Sueño con una mesa y una silla
Sueño que me doy vuelta en automóvil
Sueño que estoy filmando una película
Sueño con una bomba de bencina
Sueño que soy un turista de lujo
Sueño que estoy colgando de una cruz
Sueño que estoy comiendo pejerreyes
Sueño que voy atravesando un puente
Sueño con un aviso luminoso
Sueño con una dama de bigotes
Sueño que voy bajando una escalera
Sueño que le doy cuerda a una vitrola
Sueño que se me rompen los anteojos
Sueño que estoy haciendo un ataúd
Sueño con el sistema planetario
Sueño con una hoja de afeitar
Sueño que estoy luchando con un perro
Sueño que estoy matando una serpiente
Sueño con pajarillos voladores
Sueño que voy arrastrando un cadáver
Sueño que me condenan a la horca
Sueño con el diluvio universal
Sueño que soy una mata de cardo.
Nunca amanecía
anochecida me besaba la luna
para que no despertara de los sueños.
Fueron años de alegrías y descalabros
la música inundaba todo
y mi cama se movía entre el ocaso
como un fragmento de alba rota.
Nunca amanecía
las sandalias siempre estaban nuevas
jamás perdían su tersura ni se eclipsaba su brillo
mi mesa siempre estaba puesta
y los sirvientes permanecían inmóviles
con la sopera a medio abrir
los ojos soñolientos y los delantales blancos.
Un día quise conocer las flores que se abren con el sol
y se crucificaron sus pétalos
anochecidos con las estrellas.
Deambulé por todos los lugares de mi pueblo
atravesé desorientada el tiempo
soñé y desoñé de la vida a la nada
y sólo oí el ladrar de perros, los gemidos de la noche
y las canciones de los poetas.
Tuve la sensación de que me llamaba el azul del mar
pero la luz ciega lo había pintado de negro
y había dispersado fantasmas entre sus aguas.
Las horas marcaban en los relojes al revés
el portero reposaba su cabeza entre las hojas del calendario
y las orugas encendían plegarias como las luciérnagas.
Nunca amanecía
los sueños me eran fieles en la vida
y consiguieron que viviera unos cuantos años
abrazada a la realidad de las madrugadas.
Y ahora que soy tiempo que me he acostumbrado a los sueños
se me representan los espejos torcidos de la vida
y me piden que sea yo... Si nunca fui más que un sueño
¿Qué puedo hacer ahora en la tierra?
Seguro que ni sabré ir a comprar una hogaza de pan para comer.
Por eso pido al dios de los sueños
que no me expulse del país de la luna
quiero seguir anochecida
aunque nunca vea como se abren los pétalos de las flores
ni como se dispersa el rocío de la mañana.
Gracias, Quinti, por traer a la luz poesía que no había descubierto hasta ahora (en este hilo y en otros...) Contigo gana la poesía (ahora ponte colorado =_0)
Sólo en sueños...
Sólo en sueños,
sólo en el otro mundo del sueño te consigo,
a ciertas horas, cuando cierro puertas
detrás de mí.
¡Con qué desprecio he visto a los que sueñan,
y ahora estoy preso en su sortilegio,
atrapado en su red!
¡Con qué morboso deleite te introduzco
en la casa abandonada, y te amo mil veces
de la misma manera distinta!
Esos sitios que tú y yo conocemos
nos esperan todas las noches
como una vieja cama
y hay cosas en lo oscuro que nos sonríen.
Me gusta decirte lo de siempre
y mis manos adoran tu pelo
y te estrecho, poco a poco, hasta mi sangre.
Pequeña y dulce, te abrazas a mi abrazo,
y con mi mano en tu boca, te busco y te busco.
A veces lo recuerdo. A veces
sólo el cuerpo cansado me lo dice.
Al duro amanecer estás desvaneciéndote
y entre mis brazos sólo queda tu sombra.
Pues hablemos del sueño.
De los barrancos
que nos despertarán
si corren por sorpresa.
De los escalofríos que sentimos
cuando reptamos en el fondo
con los gusanos
que se ahogarán sin duda.
