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Ellos no nos creerán

RmoraRmora Anónimo s.XI
editado octubre 2015 en Narrativa
Este es uno de varios relatos escritos. Reconozco que no soy un gran lector, se que necesito leer con mayor asiduidad para coger mayor soltura. Supongo por ello que el texto dejará bastante que desear pero también es cierto que a través de la critica se aprender.

ELLOS NOS CREERÁN

Pasan de las 12:00 y la puerta del comedor sigue cerrada. Dentro se respira un ambiente contaminado por el humo del tabaco. Ginés se levanta de la butaca y se sirve otra copa. Su mano está temblando y acierta en el vidrio por casualidad. Camina hasta el otro extremo de la estancia donde esta postrado su hijo cabizbajo junto a su madre. Ella le acaricia la espalda en un movimiento acompasado. El continua con la cabeza gacha. Se escucha por el hueco de la ventana el frenético canto de chicharras.
Gines coge al chico de la pechera y lo zarandea.

— ¿En que estabas pensando chaval?. ¿Que coño se te ha pasado por la cabeza?.

El chico no dice nada. Esta petrificado con la mirada perdida. Ginés Sostiene el puño en alto haciendo ademán de golpearle, pero Marisa se interpone agarrando a su marido por el brazo.

— Ya esta bien Ginés, está asustado. Es solo un niño.
— !Maldita sea un niño!. Tiene catorce años. ¿Aún no te has dado cuenta de lo que ha hecho?. No me jodas Marisa, no estamos hablando de una chiquillada, esto es algo mucho más grave.

Saca un pañuelo de su bolsillo y se limpia el sudor de la frente. Se sienta de nuevo en la butaca habiendo acopio de cordura. Su mujer le observa con la mente a kilómetros de la escena. Dani se recuesta sobre el sofá, mira al techo y arroja una bocanada de aire que ondea su flequillo. Fuera las chicharras siguen cantando a pleno pulmón agitadas bajo la luna llena. Los ventiladores hace horas que han dejado de girar en el vecindario.
Suena el teléfono en el recibidor. Marisa se levanta como un resorte del sillón.

— ¿Qué vas a hacer? —pregunta Ginés.
— Cogerlo —responde Marisa arqueando las cejas.
— ¿En serio?. ¿Qué vas a decirles?.
— A lo mejor no son ellos. Es muy tarde, podría ser algo importante.

Ginés mira su reloj. Llevaban reunidos cerca de cuatro horas. Se sirve otra copa de oporto para empujar el ibuprofeno. La cabeza le va a estallar. Sigue con la mirada a su esposa que abre la puerta del comedor.
De pronto Jorge cruza el pasillo desde las escaleras en dirección a la cocina con un vaso de agua en la mano. Mira a su madre y sonrie. Se frota los ojos.

— ¿Tu que haces aquí?. ¿Has escuchado algo? —pregunta ella con el morro torcido.

El pequeño disiente con la cabeza, al tiempo que bosteza y se vuelve a restregar los ojos. Lleva un pijama blanco con motivos de barcos de vela que su madre le regalo por navidad hace tres años. El pantalón le queda pesquero desnudando sus tobillos a la luz. No hace falta que su madre se lo diga, con ver su cara sabe que no pinta nada allí abajo. Sube corriendo la escaleras y detrás se oye una puerta cerrarse.
Marisa coge el teléfono.

—Si, digamé —articula con tono timorato.
Se escucha un silencio al otro lado del hilo telefónico.
— ¿Hay alguien? —se gira hacia Ginés encogiéndose de hombros. Sigue sin escucharse nada.
Ginés deja la copa casi vacía en la mesa, salta como un muelle de la butaca y le arrebata con virulencia el teléfono a su mujer.

—¿Se puede saber quien llama a estas horas?. Es usted un cretino. ¿No tiene nada mejor que hacer que molestar a la gente de madrugada?. ¡No vuelva a llamar a esta casa, imbécil!.

Seguido golpea con el teléfono sobre la base con tal fuerza que este se descoloca y queda colgando del cordón por fuera de la mesilla. Regresa hacia el centro del cuarto despotricando.

Dani ve venir a su padre y deja la revista de coches en el revistero. Vuelve a resoplar y su flequillo se eleva unos segundos.

— Bueno ya esta bien por hoy. Veté a tu habitación a dormir y no hables con nadie de esto. Que todo lo que se ha dicho en esta sala quede en secreto —Ginés le señala con el dedo a su hijo. — ¿Te ha quedado claro?.

El chico asiente y con paso lento cruza el umbral de la puerta. Marisa la cierra procurando no hacer ruido.

Ginés camina aleatoriamente con pasos constantes por el comedor. El ambiente esta caldeado y una espesa neblina de tabaco suspendida en el aire confiere al habitáculo un aspecto de misterio, rozando lo onírico. En el exterior aumentan los chillidos, parece como si las cigarras se hubiesen reproducido.

— Te diré lo que vamos a hacer Marisa. Ahora tu y yo pasamos a la casa y procuramos dejar todo lo mas limpio posible. Luego regresamos y nos vamos a la cama. Se que es difícil pero no nos queda otra alternativa.

