____¿Te has hecho daño? –esto fue lo primero que le pregunté.

    Negó con la cabeza. Probablemente, ocultaba el dolor por temor a la regañina. Lo puse en pie y examiné todo el cuerpo. Estaba bien, aparentemente.

    ____¡Eres un niño travieso! -le dije-. Vete a mi escritorio y coge un papel y lápiz y escribe los títulos de las coplas que más te gustan

    y no bien le dije eso, regresé a mis obligaciones.

    ____¿Está bien el chico? –me preguntó Pino, con voz preocupada.

    ____Creo que sí. Lo he examinado y no vi nada. Mil disculpas por haber salido tan intempestivamente –agregué.

    ____No pasa nada –respondió y me puso la mano sobre el hombro, añadiendo-: también yo tengo hijos...'Para ser padre es necesario tener nervios de acero y paciencia sin límite' –frase se me quedó grabada dentro de mí.



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    Esa misma tarde, mientras tomaba café en el consultorio, vi a mi hijo embadurnando con mantequilla una rebanada. A Dios gracias, no se había hecho daño, pero tenía que llamarle la atención por la travesura que había cometido.

    ____Julio –empecé-, lo que hiciste está mal. Te había advertido que no te subieses en la enredadera.

    Canturreaba y mordía su rebanada. Me miró impávido. Por su gesto deduje que no estaba tomando en serio mis palabras. Por lo que volví a la carga.

    ____Si vuelves a comportarte así, no te llevaré más conmigo a las granjas. Tendré que buscar un niño que me ayude. De hecho, ya tengo a la vista uno de la granja escuela.

    Busqué entonces alguna reacción en aquella personita, que con el tiempo iba a convertirse en un veterinario o ingeniero agrónomo, mejor de lo que su padre podía ser nunca. Me miró.

    ____¡¿Otro niño?! -preguntó, como angustiado.

    ____Así es. No puedo tener en mi trabajo uno tan travieso como tú. Llamaré enseguida a la granja escuela.

    Soltó la rebanada sobre el plato. En un principio, parecía aceptar con resignación la solución que propuse. Pero, de pronto, perdió su aparente ecuanimidad; se levantó de la silla, se puso delante de mí y me miró con los ojos muy abiertos y expresivos y me preguntó, con una extraña vibración en la voz, lo más parecido al llanto:


    ¿Y ese niño va a usar mis botas nuevas? De pronto, creyó haber perdido su rango como ayudante de su padre. El mundo entero se le vino encima al pequeño Julio




    (FIN EPISODIO COMPLETO 'JULIO')
  • antonio chavezantonio chavez Miguel de Cervantes s.XVII


    La Cesárea


    ____¿No fue mi antiguo profesor de Química quién dijo eso?

    ____Está usted errado, doctor Amor. Eso consta como legado, y lo dejó el catedrático de Biología que examinaba a los alumnos del cuarto curso, en su época –respondió Poli.

    No quise discutir con él. Siempre sabía lo que decía. De hecho, era uno de sus principales atractivos.

    Nos agradaba tener en el consultorio a estudiantes de veterinaria haciendo prácticas. Nos ayudaban. Abrían nuevas puertas de la ciencia de la veterinaria y nos acompañaban en nuestras guardias solidarias. A cambio de todo eso, adquirían de mi socio Pérez y de mí valiosos conocimientos para el lado práctico de su formación profesional.

    Pero con el transcurrir del tiempo, me iba dando cuenta de que aprendíamos de ellos tanto como ellos de nosotros. La ciencia de la veterinaria había experimentado avances espectaculares. Aparecía un nuevo campo, el de las pequeñas especies, y ya se practicaban operaciones quirúrgicas en los animales de granja. Los estudiantes de ahora cuentan con la ventaja de ver cómo se aplican las nuevas técnicas en las universidades, dotadas con sofisticados y modernos quirófanos.

    Poli cursaba su último año y era una fuente de sabiduría, en la que yo bebía ávidamente. Pero además de la profesión, compartíamos pasión por la Literatura. Cuando no estábamos hablando de temas veterinarios, canalizábamos las conversaciones hacia la Literatura. Ser compañero de viaje de Poli hacía que se acortaran los caminos hacia las granjas.

    Era un chico sociable, con una personalidad que iba más allá de los veinte años que tenía y que se salvaba de la pomposidad gracias a su sentido del humor. Un tipo de peso, si alguna vez vi alguno. Y esa impresión se veía reforzaba con la distinguida perilla que había decidido dejarse, además del hecho de fumar en pipa.

    En uno de los viajes que hicimos juntos, decidí tocar el asunto de las nuevas operaciones.

    ____¿Es cierto que ya están practicando cesáreas en vacas en los quirófanos de las universidades?

    Encendió, ceremonioso, una cerilla y la acercó a la pipa.

    ____Así es, doctor Amor. Son operaciones tan comunes como hacer pan. Es un procedimiento rutinario.

    Sus palabras hubiesen tenido más peso si el joven hubiese podido expeler una voluta de humo detrás de ellas, pero había apretado tanto el tabaco que, a pesar de aspirar con tanta fuerza que sus mejillas se hundían y sus ojos se abrían desmesuradamente, no pudo sacar una sola bocanada.

    ____Qué suerte tienes. Si supieras el tiempo que me paso sobre el suelo de los establos, ayudando a las vacas para que puedan parir, y esforzándome para que los terneros saquen la cabeza… Sólo los cojo de las patas y tiro de ellos, pero si tuviese tus conocimientos, me ahorraría problemas con una operación así. En cualquier caso, ¿qué clase de trabajo es ése?

    ____Fácil, doctor Amor. Sólo con estudiar el tema, se soluciona.

    El precoz estudiante me miró sonriéndose. Pasado unos momentos, volvió a apretar el tabaco y a encender la pipa; pero, de pronto, lanzó una exclamación de dolor: se había quemado con la cerilla. Finalmente, añadió, con voz ahogada:

    ____Duran como una hora y no exige gran esfuerzo –con la lengua se humedeció el dedo dañado.

    ____Suena bien. Pero el procedimiento sería más fácil si yo pudiese verlo. Y tú sí habrás tenido oportunidades para ello.

    ____Así es, doctor Amor -seguía enfático-. Pero la mayor parte de las vacas no precisa una operación así. Importante para usted sería ver un caso, y así yo anotaría en mi cuaderno de notas algún dato complementario –contestó-. Si se le presenta una ocasión, cuente conmigo -se apresuró en añadir.

    Asentí. Su cuaderno era como un libro, que contenía toda clase de materia útil, meticulosamente clasificada y con los títulos en tinta roja. En igual forma de hacer las cosas nos hallábamos los dos. Los profesores que impartían las clases acostumbraban a pedir a sus alumnos los apuntes, y los de Poli bien merecían algún punto extra en los exámenes finales.

    Una vez en San Nicolás, dejé al joven en su casa, y luego conduje hasta la mía. Ya en ella, a esa hora solía tomar un café solo, a cuyo acudía en mis noches de trabajo.

    Estaba acabando mi taza, cuando se levantó mi mujer y se fue a la mesita donde estaba el teléfono, al escuchar el timbre del aparato.



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    Y después de escuchar atentamente, durante algunos minutos lo que le decían, me miró y me dijo:

    ____Amor, es el señor Rojo, de Cerro Hierro. Dice que sus pastos de Sudán, que le aconsejaste sembrar, se están secando, aun a diario regándolos. Y agrega que ha llamado al consultorio, ya que una de sus vacas está tratando de parir desde la madrugada pasada. ¿Qué le respondo?

    ____¡Vaya! Y yo que pensaba que el resto de la tarde lo teníamos para nosotros... -puse la taza sobre la mesa y después le dije a mi mujer-:
    ____Dile que administre a su vaca una buena dosis de Aprol, para que descanse, y que yo salgo enseguida hacia su granja.

    Sentí contrariedad, pero Poli se iba a alegrar por lo que acababa de decirme de que quería acompañarme, para así anotar más datos en su cuaderno de notas. Miré a mi mujer:

    ____Por favor, telefonea a Pérez y a Fredy y comunícales que iré yo para ambos casos y que me llevo a Poli conmigo. Llama también a Poli y dile que en unos minutos pasaré por su casa para recogerle. Gracias, guapa –agregué.

    Sin embargo, cual rayo, Poli había sido ya avisado por Pérez, y ya se hallaba listo con su maletín de veterinario. Debía estar contento por lo hablado en esa misma tarde. Por sorpresa, iba a ampliar sus valiosos apuntes. Seguro que no imaginaba que la oportunidad que pedía se iba a producir tan pronto.

    Y así fue. El joven estaba de un humor excelente cuando pasé por él, camino de la granja del señor Rojo.

    ____Leía un libro de poesías cuando llamaron a la puerta –dijo Poli-. La poesía tiene cosas que se dan en la vida. Por ejemplo. Ahora, que estoy a punto de volver vivir un acontecimiento único, leo lo siguiente: 'siempre existe esperanza de eternas primaveras en el corazón humano'.

    Pero yo no me sentía tan poético como Poli. Uno nunca sabe qué va a encontrar en estos casos. En poco más de un cuarto de hora llegamos a nuestro destino.

    Traspasamos la cancela de entrada de 'Toril', que así se llamaba la granja, y conduje hasta el interior. El señor Rojo -por primera vez, que recuerde, había un dueño esperando- me dijo que era mucho el dinero invertido en las herbáceas. Y me lo hizo saber luego de la 'larga' espera producida desde que acabó de hablar con mi mujer. En vista de lo cual, inmediatamente nos pusimos en movimiento. La parturienta vaca pasó a un segundo plano; estaba atendida por un experto vaquero.

    Nos fuimos hacia la pradera, ya allí, pude ver que efectivamente estaban secándose las partes extremas, adquiriendo el típico color marrón de la hierba en proceso de putrefacción. Pregunté al señor Rojo si alguien había manipulado el mecanismo del panel, porque lo que estaba observando era bastante extraño. El equipo de riego funcionaba bien. Algo bajo de presión, pero bien..

    ____Nadie que yo sepa –respondió-. Pero ayer tarde vi una bandada de pájaros que salía y entraba de la 'casa máquina' -añadió.

    Nos fuimos hacia la 'casa máquina', situada a unos cien metros de la plantación.

    ____¡Creo que esos pájaros han hecho de las suyas! -grité.

    ____¿Qué quiere decir?

    ____¡Que con sus picos o sus patas han toqueteado los mandos de longitud del riego y es por eso que se han acortado los diámetros del mismo! –maticé, en voz alta.

    ____¿Mando? ¿Diámetros? -se acercó más aún a mí.

    ____¡Sí! ¡Esos pájaros han provocado que no llegue el agua a esas partes! –respondí, y añadí-: ¡para evitar que esto vuelva a ocurrir, porque como recordará este riego es antiguo y el automatismo se instaló sobre lo que ya estaba instalado, en la tuberías secundarias colocaremos cuatro bocas de riego con aspersores auxiliares! ¡Pero éstos tienen que activarlo manualmente, para no hurgar más en el panel! ¡Avisaré a mi hermano Fredy para que vengan a hacerle la instalación lo antes posible! ¡Luego, con más tiempo, revisaremos los automatismos! -amplié, hablándole próximo al oído.

    ____¿Quiere decir que esas partes no han recibido agua? –se hizo cargo al fin, contrariado.

    ____¡Así es! ¡Compare la hierba del centro con la de los extremos y verá la diferencia! ¡Introdúzcase en esos caminos interiores y verá que en las partes centrales no hay pasto seco y está alta la hierba! –concluí, casi extasiado de tanto gritar.

    El señor Rojo quedó conforme con mis explicaciones, lo que no hizo falta revisar más. Y tampoco era necesario; lo delataba la altura de la plantación, por lo que dimos ese asunto por zanjado, a la espera de la nueva instalación. Luego nos fuimos hacia los establos, para ver qué estaba pasando con la vaca.

    En un pesebre, rodillas en tierra, vimos a un joven atendiendo a la vaca, en su casi expirado letargo. Era una res pequeña, de grandes ubres. Nos miraba desde su lecho. Colgaba del techo un cartón con un nombre pintado con tiza: 'Lechona'.




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    ____¡No es muy grande! -de nuevo grité cerca de su oído, porque sabía que le fallaba la audición.

    ____Y además de eso, siempre ha tenido problemas –respondió, y agregó-: su primer parto fue muy difícil, aun pariendo un ternero pequeño Pero dio buena y abundante leche después de parir.

    Yo miraba a la res y la res me miraba a mí mientras me quitaba la camisa y me lavaba los brazos en el agua de una pila cercana. 'No me gusta nada esa pelvis tan estrecha', pensé y rezaba para que el ternero no fuese demasiado grande.

    ____¿Es su primer parto? –me preguntó, súbitamente, el señor Rojo, un poco asustado.

     No respondí a su pregunta, y él no insistió. Entonces empujé con el pie en los cuartos traseros del animal, a la vez que le gritaba para que se levantase. Pero no parecía con intención de hacer ningún esfuerzo más.

    ____No, no se va a mover –dijo, de pronto, el señor Rojo-. Ha estado quejándose toda la noche –añadió.

    Tampoco me gustaba cómo sonaban sus muges. Siempre se espera algo malo cuando una vaca puja tanto tiempo, sin ningún resultado positivo. Parecía cansada. La testa le colgaba, y tenía los párpados caídos, signo inequívoco de agotamiento. Presentía un parto difícil. Pero si la vaca no quería levantarse, tenía que bajar yo.

