¡Bienvenido/a!

Pareces nuevo por aquí. Si quieres participar, ¡pulsa uno de estos botones!

El hombre invisible (Segunda parte)

Solrac ZerimarSolrac Zerimar Pedro Abad s.XII
editado septiembre 2015 en Otros
...Se sorprendió de lo latente que tenía esas conversaciones, muchas de los cuales creía olvidadas pero que estaban grabadas en su subconsciente y después de mucho tiempo salían a flote, como un antiguo barco encallado. Y recordando el rostro de su padre fue que llego a él una de las frases favoritas de su viejo “Nunca te quedes con algo guardado en tu pecho”…Que diría su padre si supiera que su hijo, ahora siendo todo un hombre tenía el pecho anegado de esos “algos".

Con el reloj avanzando cada vez más rápido, Esteban se levantó del banco y se dirigió al paradero de la esquina, pues finalmente había decidido que este día quería caminar sin apuro por cualquier parte. Y como según él, uno de los mejores lugares para hacerlo era el centro de Santiago tomó cualquier micro que lo dejara cerca.


Ya al bajarse supo porque le gustaba caminar con toda calma cerca de estas calles, ya que en este lugar la gran mayoría de las personas tenían justamente el problema contrario, es decir no tenían tiempo para nada, tal vez el único tiempo que podían dominar era la velocidad de sus pasos, y por lo mismo pasaban raudos entre los grises edificios de la gran capital.
Como siempre le pasaba cuando caminaba sin rumbo fijo, perdió la noción del tiempo, no tenía idea de cuánto rato llevaba caminando entre el gentío y los edificios. Por lo que decidió sentarse un momento para descansar, y como estaba a sólo pasos de la Plaza de Armas, se dirigió hacia allá.

Luego de un rato de observar y divagar en el poderoso bullicio de la Plaza, Esteban estaba impactado por la increíble cantidad de personas que había en este lugar, algunos sentados en silencio; otros tantos conversando en las bancas; los artistas que pintaban sin mucho interés a su entorno; a lo lejos un sinnúmero jugando ajedrez o damas; y unos pequeños grupos aislados que pululaban, moviéndose de un lugar a otro entre los recovecos de la plaza. Pero sin duda lo más llamativo era la cantidad de personas que simplemente pasaban, sin detenerse, como incansables hormigas que buscan el alimento para una invisible e insaciable reina.
Dejando volar su mente se imaginó como seria que por un minuto y lentamente la gente bajara su flujo, que esos pequeños grupos poco a poco comenzaran a disgregarse por las calles aledañas, que todos simplemente se fueran, que abandonaran el centro de la ciudad dejando todo despoblado; con los locales abiertos como un gran pueblo fantasma, que los pinceles de los artistas con la pintura aun fresca queden desparramados en el piso; que sus cuadros a medio terminar sean simplemente trazos, sin forma específica, deformes, oscuros, como los dibujos de un demente; que las piezas de ajedrez queden detenidas por completo, como diminutas y perfectas esculturas abandonadas por una antigua y desconocida civilización; que los diarios de las personas ahora sean libres para bailar en el cielo junto a la brisa. En definitiva, que la soledad abarrote todo, que el silencio caiga como una espesa bruma por la ciudad, para que todo este lugar tan solo por un par de segundos quede en absoluta calma.
Mentalmente inmerso en esa imagen se sintió insignificante ante los abandonados edificios. Esa gris catedral, ahora se asemejaba a un temible y gris mausoleo, en donde la suave ventisca chocaba con sus fríos muros, logrando que esa suave brisa que suele recorrer el centro capitalino, bajo esta fantasmagórica visión se transformara en un poderoso e incorpóreo ente, que asolaba con todo a su paso, como un desatado e irascible Dios olvidado.

Finalmente con el ruido que causaban los predicadores, que cantaban (y otros tantos gritaban “las palabras del señor”) Esteban volvió a la realidad, y todo esa extraña sensación quedo en el olvido. Y el inquietante viento había vuelto a ser esa agradable y refrescante brisa que movía pasivamente los árboles que habitaban la plaza. Pero no le fue fácil olvidar la sensación de temor que provoco en él ese ambiente de silencio y abandono, porque muchas veces había estado bajó esas mismas sensaciones de soledad, con la única diferencia que aquellas veces sí había sido real, pues fue una de las tantas visitas al cerro cercano a su casa. En donde iba justamente a eso, a sentir la hermosura de esa soledad, el aislamiento que provoca la montaña, la naturaleza, el sonido del viento moviendo los altos pastos, o la inmensidad de todo lo que lo rodeaba bajo esas alturas. Tal vez lo impactante para Esteban fue notar lo increíble que fue sentirse más solo en los dominios del hombre, que perdido en medio de los teóricos y más salvajes terrenos de la naturaleza, de la cual el hombre finalmente había escapado, para que después de milenios de evolución lograra crear sus grandes metrópolis, esas que permitieran el confort y orden que la naturaleza del hombre necesitaba. Una metrópolis como la de Santiago, la misma que hace minutos le pareció el más terrible de los infiernos...(Continua)
Accede o Regístrate para comentar.


Para entrar en contacto con nosotros escríbenos a informa (arroba) forodeliteratura.com