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Encuentro inesperado

JhoanTJhoanT Anónimo s.XI
editado octubre 2015 en Romántica
- ¿Ya escuchaste la noticia, Pamela? – decía Paula, desde su asiento de tela mesh y espaldar de malla color oscuro, digna de todo cubículo lleno de papeles e incesantes aromas a café surtidos con un peculiar halito de tabaco de cigarrillo.

- Lo único que escucho en este sitio es el continuo ruido de las impresoras del pasillo y los pasos frente a mi escritorio – respondía aquella rubia, de ojos oscuros como un abismo marino, cuya expresión y parpados reflejaban agotamiento.

- Parece que alguien no despertó de muy buen humor hoy – respondía la morena, mientras una ligera mueca se formaba en su rostro–. La cosa es que tendremos un nuevo compañero por aquí.

- Supongo que se sentará en el cubículo de al lado. Ya era hora de que consiguieran el reemplazante de Matías.

- Sí, supongo. Dicen que es extranjero y que ya posee experiencia de oficina, por lo que no le costara mucho adaptarse. El jefe no nos ha dado mucha información acerca de él. Solo nos avisó a todos que lo recibamos sin escrúpulo y mantengamos el mismo ritmo de trabajo.

Pamela había salido temprano del trabajo ese día. Había requerido retirarse antes de la hora reglamentaria a causa de un dolor de cabeza que no lo serenaba un simple calmante. Ya se conocía y, lejos de ser una excusa, la única solución era reposar en su cama bajo el soplo de su antiguo ventilador de techo acompañado de una bolsa de hielo de crioterapia sobre su frente.

No era la primera vez que sucedía, y mucho menos de esa manera. Las constantes noches de trasnocho por trabajo recaían en simples malestares que no impedían su labor. Pero en ocasiones sucedía lo contrario. Ya no bastaba con un simple calvario, sino con recuerdos y consecuentes congojas que languidecían su persona. Recuerdos que por muy preciados que fuesen, deseaba sacar de su mente y abandonarlos en lo que fueron. Un mal recuerdo.

- ¿Y eso a que se debe? – preguntaba con curiosidad la catira.

- No lo sé. Pero ojala sea alguien atractivo para poder distraernos un rato. A ti no te caería un poco mal – decía entre risas, para luego cambiar a una expresión más seria –. Ya es hora de que dejes de andar pensando tanto en ello. Sé que no me has hablado mucho de él, pero no creo que haya sido para tanto.

- En realidad no lo fue – respondía-. Simplemente decidió marcharse aquella noche calurosa de Abril… - decía, mientras su cabeza se agachaba para esconder su rostro de falsa felicidad con una mirada perdida en el vacío insondable de sus sentimientos- ¡Pero sí! Tienes razón. Capaz deba conocerlo y todo. Aún queda mucho presente y futuro que vivir.

- ¡Así es! No por eso debes tirar a la basura tu vida, sobre todo con una cara tan linda como la tuya. De seguro que le gustarás apenas te vea – decía, tiñendo las mejillas de aquella rubia con un ligero sonrojo.

- No creo que sea tan fácil, pero lo intentaré – decía entre risas –. Y bien, ¿cómo se llama el nuevo?

- No recuerdo muy bien la verdad… Empezaba con "M"… Siendo sincera, no le prestaba mucha atención cuando el jefe lo dijo. Pero creo que era algo como Marco... Matero… - esperó unos incomodos segundos, hasta poder hallar su respuesta - ¡Mateo! ¡Se llamaba Mateo! Y creo que el apellido era algo con una “F”– decía finalmente con avidez, sin conocer la enervante repercusión de su pueril acto.

La sonrisa de la joven peli amarillo se detuvo. Para Pamela, se sintió como si fluyese por su garganta un camino de sedimento de cobre. No bastaba con los recuerdos. Sabía que era una suposición superflua, demasiado ficticia para poder ser real. Pero, ¿qué pasaría si ahora aquel hombre, de estatura superior a la suya y que desprendía un aura de encanto y atracción se reencontrase con ella luego de su desamparo? Podría ser cualquiera que llevase el infortunio de carrear con ese nombre y más aún ese apellido. Fernández. No tenía por qué ser él, pero, ¿y si era en verdad él? Su cabeza se colmaba cada vez más de reticencias, hasta que un dolor de cabeza incipiente la sacó de aquel sopor.

- ¿Sucede algo, Pamela? –decía, demostrando la angustia por el repentino desvarío de su amiga.

- No, tranquila, no es nada –mentía-. Solo me fui de mi misma un momento por el cansancio –decía, tratando de dilucidar su indecible estado.

