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Corriendo tras de Mariana

LegendarioLegendario Fernando de Rojas s.XV
editado abril 2015 en Romántica
Apenas tenía seis años cuando por primera vez fui a la escuela. Todo era nuevo, diferente, desconcertante. Nunca había imaginado que existieran tantos niños. Aquello me generaba una especie de mareo, de atosigamiento, y de repente…

Fue un extraño sentimiento
cuando conocí a Mariana.
Era una niña tan dulce
que me alegró la mañana.

A esa edad los sentimientos se mezclan, se confunden. No hay forma de entenderlos. Odiaba a Mariana porque me alteraba, porque me sentía obligado a verla, a seguirla, así que, ante una total falta de opciones producto de mi inexperiencia, decidí molestarla, perseguirla…

Era tanto el desconcierto,
algo que no imaginaba.
Corriendo tras de Mariana.
a diario me la pasaba.

Ella se extrañaba de mi agresivo comportamiento, pero sus sentimientos no diferían en nada de los míos. Se sentía atraída por la magia de aquel inesperado e inexperto acosador, el primer pretendiente de su vida. Por lo menos eso supongo hoy, muchos, muchos años después.

La peinaban con caireles;
y su blusa almidonaban.
Era una niña preciosa,
que sus padres adoraban.

Transcurrió la escuela primaria. Nunca logramos Mariana y yo superar mi acoso, las risas nerviosas, la aparente indiferencia, el negar a los amigos y amigas que sentíamos algo el uno por el otro. El último día de clases, ella, tal vez más madura por el hecho de ser mujer, asumió una responsabilidad de lo que yo era incapaz: se me acercó y me dijo que le gustaba mucho. Me dio un beso en la mejilla, al que yo no supe reaccionar más allá de ruborizarme y quedarme inmóvil.

Aquel beso de Mariana
mucho me había de afectar,
pues pasaron muchos años,
y nunca lo pude olvidar.

La vida es complicada y caprichosa. Nos perdimos cada uno en nuestro mundo. Ambos tuvimos amores y amistades. Vivimos muchas experiencias. Aprendimos a base de golpes y frustraciones. Dejamos atrás el acné, los bailes de quinceañeras, las parrandas de adolescentes, las fiestas en pijama, nos enfrentamos a la presión de los estudios, a la admisión a la universidad, a muchas cosas. Fue entonces que, mientras preparaba un examen en la biblioteca de la facultad….

Una tarde en que estudiaba
a la luz de una ventana
al levantar la mirada
me encontré con mi Mariana

Aquel encuentro fue impactante para mí, y supongo que también para ella. Se había convertido en una mujer muy atractiva. Se sonrojó al verme, y para disimularlo me regaló una hermosa sonrisa. Quise besarla instintivamente, pero enseguida vi que cerca de ella estaba un joven, un novio celoso que, dándose cuenta de nuestra fulminante atracción, se la llevó lejos del lugar inmediatamente. No pudimos ni despedirnos. Algo me pidió correr tras ella –lo acostumbrado en nuestra relación anterior-, pero mi inteligencia me dijo que solamente le generaría problemas. La vi alejarse con tristeza.


De ese encuentro inesperado
fue muy grande impresión:
La tristeza me agobiaba
y me dolió el corazón.

Una vez más nos separaron los años. Ambos nos casamos con otros, hicimos nuestra vida. Tuvimos hijos. Ella enviudó joven, aunque yo nunca lo supe. Como quiera que hubiese sido, yo estaba casado y enamorado de mi esposa, así que los recuerdos de María se difuminaron en mi cerebro, pero jamás, nunca jamás la olvidé.

El beso de aquella niña
yo nunca pude olvidar.
El sonrojo de la joven
siempre quise recordar.

Un día falleció mi esposa. El golpe para mí fue tremendo, después de cuarenta años de casado. Decidí jubilarme. Fue entonces que me enfermé de las piernas, que dejé de caminar por mis propios medios. Primero fueron unas muletas, y finalmente compré una silla de ruedas. Unos años después decidí que era el momento de vivir en un lugar para ancianos. Encontré uno que era mixto, agradable, lleno de jardines y flores. Se llamaba Villa de Montaña. Y ahí, en esas agradables condiciones, una tarde de verano, de manera inesperada, de nuevo apareció Mariana en mi vida.

De nuevo hemos coincidido,
en la Villa de Montaña.
Ahora ando en silla de ruedas…
…corriendo tras de Mariana.

Mariana es una anciana muy bonita. A pesar de sus canas y sus arrugas, sigue siendo la bella niña y la atractiva mujer que yo recordaba. Nos relacionamos enseguida sin tener que pensarlo mucho. Ahora vivimos juntos, felices, en un cuarto matrimonial dentro del asilo. Todas las tardes, ella me saca a pasear por los aromáticos jardines; me lee libros; me consiente. Finalmente, aquel sorprendente y frustrado amor infantil, encontró, de manera inesperada, su camino en la vida.

Con el corazón contento
despierto cada mañana,
pues me he pasado la vida
corriendo tras de Mariana.
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