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La vaca y el maquinista

LegendarioLegendario Fernando de Rojas s.XV
editado marzo 2015 en Otros
Joseph era un maquinista veterano, encargado de manejar la ruidosa locomotora que atendía la región ganadera de Stattford.

Su jubilación estaba cerca, lo que lo ilusionaba mucho, pues ya quería disfrutar plenamente de la paz de su hogar, de su mujer y de sus dos nietos.

Una mañana soleada, en plenos pastizales, vio un objeto extraño sobre las vías. Metió el freno tan rápido y fuerte como pudo. Apenas pudo librar el accidente.

Cuando le bajó la adrenalina, vio que lo que había sobre la vía, a escasos metros de la detenida locomotora, era una vaca pariendo.

Joseph apagó la locomotora y esperó un rato a que acabara el parto, pero se dio cuenta de que éste se estaba complicando: la criatura por nacer estaba atorada, y la vaca sufría horrores.

Sin ningún conocimiento de veterinaria ni de ganado, pero con mucho amor por los animales, bajó de la máquina y ayudó a la vaca en su trance, un poco con tirones, otro poco con apretujones, pero sobre todo, con mucho afecto.

La vaca, tras de limpiar con su lengua a su ternera recién nacida, le dirigió a Joseph una mirada de agradecimiento.

Joseph ayudó a la vaca y a la ternera a despejar la vía del tren, y volvió a encender la máquina. A modo de despedida, les dirigió un pitido largo. La vaca, sorprendentemente, respondió con un mugido mientras golpeaba su costado con el rabo.

A partir de ese día, cada vez que el tren pasaba por aquellos pastizales, Joseph bajaba la velocidad para poder ver cómo crecía la ternera. Siempre repetía el pitido largo, y la vaca también mugía y movía el rabo.

La sorpresa mayor fue tres meses después, cuando la ternera empezó a imitar a la madre, e igualmente dirigía un mugido y un movimiento de rabo al tren de Joseph.

Pasaron los años. La mujer de Joseph estaba extrañada de que su marido no hubiese todavía usufructuado su derecho a jubilarse, a pesar de que sabía que lo apreciaría.

La razón para Joseph estaba clara: quería ver el día en que la ternera (ya de tres años de edad) diese a luz a su becerro.

Esto ocurrió una mañana de primavera, también en las cercanías de las vías del tren.

Joseph detuvo la máquina completamente y se apeó para ver el nacimiento de quien a partir de ese mágico momento consideró como un nuevo y especial nieto.

También estaba presente y muy contenta, la orgullosa abuela vacuna.

Una vez que el parto estuvo terminado, Joseph montó en la locomotora, y dirigió a los tres animales un pitido largo, el mismo de siempre.

La respuesta fue también la de siempre: la vaca mayor y la ternera ahora madre, dirigieron a Joseph un mugido largo y afectivo.

Al día siguiente, Joseph fue a las oficinas del sindicato ferrocarrilero a tramitar su retiro definitivo.
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