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Historia del Niño Omar (Parte 1)

Alejandra Correas VázquezAlejandra Correas Vázquez Gonzalo de Berceo s.XIII
editado noviembre 2015 en Narrativa
HISTORIA DEL

NIÑO OMAR

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por Alejandra Correas Vázquez


1485. Reino de Granada. Dinastía Nazarí.

Omar hizo su primera sonrisa a los cuatro meses de vida, frente a los ojos de su madre, la bella morisca Fátima. Y las miradas maternas lo siguieron en aquel paulatino proceso de las primeras palabras y los primeros pasos. Más tarde aprendió a llamarla con insistencia, ante los objetos del mundo que iban despertando su curiosidad. Y era la misma mirada dulce de su madre la que le respondía, antes de contestarle con palabras.

Colocáronlo sobre unos almohadones de seda color marfil, esparcidos por una alfombra decorada, y a su alrededor el espacio estaba cercado con un cortinado color púrpura. Su aya Haida dormía con él. Cerca del año el niño ya gateaba con movimientos felinos hasta el borde del cortinado, y tomándose de él lograba incorporarse. La luz penetraba por el ventanal enrejado, y él jugaba con ella tratando de capturarla, como si tuviese forma.

Una tarde cruzó tambaleante aquel cortinado granate que lo separaba del mundo, desde que había nacido. Y ya más seguro de sus fuerzas, libre, llegó a la sala contigua con los pasos zigzagueantes y los brazos extendidos cual un acróbata. Fátima seguíalo por detrás. La claridad que emanaba del patio arrebató las dos figuras y se iluminaron los ojos color ámbar del pequeñuelo. Agitado pero sonriente, se recortó en el marco rosado de las vestiduras transparentes de su madre. Fátima recogió su túnica de gasa y la luz que penetraba por ella, fue dibujando las formas arqueadas de su cuerpo femenil.

Omar creció y tenía ya siete años. El sol declinaba una tarde de Granada, cuya inclemencia invernal del primer día de enero, había hecho imposible caminar esa jornada por las callejas moras del Albaicín. La Sierra Nevada enviaba su helada nocturna. Tras las decoradas rejas los ventanales permanecían cerrados, en protección al frío excesivo.
El aya habíase dormido junto al niño, sobre los cojines amarfilados, y la brisa helada al soplar desde las nieves eternas desveló a Omar, quien se incorporó. La luna penetraba por los vitrales coloridos del ventanal y un susurro de voces denunciaba, que otros como él dentro de su casa, eran ajenos al sueño.

Se encaminó sigiloso en su busca y presentóse de golpe ante ellos, quienes en coro entusiasta lo recibieron asombrados, pero sonrientes. Con orgullo su padre Muzá, mercader de Granada y mecenas, ricamente ataviado y enjoyado, sentó a su hijo junto a él sobre los cojines de seda. En esa sala tenía lugar la reunión de su padre con sus tres eruditos amigos. Hixam, un poeta, Zulimán, un político, Isaí, un filósofo. La belleza del niño fue ponderada por los visitantes.

—“Voy a enseñarte Omar ibn Muzá— le dijo el poeta y pedagogo Hixam —versos eternos de un Emir cordobés, que reinó al pie de la Sierra Morena, hace ya medio milenio”:

“Llegaste a mí envuelta en tus velos,


a la hora en que los cristianos tocan las campanas,


cuando la media luna brillaba en el fondo del horizonte


como la delicada línea de la planta del pie,


y con tu llegada, se iluminaron todos los colores de la ronda”


—“Así has llegado hasta nosotros bello Omar, en esta hora de silencio, para adornarnos con tu compañía”— intervino diciendo Zulimán

—“Tu presencia ha sido bienvenida, bello niño, reunidos como estamos en tertulia, en la hermosa casa de tu padre”— le expresó Isaí

—“Colmaré tu fantasía de niño con las notables hazañas de los príncipes Omeyas que hicieron el orgullo de la ciudad de Córdoba la Sultana— volvió a decirle Hixam — te contaré cómo el Emir alquimista Abd Al Rahman II tomó vuelo en un planeador desde la torre de la gran mezquita, recorriendo el cielo cordobés como un gigantesco pájaro. También fabricó un cristal muy transparente que tenía la elasticidad del cuero y en él se balanceaban los niños”

