¡Bienvenido/a!

Pareces nuevo por aquí. Si quieres participar, ¡pulsa uno de estos botones!

La Noche (continuación)

MadridMadrid Anónimo s.XI
editado febrero 2011 en Erótica
...///...

Fernando me trajo el coche y nos fuimos a una terraza de la Castellana, me pasé todo el camino mirando de reojo sus piernas desnudas, recorriéndolas hasta el empiece de su minifalda. Pasamos un buen rato hablando mientras tomábamos algo, entre risas nos fuimos conociendo un poco. Trabajaba en un hospital de ayudante de quirófano, estaba sin compromiso ahora, después de una relación de siete años. Sus ojos verdes intensos, en los que me pasé media noche perdido, sus labios carnosos con un toque de carmín, unos pómulos dulcemente marcados y un cuello perfecto, en el que me encontraba a mí mismo fantaseando con recorrerlo en su totalidad y llenarlo de besos, así como la silueta de un pecho turgente y perfecto de tamaño para mí gusto, hacía que mí libido se disparara por completo.
La llevé a su casa, no quería y no sabía bien el motivo de mí manera de actuar tan distinta, pero no pretendía que aquella noche fuera una copia de las cientos de noches que terminaban en mí cama. Aparqué el coche y después del adiós, me besó en mi mejilla, fue exactamente como el beso que recordaba cuando la conocí, sólo que esta vez las distancias jugaban a nuestro favor, separados por escasos centímetros, nuestras bocas se unieron despacio, cerré los ojos, y beso tras beso la pasión se encendió. Allí en medio, dentro del coche en el que todo hay que decirlo, no teníamos casi espacio, nos fuimos metiendo mano y sin darme cuenta hice lo que toda la noche me había imaginado, deslicé mi mano recorriendo su muslo para perderla por debajo de su mini falda hasta llegar a sus braguitas y encontrarme con la humedad de su sexo. Nuestras lenguas y sus manos tampoco se estuvieron quietas y a los pocos segundos tenía mi polla bien dura al aire libre, mientras su mano la recorría y la movía.
Vamos a mi casa, me susurró a la vez que me devoraba la oreja y su lengua la lamía.
Salimos del coche, abrazados llegamos en un instante a su puerta sin dejar de besarnos y meternos mano.

- Me dijo. Espera, déjame que las busque, para, mmm sigue, sigue. ¡Joder, no encuentro las putas llaves!

Yo me reía de la situación y sin apenas darnos cuenta, estábamos ya encima de la alfombra del salón de su casa desnudos. Todo parecía pasar en un fugaz segundo, que casi no me dejaba ser consciente de lo que sucedía.
Paré, despacio la sujeté mirándole a los ojos, recorrí con los míos su rostro, y me detuve contemplando su cuerpo desnudo, intentando conseguir detener el tiempo inútilmente. Subió su cabeza aproximando sus labios a los míos, pero de nuevo se encontró con mi rechazo. Necesitaba ser consciente de lo que estaba pasando, sacar la esencia de ese mágico encuentro.
Lentamente bajé por su cuerpo hasta encontrarme con su sexo, me deleite con su aroma y tras un breve segundo, seguí hasta sus pies. Sus dedos fueron rodeados por mis labios uno por uno, y mi lengua recorrió su contorno y la separación de los mismos. Subí por las piernas acariciándolas hasta llegar a su sexo y me paré a oler. El aroma era ya intenso debido a los efluvios de placer que emanaba, sin cuartel, me encontré con sus pezones, succioné, lamí y humedecí lentamente, mientras notaba como su cuerpo se estremecía.
Mi juguetona lengua, siguió el camino marcado por su búsqueda infatigable hasta la base de su cuello y desde la garganta, dejó un rastro húmedo y caliente hasta la parte de atrás de su oreja. Mordí el lóbulo y tire de su pelo hasta dejar expuesto su cuello, ahora tensado, era más receptivo a mis juegos, lo que fue evidente, una vez que de nuevo la punta de mi lengua exploró su piel.
Caímos en un profundo beso, cargado de lujuria y nuestros cuerpos se unieron fundiéndose en uno sólo.
Su coño húmedo y ardiente parecía estar hecho a medida para mi miembro, la facilidad con la que mi sexo entraba y salía y los movimientos de su pelvis, conseguían que todo mi cuerpo volviera a nacer, pues hacía tiempo que no me sentía tan vivo como esa noche. Al detenerme, me miró con fuego en los ojos y sus uñas se clavaron en mi culo, haciendo fuerza para que el vaivén de mis caderas no cesara, clavó con más intensidad sus afiladas garras sin obtener el resultado deseado.
Levante sus piernas juntándolas, apoyé sus pies en mi pecho y empecé de nuevo a dirigir mis movimientos, la profundidad de cada una de las penetraciones sacaban de su garganta un grito, al principio de dolor, luego de gozo. Su cara cambió el gesto y dejó de morderse el labio para aguantar el pequeño dolor que la producía. Lentamente la música celestial de mis movimientos le trasportó al paraíso y la llama de su placer empezó a quemarle en un deseo irrefrenable por llegar a su clímax.
Retiré sus pies de mi pecho y estiré las piernas, apoyando mi cara en las plantas, lamiéndolas seguí con mi danza, cada vez más fuerte. Sus jadeos y sus contracciones, me indicaron que debía follarla con rabia. La intensidad de sus gemidos, sus uñas y su orgasmo, hicieron que inundara su coño cuando ella había terminado, lo que provocó que mi descarga la llevara de nuevo a sentir con cada una de mis convulsiones otro orgasmo aun más intenso que el anterior.
Abrí sus piernas y me tumbé encima de Susana, nuestros pechos unidos, respiraron, nuestras bocas unidas, se besaron con furor, nuestros ojos, inundaron de palabras nuestras mentes carentes de pensamientos. Durante un instante por fin conseguí detener el tiempo.

