LA INCOHERENCIA DE LA INCOHERENCIA
Sentada estoy, acompañada por la fría cerveza, la apuro como quisiera apurar la vida. El muchacho rubio (ese que siempre parece estar a punto de sonreirse, qué guapo el muy canalla) charla con la chica. Ella, por lo menos treinta años menos que yo, lo tiene embelesado. O eso parece. Les observo, magnífica juventud. Las risas que dudan, los ojos que se persiguen. ¿Cuánto he podido añorar todo eso en los últimos tiempos? No quiero ni pensarlo. Apuro la cerveza y la agoto como se agotan los años, que son más años cuando miro al rubio muchacho. Un hombre en realidad, eso es. No me gustan los niñatos. Es un hombre al que le sientan estupendamente las camisas. Un hombre de encanto natural, sin pose, carismático, que hace temblar la elegancia de mi supuesta madurez.
Esta mañana leía a esa poeta, también madura, Chantal Maillard:
"No somos
vamos siendo
aquello que hemos despreciado".
¿Por qué me iba a despreciar? Tengo experiencia, un buen trabajo, un marido, hijos, una vida. No me puedo quejar y he tenido mucha suerte y sin embargo aquel chico rubio, magnífico, cuyos brazos me parecen ahora tan confortables...
¿Otra cerveza? No, mejor no. Ya se emborrachan mis ojos con el querubín, el atleta griego. ¿Será más hermoso que el Lisis de Platón?¿Partirán los barcos a la guerra por su belleza como lo hicieron por la de Helena de Troya?
Me habla, mi marido me habla, mi nieta espera que la coja en brazos. La familia, feliz familia. Y yo aquí perdiendo el tiempo, mirando al chico rubio que casi estoy desnudando. Y me siento mal. Peor. Un marido bueno y fiel con ojos que siempre se interesan por mí, por mi cuerpo, a veces en silencio, con la misma pasión de siempre. Soy una desagradecida. Camarero, venga otra cerveza, total que más da.
Y la chica se va y el muchacho se queda abandonado, con media sonrisa. ¿Habrá triunfado? Y entonces me mira (mientras yo le miro). Saboreo la cerveza que refresca mi paladar y el sabor amargo casi es dulce. Dulce como los ojos del muchacho que parecen haber adivinado algo en esa mujer madura que lo mira tanto.
Entonces siento una inmensa pena, una melancolía. Un solo gesto suyo y lo dejaría todo atrás. Cualquier cosa por comprobar el confort de sus brazos. Unas caricias que imagino pertenecen al Olimpo. Qué desdichada me siento deseando algo sin necesitarlo. Siendo egoísta cuando todo me lo han dado. Planeando la fuga por un chico agraciado. Sintiendo un profundo cansancio por la vida ya resuelta. Y de nuevo me vienen a la cabeza los versos de la Maillard:
No somos
vamos siendo
aquello que hemos despreciado.
Comentarios
Muchas gracias, Pipeline. Y la mención a la novelita de Thomas Mann viene muy a cuento. Desde luego me quedo antes que la Muerte en Venecia que con Lolita
Gracias!
Quien logra verse frente a ti sentado:
¡Feliz si goza tu palabra suave,
Suave tu risa!
A mí en el pecho el corazón se oprime
Sólo en mirarte: ni la voz acierta
De mi garganta a prorrumpir; y rota
Calla la lengua
Fuego sutil dentro mi cuerpo todo
Presto discurre: los inciertos ojos
Vagan sin rumbo, los oídos hacen
Ronco zumbido.
Cúbrome toda de sudor helado:
Pálida quedo cual marchita hierba
Y ya sin fuerzas, sin aliento, inerte
Parezco muerta