—“Yo te explicaré, bellísimo Omar, de qué forma la dinastía Yussuf de este reino Nazarita de Granada, llegando de Túnez dio belleza y poderío a nuestro reino. Ella hizo de esta ciudad decorada por nieves eternas, la urbe oriental más importante del continente europeo, transformándola en cabecera del reino árabe español.”— expresóle Zulimán, que era especialista en política

—“Pero siempre debes tener en cuenta, hermoso niño, que hay dos mundos que conviven. —volvió a hablar Hixam— Siempre hay dos espíritus dentro de uno mismo. La Doble Verdad es el misterio de la verdad. Así nos dijo Ibn Rush (Averroes), y los averroístas mantenemos vivo su pensamiento sobre la coexistencia entre dos opuestos, que en realidad se apoyan mutuamente.”

—“Así hemos hecho en Granada La Pacífica, durante siglos, tratando Paz con Castilla para unificar un suelo ibérico y único. La ciudad de Granada ama la paz y nunca irá a la guerra. Porque la Verdad es la unión de dos elementos que forman una misma humanidad”— acentuó Zulimán en forma solemne y quedó callado

—“Yo te contaré, bellísimo Omar, de qué forma mi antepasado el Visir Samuel, hebreo como yo, dio belleza y poderío a Granada haciendo de esta ciudad decorada de nieves eternas, la más importante del Al-Andalus. Pero hay algo todavía más importante, debes recordar siempre que eres un hombre, y el hombre es, él mismo, un poder divino que todo lo logra. Estas fueron las palabras de Moshé ben Maimón (Maimónides) que harán fuerte tu alma, tu espíritu y tu vida”— concluyó Isaí

Omar habíase integrado al círculo de amigos de su padre Muzá, el mismo día de 1492 en que Rey Boabdil de Granada capitulaba. No escuchó ruidos de clarines ni tambores, el grito de guerra no tocó su oído. Los carros de combate hallábanse guardados y no fueron usados.

Los granadinos renunciaron a la violencia, antes de emplearla, negándose a la sangría inútil. Su capitulación pacífica los puso unas vez más de aliados voluntarios de Castilla, sin ningún muerto en cada bando. Como ya fuera antes. Era aquélla la antigua tradición oriental de la dinastía Nazarí de Yussuf, que diera brillo a Granada y a la Sierra Nevada... Mientras en la casa de Omar los amigos de su padre extendían un tablero de ajedrez, para complacerse en un brindis de paz.

—“Las embajadas turcas que ofrecieron ejércitos otomanos bien pertrechados para vencer a los cristianos, no hallaron eco en la Alhambra, donde residen nuestro gobernantes”— comentó Muzá mientras acariciaba a su hijo

—“El rey Boabdil se negó con mucha dignidad, a recibir los enviados del Sultán de Turquía que llegaron hasta la costa de Ronda navegando en tres bajeles, para conferenciar con él”— aseguró Hixam

—“Granada ha preferido conservar la autonomía de la península ibérica antes de entregarla al Gran Turco. Nosotros los hebreos que llevamos dos mil años en esta tierra, desde el tiempo de Nabucodonosor, refugiándonos aquí para evitar el cautiverio en Babilonia, estamos de pleno acuerdo”— dijo con firmeza Isaí

—“Son ocho siglos y veinticuatro generaciones, desde que los árabes llegamos a esta hermosa tierra, llamados por ustedes los hebreos”— opinó Zulimán, el político

—“Ochocientos años germinando la misma tierra. Bebiendo el agua de los mismos ríos. Contemplando la misma costa del mar, con el mismo poniente y el mismo naciente. Las nieves eternas de la Sierra Nevada han sido las mismas durante ocho siglos”— acentuó el poeta Hixam

—“Los Hebreos hemos vivido en ella y para ella por veinte siglos, desde que huimos de Nabucodonosor”— detalló con firmeza Isaí

—“Aún se encuentran frescos nuestros recuerdos de esa epopeya heroica, cuando todos los habitantes de Iberia unidos en conjunto único, con sus distintos reinos y sus distinto credos, bajo las órdenes del Emir de Córdoba, Abd Al Rahman II, expulsaron al invasor normando”— expresó con énfasis patriótico Muzá

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