Del coro de palomas que nos entran
volando por el pecho;
enfermarán de lodo,
de corazón, de vísceras, de escombros,
de rabia como perros.
Se infectarán
de nosotros que vagamos de noche
en el barro con los ojos abiertos,
esperando
inútilmente el sueño.
Debe ser por ahí la inexorable muerte.
Lucía Rosa González (La Palma, Islas Canarias, 1954-)
En el campo de mis sueños rojos
Fantasmas azules han invadido mi cuerpo
Y su aliento azul me roba las venas
Que ayer a la tierra me ataban
En un muro blanco como sepultura
Nos tumbamos para contemplar estrellas
Sus manos pisaron mis manos
Sus ojos mi cuerpo lamieron
En el campo de los sueños rojos
Llovieron plumas
Como un manto me cubrieron
En la sepultura de barro
Sus cóncavos picos se volvieron nobles
Fantasmas azules con formas de pájaro
Liberados de la jaula del cielo
Sin alas
Visitaron ayer mi azul mente
Hasta que mi sombra
Quedó derramada por el suelo
Mariposas eléctricas. ¿Cómo
escuchar los propios ojos para decir,
para decir(te)?
Nacemos del sueño, venimos del sueño, somos sueño y,
aunque nos crezcan las ausencias,
no sabemos borrar los sueños, como hace el alba,
los sueños que ayer nos soñaron,
nos nacieron.
Sueños, arte, artificio para decir...
la vida. Sueños, arte, artificio,
vida. Son vida.
La vida.
Nos buscamos en la noche, Bo.
Te sueño en los portales oscuros donde oigo defecar a las ratas. Te sueño.
Pero no te quiero en mi presente.
Te sueño cuando caigo al suelo y reboto a la barra y sigo bailando y cayéndome y levantándome.
No soy apto para los capitalistas del céntimo.
Te veo sobre la barra, aburrida de tantas promesas de pollas tiesas, repartiendo besitos en labios que disipan tu noche... Te sueño...
Pero sé que no vas a esperar mi futuro.
Te observo, lo sabes, no puedo acercarme, no puedes acercarte, la barra nos une y nos separa...
Sé que soy la horma de mí mismo y sales corriendo gritando a la noche, te pierdo... Siempre te pierdo...
Una puta palabra, Bo, sería timón para este barco de corcho con mástil de palillo en el que damos vueltas sobre la alcantarilla que nos ha de sumir, no sumar.
Caigo en la noche, rehuyo la luz, levanto las solapas del cuero, hace frío, todo es frío y artificial...
Vomito... no quedan regalos de palabras bonitas en mí...
Estoy vacío y no puedo sufrirte...
Me ves caer, quitarme piel tras piel sobre la pared tatuada de sombras muertas... Tocar cuerpos que son arena para los cimientos donde me construyo en la tumba abierta...
Por si algún día me levanto...
Aparto sus estratos grasientos de las derrotas consumistas, esquivo sus lágrimas falsas de silicona... Joder, lloran porque no pueden aspirar a que les aspiren las grasas, o les cambien la cara porque sufren teniéndolo todo,
les injerten un alma vendida...
y me río y te busco y te sueño con mis manos callosas abriendo caminos entre tus nalgas...
Pero en mi vacío no quiero un decorado de palabras que en mí ya no son bonitas... Solo busco algo que me llene mientras me corro en silencio...
No puedo cambiar estar sociedad pero estoy devolviendo todos los golpes que he recibido en su intento de exterminarme...
Si ya lo hago yo...
No puedo, no quiero tener un futuro social... No quiero traer vida a la muerte... No quiero tener una casa donde morir, una vida hipotecada de colores que no existen...
No puedo ser normal...
No me entra una puta lágrima más...
Ya solo aspiro a mis derrotas...
Pero soy libre ante mi espejo, me miro y asumo que soy el resultado de mis pérdidas...
No tengo ya nada que perder... camino libre sabiendo mi destinoya no anhelo nadate invento en mi vida y gracias a que te invento vivo y grito y protesto y soy el eco de mis palabras que solo nacen para ti desde lo oscuro...