    Con el torso semi desnudo sobre el duro piso pensé irónico que las baldosas no se ablandan con el paso de los años. Sin embargo, cuando deslicé la mano sobre la abertura pélvica, me olvidé de mi incomodidad. Era muy estrecha. Más adentro toqué algo que me heló la sangre: dos enormes patas y un hocico. Al retirar la mano, la superficie áspera de la lengua del becerro me rozó la palma. Me senté sobre los talones, como pensando, y después alcé con fuerza la voz.

    ____¡Señor Rojo, no se asuste, pero ahí adentro hay una especie de elefante, y no hay suficiente espacio para que salga!

    ____¿No puede cortarlo en pedazos? –contestó, harto ya de toda la noche.
    ____¡Me temo que no! ¡Está vivo! ¡Sería un crimen!

    ____Sólo es un superviviente –dijo de nuevo-. Pero, aunque no es grande, es buena lechera. Y, la verdad, doctor Amor, no quisiera enviarla al carnicero.

    Tampoco yo. La simple idea dolía. En un momento de gran decisión me dirigí a Poli, que, aunque era novato en la profesión, sabía por él mismo que en su libro anotaba todo lo referente a esta clase de operaciones. Le dije, enfático:

    ____¡Ésta es una oportunidad propicia! Lo más acertado es hacer una cesárea. Me alegro que estés conmigo.

    Me encontraba en tal estado de emoción que casi no me di cuenta de un parpadeo de preocupación en los ojos de Poli, a la vez que un temblor en sus manos.

    Me levanté pesadamente, pensando en cómo iba a decirle al señor Rojo lo que íbamos a hacer. 

    ____¡Señor Rojo! -lo cogí del brazo y le hablé alto al oído-. ¡Hay que hacer una cesárea a la vaca! Una abertura en el vientre y sacar el becerro! ¡Así de simple! ¡¿Qué me dice?!

    ____¿Cesárea? ¿Como esas que les hacen a las mujeres?

    ____¡Más o menos! ¡Ya veo que lo ha entendido bien!

    ____Es extraño -alzó las cejas-. No sabía yo que se podía hacer esas cosas a un animal, sobre todo a una vaca.

    ____¡Ahora sí! –dije, solemne-. ¡La ciencia ha avanzado mucho en la última década! ¡Aquí tenemos a Poli, futuro veterinario, que puede corroborar lo que acabo de decirle!

    ____No sé, no sé.. -se pasó la mano por la barbilla y añadió-: pienso que la vaca morirá si se le hace un agujero tan grande. Quizás sea mejor que la mande al carnicero. Seguro que me dará por ella unos cuantos billetes. ¿No cree?

    Sentí que se me escapaba, pero seguí hablándole con persuasión. El señor Rojo parecía difícil de convencer. Seguro que mi socio lo hubiese logrado enseguida. Volví a la carga.



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    ____¡Pero no es grande y está flacucha! ¡No le darán mucho dinero como carne! ¡Y con un poco de suerte, podremos sacar el becerro vivo!

    De repente me percaté de que estaba yendo en contra de uno de mis más firmes preceptos: no decirle nunca a un granjero lo que debía hacer con sus animales. Pero me sentía atrapado en una especie de locura incontrolada. El señor Rojo me miró y también miró a la vaca y, sin cambiar de expresión, asintió con la cabeza. Después me dijo:

    ____De acuerdo. ¿Qué es lo que necesita?

    ____¡Un cubo con agua caliente, jabón verde, toallas y un par de guantes de granjero! –respondí, presuroso y nervioso-. ¡También -seguía entusiasmado e impaciente-, si me lo permite, llevaré el instrumental hasta la cocina de la granja para hervirlo!

    Cuando el granjero salió del establo para traerme todo lo que le había pedido, le di unas palmaditas en el hombro a Poli, como de complicidad. Le dije:

    ____Todo perfecto. Mucha luz, un becerro vivo que tenemos que sacar del vientre de su madre, y como el señor Rojo es sordo podré pedirte cuantas instrucciones necesite durante la operación, sin que nos escuche. ¡Manos a la obra, muchacho, no perdamos más tiempo!

    Poli no respondió. Le pedí que ordenase todo y que pusiese mucha paja alrededor de la vaca, mientras yo iba un momento al caserío a hervir el instrumental.

    Al poco, las jeringas, el material de sutura, el bisturí, las tijeras, los anestésicos, algún antibiótico y un paquete de algodón se hallaban perfectamente alineados en una toalla extendida sobre una paca de heno. Evidentemente, sabía lo que hacía, aun siendo la primera vez que iba a colaborar in situ en un parto de vaca. Luego, añadió antiséptico al agua, y me miró, esperando mi conformidad.

    Mientras el señor Rojo miraba pasmado todo aquel arsenal, le dije, siempre cerca de su oído.

    ____¡Señor Rojo, entre Poli y yo haremos que la vaca se vuelva para que usted pueda sujetarle la testa hacia abajo! ¡Procure estar muy atento, por favor!

    Empujamos la vaca, cuya cayó sobre un lado, sin poner resistencia. Entonces, le di un pequeño codazo a Poli y le pregunté:

    ____¿Dónde hago el corte?

    Poli se aclaró la garganta varias veces antes de responder, pero, al fin, contestó:

    ____Bueno, verá… Más o menos… aquí -señaló un punto.

    ____Alrededor del rumen, pero un poco más abajo, ¿no?

    Afirmó con la cabeza.

    Corté el pelaje de la res en una franja de unos treinta centímetros. Necesitaba una buena abertura para sacar el becerro. Insensibilicé toda la zona con anestesia y seguidamente empecé a cortar con decisión. Por debajo del peritoneo tropecé con una masa de tejidos protuberantes, de un color rosáceo y blanco. Presioné en ese sitio y enseguida sentí algo duro dentro. ¿Acaso el becerro?



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    ____¿Esto es el rumen o el útero? –susurré-. Está muy abajo para ser uno de los estómagos, así que supongo será el útero.

    ____Está usted en lo cierto, doctor Amor. Es el útero –dijo Poli, que, aun mi susurro, me había escuchado.

    ____Bien –sonreí aliviado, a la vez que hice un corte profundo, del que brotó una enorme cantidad de heno, a medio digerir, seguida de gases y de un líquido marrón oscuro maloliente. Perdí hasta el aliento.
    ____¡Es el rumen! ¡Mira toda esa maleza! –gruñí, mientras salía un río de porquería del primer estómago, inundando toda la cavidad abdominal.
    ____¿A qué juegas muchacho? –Poli querría ser invisible-. ¡Conste que no te culpo de tu error, pero tienes que pagar por él!

    ____¡Enhebra enseguida una aguja! –mi tono era desagradable.

    Con mano trémula me dio una aguja con hilo de sutura. Sin hablar y con la boca reseca, comencé a cerrar el corte que había hecho en el órgano equivocado. Entre los dos nos empleamos en limpiar el contenido del primer estómago que se había extendido e invadía otras partes que estaban más allá de nuestro alcance. Utilizamos grandes apósitos, impregnados en antisépticos. La contaminación era masiva. El señor Rojo sudaba, y pude darme cuenta de que ya comenzaba a dudar de mí, de Poli, de la vaca, y de todo....

    Cuando limpiamos, lo mejor y más rápidamente que pudimos, las partes afectadas, miré a Poli con cierta desconsideración, sin tener en cuenta que habían más personas en el establo.

    ____¡Y yo que pensaba que tú sabías todo lo relacionado con esta clase de operaciones!

    ____Ya se hacen muchas intervenciones de este tipo. Y yo creía que no habría ningún problema –parecía asustado.

    ____¿En cuántas operaciones de cesáreas has estado presente? -lo fulminé con la mirada.

    ____Bueno… verá usted, doctor Amor.... Realmente en una y como clase de prácticas.

    ____¿Sólo en una y como práctica? Creía que eras un experto. De todas formas, aunque no hayas estado en ninguna deberías saber algo. Y lo digo por tus apuntes.

    ____El caso es que… me encontraba en la parte más retirada del salón de clases.

    ____Ahora es cuando empiezo a comprender todo. Y no podías ver bien, ¿verdad? –sonreí, con ironía.

    ____Así es -agachó la cabeza, avergonzado.

    ____¡Eres un mentiroso y un vanidoso¡ -grité ¡Mira que engañarme con tus conocimientos! ¡¿Te das cuenta que hemos podido matar a esta pobre vaca?! ¡Con toda esa contaminación es muy probable que se produzca una peritonitis y muera! ¡Lo único que nos queda ya es la remota esperanza de salvar al becerro! -haciendo esfuerzo me calmé-. Pero sigamos trabajando y a ver qué pasa. Empléate a fondo. A pesar de tu total ignorancia en estos asuntos, cuatro ojos 'expertos' son siempre mejor que dos.

    A excepción de mi ataque de ira, el resto del diálogo transcurrió tranquilo. Mientras, el señor Rojo seguía enviándonos unas miradas inquisitivas; le brindé miradas tranquilizadoras y regresé a lo mío. Metí de nuevo el brazo en lo que ahora sabía que era el rumen y toqué un órgano suave y resistente que contenía un bulto con la dureza e inmovilidad de un saco de carbón. Seguí explorando, y de pronto rocé el inconfundible contorno de una pata, que empujaba con fuerza. Era una parte del becerro. Cierto. ¿Pero cómo sacarlo entero? No sabía qué hacer.

    Saqué el brazo del interior de la vaca, y le pregunté de nuevo a Poli, con voz normal, pero si dejar la ironía.

    ____Desde tu 'inmejorable' asiento en la clase, ¿viste lo que hacían después de la cesárea?

    ____¿Después...? -se humedeció los labios y añadió-: se supone que tenemos que sacar el útero y ponerlo al nivel de la herida.

    ____¡Ni King Kong puede con ese útero! ¡Inténtalo y verás el chasco que te vas a llevar! –respondí, otra vez furioso.

    Poli, al igual que yo, tenía el torso descubierto, pero empapada de sudor estaba su cara. Sin convicción, metió el brazo y enseguida lo sacó y asintió, ruborizado.

     ____Tiene usted razón, doctor Amor. Ni se mueve.

    ____Sólo una cosa podemos hacer –seguí hablándole, calmado ya-. Voy a hacer una incisión en el útero mientras tú sujeta las patas delanteras de la vaca.

    No me resultaba agradable estar hurgando en la oscuridad de lo desconocido, con mi brazo metido hasta el hombro en el interior de una vaca. Estaba aterrado, podía cortar en algún órgano vital. Por eso lo que primero hice fue cortar mis propios dedos, hasta poder arreglármelas para hacer un corte a través del bulto que formaba la pata. Enseguida llegué, ya estaba en algo seguro…

    Con sumo cuidado y no menos miedo aumenté el corte, centímetro a centímetro. Apenas cogí la pata e intenté tirar de ella, pedí con el máximo fervor que la abertura fuese de un tamaño suficiente para permitir el paso del becerro. Esto era crucial. Pero pensé en que iba a necesitar una fuerza tremenda para sacarlo a la luz.



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    Cuando se hacía cualquier tipo de intervención a una vaca había que asegurarse de escoger un ayudante fuerte y robusto entre los estudiantes. Y ese día tenía a Poli, que era buen chico, pero a falta de las fuerzas necesarias para esta clase de trabajos.

    ____¡¡Vamos, ayúdame!! –le dije, gritando.

    Con los dientes apretados y jadeantes, tiramos hacia arriba hasta que pude sujetar la pata. Pero aun jalando cada uno de una pata, no se movía el becerro. Cuando nos echamos hacia atrás, con el último vestigio de nuestras fuerzas, tuve uno de los pensamientos que abrigan los miembros de esta digna profesión: deseé con toda mi alma no haber empezado este horrible trabajo.

    Pero, de repente, el becerro iba saliendo gradualmente. Primero, el rabo, luego el costillar, de enorme tamaño, y finalmente, con cierta precipitación, los hombros y la testa. Poli y yo caímos al suelo, y el becerro, tan grande cómo habíamos imaginado, comenzó a rodar sobre mi pecho, resoplando y sacudiendo la testa.

    ____¡Qué tipo tan grande! -exclamó el granjero.

    ____¡Sí! -grité-. ¡El más grande que había visto! ¡No hubiese salido de forma natural! –añadí, extasiado.

    Pero ya fuera el becerro, toda mi atención se centraba en la vaca. '¿En dónde está el útero?', me pregunté. Había desaparecido. De nuevo empecé una búsqueda frenética dentro del animal. Luego de retirar la placenta, mi mano tocaba lo que parecía el borde rasgado de un corte. Saqué todo lo más que pude del órgano a la luz, y vi que la abertura original había aumentado a un grado tal que había una larga rasgadura que se unía al cuello del útero

    ____¡Suturas! -extendí la mano, y Poli me dio una aguja con hilo-. ¡Sujeta los labios de la herida! –empecé a coser.

    Actué rápido hasta donde se perdía la rasgadura. Pero el resto fue un martirio. Poli sujetaba, con gestos de cansancio, y yo metía la aguja a ciegas en el tejido.