- Quiero más, mucho más me susurró.
-Suspiré, déjame descansar un momento, por favor.

Pero su sonrisa pícara, me indicó que no iba a darme más tiempo.
Sus contoneos, restregando su cuerpo sudoroso, su boca reclamando al igual que sus ojos el calor de mi cuerpo y sus palabras, que no dejaban de susurrarme de nuevo.

“Fóllame por favor, quiero más” con un fervor, como jamás había sentido hasta ahora, consiguieron para asombro mío que de nuevo mi deseo de poseerla se disparará, cuando creía que ya no podía más.
-Vamos a tu cama, le susurré.

Detrás de ella, nos apresuramos en llegar a su habitación.
Nos tumbamos en la cama y su boca engulló de nuevo mi polla, con un ritmo frenético chupó durante un rato, hasta que consiguió lo que tanto deseaba. Toqué, cuando la aparte de mi lado su coño empapado, que me confirmó sus palabras, y mis dedos mojados se perdieron en su boca. Lamió golosamente uno por uno, de nuevo los introduje en su caliente sexo. La rabia se apoderó de mí, le agarre del pelo y la puse a cuatro patas encima de la cama. Apreté los dientes y empecé a follarla lo más fuerte que pude.

- Más fuerte, me gritó, ¡fóllame coño!

Los golpes de mis caderas contra su culo llenaron la habitación, mientras contemplaba como su trasero se contraía y distendía, tiraba de su pelo, y su mano de vez en cuando agarraba el mío para que empujara más fuerte.
“Sí, sí”, repetía continuamente, hasta que la intensidad de dicha afirmación cambio por un siiiiiiii. Que me indicó que su cuerpo y su mente se unían para llevarla al orgasmo.
Fuerte, pero con ritmo, introduciendo y sacando entera mi polla, le descargué mi leche.

-Sí cabrón, joder córrete. Me chilló.

Yo sólo pude emitir ruidos que la demostraron que la intensidad de mi orgasmo era equiparable al suyo.
Sin poder aguantar mi peso, nos extendimos tumbados encima de la cama, su culito apresó mi polla en un afán de retenerla dentro. Su cuerpo caliente unido de nuevo al mío me reconfortó, cerré los ojos mientras notaba y hacía mías todas las sensaciones que sentía en ese momento.
Empecé a reír con ganas, cuando de su boca salió un; “Quiero más…”.

- Mañana, tranquila, volveré. Le dije.

Se acurrucó sobre mi pecho, ya de lado el uno frente al otro, nuestras manos empezaron a recorrer nuestros cuerpos despacio, mientras nuestros ojos decían mucho más que nuestras bocas, calladas por la intensidad de las mil y una sensaciones que ahora se hallaban en nuestras almas.
Sus siguientes palabras, fueron: “¿Y si te rapto…?”.
No reí, pues sé que sus palabras no eran una demagogia para ganar mi cariño.
Me hubiera quedado allí para siempre con ella, sin pensar en nada más.
Me vestí y después de un adiós triste por el fin de la noche, nos despedimos. Sabía exactamente como se sentía, pues su mirada reflejaba lo que su alma gritaba, lo que todo mi ser también clamaba. … Quédate a mi lado…

Volví a mi casa sin apenas percatarme de la carretera, ni de el tiempo que trascurrió, simplemente, mi mente seguía allí con ella, en su cama, abrazados, uniendo nuestras bocas, exponiendo nuestras almas.
Recordé cada instante de la noche intentando hacerlo mío para siempre, mientras en más de una ocasión mis manos se aproximaban a mi nariz, aspirando su esencia aun impregnada en ellas.
Cuando sonó el teléfono supe que era ella, el que me llamara y la conversación que mantuvimos, me hizo saber que había algo más que una noche de sexo entre nosotros. Los días se sucedieron, pero ninguno pasó sin que habláramos en algunos momentos, aunque sólo fuera para decirnos hola o buenas noches.