Marisa asiente mientras se desabrocha un botón de la blusa. Sus pechos están empapados en sudor. La luz de la lámpara se proyecta en su rostro desmejorado.

Al entrar en la cocina se encuentran a Dani sentado en la mesa comiendo un sándwich vegetal de pavo adobado. Un reguero de mayonesa resbala por su boca y al caer le impacta en el zapato. Seguido le da un hondo trago a la botella de leche y eructa como si participará en un concurso.
Su padre le propina un golpe seco en la nuca. Luego abre el armario de la despensa donde Marisa guarda los productos de limpieza y saca el cubo de la fregona y varias bolsas de basura tamaño XL.
Mientras atraviesan el patio en penumbra Marisa hace un conato de volver a casa pero Ginés le coge el brazo.

— No hagas ruido cariño. No querrás que se despierte algún vecino … —Dice el tocando con su dedo los labios de ella.

Ya en el interior de la parcela adyacente durante un rato se dedican a recoger los despojos desperdigados por el jardín y meterlos en las bolsas. Hay heces mezcladas con sangre pegadas en la puerta del garaje. Marisa se tapa la nariz y acto seguido se apoya en la fachada y vomita. Ginés friega con suma diligencia el suelo del garaje. Marisa mientras apunta con la manguera de riego los restos de las paredes. Pasados unos minutos echan las bolsas al contenedor y se marchan a casa.

En la cama no dejan de cavilar en lo sucedido. Ginés se nota cansado pero no puede dormir. Enciende el televisor, pasa una ronda de canales con el mando y la apaga. Abre un libro y relee varias veces el primer párrafo. Marisa coge una fotografía de la mesilla. Es del día de su boda. En primer plano aparecen Ginés y ella besándose cubiertos de arroz. Tienen un aspecto imponente. Al fondo Domingo y Clara sonríen a la cámara sujetando la cola del vestido.
Los conocían desde bien jóvenes, coincidieron en una manifestación contra los derechos estudiantiles en el campus de la universidad. Por aquella época sólo pensaban en divertirse, escuchaban música y fumaban hachís a todas horas.
Ambos matrimonios vivieron durante unos años en el mismo barrio en las afueras y pasado un tiempo se mudaron juntos a la cooperativa de chalets adosados donde residen en la actualidad. Solían salir juntos con los niños, al cine, a la hamburguesería o viajaban juntos los veranos de camping en la caravana de Domingo.
Esta semana se encuentran de viaje con los niños por Irlanda.

Al poco vuelve a dejar la foto en la mesilla.

— Igual deberíamos contárselo —dice ella.
— ¿Has perdido el juicio Marisa?. ¿Sugieres que les diga que siento mucho que Dani le haya metido a su perro el compresor de aire del garaje por el culo mientras dormía, y este haya explotado en pedacitos por el jardín como una jodida piñata?. ¿Eso quieres que les diga?. Realmente suena absurdo, tan absurdo como que es difícil de creer.

— No se Ginés, es cierto que escuchándolo así suena horrible, igual contándolo de otra manera o cambiando alguna parte …

— Desengáñate cariño, no podemos solucionar la situación. Lo mires por donde lo mires es una aberración. Ellos nos dejaron al cuidado de la casa. Jamás nos dirigirían la palabra y todos en el pueblo conocerían lo sucedido, quedaríamos marcados. No quiero que la gente chismorreé a nuestras espaldas, cuando nos vean comprar en el supermercado o en el bar tomando una cerveza, eso es lo último que quiero. Además, Dani podría acabar en un reformatorio. Piénsalo bien, no es una buena idea.

— ¿Entonces que les diremos? —pregunta ella.
— Déjame pensar … Les diremos que alguien se saltó la puerta de la verja y se llevó al perro. Balú era un perro precioso, de pura raza. Eso es, les diremos eso, no puede salir mal, ellos nos creerán.

Marisa se gira hacia el hecho y pone cara de circunstancias. Hace un rebobinado mental rápido y selecciona de su memoria varios fragmentos del pasado, de los primeros años en la casa casi una década atrás. Aquel verano nació Jorge, Dani tenía cinco años y acababa de aprender a montar en bicicleta. Por las tardes se bañaban en la piscina y asaban chuletas en la barbacoa junto al porche. Las noches más calurosas se tumbaban sobre la hierba del jardín hasta que veían borrosas las estrellas y se rendían al sueño.

—Aquel verano fue maravilloso —dice en voz baja Marisa rompiendo a llorar sobre la almohada. Ginés no entiende a lo que se refiere, a pesar de ello se vuelve hacia ella y le pasa la mano por el brazo.

En la calle la oscuridad se disipa ante las capas de luz que se desplazan sobre los montes por los campos y baldíos. Las chicharras hace tiempo que han dejado de cantar. Un enjambre de golondrinas trina al unísono sobre el alero de un tejado, mientras el camión de la basura custodia las avenidas. Se escucha el tintineo de los cubiertos sobre los platos. La gente se agolpa a las puertas de la panadería. El camión se detiene y recoge las basuras. Un perro ladra en algún lugar de la ciudad. Ginés y Marisa continúan dormidos.
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