    Pero, fatalmente, apareció una nueva complicación. El becerro se había puesto en pie y tropezaba con todo a su paso. Siempre me había maravillado la rapidez con que se incorporan los animales recién nacidos, pero ese día era una molestia. El becerro buscaba las ubres de su madre, con ese instinto de alimentarse que nadie puede explicar, empujaba el costado de la vaca con el morro, se tambaleaba y caía en la herida del vientre de su madre, con el consiguiente dolor de ésta, que lo pateaba todo.

    ____¡Juraría que quiere meterse de nuevo! –dijo, de pronto, el señor Rojo, que seguía atento todas las peripecias-. ¡Es un tipo corajudo! -añadió.

    Corajudo se interpretaba como vigoroso en esta bendita tierra, y nunca era mejor aplicada la palabra. Mientras trabajaba, tenía que empujar con el hombro el hocico húmedo del becerro, pero apenas acababa, lo tenía encima otra vez esparciendo grandes cantidades de partículas de paja en la herida abierta.

    ____¡Vean esto! –dije repartiendo la voz entre los presentes-. ¡Como si no tuviese ya bastante con este desorden! -agregué.

    El señor Rojo -en su caso, por mis gestos- y el vaquero asintieron con comprensión. Pero Poli, no. Su sudor se unía a la sangre que salpicaba del becerro, corriendo por su cara un río de vino tinto, al tiempo que sujetaba la herida invisible.

    Al cabo de un rato, que me pareció eternidad, llegué lo más lejos que pude en la herida uterina, limpié la suciedad del abdomen y lo cubrí todo con desinfectantes. Cosí las capas de los músculos y la piel y acabé. Nos pusimos en pie, como ancianos, y empezamos a lavarnos, no sin antes mirarnos y sonreírnos.

    El granjero abandonó su posición, junto a la cabeza de la vaca, y después miró la hilera de puntos.

    ____Nunca debí desconfiar de ustedes. Buen trabajo, doctor Amor y ayudante Poli –nos dijo-. ¡Y un hermoso becerro! -concluyó.

    Y era verdad: un hermoso becerro. El recién venido al mundo era una belleza. Se tambaleaba sobre sus inestables patas, y sus ojos grandes se abrían, llenos de curiosidad.

     Pero el 'buen trabajo' escondía algo que no me atrevía a pensar. Mi insatisfacción se centraba mirando a la vaca. No tenía esperanza de vida. Aun ello, como gesto de profesionalidad, le di al señor Rojo una bolsa de Sulfatiazol, para que se la administrase a 'Lechona' una vez al día durante una semana. Y después le dije a Poli que abandonásemos aquel lugar lo antes posible. 

    De regreso, conduje en total silencio. A poca distancia de la granja, después de una curva, detuve el coche en un camino y dejé caer la cabeza sobre el volante. Estaba realmente cansado.

    ____Jamás pasé tanto apuro en un trabajo veterinario –le dije a Poli, de pronto. Y sin esperar respuesta, añadí-: con toda esa porquería



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    dentro, una peritonitis es inevitable. Seguro que dejé algún agujero en el útero. Pero ya no tiene solución.

    ____Fue culpa mía –respondió Poli, en un tono ahogado.

    ____No, no lo fue. Se supone que soy un veterinario cualificado y lo único que hice fue cometer errores. Y no satisfecho, te humillé. Mi actitud fue detestable. Te debo una disculpa y el reconocimiento de tu dignidad ante el señor Rojo y su vaquero.

    ____En verdad yo… –dijo, como no esperando mi reacción.

    ____Además –lo interrumpí-, aprecio tu labor. Trabajaste duro, y no habría llegado a nada sin ti –hice una pausa-: pero ahora vamos a intentar relajarnos un poco. Te invito a una cerveza -añadí.

    Amanecía. En el casino había granjeros desayunando Nos dejamos caer en unas sillas del salón y nos sumergimos en nuestros propios pensamientos frente a dos jarras de cerveza. No cruzamos palabra. En realidad, no había nada qué decir. Todo lo habíamos dicho ya en 'Toril', antes, durante y después del parto, con cesárea incluida, de 'Lechona'.

    Poli rompió el silencio y me preguntó si había dicho en serio lo de que la vaca no iba a sobrevivir. Le dije que nunca más volveríamos a verla viva. Aunque sabía que él no se creía lo que le decía. Tenía fe en mis posibilidades y se esforzaba en hacérmelo ver.

    Caída la tarde, relajado en el consultorio, una morbosa curiosidad me hizo telefonear al señor Rojo.

    ____¡Doctor Amor! -contestó una voz alegre al otro lado del hilo-. ¡'Lechona' se puso en pie poco después de irse ustedes!

    Pasaron segundos antes de que pudiese digerir lo que acababa de escuchar. Sacudí la cabeza. Le pregunté:

    ____¡¿No la ve incómoda o triste?!

    ____Nada de eso. Está tan alegre como un grillo. Se desayunó un pesebre lleno de alimento. Incluso le saqué unos pocos litros de leche –luego escuché, cual sueño dorado, la siguiente pregunta-. ¿Cuándo va a venir de nuevo para quitarle la costura?

    ____¿Costura…? ¡Ah! ¡Dentro de diez días aproximadamente, señor Poli! ¡Digo… señor Rojo!

    Después de la angustia de la primera visita, me satisfacía tener a Poli a mi lado mientras retiraba los puntos de sutura a la vaca. No había hinchazón alrededor de la herida.

    'Lechona', serena, mascaba un bocado, mientras Poli le quitaba los puntos Después hablé con el granjero, delante de Poli y el vaquero. El señor Rojo le hizo saber a Poli que había valorado su trabajo y que no le daba importancia a lo ocurrido. En un corral próximo, un becerro lanzaba coses al aire, alegre y feliz.

    ____¡¿Le ha visto usted algo extraño después de la operación?! -no pude ni quise evitar esa pregunta.

    ____No -sonrió-. Nadie diría que pasó todo eso –añadió.

    De esta forma, tan 'original', llevé a cabo mi primera cesárea a una vaca. Varios años seguidos, 'Lechona' tuvo otros partos de becerros hermosos sin ayuda y con total normalidad. Un milagro que todavía no llego a comprender, ni hay tratados veterinarios que lo aclaren. ¿Quizá porque la dilaté suficientemente? No lo sé. Y si era por eso, inconscientemente. Todo sea dicho.

    Pero ninguno de los presentes nos percatamos de que sentíamos una alegría, tan grande como inesperada.

    ____Bueno, 'doctor Poli' –dije al joven, días después del parto-. Esta es la verdadera práctica de la veterinaria. Aparecen desagradables sobresaltos, pero también sorpresas agradables –lo miré, sonreí y añadí-: siempre escuché hablar de la resistencia del peritoneo en los bovinos. Y gracias a Dios es verdad.

    ____Todo salió bien –respondió, pensando-. Pero no atino a describir mis sentimientos. Mi cabeza está llena de frases, como: 'mientras hay vida, hay esperanza'.

    ____Desde luego –asentí.

    ____Aquí va otra, doctor Amor-: 'contra más dificultades para nacer, mayor apego por la vida existe'.

    ____¡Magnífica! –respondí, pero me quedé a la expectativa. Y añadí, con una pregunta:

    ____¿Es tuya esa frase? -una vez más lo puse a prueba.

    ____No, doctor Amor. La leí en un libro de veterinaria. Creo que de 'autor anónimo' -me miró, mostrando una sonrisa suspicaz.

    Yo era 'ese autor anónimo'. Poli, astuto, adivinó mi pensamiento, y después dedujo por mis gestos:


    Sé por qué calla, honorable doctor –me miró, circunspecto, y añadió-: sus padres han debido ser especiales. Aseguraría que de ellos aprendió humildad, aunque no se hayan vanagloriado de ello. Gente como usted necesita la humanidad. Gracias, señor. Es usted admirable



    (FIN EPISODIO COMPLETO 'LA CESÁREA')
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    La Cabra siempre tira al monte


    ____¡Ay, ay, ay...!

    Sollozos entrecortados que salían del teléfono me fastidiaron. Era la una de la madrugada, y mi mujer y yo estábamos en el 'afanoso intento' de un hermano para Julio.

    ____¿Quién es? –pregunté, después de descolgar.

    ____¡Soy don Jaime. Llamo desde Cerro Hierro, doctor Amor! –podía escuchar un tono de voz suplicante-. ¡Por favor, por favor, le ruego que venga a ver a mi Joya! ¡Se está muriendo!

    ____¿Joya?
    ____¡Es mi perra, está inquieta y jadea como si no pudiese respirar! ¡Venga rápido! ¡Venga rápido! ¡No se demore! –y se apresuró en añadir: ¡vivo en la primera fila de casas, la número dos, paralela a la vía del ferrocarril, en Cerro Hierro!

    ____Sé donde es. En quince minutos estaré ahí.

    ____¡Gracias, gracias! ¡No se demore, no se demore!

    ____Serénese. ¿Qué edad tiene Joya, don Jaime? –le pregunté, con la idea de que le diese algún medicamento mientras tanto.

    ____Un año. Pero está muy crecida –respondió, más calmado.

    ____Para esa edad puede administrarle, si lo tiene en su casa, una medida de Carprofeno, para eliminar una posible fiebre. Y facilítele la respiración abanicándola, con breves intervalos.

    ____Eso haré. Dios se lo pague. Dios se lo pague –asintió, amable y repetitivo. Más tranquilo se despidió y colgó, no sin antes pedirme de nuevo urgencia.

    Saqué los pies de la cama. Mientras me vestía, mi mujer, que la molestó también el teléfono, se reclinó sobre la almohada.

    ____¿Qué pasa ahora, Amor? Entre unas cosas y otras, no tenemos tiempo para…

    ____Un caso urgente. Después 'seguiremos'. Pero ahora tengo que salir. No puedo perder más tiempo.

    Me lancé escalera abajo hacia el garaje. Siempre sentía admiración por los compañeros que mantenían la calma en situaciones así. Mi destino, bien conocido por mí, estaba a diez minutos, por lo que no tuve tiempo para pensar antes de llegar. Conduje a gran velocidad. A esa hora, la carretera era para mí solo. Llegué a Cerro Hierro, fui a la casa, llamé al timbre, se encendió la luz del jardín, se abrió la puerta y apareció un hombre que dijo llamarse don Jaime: bien parecido: alto, atlético, pelo canoso, gran porte, y de unos setenta años, de parecido aspecto que el aristócrata y escritor José Luis de Vilallonga, acentuado con prominentes facciones, cuyas daban a la cara más distinción. Era un fumador empedernido de tabaco rubio americano.

    ____Pase usted –me dijo con voz entrecortada. Las lágrimas corrían en sus mejillas-. Gracias por venir a ayudar a mi Joya a estas horas de la madrugada

    Mientras hablaba, me llegó un olor a whisky, que me hizo volver la cabeza hacia otro lado. Me precedió rumbo a la cocina, y pude ver un marcado tambaleo en el caminar.

    Mi paciente estaba postrada en un cesto, al lado de una hornilla de una cocina, lujosamente equipada.

    Sentí satisfacción cuando vi que era un animal sumiso. Me arrodillé junto al cesto y miré con atención. Tenía la boca abierta y la lengua le colgaba, pero no la veía en una situación de angustia. De hecho, movía el rabo mientras la acariciaba. Y de ninguna de las maneras parecía una dolencia achacable a lo físico.

    ____¿Cómo la ve? Se trata del corazón, ¿verdad? -se inclinó sobre su perra, y las lágrimas volvían a caer sin control.

    ____Tranquilícese. No se angustie. Yo no la veo tan mal. Pero, antes de poder dar un diagnóstico, permítame examinarla.

    Puse el estetoscopio sobre el costillar de la perra y oí unos rítmicos latidos de un corazón sano. Le tomé la temperatura; sin problemas, normal. Mientras le palpaba el abdomen, don Jaime me interrumpió de nuevo. Vi en él una actitud de angustia.

    ____El problema es... -hablaba con dificultad- que he abandonado a mi pobre perra. Todo el día lo he pasado en Sevilla, sin tan siquiera dedicarle un simple pensamiento.

    ____¿La dejó sola todo el día?

    ____No. Belén, la señora que se ocupa de la casa, permanecía con ella todo el tiempo.

    ____Entonces... -sentí que estaba inmiscuyéndome- ¿no habrá sido que Belén le puso de comer y después no la controló?

    ____No lo sé –replicó, tronándose los nudillos-. Pero no debí dejarla. Piensa en mí. Si pudiera ver usted la alegría que siente cuando me ve aparecer...

    De pronto, sentí que un lado de mi cara hormigueaba, a la vez que me salían gotas de sudor. El problema estaba resuelto.



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    ____La han puesto demasiado cerca de la hornilla. Jadeaba porque tenía calor y éste no la dejaba digerir la comida. Además, con todo eso cerrado… –señalé la puerta y la ventana.

    ____Hace una semana que no cambiamos el cesto de lugar -miró el cesto-. Es que han estado instalando una solería nueva. Pero por lo general, la mudamos todos los días.