Pasado unos meses desde nuestra primera noche, las casualidades de la vida me llevaron a que un día comprando en un centro comercial, observé a una pareja y me di cuenta de que ella, era Susana. Supongo que era el precio que debía pagar por todo lo que en el pasado había hecho a más de una mujer, pero me pareció injusto y algo dentro de mí ser se resquebrajó. Me fui dejado mi carro abandonado, sin saber que ella me había visto. Mi coche sufrió las consecuencias de mi impotencia y lo guié por la carretera, dando un rodeo y parando en un lugar especial para mí, allí a solas con los recuerdos de aquella noche y de los momentos vividos hasta entonces, fui interrumpido por el sonido de mi móvil. En la pantalla, cuando me decidí a abrirlo puede leer su nombre, los pensamientos contradictorios se acumularon en mi cabeza e hice lo que con cualquier otra mujer no hubiera hecho jamás.

-Dime, contesté con tono seco.
-Marco, déjame que te explique.
-¿Qué quieres?, ¿Qué me vas a contar ahora, que no sepa Susana?
-Mira, es mi ex, no te lo había dicho por que ya he terminado con él y no quería que eso influyera en lo nuestro.
-¿Crees que soy estúpido?
-No, te estoy diciendo la verdad. Marco, te lo juro, te quiero. Su voz reflejaba el llanto que mis ojos no podían ver.
Sus palabras sonaron tan sinceras, que sin darme cuenta una lágrima recorrió mi mejilla.
-Joder, pude decir y cerré mi móvil, apagándolo.

Me quedé un rato sentado ensimismado en mis pensamientos hasta que decidí subir al coche, pues se estaba haciendo de noche.

Metí el porsche en el garaje y subí las escaleras, cuando pasé por el portal, Susana estaba tocando el timbre de mi casa. Me quedé parado mirándola y a al abrir, me abrazó. Sus labios se movían inquietos por la tensión, sus palabras entrecortadas y sus ojos llorosos, reflejaban lo que sentía. Acabamos abrazados, y nos metimos en el portal, con esa rabia que se apodera de todos nosotros en las reconciliaciones, nos empezamos fogosamente a besar y buscar nuestros cuerpos. De un lado a otro por el recibidor llegamos al ascensor, de donde salió mi vecina mirando para otro lado, pues mis manos, estaban ya por debajo su falda explorando su culo, mientras que mi bragueta recibía las suyas.
Dentro del ascensor empezamos a desnudarnos, su mano recorrió mi tripa, que metí para adentro, facilitando así la llegada a mi polla, ya dura por la excitación y el morbo.
No nos dimos ni cuenta de que habíamos llegado y de que estábamos detenidos en mi planta.
Cuando de rodillas arranqué sus bragas y chupé su coño empapado y abierto, pues su pierna se había apoyado en uno de los pasamanos del ascensor.
Me saqué mi polla y me bajé los pantalones, la penetré a la vez que nos besábamos. Cogida en volandas con sus piernas cruzadas en mi cintura y agarradas por mis brazos, que controlaban las subidas y bajadas de su cuerpo y de mi penetración, empezamos a follar como locos. Abrazada a mí, sus labios y los míos recorridos por ambas lenguas, los mordiscos apresando nuestras bocas, y mis envites rítmicos, nos llevaron a ambos al orgasmo enseguida.
Cuando el ascensor se movió y empezó a bajar, nos apresuramos a recomponer nuestra ropa, mientras mi semen acabó en su mano al limpiar su sexo caliente. Mirándome, lamió todo y me lo ofreció, jugamos con el y nuestras bocas, hasta que se abrió la puerta de acceso al ascensor.
Las risas cortadas y nuestras miradas hacían que fueran a más, mientras el vecino miraba de reojo hacía atrás después de saludarnos, sin percatarse de que Susana llevaba en la mano su braguita rota, recogida un instante antes de que accediera al ascensor.
Nada más atravesar el umbral de mi puerta empezamos donde lo habíamos dejado y acabamos en mi cama.

