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El bardo

Conde WaldsteinConde Waldstein Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita s.XIV
editado febrero 2015 en Poesía Épica
José Ramón Muñiz Álvarez
"DE LOS CANTOS ARCAICOS DEL BARDO DE NORMANDÍA"
(Espinela)

http://jrma1987.blogspot.com

El bardo

Es el bardo hombre cumplido,
cuando llega desde el norte,
que ha de cumplir en la corte
el más noble cometido.
Y, si viejo, ya ha vencido
la edad, que la edad sombría
teje alegre su porfía,
porque llora la verdad
los misterios de la edad
del bardo de Normandía.

Que contando sus relatos
de las lejanas batallas,
siente las almas lacayas
de sus voces y arrebatos.
Y, si extraños garabatos
piensa que es la escribanía,
pues es hombre, bien se fía
de la gente más honrada,
si es que paga su soldada
la gente de Normandía.

Ya sabéis de quien, venido
de otro lugar, otras sierras,
habla de lejanas sierras
en los caminos perdido.
Es caballero vencido
de dudosa nombradía,
cuando, al ver llegar el día,
sabe decir la verdad
de su patria, si, en verdad,
fue la bella Normandía.

Y, si bien bebe a su gusto,
cuando bebe, bebe bien,
que en el beber es también
no beber más de lo justo.
Y es en esto viejo augusto
quien brinda en la noche fría
la verdad de que así diría
la historia bella en su boca,
que en él la verdad no es poca
si os habla de Normandía.

Que, pues es malo mentir
(y no es mejor el amor),
quiere lisonja el favor
en el arte de decir.
Y, para no confundir,
diré yo con osadía
una verdad que no es mía,
que en este lugar yo guardo
la verdad que dijo el bardo
de la vieja Normandía.

Y esta verdad evidente
nos conduce a Saint Michel,
si es el paisaje en el que él
vio al guerrero contendiente.
Y, si el guerrero valiente
supo probar su valía,
debe cantar su osadía
aquel cuyas glorias guardo,
que sabe cantar el bardo,
el bardo de Normandía.

Por eso quiero cantar
a quien sus magias ofrece
cuando su hechizo merece
la gracia que le han de dar.
Y no ha de faltar yantar
a quien en la vieja vía
peregrina senda hacía,
porque, siendo caminante,
de la aurora fue el amante,
viendo el alba en Normandía.

Que el viejo normando dijo,
de aquella lejana tierra,
una crónica de guerra,
en su discurso prolijo.
Y, si nadie lo bendijo,
por otra cosa sería,
que supo la algarabía
celebrar ese relato
que contó con arrebato
el sabio de Normandía.

Y, porque lo hacen saber
los que suelen, agitados,
escuchar los recitados,
del bardo al atardecer,
el relato ha de ofrecer
lo que la guerra bravía,
sabiendo que todo ardía
con esa canción guerrera
del guerrero que exaspera
el alma de Normandía.

Que, de este modo casual,
quiere el bardo, sin gran lustre,
entre las gentes ilustre,
separar el bien del mal.
Y, pues es cosa especial
ese canto que decía,
al llegar la brisa fría,
el saber que él atesora
es el oro de la aurora
y es la misma Normandía.

Porque, amante de su tierra,
caminando por el llano,
en la campiña lozano
sabe buscar bien la sierra.
Y, cuando la noche cierra
el crepúsculo callado,
el pueblo escucha, asombrado,
la canción de la batalla,
pues, en la densa grisalla,
es su canto el más amado.

Y, hospedado en un castillo,
que buen cobijo se ofrece,
sabe cantar, si amanece,
con espíritu sencillo.
Mas toma su canto el brillo
del espíritu que, ardiente,
muestra sus ecos, valiente,
con las voces encendidas
contra gentes atrevidas
que vienen a hacerles frente.

Y, al cantar con ese aliento
de la guerra las durezas,
arden las viejas noblezas
y se enciende el pensamiento.
Y lo escuchan con contento
en las más rancias mansiones,
en los callados bastiones
que miran a las estrellas
cuando las noches más bellas
dejan dormir las pasiones.

Que es la gloria de la espada
que se arroja, enardecida,
y la batalla perdida
recupera a la alborada.
Que mientras mira cuajada
la luz del la aurora hermosa,
con la sangre se desposa
la plata en la empuñadura
que la noche supo oscura
y ve la llama gozosa.

Y es el orgullo en el pecho
un fuego que se hace hermoso
si el corazón valeroso
siente con fuerza el despecho.
Y es que el peligro al acecho
no importa en un caso tal,
que la mañana otoñal
anuncia el duro debate
que, al anunciar el combate,
traza el lienzo celestial.

Y, encendido el corazón
y en él el ardor guerrero,
quiere siempre el hombre fiero
a quien canta esa canción.
Que en el lejano bastión
que es de los nobles palacio,
bajo un cielo de topacio
luce con su espuma el mar
el azul que ha de alcanzar
la grandeza del espacio.

Pues es arte el recitado
de la batalla más bella
en la cumplida epopeya,
obedeciendo el mandado.
Así podrá el convidado
dar pago al pobre alimento
con el que tuvo contento
el bardo en esta aventura,
cuando en la densa espesura
busca su paso otro asiento.

Y pronto una nueva corte
con un príncipe radiante
ese relato incesante
ha de escuchar en el norte.
Y tal vez una consorte
de un duque o de algún marqués
quiera un obsequio, cortés,
entregarle a quien recita,
cuando un premio solicita,
mas sin postrarse a sus pies.

Que es el ánimo orgulloso
el de quien busca este abrigo,
pero no como el mendigo
de las migas codicioso.
Y porque sabe juicioso
vivir esa vida errante,
sigue su paso adelante
hacia una tierra lejana,
mientras nace la mañana
que contempla al caminante.

Que, recorriendo el camino
con una triste mirada,
llora la patria olvidada
cuando busca su destino.
Y, en el mundo peregrino,
la madrugada sombría,
ve que sueña el alba fría
que pudo ver junto al mar,
cuando pudo contemplar
la preciosa Normandía.

2013 © José Ramón Muñiz Álvarez
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