    ____Entonces vuelvan a cambiar el cesto y volverá a sentirse bien.

    ____Pero es más que eso. Está sufriendo. Saque su aparato de luz y mírele los ojos, por favor.

    Tenía los ojos resentidos, muy dados en animales abandonados, y además sabía cómo usarlos. Hay quien piensa que algunos perros son más agudos, en lo que a mirada se refiere, pero yo me inclino por los sumisos. Y, en este sentido, Joya era toda una experta.

    ____Yo que usted no me preocuparía tanto por eso. Créame, Joya se encuentra bien –apuntillé.

    ____¿Entonces no va a hacer algo? –a pesar de mis razonamientos, no parecía quedar conforme.

    Y esta era la pregunta que más se daba en la práctica veterinaria. La pregunta del millón, como diría mi socio. Si uno 'no hacía algo', nadie quedaba satisfecho. Pero creo que en este caso, don Jaime necesitaba más atención que su mascota. Así que, solamente por satisfacerle, saqué una tableta de vitaminas del maletín y la puse debajo de la lengua de la perra.

    ____Con esto se sentirá mejor -lo miré, esperando su aprobación.

    ____Gracias –me llevó hasta un lujoso salón y luego, tambaleante, hasta un mueble bar.

    ____Tomará uno antes de irse, ¿verdad?

    ____No -me disculpé y argumenté-: no es prudente conducir bajos los efectos del alcohol.

    ____En ese caso, si no le importa, tomaré uno para tranquilizar mis nervios -vertió una respetable cantidad de whisky, Chivas etiqueta negra, en un vaso alto y me invitó a que me sentase.

    'Mi mujer y la cama seguían esperándome', pero me senté frente a él y le escuché mientras bebía. En realidad, yo sentía afecto por las personas que querían a los animales domésticos.

    En su soliloquio refería que había sido empresario en Sevilla, y que había venido a Cerro Hierro, un año atrás, pero que nació en Cerro Hierro, y de joven se fue a la ciudad, junto con sus padres. Dijo que tenía algún pariente en Cazalla de la Sierra. Contó que, aunque en esa época no estaba muy vinculado al mundo empresarial, seguía manteniendo interés por los negocios, y que no faltaba a la comida anual de antiguos empresarios. Añadió que había podido reunir un capital, que tenía seis hijos, todos ya casados y en buena situación, y que hacía tiempo ya que había decidido retirarse para el resto de sus días en Cerro Hierro, su pueblo natal. Después de explicarme a grandes rasgos su vida, me miró y me dijo:

    ____Cogí un taxi y me llevó a Sevilla, donde pasé un buen día –su cara estaba radiante al recordar eso, mas regresó la expresión del desaliento-. Pero me olvidé de mi perrita. No lo haré más -vi, no sé por qué, remordimiento en su expresión. Siempre había presumido de psicólogo, pero esta vez debía ser la excepción de la regla…

    ____¿La lleva a hacer algún ejercicio? –le pregunté, de pronto.

    ____Sí. Salimos a pasear todas las mañanas. En realidad, no tengo nada mejor que hacer.

     ____Estupendo. Eso está muy bien.

    'Qué más quisieran otros animales domésticos, abandonados de verdad…', pensé

    Me miraba, al mismo tiempo que se servía otro 'etiqueta negra'. Después añadió:




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    ____Se ve que es usted un buen hombre. Vamos, tómese uno antes de irse…

    ____Bueno, pero écheme poco. Ya sabe... la carretera y el alcohol...

    Empero, se excedió en mi vaso. Mientras bebíamos, me miraba con una especie de devoción en los ojos.

    ____Doctor Amor… -empezó a remolonear-. Amor, supongo…

    ____Ese es mi nombre. Pero mi padre se llamaba como usted.

    ____Entonces, yo te llamaré Amor y tú a mí Jaime. ¿De acuerdo? 

    ____De acuerdo –repuse. Bebí un único trago, dejando mi vaso casi lleno-. Pero ahora, si me disculpas, tengo que irme ya –concluí.

    Ya en la calle, Jaime puso la mano en mi hombro, con expresión de gratitud.

    ____Gracias, Amor. Joya estaba enferma y tú la has salvado. De por vida te estaré agradecido. Pásame la factura cuando quieras.

    De regreso a mi casa, tomé conciencia de que había fallado en el intento de convencer a aquel hombre de que no había salvado la vida a su perra. Fue aquella una visita extraña. Don Jaime, o Jaime a secas, era un hombre enigmático, pero me gustó. No podía decir el por qué. Pero me gustó…

    Luego de aquella 'interrumpida' noche, veía a menudo a Jaime en alguna calle de Cerro Hierro, paseando a su perra. Parecía feliz. Su cuerpo atlético, aun su edad, destacaba de los que circulaban. Sus modos eran racionales, salvo cuando seguía diciendo que yo había rescatado a su mascota de las garras de la muerte. Jamás pude apearle de esa convicción.

    Pero enseguida, no esperado por mí, volvimos otra vez al principio. De nuevo era pasada la medianoche cuando levanté el auricular y escuché aquellos gemidos entrecortados.

    ____¡Ay, ay, Amor! ¡Mi Joya se va a morir! ¿Puedes venir?

    ____¿Qué le pasa ahora? –respondí, educado pero contrariado.

    ____Sacude su cuerpo frenéticamente. No te hagas esperar. Seguro que tiene algo malo –añadió.

    Mi cabeza empezó a girar cual noria. 'Al menos, esta noche no nos ha interrumpido', pensé.

    ____No puede ser que tenga algo tan malo de repente –le dije.

    ____Te lo ruego, por favor, no te retrases -volvió a repetir, como si no hubiese escuchado mis últimas palabras.

    ____Está bien –acepté-. Apenas me vista, apareceré por tu casa.

    ____En verdad eres un buen hombre -y la voz se perdió.

    Pero esa vez me vestí sin el pánico y las prisas de la otra. 'Seguro que debe tratarse de una falsa alarma, pero nunca se sabe', pensé, de nuevo.

    En aquel lujoso salón me envolvían de nuevo efluvios del selecto whisky. El señor de la casa, quejumbroso, me llevó corriendo hacia un pequeño cuarto.

    ____Es un cuarto para ella sola. Ahí está –dijo, señalando el cesto-. Acabo de regresar y la encontré en este estado.

    ____¿Regresar? ¿De Sevilla? Creo recordar que me dijiste que no lo harías más –me atreví a censurarle eso.

    ____Es verdad. Pero estaba aburrido y fui a dar una vuelta por la ciudad. Soy un canalla. Eso es lo que soy, un canalla.

    ____No digas disparates. Una cosa es una cosa y otra es otra cosa. Te dije que no le haces daño con salir, siempre que alguien cuide de la perra. ¿Y qué ha pasado con las sacudidas? Yo la veo bien.

    ____Cesaron ya, pero cuando regresé, una de sus patas se movía así –hizo un extraño movimiento espasmódico con la pierna.

    ____Tal vez estaba rascándose.

    ____No. Repito que está sufriendo. Por favor, mírale los ojos.

    Los ojos de la perra eran todo un pozo de variopintas emociones y en sus profundidades podía verse el reproche.



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    Le examiné los ojos, convencido de la inutilidad de la acción. Sabía que no iba a encontrar nada, pero lo hice por complacer.

    ____Ponle en la boca una de tus tabletas. La otra vez la curó.

    Para devolverle la paz al inquieto espíritu de su inconsolable amo, repetí igual operación del día anterior. 'Totalmente curada'. Y Jaime regresaba al salón y a la botella. Una vez más, el whisky empezó a hacer estragos en aquel tipo 'juerguista y bebedor'.

    ____Necesito auparme luego del susto –dijo, de pronto-. También tú deberías tomar uno. ¿Te apetece?

    El mismo melodrama se repitió en noches venideras, pero siempre luego de sus viajes y siempre luego de medianoche. Tuve algunas posibilidades de analizar la cosa, y llegué a la conclusión de que la mayor parte del tiempo se comportaba normal, consciente de Joya pero luego de sus sucesivas ausencias y sus copiosas ingestiones, su persona degeneraba en un sentimiento de culpa. 

    Nunca dejaba de atender sus llamadas nocturnas. Suponía que su aflicción sería grande, en el caso de que me negase. En realidad, estaba dando tratamiento a Jaime, no a Joya. Me divertía el hecho de que no aceptase mis protestas de que mis visitas profesionales eran innecesarias, además de costosas. Jaime estaba convencido de que en todas las visitas 'mi milagrosa pastilla' había salvado la vida a su perra.

    No rechazaba la posibilidad de que su mascota le hacía sentir mal, deliberadamente, con sus miradas. Las mentes caninas poseen la capacidad de desaprobar algunas actitudes. Por ejemplo: yo mismo me hacía acompañar de mi perro, pero si iba al cine con mi mujer o a algún otro sitio y lo dejábamos solo en la casa, se metía debajo de la cama, o en otro escondite y a nuestro regreso adoptaba una actitud de resentimiento.

      La madrugada en que Jaime me comunicó que tenía pensado que su perra se aparease, se me encogió el ánimo. Barruntaba que ese consiguiente estado de preñez iba a acarrear todo tipo de amenaza a mi sosiego. Y así fue. Entró en una serie de pánicos infundados, descubriendo imaginarios síntomas a lo largo del embarazo. Sentí alivio apenas supe que Joya parió una camada de seis crías. 'Por fin puedo descansar', pensé. Ya empezaba a cansarme tanta llamada nocturna, sin duda provocada por las libaciones y los trasnoches.

    Pero pronto, esperado por mí, luego de la medianoche y después de haber ingerido 'su gran dosis' explotó en mi oído el timbre del teléfono. Apenas descolgué , escuché un son quejumbroso que ya me era desagradablemente familiar.

    ____¡Ay… ay…!

    ___¡¿Jaime?! –protesté enérgico-. ¿Qué diablos pasa ahora?

    ____¡Oh, Amor, Joya está muriéndose! ¡Ahora es verdad, lo sé! ¡Ven enseguida, por favor!

    ____¿Muriéndose? ¿De dónde has sacado ese cuento?

    ____¡En estos momentos está echada sobre el suelo de la cocina, temblando y con convulsiones!

    ____¡¿Algo más?

    ____Belén me dijo que cuando se retiró a descansar, ya tarde, Joya, después de dar de comer a sus crías, parecía como preocupada, y caminaba con dificultad. Yo acabo de regresar. No puedo evitarlo. Es algo superior a mí.

    ____¡Estupendo! ¡Tú, divirtiéndote, Joya sola, y yo sin dormir!

    ____¡Lo siento, Amor!

    ____¡Dudo que lo sientas!

    No respondió.

    Cerré los ojos. Sus paranoias parecían no tener fin. Esta vez, Joya temblaba, parecía inquieta, andaba con dificultad. Tenía por norma no desatender ninguna llamada de ningún cliente pero Jaime había estirado esa práctica hasta el punto de la ruptura. Y esto no podía seguir así. Tenía que ponerle fin. ¿Pero cómo?

    ____Mira Jaime -dije, tratando de aguantar mi ira-. A Joya no le pasa nada. Te lo he dicho varias veces. Procura tranquilizarte, y si ves algo serio…

    ____¡Oh, Amor, no te retrases!


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    Parecía no haber escuchado, o le gustaba interrumpirme.

    ____¡No iré! -me irrité de nuevo-. ¡Estoy harto ya de tus delirios! ¡Obsérvala, sin alcohol, durante el resto de la noche! -me calmé y seguí hablando normal- ...y si acaso mañana por la mañana…

    ____¡No digas eso, por favor! ¡Se está yendo! -y cortó otra vez mi explicación.

    ____...iré. Y lo digo muy en serio. Estás malgastando mi tiempo y tu dinero. Joya está bien –terminé la frase, aun su interrupción.

    Inquieto, por no haber atendido una llamada por única vez en mi vida, caí en una especie de sopor. Y es bueno que el subconsciente actúe durante el sueño, porque desperté sobresaltado cuando el reloj marcaba las tres. '¡No puede ser! -me dije. ¡No!' -grité- ¡Joya padece de eclampsia!

    La eclampsia se exterioriza mediante ataques convulsivos, seguido de un coma progresivo. Me levanté de la cama, y sin pérdida de tiempo, empecé a vestirme a toda velocidad.

    ____¿Cuál es el problema ahora? –me preguntó de pronto mi mujer, sentada sobre la cama.

    ____Jaime –respondí, a la vez que me ataba los zapatos.

    ____¿Jaime? Pero me tú decía, incluso hasta la saciedad, que nunca había habido una urgencia real para su perra.

    ____Esta vez sí. En las otras me confundiría. Joya se muere –miré el reloj, en la mesilla-. De hecho, puede que esté muerta ya.

    ____Bueno, tú sabrás. No quiero ni debo meterme en tus asuntos. Pero todo esto es extraño. A ver en qué andas, Amor…

    Salí a todo gas hacia el garaje recordando los síntomas de Joya: 'amamantaba a las crías, ansiedad, dificultad al caminar... y luego postración y temblores'. Era un caso de eclampsia. Si no se trataba a tiempo, podía causar una muerte súbita, y ya había transcurrido un buen rato desde la llamada telefónica. No podía soportar pensar en un desenlace fatal.

    Jaime se hallaba levantado y esperándome, aun repitiendo que no iba a acudir. Era más que evidente que había estado consolándose, a rienda suelta, con su whisky, porque apenas si podía sostenerse en pie. Pero mostró gratitud al verme.