- Creo que deberías de ir a casa. El jefe entenderá que has pasado la noche adelantando el trabajo atrasado por tus retiros. Bueno, yo me vuelvo al trabajo ¡Que descanses!

- Gracias Paula, haré lo posible por hacerlo –dijo, mostrando una pequeña sonrisa.

La joven recogió los papeles que tenía regados sobre su escritorio, para luego almacenarlos en el deslucido casiller de su área. Tomó su maletín y, recogiendo ligeramente su reluciente cabello con una liga del mismo color de su habitual uniforme oscuro, se dispuso volver a casa. No quería citar sus penas y tormentos por decoro ante su amiga, mucho menos angustiarla más aun por el bien sabido cariz que tomaría en adelante si se quedase.

De paso rápido y apresurado, Pamela se hizo camino por los pasillos para alcanzar directamente el ascensor. No le importaba su jefe, ya buscaría una excusa para el día siguiente. Su único designio era llegar al estacionamiento, encender su auto y descansar en su hogar, alejando todo cansancio y recuerdo alguno de aquella tarde.

El ascensor no llegaba. Pamela comenzaba a desesperarse ante sus delirios. Mientras el tiempo transcurría, no fue otra cosa más que un nuevo carrete de memorias lo que su mente suscitaba como más apropiado para el momento. "¿Por qué tuvo que hacerlo?" pensaba. "¿Habrá valido realmente la pena todo este tiempo juntos? Sera que yo…" pero un crujido metálico la sacó de sus ideas. De manera apresurada e impertinente, la joven rubia se adentró en el elevador marcando con repetición el botón "P2".

El ascensor cerró sus puertas de la misma forma en que el descenso fue cometido; despacio, pasando lenta y cruelmente por los pisos del edificio. La mente de aquella joven se embebía cada vez más del desdén de sus pensamientos, que no permitía reposo alguno por más efímero que pudiera ser el período.

El elevador se detuvo, haciendo su parada en el piso "7". El soplo de la brisa de una ventana abierta fue lo único que se dio paso entre las puertas abiertas. De forma veloz marcaba el botón para cerrar las puertas, cuando oyó un grito desde lo lejos:

- ¡Espere! ¡No cierre!

- ¡Lo siento! – decía con voz ajetreada, denotando el impío de su contrariedad – ¡Voy apurada!

Cuando ya las puertas daban cierre, una mano se interpuso entre ellas. Pamela, con un gesto de rabia y reproche, cerró los ojos y chasqueó con su boca.

- Lo siento, es que me he tenido que devolver para buscar unos papeles que me han encargado – decía aquel hombre, mientras se llevaba su mano a la cabeza en símbolo de pena.

- Bueno, no importa. Lo que pasa es que ando apurada y… - su voz se detuvo en seco, como si algo se la hubiera arrebatado.

- Tú eres… - decía de igual manera aquel hombre.

- Mateo… tú… - decía con voz quebrantada, mientras que sus mejillas se coloreaban de un ligero color carmín.

- Igual de tímida como siempre – dijo, mientras dejaba caer sobre el suelo del ascensor las carpetas que le habían encarecido.

- Mateo… n-no deberías de… - pero su boca fue callada por el causante de sus augurios, cuyo cuerpo era aprensado por el de aquel individuo contra las paredes revestidas de metal del ascensor, haciendo que se soltara la liga que reprimía la densa y tersa melena de aquella joven. La mano de Mateo poseyó con firmeza la mejilla de aquella mujer, deslizando su otra entre los cabellos de ángel rizados de color dorado, reclinando lentamente sus labios hasta poder hallar los de una arremetida mujer de sus intenciones.

Un beso con fuerza, con dominio y desesperación, tan erótico como el pecado, lleno de pasión y deseo, igual a las noches de aquel mes de Abril. Sus bocas se separaron en busca de oxígeno, pero la pasión no cesó. Cegado por la lujuria y el deseo, Mateo fue descendiendo sus labios por la suave y aromada piel del cuello de la rubia, quien no conocía cuánto tiempo más podría estar de pie.

No podía tolerarlo. Se sentía débil, sin moral. Saber que quien la había atormentado en su mente después de dejarla se encontraba justo en frente suya poseyéndola; haciéndola sentir emociones olvidadas que deseaba cada vez más aunque no fuera lo correcto. De un movimiento débil, decidió apartarlo de sí misma para volver lograr volver en sí y retomar las palabras que antes habían sido conquistadas:

- Ya no eres mi novio. No hagas esto de nuevo – decía con firmeza.

- Pero tus labios no me dijeron que me detuviera. Tus labios o tus palabras… ¿A quién debo creer?

Inspirado en un capítulo de Neon Genesis Evangelion
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