Cuando el sol iluminó mi dormitorio por la mañana, caldeando mi cuerpo y haciéndome abrir los ojos, noté el cuerpo caliente y desnudo de Susana pegado a mi espalda, abrazándome. Despacio me di la vuelta para no despertarla, y en ese preciso instante, en silencio, observando su rostro sereno y sus ojos cerrados, iluminado por los primeros rayos del amanecer, supe que era la mujer que había buscado todo este tiempo, con la que compartiría el resto de mi vida.
A los pocos días de que trascurriera esa noche, Susana se vino a vivir conmigo. Siguió con sus estudios de medicina y en el Hospital.
Recuerdo aquél día en el que, con una sonrisa en su boca me enseño un test que traía y unos informes médicos. Nos abrazamos, y llorando Susana me dijo: “vas a ser padre”.
No podía creerlo, me sentía feliz, nervioso y con mil preguntas en mi mente… ¡iba a ser padre!
Los primeros meses como es habitual fueron un poco revueltos, pero con mucha ilusión nos pasamos los días decidiendo y discutiendo, todo sea dicho, un montón de cosas. Nombres, color para la habitación y todas esas cosas que acompañan al primer hijo. Estuve en cada una de sus revisiones y a los 5 meses de embarazo pudimos ver ilusionados en 3D, la cara de nuestra hija Patricia.
Algún día discutíamos, pues se pasaba el día comprando cosas para la niña, pero al final tenía que ceder, no podía negarle nada y sabía como sacarme todo.
Llegó el gran día, acudimos al Hospital pronto, pues programamos el parto con su ginecóloga Gloria. Recuerdo los nervios en la sala de espera, ya con las calzas y la bata puestas, mientras nuestras familias esperaban en la habitación.
Salió una enfermera que me dijo que debía esperar, que estuviese tranquilo, pero que tenían que pasarla a quirófano por unas complicaciones, y que por consiguiente no podía pasar al parto.
La espera fue eterna, no paraba de andar de un lado a otro de la sala, hablando conmigo mismo.
Cuando salio Gloria acompañada de otra persona, su rostro y sus palabras se grabaron para siempre en mi mente, sin que ningún día desde entonces, haya pasado una sola noche sin recordarlas.

-Marco, la niña esta bien, pero… Susana ha sufrido un infarto de miocardio agudo, lo siento mucho Marco de verdad… ha muerto.

Me derrumbé por completo, llorando de rodillas, sin decir nada con la cabeza agachada, fui ayudado por ellos para poder levantarme. No pensé en mi hija ni siquiera un instante, es más, en aquél momento la rabia que me consumía la repudió.
Gloria y el psicólogo me acompañaron hasta una sala, donde después de un tiempo que se escapaba de mis manos, me explicaron todo lo sucedido. Sin cesar de llorar, con la mirada pérdida en el infinito y con un dolor tan intenso que consumía mi cuerpo y rompía mi alma.

Una y otra vez repetí la misma pregunta. ¿Por qué? ¿Por qué?
Supongo que nunca supieron, si se la hacía a ellos, a mí mismo o al Dios que se supone nos guarda.

Creo que uno de los momentos más duro fue, cuando decidí ser yo en persona el que diera la trágica noticia a sus padres. En esos instantes me sentía culpable por algo ajeno a mí. La muerte de Susana.
Pero sin duda el más doloroso, fue cuando entré a ver el cadáver ya inerte y cogiéndola de la mano llorando, la besé en su mejilla como tantas veces ella había hecho antes, a la vez que le dije adiós desde dentro de mi alma. Si poder soltar su mano me “invitaron” a salir de la estancia.
Cuando junto con la familia, trajeron a la niña y me la dieron en brazos, contemplé de nuevo a Susana y supe que su nombre sería Susana en memoria de su madre.

Ahora soy consciente de que lo importante en la vida es:
Lo que hayamos sido capaces de disfrutar de la misma. Pues la dura lección que aprendí entonces, es que la vida es caprichosa y efímera, y la muerte nos enseña que debemos vivirla sin perder un instante.

Hoy después de tanto tiempo, puedo cerrar los ojos y recordar mirando al pasado todos aquellos preciosos momentos que pasé junto a Susana, y cuando no soy capaz de ver su rostro reflejado en mi mente, puedo al abrirlos, contemplar en los preciosos ojos verdes de nuestra hija, el vivo reflejo de su madre que perdura indeleble.

FIN.

Comentarios

  • lluvia cruzadalluvia cruzada Anónimo s.XI
    editado junio 2010
    Me han encantado ambos relatos, no solo sabes escribir relatos eróticos, también sabes como mezclarlo todo con un final sorprendente y trágico.
    Brillante.
  • amparo bonillaamparo bonilla Bibliotecari@
    editado febrero 2011
    triste final, por que nada puede ser completo:confused:, bueno, la vida es cruel.:eek:
Accede o Regístrate para comentar.


Para entrar en contacto con nosotros escríbenos a informa (arroba) forodeliteratura.com