    ____Por fin, has llegado. Gracias. Gracias –me dijo, mirándome con ojos entornados.

    ____¿Cómo se encuentra ahora Joya? –le pregunté.

    ____Igual. No te he dicho nada de más. Compruébalo por ti.

    Sujetando el Calcio y una jeringuilla intravenosa, avancé hacia el cesto. Joya estaba sumergida en un espasmo tetánico, y respiraba con dificultad. De su boca salían burbujas. Sus ojos habían perdido suavidad y se mantenían fijos. Parecía estar mal. Pero estaba viva. ¡Viva!

    Puse sus crías sobre la alfombra, y luego limpié con alcohol la zona de las venas. El Calcio era la única curación en esa época pero una dosis repentina podía matar al paciente. Inserté la aguja y presioné el émbolo. En casos especiales había que añadir algún narcótico, junto con el Calcio, y ya tenía preparados el Nembutal y la Morfina, por si fuesen necesario.

    Conforme iban pasando el tiempo, la respiración de Joya se hacía más acompasada. La rigidez muscular comenzaba a ceder. Cuando me miraba y empezaba a tragar saliva y movía el rabo, sabía que se iba a salvar.

    Mientras esperaba que cesasen los temblores en las extremidades, sentí un leve golpe en el hombro. Era Jaime, en pie, detrás de mí, sin apenas sostenerse, pero con su vaso en la mano.


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    ____To…ma…rás… uno… ¿Ver...dad…?

    Esa vez no necesité insistencia por su parte. Sabía que por un poco más, yo habría sido el responsable de la muerte de su perra.

    Luego de tomar el primer sorbo, Joya se levantó del cesto y fue a examinar a sus hijos. En algún caso de eclampsia, la respuesta era lenta, pero rápida en otros. Por suerte para mis nervios, ésta fue de las rápidas. De hecho, la recuperación de Joya fue milagrosa, pues luego de olfatear a sus crías, vino hacia mí mostrándome su cariño a través de un movimiento del rabo contra mis rodillas.

    Pero, sorprendentemente, o no tanto, cuando estaba acariciando a la perra, Jaime empezó a reírse y luego, tartamudeando, me dijo:

    ____Sa…bes al…go. Es…ta no…che he te…ni…do la o...por…tu….ni… dad de apren…der u…na co…sa muy im….por….tan…te –arrastraba las palabras.

    ____¿Cuál cosa? -le pregunté.

    ____He… com...pro...ba...do... la cla…se de ton…to que he si….do du…ran…te es…tos úl…ti…mos me…ses...

    ____¿Qué quieres decir?

    Antes de esperar su respuesta, me dije para mí que en todas las visitas de asistencia a Joya no se me había ocurrido pensar si todo esto podía formar parte de una broma de pésimo gusto…

    De pronto, levantó el índice de la mano derecha, en un gesto de sabiduría. Luego respondió, pero con cierta sorna.

    ____Tú siem…pre de…cías que yo ima…gi…na…ba co….sas mien…tras Jo…ya se en…con…tra…ba en…fer…ma…

    ____Sí –contesté, interrumpiéndolo momentáneamente, con idea de que terminase con lo que me quería decir.

    ____...y nun…ca te creí. Pe…ro aho…ra me he da…do cuen…ta de que te…nías ra…zón. He si…do un lo…co. Sí, Amor, un au… tén-…ti…co lo…co -y añadió: mi…ra…la -movió la mano debajo del sillón buscando a su perra-. Cual…quie…ra pue… de…cir que es…ta no…che no le ha o…cu…rri…do na… da a mi Jo…ya.

    ____¡Explícate mejor! –le dije, lleno de curiosidad y empezando a enfadarme.

    Se volvió hacia el mueble de atrás y cogió con dificultar un frasco que contenía moñas de algodón. Cogió una grande y la impregnó con el amoniaco de un bote junto al frasco. Aspiró largamente. Al cabo de unos minutos, hablaba casi normal.

     ____Era claro que Joya experimentaba los síntomas al comprobar que yo me iba, pero recuperaba la normalidad cuando decidía no salir, o veía que regresaba. Bebía por la ansiedad de salir, y bebía por la ansiedad de encontrarla sola a mi vuelta. Pero se acabó. Me quedaré siempre en casa. Ambos me habéis dado una lección. Que Dios te bendiga, Amor. No cambies tu forma de ser. No te llamaré más para este asunto. Por fin, se acabó definitivamente el hombre irresponsable, bebedor y trasnochador.


    De pronto, tuve la sensación de que fue entonces cuando desperté de mi sopor. Paseé la vista en mis alrededores, y, por un momento, guardando las diferencias, me pareció ver a mi madre, pensativa, cansada y de sus hijos cuidando, mientras mi padre nunca estaba en nuestra casa. ¿Había sido en realidad un sueño?



    (FIN EPISODIO COMPLETO 'LA CABRA SIEMPRE TIRA AL MONTE')
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    El Rasgo


    Eran días de tranquilidad en San Nicolás. Uno de ellos recordé los primeros meses de recién acabada la carrera, cuando mi colega y después también socio, Pérez, y su hermano Toni, estudiante aún, ambos de Huelva, y yo vivíamos en la ciudad de Sevilla. La fonda para estudiantes era un buen lugar para residir.

    ____¿Sabes algo? -recordé a Toni diciéndome uno de aquellos días lejanos-. A menudo me pregunto si hay alguna otra casa en que la preferencia de una dama por un caballero la demuestre a través de una lata con estiércol de cabra.

    ____¿No es curioso? –respondí, con ésta pregunta-. También yo he pensado en eso mismo –agregué.

    Terminábamos de desayunar. Rosa, nuestra ama de llaves, ponía la correspondencia de cada uno junto a nuestro plato. En el de Pérez, dominando la escena como símbolo de triunfo, había una lata que la señorita Laura le enviaba.

    Aun su envoltorio, de color rojo, sabíamos lo que había adentro, ya que siempre usaba el mismo tipo de envase: una lata vacía de Cola Cao, de 12 centímetros de ancho y 20 de alto. O las conseguía de los tenderos de la región o le gustaba mucho el Cola Cao. ¡Vayan ustedes a saber!

    De lo que no cabía duda era del cariño que la señorita Laura sentía por las cabras. Parecía que esos animales dominaban su vida. Lo cual era raro, pues cuidar cabras era como mínimo una dedicación sorprendente para tamaña belleza de mujer, que bien podría haber entrado en el mundo del cine o la televisión. Encantos intelectuales y 'otros…' no le faltaban.

    Otra de sus rarezas era que permanecía soltera. Cada vez que iba a su granja, para examinar a algunas de sus cabras, me sorprendía que mujer como ella pudiese mantener alejados a los hombres. Contaba treinta y tres años: alta, rubia, ojos verdes, piernas largas y torneadas. Un auténtico palmito. Mientras miraba el contorno de su agraciada cara, me preguntaba si su mandíbula firme era lo que hacía que no se le acercasen pretendientes. Pero no. Era una mujer de buen carácter. Concluí que no le apetecía casarse. Vivía en una lujosa mansión, poseía fincas urbanas y rústicas, coches de lujo, y, por supuesto, dinero, mucho dinero. Aparentemente era feliz. ¿Se podía estar en mejor situación?

    Pero, con el paso del tiempo, descubrí que el estiércol constituía una muestra de su afecto. Se tomaba muy en serio su oficio como ganadera, y quería que las heces de sus cabras se analizasen con regularidad en un laboratorio, en busca de parásitos. Las muestras siempre iban dirigidas a Pérez, y no había reparado en ese hecho hasta que una mañana, días después de que le hubiese causado alegría cuando extraje una brizna de paja, incrustada en ojo de uno de sus machos, el ya conocido envase apareció junto a mi plato, 'Doctor Amor'. El teclado de una Olivetty había escrito mi nombre en una etiqueta adhesiva.

    Fue entonces que me di cuenta de que aquello era un gesto de aprobación. En la antigüedad, los caballeros feudales llevaban un guante sujeto a la silla de montar, o un pañuelo en la punta de la lanza, como señal del amor que sus damas sentían por ellos. En el caso de la señorita Laura, era el estiércol de cabra. Evidenciando palmariamente con ello que gustaba de conservar tradiciones.

    Cuando fui quien recibió la ínclita lata, la cara de Pérez mostraba un gesto de sorpresa o, más bien, de contrariedad, y supongo que en la mía habría uno de vanidosa satisfacción.

    Pero Pérez tenía de qué preocuparse. Al poco, la lata aparecía de nuevo en mi lado, con mi nombre impreso. Después de todo, era normal, porque si el verdadero atractivo masculino tenía que ver con la situación, 'no cabía duda de que yo les sacaba a todos una enorme y evidente ventaja, Jajajaja.

    Toni perseguía a las chicas, con esmero y no menos éxito. Pérez no tenía motivo de queja, en este sentido. 'Pero yo me hallaba en una escala superior: las volvía locas, Jajajaja. No tenía que perseguirlas, ellas me perseguían'. Cuando Pérez, Toni y yo nos conocimos, pude comprobar que aquello que se decía sobre el atractivo del hombre con cara angulosa, era verdad. Si a ello se le sumaba 'mi encanto natural, jajajaja', y mi personalidad, era inevitable que la susodicha lata apareciese siempre junto a mi plato.

    Y así ocurría durante algún tiempo, sin importar el hecho de que tanto Pérez como yo, acompañados de Toni, fuésemos a revisar las cabras de la señorita Laura. Nuestras visitas eran muy frecuentes, ya que la guapa ganadera nos avisaba al más mínimo asomo de malestar en alguno de sus animales.

    Una mañana en que escuché su voz al teléfono, me percaté de que esa vez no era para algo banal. Hablaba nerviosa, llorosa. Llamaba desde su mansión, 'Granja Rupestre', a un kilómetro de San Nicolás en dirección a Cerro Hierro


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    ____¡Doctor Amor, Tina se enganchó el lomo en un clavo, y se ha hecho una herida! ¿Puede usted venir a examinarla, por favor? De ser afirmativo, no se retrase.

    ____¿Tina? ¿Quién es Ti…? –me interrumpí.

    ____Tranquilícese. Iré enseguida –no le pregunté más, suponiendo que se trataba del nombre de una de sus cabras.

    Sentía una satisfacción que me recorría todo el cuerpo. Este era un trabajo de sutura, y a mí me gustaba ese tipo de trabajos: fáciles e impresionaban al cliente. Me desenvolvía mejor en este campo que en el del diagnóstico. Era por eso que cuando la señorita Laura me preguntaba sobre las enfermedades de las cabras, me ponía en un aprieto. En la facultad no enseñaban gran cosa sobre las cabras y, aunque había leído sobre ellas, no me consideraba un experto. En realidad, tenía poca noción sobre la vida y las costumbres de estos rumiantes trepadores.

    Iba ya saliendo, cuando Toni emergió de la profundidad del sillón, en que se pasaba buena parte de su tiempo. Se estiró, bostezó, y se levantó. Parecía interesado en la llamada telefónica. Me dijo:

    ____¿Era, por casualidad, la señorita Laura? ¿Algo sobre las cabras? Te acompañaré. Esta mañana me apetece salir.

    ____¡Vamos ya entonces! –sonreí, mirándole. Pero, para mí, Toni era siempre una buena compañía.

    La señorita Laura nos recibió desprendiendo un embriagador olor y conscientemente embutida en un sedoso mono beige, que en nada disminuía sus atractivos. Todo lo contrario; tenía tal color y tal ciñe, que parecía su propia piel.

    ____Muy agradecida por venir tan pronto, doctor Amor y señor Toni -y añadió-: síganme, por favor -y empezó a andar con un contoneo natural, pero excitante.

    Caminar detrás de 'algo así' era un premio y un peligro para los ojos. De hecho, al cruzar el cobertizo, Toni, hipnotizado con lo que estaba contemplando, tropezó y cayó al suelo. La figura que nos precedía se giró en redondo, preguntó si había pasado algo y sin dar mayor importancia al asunto, sonrió y apresuró el paso hacia el establo, que se hallaba al fondo.

    ____Ahí está –dijo, cuando llegamos. Se cubrió la cara con la mano y añadió-: no puedo mirarla. Me causa pena, llanto y miedo.

    Tina era un bello ejemplar de la raza ibérica pero su belleza estaba deteriorada debido a una herida grande en forma de V que le había desgarrado la piel a la altura del hombro, dejando ver los músculos hasta el hueso. Causaba impresión, pero la herida era superficial, con lo que podía cerrarla fácilmente, a la vez que me esponjaría ante su dueña. Ya me veía yo insertando por última vez la aguja, señalando la invisible herida y diciéndome: 'terminé; ¿la ve usted mejor?', mientras la señorita, serena ya, me miraba embelesada.

    Pero. por el momento, sólo veía una mujer triste, entrelazando los dedos, al tiempo que me preguntaba: 

    ____¿Cree usted que puede salvarla, doctor Amor?

    ____Por supuesto -asentí-. Requiere laboriosa tarea de sutura, pero seguro que lo aguantará. Estos ibéricos son fuertes y resistentes.

    ____¡Gracias a Dios! Traeré agua caliente –contestó, a la vez que empezó a caminar hacia la casa.

    En un instante, ya estaba listo para la operación. Toni sujetaba la testa de la cabra mientras yo limpiaba la herida. Comencé a coser. La señorita Laura, que ya había regresado con el gua, me facilitaba las tijeras para cortar cada punto. Todo empezó de lo más normal, pero la herida era alargada y llevaría tiempo en cerrarla. Traté de buscar un tema de conversación, con idea de que nuestra clienta se evadiese un poco. Pero, súbitamente, Toni intervino. Al parecer, había pensado lo mismo que yo.

    ____¡Bello animal la cabra! -exclamó dando sublime importancia a su dicho.

    ____¡Ay sí! –la señorita Laura suspiró, regalándole después a Toni una sonrisa luminosa-. Coincido con usted –añadió, mirándole.

    ____Si lo pensamos, se podría ver como el animal doméstico más arcaico –seguía Toni-. Las pinturas rupestres nos muestran que las cabras han sido una parte de la vida del hombre desde un tiempo inmemorial. Un pensamiento fascinante -acabó, por el momento...

    Desde mi posición en cuclillas le miré pasmado. En todas nuestras conversaciones había yo descubierto cosas sorprendentes, pero las cabras no estaban incluidas en ese lote.

    ____Tienen un excelente metabolismo –añadió-. Comen lo que otros animales ni siquiera miran, y de esos alimentos producen buena y abundante leche.

    ____Así es -asintió, gustándole la charla a la vez que se mostraba interesada en el tema elegido por 'el catedrático en cabras'.

    ____Tienen carácter. Son duras en todo clima, además de tener un estómago temerario por ingerir impunemente plantas venenosas que podrían matar a otros animales -añadió Toni.

    ____Son asombrosas –le miraba extasiada, a la vez que estiraba el brazo y me daba mecánicamente las tijeras, sin mirarme siquiera.


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    Contrariado, sentí la necesidad de intervenir en la conversación.

    ____Las cabras son muy extremosas… -empecé a decir.

    ____Pero sabe usted qué -Toni, astuto, volvía a la carga-. Lo que más me gusta de ellas es su naturaleza afectiva. Es por eso que personas como usted se aficionen tanto a las cabras.

    ____Cierto –afirmó, convencida de lo que estaba escuchando-. Veo que es usted un buen entendido en cabras, señor Toni –agregó.

    Toni extendió una de sus manos y comenzó a 'coquetear' con el heno del pesebre.

    ____Ya veo que alimenta muy bien a sus cabras: cardos, ramas de arbustos, plantas fibrosas... Es obvio que sabe que prefieren este tipo de comida. Y es por eso que están tan sanas.

    ____Muy amable -se ruborizó-. Pero también les doy concentrados, alternándolos con la alimentación natural.

    ____Cereales integrales y productos alimenticios similares, supongo –añadió, convertido ya en el verdadero protagonista del, para mí, ya demasiado largo diálogo.

    ____Siempre. Y esto es lo que los veterinarios recomiendan.

    ____Esto les mantiene alto el pH. Si el pH está bajo, podrían sufrir una hipertrofia en las paredes intestinales, o una inhibición de las bacterias que digieren la celulosa.

    La señorita Laura miraba a Toni como a un profeta. Se encontraba realmente extasiada.

    ____¿Me alarga las tijeras? –gruñí.

    Estaba empezando a sentir calambres por la posición en que me hallaba, y disgusto por una creciente sensación de que la señorita Laura se estaba olvidando progresivamente de mí. Empero, seguía con mi trabajo. Pero una parte de mí estaba feliz por ver cómo la piel había cubierto la zona descubierta, y la otra parte escuchaba pasmada a Toni. 'También yo me hallaba ya en el trayecto hacia el éxtasis'.

    Después de un espacio de tiempo, dedicado exclusivamente a mi tarea, inserté el último punto y me levanté, penosamente.

    ____Terminé con éxito –dije, sin causar el impacto que esperaba.

    Y era porque la señorita Laura y Toni se hallaban ya enfrascados en una distendida conversación acerca de los méritos relativos de las diferentes razas de cabras

    '¡Sin duda, ya he llegado al éxtasis!' -me dije para mí

    De pronto, la señorita Laura parecía que se percataba de que había terminado, pero no sabía cuándo ni cómo había acabado el trabajo Finalmente, me miró.

    ____Gracias -dijo, pero como distraída-. Se ha esforzado tanto en su trabajo que ya finalizado es el momento para que ambos se tomen una taza de café o cualquiera otra cosa que quieran.

    'Y encima pronunció la palabra 'ambos', pensé.

    Con nuestras tazas sobre la mesa, en el amplio y lujoso salón de su mansión, Toni hablaba incansable sobre la alimentación de las crías destetadas y sobre la anestesia para quitarle los cuernos. Pero, de pronto, la señorita Laura se volvió hacia mí. Seguía bajo el influjo de Toni pero los convencionalismos sociales ordenaban mi inclusión en la conversación. No tardó en hablarme.

    ____Doctor Amor, hay algo que me preocupa y desearía que me lo aclarase –hizo una pausa-: comparto pastos con la granja junto a la mía, y mis cabras pacen con las ovejas de mi vecino. Ha llegado a mi oído que sus ovejas padecen de Cocidiosis. ¿Hay posibilidad de que mis cabras se contagien?

    Di un prolongado sorbo a mi café, con idea de que me diera tiempo para pensar algo...

    ____Yo diría que… –empecé a decir, pero…

    ____No es probable -Toni volvió a intervenir-. La mayor parte de los cocidios que provocan la enfermedad es específica en los animales que lo portan. Distinto es que alguna de sus cabras haya contraído esa enfermedad por sí sola.

    ____Gracias, señor Toni –empero, se dirigió de nuevo a mí, como queriendo darme una última oportunidad, y me preguntó: 

    ____¿Y qué pasa con los gusanos? ¿Podrían infectarse mis cabras con los gusanos de las ovejas?

    ____Bueno… –empezó a brotar un sudor en mi frente.

    ____Por supuesto –soltó de nuevo Toni, entrando una vez más en escena. Y ya no sabía si era en mi ayuda, o por un lucro personal: como iba a decir el doctor Amor, hay riesgo de infección ya que los gérmenes causantes son comunes en ambas especies. Tiene que desinfectar sus cabras a menudo. Si decide hacerlo, el doctor Amor puede facilitarle un programa.

    Me hundí, más todavía de lo que ya estaba, en mi sillón, y dejé que Toni siguiera hablando sobre lo que le diese gana, e incluso hasta cansarse. Cuando al fin terminó, nos encaminamos juntos hacia el coche, no sin antes dirigir mi mirada hacia la señorita Laura, como reclamando su atención. Le dije:


  • antonio chavezantonio chavez Miguel de Cervantes s.XVII


    ____¡Volveré en diez días para retirarle los puntos a Tina!

    Tuve la sensación de que ésas últimas palabras fueron lo único que atendió, con relativa atención, la espectacularmente bien hecha señorita Laura.

    Entramos a mi coche, y yo era el que iba a conducir. Y conduje dos kilómetros, casi volando. Al poco, detuve el coche en un camino y miré con cara de asombro a mi acompañante.

    ____¿Desde cuándo eres tú un experto en cabras? –le pregunté, con aspereza en la voz-. ¿Y de dónde has sacado ese tecnicismo que andabas predicando, y precisamente con la señorita Laura? –añadí, en el mismo tono.

    Toni sonrió echándose hacia atrás Finalmente, soltó una risotada.

    ____Lo siento, Amor –respondió, dejando de reír-: como bien sabes, presento mi tesis este lunes, y escuché decir que el catedrático la está orientando a las cabras. Llevo más de un mes preparándome, y anoche mismo terminé de estudiar todo lo que encontré a mano sobre estos animales ¡Es increíble la oportunidad que he tenido de sacarlo a la luz tan pronto!

    ____Ya veo... ya veo... De ser así, me gustaría ver lo que leíste. No me había dado cuenta de lo ignorante que soy.

    A la mañana siguiente, se originó las interesantes secuelas de los hechos. Pérez y yo entramos en el comedor para desayunar, pero él se detuvo en seco y miró hacia la mesa. Y allí estaba la lata de Cola Cao, pero esta vez al lado del plato de Toni: 'el inventor de las cabras, el padre de las cabras, el mayor conocedor de cabras del mundo'. Pérez se acercó y leyó la etiqueta. También yo le eché un vistazo. No había duda posible: la nota junto a la lata de Cola Cao estaba dirigida a Toni. ¡Pero esta vez escrita de puño y letra por la señorita Laura!

    Me quedé durante unos instantes desconcertado. Pero reaccioné, corroborando lo desconcertante que resultan ser algunas mujeres, en cuanto a la apreciación del afecto.

    Pérez no dijo nada, sólo se fue hacia su sitio y se sentó. Lo seguí e hice lo mismo. Pasados unos minutos, Toni se reunió con nosotros; miró la lata, leyó la etiqueta y empezó a desayunar, como si nada. No hizo ademán de triunfo y fue en todo momento considerado con Pérez y conmigo.

    Empero a que ninguno pronunciamos palabra, un hecho innegable pesaba en el ambiente: 'a Toni lo había convertido de repente la señorita Laura en el hombre fuerte del grupo'.


    Ello me llevó a pensar que para un profesional en veterinaria, y en la profesión que sea, es importante conocer la idiosincrasia de su clientela habitual, sin importar hombre o mujer. A pocos días de la última visita que hicimos a su granja, la señorita Laura ordenó cerrar 'Rupestre' y trasladar las cabras a una granja que había comprado en Alanís. ¿El nombre? Se lo pueden imaginar: 'Las cabras de Toni'. Acabada su carrera, Toni fue a ejercerla al consultorio de Alanís, y por eso la ganadera adquirió allí una granja. Yo no me enteré. Lo que sí me enteré era que nuestro amigo y colega Toni era el único que desde entonces revisaba las cabras de la señorita Laura. Decían lenguas comidilla que entre ambos había surgido una relación más allá de lo profesional, aun la diferencia de edad: ella, treinta y tres, él, veintitrés. Algo indicaba que el rasgo se había convertido en amor, merced a Cupido, a su flecha y, ¡cómo no!, a las cabras



    (FIN EPISODIO COMPLETO 'EL RASGO')
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    El Cloroformo


    El granjero estaba en el establo sujetando el rabo de mi paciente. Apenas le vi la cabeza, deduje que el peluquero de San Nicolás, el sesentón Tomás, 'había vuelto a hacer de las suyas'. Era ese día un domingo por la mañana y todo encajaba.

    ____¿Estuvo usted anoche en 'La Chuleta'? –le pregunté, mientras ponía el termómetro a la vaca.

    Se pasó una de sus manos por la cabeza, como un evidente gesto de desconsuelo, e inmediatamente después trató de cubrírsela. No podía. No tenía una gorra a mano.

    ____Así que se ha dado usted cuenta. ¿Tan mal me ha dejado? Debí haberlo pensando antes de elegir un sábado por la noche.

    Tomás era el único peluquero que había en San Nicolás. Le gustaba su trabajo, pero también, y mucho, la cerveza. De hecho, todas las noches llevaba todos sus bártulos al bar-restaurante 'La Chuleta', y por el módico precio de una jarra -tres cuartos de litro de cerveza-, hacía un corte de pelo rápido, en el aseo de caballeros, a todos los que solicitasen sus servicios. Con la cerveza a un duro la jarra, era un buen negocio. Pero los clientes sabían a qué se exponían. Si las ingestiones de Tomás habían sido moderadas, salían casi ilesos de la experiencia; la moda allí no era exigente en cuanto al estilo de corte. Pero si eran superiores a las seis jarras de costumbre, como ocurría los sábados por la noche, los resultados eran terribles para las cabezas de los héroes que se prestaban. La 'renta' que merecía la cabeza del granjero que tenía a mi lado, corroboraba estos mis razonamientos.

    Miré de nuevo aquella cabeza. Los antecedentes decían que Tomás andaría por la marca de siete u ocho jarras cuando hizo el corte. En la zona superior podía verse un estrecho surco, cavado al azar, con ambos lados desnudos, alternados con algún mechón. Hubiese sido interesante haber podido ver la zona trasera, seguro que habría allí algún mechón, en forma de cola, o alguna otra cosa furtiva. Desde luego, aquella cabeza era un poema. Aproveché esos instantes de antes de colocarse la gorra para ver la parte de atrás. Y en efecto: ocho jarras. Luego de éstas, tendía a abandonar toda prudencia y corría en la cabeza de sus víctimas con la maquinilla, dejando una punta medio calva. El típico corte del recluta, que hacía necesario taparlo durante algunas semanas siguientes al calvario.

    Yo me aseguraba. Cuando necesitaba un corte iba a su local, y allí tenía la certeza de encontrarlo en un estado de total sobriedad.
    Días después de ese episodio, esperaba mi turno en la barbería, con mi perro 'Balú2' debajo de mi silla, jugueteando con las patas de la misma.

    Había un tipo enorme sentado en el sillón de peluquero. Su cara, reflejada en el espejo, se contraía con largos espasmos de dolor. La explicación era sencilla: 'Tomás no cortaba el pelo, lo arrancaba', debido, no sólo a que su instrumental era obsoleto y necesitaba un afilado, sino a que con los años había ido perfeccionando algunos movimientos giratorios con la muñeca al final de cada pasada de la maquinilla que tiraba del pelo a la vez que lo arrancaba de cuajo.

    Lo sorprendente era que todos acudíamos a Tomás, aunque había un barbero en Cazalla, que incluso se desplazaba a San Nicolás con sólo tener dos clientes solicitando sus servicios. Pero preferíamos a Tomás, quizás porque le caía bien a todo el mundo o quizás por ese absurdo pique entre pueblos colindantes. El caso era que todos los peluqueros foráneos tenían poco que hacer en nuestro pueblo.

    Sentado en la barbería, miraba a Tomás mientras trabajaba. Era un tipo bajo, calvo, pero de una sonrisa espontánea y agradable, que nunca abandonaba sus labios. Esa sonrisa y una mirada especial, ultra terrenal diría yo, le daban un encanto fuera de lo común.

    Luego que el grandote se levantase del sillón, con gesto de alivio por haber terminado su Gólgota, Tomás circulaba por su alrededor, cepillándole y hablándole en tono cordial. Se le veía cariño por sus semejantes y sabía mimar a su clientela, cuya le correspondía, 'a pesar de los pesares…'.

    Al lado de aquel tipo, Tomás parecía un enano. En el pueblo había interés por saber dónde podía meter tanta cerveza como bebía. E incluso ahora, después de unos años en San Nicolás, veía que los fortachones del pueblo no podían competir con él. Y menos yo, que después de una jarra me mareaba. Lo curioso era que difícilmente puedo recordar haber visto beodo a un habitante de San Nicolás. No bien entraba la cerveza en sus estómagos, se volvían joviales, dicharacheros, y muy rara vez perdían el equilibrio o hacían alguna tontería. Tomás, por ejemplo, podía tomar seis jarras cada noche, salvo los sábados por la noche que la dosis la aumentaba, sin que cambiase su aspecto. Lo que sí cambiaba era su destreza, que para las cabezas de sus víctimas no era precisamente poco.

    ____Hola, Doctor Amor –me miró-, me alegro de volver a verle -me envolvió con su cálida sonrisa y señalándome el sillón-. ¿Está usted bien? –añadió, preguntándome.

    ____Bien, gracias -respondí-. ¿Y usted? –le pregunté, a su vez.



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    ____También bien -y comenzó a acomodar la tela bajo mi barbilla y sonriendo al ver a 'Balú2', que se instalaba bajo el lienzo.

    ____Doctor Amor. ¿Es cierto que su perro es su amigo y que nunca le pierde de vista? –añadió, preguntándome de nuevo.

    ____Así es. Y no me gusta ir a ningún sitio sin él. Me ayuda, además de la fidelidad y el cariño que me profesa. Por cierto, ¿no iba usted con un perro el otro día? -le pregunté, a su vez, a la vez que hacía girar el sillón.

    Me miró, tijeras en mano.

    ____Así es. Una antigua vagabunda. La saqué del asilo para perros y gatos de Cerro Hiero, que tan bien dirige la Hermana Alegría, y ya es todo un personaje –hizo una pausa, y luego añadió-: ahora que nuestros hijos se han emancipado, mi mujer y yo pensamos en un perro, y la verdad es que la disfrutamos mucho.

    ____¿De qué raza es?

    ____Ahora que me lo pregunta, creo que es mestiza. Pero no sabría asegurarlo. Aunque para mi señora y para mí, vale más que todo el oro del moro. Aguarde usted un momento. Voy a ir a por ella, para que la vea.

    Se fue hacia la escalera, pues vivía en los altos de la barbería, y al poco volvió con su mascota en los brazos. La perra me miró con tal desparpajo que parecía que ya éramos amigos de toda la vida. Le correspondí con una caricia.

    ____¿Qué le parece? ¿A qué es bonita? -la dejó sobre el suelo, para que pudiese verla caminar.

    Parecía una oveja en miniatura, con aquel pelaje gris claro, largo y rizado. Era de un linaje extraño, pero el alegre movimiento del rabo garantizaba un buen carácter.

    ____Me gusta –respondí, mientras la miraba-. Creo que ha escogido usted una ganadora –añadí.

    ____Eso mismo es lo que pensamos mi señora y yo.

    Se agachó y acarició a su rechoncha mascota, a la vez que cogió unos mechones de su pelo y los deslizó entre sus dedos pulgar e índice de la mano derecha. Tal maniobra resultaba extraña, pero se me ocurrió pensar que estaría acostumbrado a hacer eso mismo en las cabezas de sus clientes. 'Y ellos a experimentarlo…' Jajajaja.

    ____Decidimos ponerle de nombre Venus –añadió, de pronto.

    ____¿Y por qué Venus?

    ____Por lo luminosa que es -su tono era solemne.

    ____Pues sí. Un nombre apropiado, digno de la Hermana Alegría.

    Dejó que la perra correteara por el local. Se lavó las manos, cogió las tijeras y, una y otra vez, sostenía entre sus dedos un mechón de pelo. Repitió lo mismo antes de cortar. No atinaba a entender el por qué de que hacía eso… 

    Sentí tirones apenas las melladas hojas de las tijeras se cerraban. Pero las cosas no iban tan mal hasta que cambió a la maquinilla. Entonces me cogí al sillón, como si estuviera en el dentista. El tirón final de cada pasada que arrancaba de raíz, incluso el último pelo, obligaba a gesticular frente al espejo. Se me escaparon un par de ¡ay!, pero Tomás no se inmutaba. Jamás le había visto reaccionar ante los gritos ahogados de dolor de su clientela. Y aunque lejos de ser un tipo arrogante, se creía un barbero superdotado. E Incluso en esa vez, no bien hizo el toque final, una sonrisa radiante soltó. Acercando su cara a mi cabeza, daba tijeretazos, aquí y allá, antes de sacar un espejo de mano y preguntarme: 

    ____¿Se ve usted bien así, doctor Amor?

    ____Sí. Muy bien -una sensación de alivio daba calidez a mi voz. Le miré y le sonreí.

    ____No, si cortar el pelo no es difícil. El quid de la cuestión está en saber cuánto hay que cortar y cuánto hay dejar –concluyó.

    Esas mismas palabras se las había oído decir miles de veces, pero la atendí de nuevo, mientras él me cepillaba la chaqueta.

    El pelo me crecía con rapidez, pero no tuve necesidad de regresar a la barbería de Tomás. Vino él al consultorio, con su perra en los brazos. El animal era una criatura distinta a la plácida que había visto semanas atrás. Echaba espuma por la boca, tenía arcadas y, desesperada, se frotaba el hocico con una de las patas delanteras.

    ____¿Qué le ha ocurrido? ¿Se ha tragado algo? –le pregunté.

    ____Un hueso de pollo, doctor Amor –respondió, preocupado.

    Le lancé una mirada furibunda.

    ____¿Un hueso de pollo? ¡Qué barbaridad! ¿No sabe usted que no se debe dar huesos de pollo a un perro?

    ____Sí lo sé. Pero hoy comimos pollo, y Venus fue a rebuscar en el cubo de la basura. ¡Dios! Está claro que nunca se puede perder de vista a estos revoltosos –y añadió: cuando pudimos darnos cuenta, y menos mal que fue pronto, tenía en la boca un hueso. Y ahora se está ahogando. ¡Tiene que salvármela, doctor Amor! –se hallaba al borde del llanto.

    ____No creo que Venus se esté muriendo, ni que le guste verle así.



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    Debía pensar que más valía prevenir que curar. Pero, ahora, a lo hecho pecho.

    Luego de la regañina, miré la boca de Venus y le dije a su amo:

    ____Según mueve la pata sobre la boca, podría decirse que hay algo atascado en alguna parte.

    Le abrí la boca y vi, aliviado, una astilla de hueso aprisionada entre los molares traseros que cruzaban el paladar. Ocurría a menudo, pero se solucionaba utilizando unas pinzas. Puse la mano sobre el hombro de Tomás:

    ____Ya puede dejar de preocuparse, se trata de una astilla encajada en los dientes. Voy a llevar a Venus al cuarto de curas, y en pocos minutos la extraeré.

    Mientras caminábamos hacia la parte trasera del consultorio donde estaba el cuarto de curas, Tomás se iba tranquilizando a la vez que acariciaba y besaba a su perra. 

    ____¡Gracias a Dios! Pensé que no tenía remedio. Y francamente le hemos cogido cariño. No puedo resistir la idea de perderla.

    ____Ni lo piense siquiera –dije, y subí a Venus a la mesa; busqué en el botiquín unas pinzas largas-. No tardaré en sacarla –añadí.

    Mi hijo Julio, que tenía ya nueve años, nos seguía y nos miraba, a la vez que silbaba una copla, mientras yo seguía buscando las pinzas. Aunque Julio no estaba siempre en el consultorio, había visto antes este tipo de operaciones, por lo que no se le veía entusiasmo. Pero en la actividad veterinaria no se sabía nunca qué podía pasar. Valía la pena esperar. Podría pasar cualquier cosa. Julio, con las manos en los bolsillos y oscilando el cuerpo sobre los talones, seguía con sus silbidos, pero sin dejar de mirarnos.

    Por lo general, estas pequeñas operaciones se reducían a abrir el hocico del perro, coger el hueso con las pinzas y sacarlo. Pero, en este caso, apenas Venus vio el brillo del metal, aterrorizada saltó. Y lo mismo su amo. Traté de tranquilizar a Tomás para que a su vez tranquilizase a su mascota y ésta tranquilizase al veterinario.

    ____No voy a lastimarla. Sujétele la testa unos instantes para que pueda hacer mi trabajo. Creo que le gustará saber que este trabajo lo he hecho ya otras veces y siempre con éxito -sonreí.

    Tomás me devolvió una forzada sonrisa, cogió a su perra del cuello, y cerró los ojos.

    Venus se sacudía con violencia a la vez que me empujaba la mano con una de sus patas armonizando los lamentos con los de su amo. Cuando, por fin, metí las pinzas en el hocico, Venus lo cerró con fuerza alrededor de las pinzas, obstinándose en retenerlas. Tomás no pudo aguantar más y dejó de sujetar a su perra, que saltó al suelo, mientras Julio la miraba con gesto de comprensión, y yo a su vez intentaba persuadirla para que se nos acercase de nuevo.

    ____¡Vamos a por ella! -le dije a Tomás.

    Tomás extendió manos trémulas hacia Venus; pero, cada vez que trataba de cogerla se escurría. Sufriendo, se puso boca abajo sobre el suelo y empezó a llamarla. Julio soltó una risa. Las cosas estaban poniéndose jocosas para él. Nunca antes lo había pasado tan bien en una situación similar.

    Entonces ayudé a Tomás a levantarse del suelo, al tiempo que le dije en actitud seria:

    ____¡Voy a acabar con esto aplicándole a Venus cloroformo! ¡Y así empezaré y terminaré antes!

    ____¿Va a dormirla? -palideció-. ¿Estará bien? ¿No le pasará nada? ¿Está usted seguro de lo que va a hacer?

    ____Confíe y vuelva en dos horas. Para entonces, estará como si nada –le razoné, mientras le invité a salir del cuarto-. Si seguimos perdiendo el tiempo, lo único que conseguiremos será prolongar la ansiedad en el animal –agregué.

    ____En ese caso, me iré. Así aprovecharé para hacer una visita a mi hermana Carmen. Volveré en dos horas –respondió, y se fue hacia la puerta de salida a la calle.

    ____Pero procure no venir antes -le advertí.

    Esperé hasta oír el sonido de la puerta que se cerraba, y después preparé el cloroformo. Al igual que un niño, cuando un padre no está, en ése caso un dueño de perro, un perro no se pone tan difícil en obedecer, por lo que no costó volver a subir a Venus a la mesa de curas. Le inyecté el cloroformo, y en pocos segundos, ya estaba profundamente dormida.

    ____Sin problema, Julio -dije a mi hijo y abrí la boca de Venus. Cogí el hueso con las pinzas y lo saqué- ¿Ves? Ya. -tiré el hueso al cubo de basura-. Sí, muchacho –le hablé de nuevo a mi hijo-. Ésta es la manera más profesional de hacer las cosas. Fuera los innecesarios forcejeos, que es algo ridículos.

    Julio asintió de mala gana. Las cosas ahora eran aburridas para él. Pensaba en más acción, en ver que Tomás de nuevo se echase al



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    suelo y luchase por coger a la perra. Pero el asunto se había vuelto soso. Mi hijo ya no se reía.

    Pero mi satisfacción se congeló. Estaba observando a Venus, y vi que no respiraba. Traté de no pensar en las sacudidas que sentía en el estómago, pues siempre había sido un anestesista nervioso. Me decía a mí mismo, una y otra vez, que no había ningún peligro. Le había aplicado la dosis adecuada, y el Pentotal, a veces causaba esta reacción. Lo sabía por experiencias anteriores. Pero al mismo tiempo pedía a Dios que Venus volviese de nuevo a respirar.

    El corazón le latía perfectamente bien. Le presioné el costillar unas cuantas veces. Nada. Le abrí los ojos, pero no había reflejos en las córneas. Mientras examinaba a Venus, Julio nos miraba. Su instinto para lo impredecible seguía despierto.

    Y el instinto del niño fue certero. Levanté a Venus y la sacudí varias veces por encima de mi cabeza. Salí zumbando en el pasillo hacia el jardín y me tropecé con la liana del 'trepador Julio'. Se podían oír los pasos de mi hijo, que se nos seguía. Creo que esta fue la única vez que me vio en un estado de verdadera angustia. Y lo peor era que parecía que se estaba contagiando. Pero, nada más lejos de la realidad…

    Abrí nervioso la puerta que daba al jardín y salí en tromba. Venus no se movía, y sus ojos seguían fijos. ¡Dios, no era posible que esto me estuviese pasando! Intenté disimular, con la idea de no asustar más a mi hijo, que seguía detrás mío.

    Me paré. Sujeté a Venus de las patas traseras y empecé a girar con los brazos extendidos. Alcancé una buena velocidad. Al parecer, tal sistema de reanimación ha caído en desuso, pero en esa época era común. Desde luego, contaba con la aquiescencia de mi hijo. En su ignorante alegría por el comportamiento de su padre reía con tanta fuerza que cayó cuan largo sobre el césped. 'Y pensar que yo creía que estaba angustiado', me dije. Cuando me paré y miré el costillar de Venus, aún inmóvil, mi hijo empezó a gritar: '¡otra vez!' No tuvo que esperar mucho para que su padre comenzase de nuevo a dar vueltas en el jardín, con Venus subiendo y bajando en el aire, como un pájaro.

    Todo aquello superaba las expectativas de mi hijo. Su curiosidad se recompensó con creces. Aún recuerdo aquella escena: mi tensión nerviosa y mi angustia por la posibilidad de que muriera la perra y, como fondo, la risa escandalosa de mi hijo, que no comprendía el peligro de muerte que acechaba al canino.

    No sabría decir a ciencia cierta la de veces que paré y volví a girar, pero, finalmente, en uno de esos tercios, el tórax de Venus empezó a subir y a bajar con ritmo, y los ojos le parpadeaban. Jadeando de alivio, me eché boca arriba en el césped del jardín mientras se iba regularizando la respiración en Venus, que ya se lamía. Empezaba de nuevo Julio a decepcionarse.

    ____¿Ya no va a haber más, papá? –me preguntó.

    ____No va a haber más, hijo -me senté, puse a Venus en mis brazos y le hablé-: 'tranquila, ya ha pasado todo'.

    ____Eso fue gracioso. ¿Por qué lo hiciste? –me preguntó mi hijo.

    ____Para hacer que respirase la perra –respondí.

    ____¿Siempre haces eso para que respiren? –preguntó de nuevo.

    ____Gracias a Dios, no a menudo –respondí. Me puse en pie y llevé a Venus a mi despacho. 

    Cuando Tomás volvió, Venus estaba casi normal. No podía imaginar lo que había pasado, y decidí no informarle. Previamente le dije a Julio que la postura de silencio que íbamos a adoptar no significaba mentir, sino lo más aconsejable en estos casos.

    ____Aún sigue un poco mareada, pero pronto se le pasará –expliqué a Tomás.

    ____¿No es maravilloso? ¿Y el hueso…?

    ____Ya no está -le abrí la boca a Venus- ¿Puede comprobarlo? ¡Mire, mire…! –respondí, rebosante de alegría.

    ____¿Le causó alguna molestia? –me preguntó, con voz feliz.

    Tragué dos veces saliva antes de contestar. Pensé que decirle que Venus había estado a punto de morir, le iba a causar dolor, y no le habría hecho conservar la fe en mis conocimientos veterinarios. Sólo por esos dos motivos, sensatos por otro lado, me salió la más piadosa de las mentiras:



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    ____En realidad, ha sido una intervención sencilla.

    ____Muy agradecido, doctor Amor -se agachó sobre su perra y de nuevo pude ver la forma extraña en que dejaba resbalar el pelaje del animal entre sus dedos.

    ____Así que has estado flotando en el aire, ¿no Venus? –dijo en voz baja, pero audible.

    ____¡¿Queeé le hace decir eso?! -sentí una punzada en el cogote.

    Volvió los ojos hacia mí, con su mirada ultra terrenal…

    ____Se podría decir que flotaba mientras permanecía anestesiada Una sensación graciosa, ¿no cree? Pero no tiene importancia. Ha sido una simple ocurrencia mía.

    ____Ah. sí… –también yo sentía algo gracioso. Lo miré-. Será mejor que se lleve a Venus enseguida a su casa. Y procure que repose. Y, en lo sucesivo, más cuidado con lo que come. No debe husmear en los cubos de la basura.

    Cuando Tomás salió del consultorio con su perra sobre los brazos, me quedé tranquilo. 'Flotando… flotando…'.

    Veinte días después de aquello, me hallaba sentado de nuevo en el sillón de la barbería. Por norma, Tomás comenzaba a cortar el pelo con las tijeras, para después rematar con la maquinilla de temibles dientes. Pero esta vez lo hizo al revés. En un intento por aliviar mi dolor, rompí a hablar.

    ____¿Cómo, ¡ay!, sigue Venus?

    ____Muy bien -me brindó una sonrisa, a través del espejo, mientras arrancaba un mechón con su peculiar giro de muñeca-. El caso es que es bueno confiar en el veterinario. Sabía perfectamente que Venus estaba en buenas manos –agregó.

    ____Es, ¡ay!, agradable escuchar eso. Muy amable de su parte.

    Cansado de intentar hablar mientras Tomás seguía haciendo de las suyas, traté de concentrarme en otras asuntos. Ponía en práctica este pequeño truco cada vez que iba al dentista. Pensé, con total concentración, en el jardín de mi consultorio. Era urgente cortar el césped. Estaba esa maleza que tenía que retirar, no bien tuviese tiempo libre. Veía la conveniencia de fertilizar los tomates e incluso la posibilidad de instalar ese nuevo sistema de riego por goteo…, cuando la voz del barbero me apartaba de mis pensamientos y me devolvía a la barbería…

    ____Doctor Amor –en ese justo momento retenía entre sus dedos un mechón de pelos-. A mí también me gusta la jardinería.

     ____¡Quééé! -salté del sillón cual resorte-. Hace un instante estaba pensando en mi jardín.

    ____Lo sé -mantenía la mirada como ausente, mientras seguía con su labor-. Es que me vienen de pronto los pensamientos. Me llegan a través del pelo.

    ____¡Queéé! –repetí la exclamación-. ¡Explíquese más claro, que no le comprendí!

    ____Mire, el pelo brota del interior de la cabeza y luego extrae los pensamientos y me los envía.

    ____¡¿Bromea?! –sonreí. Pero la sonrisa sonó a boba.

    ____No bromeo. Llevo percibiendo esta sensación desde hace casi cuarenta años, y aún sigo –hizo una breve pausa, alzó la cabeza y siguió-: pero estoy seguro de que podría originar problemas si yo confesase lo que he podido captar del pelo de mis clientes que he tenido la ocasión de atender a lo largo de ese tiempo de profesión. Pero no hablaré. Porque si yo hablase… si yo hablase... Mejor no. Callarme, y más en estos casos, es una virtud que sólo la poseen las personas prudentes. Y yo soy prudente –concluyó.

    Me sumergí en la tela que me cubría. No tenía sentido lo que aquel hombrecillo acababa de decirme. Pero, por si acaso, tomé la firme decisión de no pensar en el cloroformo de Venus mientras su amo estuviese cortándome el cabello. Y si no pudiese evitar pensar eso, contactaría con el barbero de Cazalla o me dejaría crecer el cabello cual profeta, a ver si esto me ayudaba a adivinar los pensamientos de los demás. A todo eso estaba dispuesto con tal de que Tomás no recibiese información de mi pelo.


    En efecto. Mi intuición sobre la mirada ultra terrenal de Tomás, no había fallado. En la actualidad, mi mujer y yo lo vemos a veces paseando, acompañado de su esposa, los dos ochentones ya, y recordamos 'solamente' a Venus, evidentemente ya fallecida, y a la astilla de hueso de pollo. Esto ha sido, sin duda, lo más insólito e inédito que me ha ocurrido a lo largo de mi extensa carrera profesional, que, por cierto, cada vez que lo recuerdo, no puedo evitar estremecerme



    (FIN EPISODIO COMPLETO 'EL CLOROFORMO')
  • antonio chavezantonio chavez Miguel de Cervantes s.XVII


    Una Victoria trabajada


    ____Desde mi teléfono en Cerro Hierro, le habla el señor Catalán. ¿Se encuentra ahí alguno de los veterinarios?

    Contrariado, apreté el auricular contra mi oreja. Las constantes dudas del señor Catalán siempre me ponían en alerta. Siempre llamaba al veterinario como un último y desesperado recurso. Le suponía una tortura hacer eso. Y era obstinado en cuanto a seguir los consejos, cuando finalmente le visitábamos. Pero sabíamos que no quedaba satisfecho. Además, era un sujeto rácano y altivo, y en su lenguaje no se encontraba incluida la noble palabra 'perdón'.

    Me había hecho sufrir bastante durante los dos meses siguientes de mi regreso de Huelva, y en esa vez, casi cuatro años después, seguía así, pero más viejo, más rácano y más altivo. Aparte de no respetar nunca las más elementales reglas de la educación.

    ____¿Cuál es el problema, señor Catalán? –le pregunté.

    ____¿Pérez? ¿Amor? Bueno, qué más da. En mis establos tengo una vaca que está enferma desde hace una semana.

    ____Soy Amor, señor Catalán. Lo siento, pero ahora estoy en una urgencia. Iré a su granja tan pronto termine.

    ____¡Un momento, un momento! ¡No se acelere! ¿Es necesario que venga enseguida? -no parecía estar seguro de que mi visita fuese necesaria.

    ____Bueno… No sé… ¿Qué síntomas presenta su vaca?

    ____No quiere comer, y ahora se lleva todo el tiempo echada. Pero se ve que está enferma.

    ____Eso es serio. Y en vista de ello, dejaré la urgencia en manos de Pérez y saldré inmediatamente –respondí.

    ____¿Pero es necesario que venga? –repitió la misma pregunta.

    Colgué. Por tres experiencias anteriores, sabía que la charla podía prolongarse in aeternum. Y también sabía que era probable que la vaca no tuviese ya solución. Pero si acudía enseguida, quizá podría hacer algo…

    Llegué a la granja veinte minutos después de colgar, y ya el señor Catalán estaba esperándome. ¿Su actitud? La misma de siempre: manos en los bolsillos y ojos reprobadores, además de una mirada suspicaz, bajo unas pobladas y canosas cejas. ¡Era curioso! Desde aquel comentario que me hice de que era poco probable que un granjero estuviese esperando a un veterinario, parecía que todos se habían puesto de acuerdo para lo contrario.

    ____Llega tarde –me dijo, en un tono hostil.

    ____¿Quieren decir sus palabras que la vaca ha muerto? -me paré, con una pierna fuera del auto.

    ____No, pero casi. Llega tarde para hacer algo -matizó.

    Apreté los dientes. La vaca había estado enferma durante toda una semana, según sus propias palabras y yo llegué a su granja apenas en unos minutos de después de recibir su llamada, pero las cosas no admitían dudas: si la vaca moría, era por mi culpa. Pedí a Dios que tranquilizase mis nervios.

    ____Bueno… –dije, tratando de controlarme-. Si está muriendo, no hay nada que pueda hacerse ya –me inicié a subir al coche.

    Agachó la cabeza y pateó con fuerza una pequeña piedra.

    ____¡¿Y ya que está aquí no va a verla?! –me miró con ira.

    ____Si eso es lo que quiere –me bajé del auto. A todo iba dispuesto menos a discutir con él. El señor Catalán era de esa clase de gente que cree poseer la facultad de molestar sin sentirse culpable.

    ____¿Me va a cobrar extras? –me preguntó de pronto, haciendo con los dedos índice y pulgar el típico movimiento que define al dinero.

    ____Mire, ya hice el viaje hasta aquí y si ya terminé, sólo tiene que pagar los gastos de desplazamiento –respondí.

    La imagen que vi en aquel establo me era tristemente familiar: una esquelética vaca yacía comatosa. Movía los ojos vidriosos a cada segundo, con un lento movimiento de un lado a otro. Muy próximo estaba su final.

    ____Tiene razón –le dije, después de ver al animal, y añadí-: se está muriendo. Y sin más, recogí mi maletín de curas, y salí del establo hacia mi auto.

    Pero, de una enérgica acción, se cruzó en mi camino. Después me miró, furioso. Yo seguía impasible; confiaba en mi carácter. Pero el señor Catalán, desafiante, me gritó en un tono de voz molesto:

    ____¡Así que se va sin hacer nada, eh! ¡He oído decir que mientras haya vida hay esperanza! !¿Le suena a algo eso?!

    ____Sí, pero no es este el caso. Aunque, si quiere, puedo inyectarle algún estimulante, y a ver qué pasa…

    ____¡No es que yo quiera! ¡Se supone que usted es el que sabe de esto! ¡Usted es el veterinario! ¡No diga si yo quiero! –seguía en el mismo tono.

    ____Tranquilícese. Lo intentaré –entré de nuevo al establo con mi maletín y me fui hacia la vaca, y apenas metí la aguja en el lomo, el señor Catalán volvió a la carga, en forma de dos preguntas:


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