No quiero que cuentes los reflejos de otra noche vacía
que sigas con tu mirada las volutas del humo de otro cigarro consumido
que te hartes de una obra inconclusa
solo volutas que disuelve el aire
el territorio donde habitoel único en el que he podido vivir
Ya solo aspiro a echar la mierda que me ha inundado durante años
pero no a que me la aspirenPor ello no te puedo tener a mi lado...
Bo, esto es lo que hay.
Y aquí empiezo a callarme.
Si soñar es inútil
-conozco la armonía de su caricia ciega-,
no puedo imaginarme el color de la vida,
arco iris manchado,
hambre de destrucción sin pasos paulatinos.
Si soñar es inútil
-y no alcanzo las dudas
casi desmenuzadas por olvido y memoria-,
se romperán los pasos de las calles vacías
de tanto alumbramiento
de la pálida vida,
constelación opaca
desde donde no hay guiños de astros imaginados.
Si soñar es inútil
mejor no respirar, mejor cerrar los ojos
y perder para siempre la imagen despiadada
del oscuro deseo,
de la gris esperanza,
del beso en que jamás debimos aprendernos.
Y ¿para qué? Me preguntó.
Yo no supe qué contestar.
¿Para qué, qué? Dije,
y como en una espiral de sueños
se deshizo en palabras, palabras
de terciopelo, palabras ocres,
vituperantes palabras
que sangraban hasta morir.
Toda la habitación se llenó
de pedacitos de aquella conversación;
sílabas, letras y algún hiato,
tapizaron indiscriminadamente
todo el suelo.
Casi no podíamos movernos,
la frases arrinconaban nuestros cuerpos entre sí
y se entrelazaban, sensualmente,
como si el mundo fuera a terminarse
en ese preciso instante.
Como venido de las profundidades
de una cueva olvidada, hubo silencio.
Las paredes recobraron su forma
y las tonalidades de la piel se acercaron más
al austero despertar que al contoneo nocturno.
Pudo ser un sueño, me decían sus ojos,
o quizá una fantasía, pudo ser la historia
o quizá la ausencia de vida, pudo ser el hombre.
Sí, contesté: El hombre nunca va
directamente a la grandeza.
No rimaré la palabra sueño
con la inconveniente palabra empeño.
La rimaré con la palabra carne
o con cualquier otra, que todas me convienen.
Las palabras no nacen amarradas,
saltan, se besan, se disuelven,
en el cielo libre apenas un dibujo,
son auténticas, amplias, puras, insuperables.
Una piedra en medio del camino
o apenas una huella, no importa.
Estos poetas son míos.
Con todo orgullo, con toda precisión
se incorporaron a mi fatal lado izquierdo.
Robo a Vinicius su más límpida elegía.
Bebo en Murilo.
Que Neruda me dé su corbata llameante.
Me pierdo en Apollinaire. Adiós, Maiakovski.
Todos son mis hermanos, no son periódicos
ni deslizar de lancha entre camelias:
es toda mi vida que aposté.
Estos poemas son míos. Es mi tierra
y es aún más que ella. Es cualquier hombre
al mediodía en cualquier plaza. Es la lámpara
en cualquier pensión, si todavía las hay.
—¿Hay muertos? ¿hay mercados? ¿hay dolencias?
Es todo mío. Ser explosivo, sin fronteras,
¿por qué falsa mezquindad me rasgaría?
Que se depositen los besos en la faz blanca,
en las nacientes arrugas.
El beso es todavía una señal, aunque perdida,
de la ausencia de comercio,
boyando en tiempos sucios.
Poeta de lo finito y de la materia,
cantor sin piedad, sí, sin frágiles lágrimas,
boca tan seca, pero ardor tan casto.
Dar todo por la presencia de los lejanos,
sentir que hay ecos, pocos, pero cristal,
no roca apenas, peces circulando
bajo el navío que lleva este mensaje,
y aves de pico largo confiriendo
su derrota, y dos o tres faroles,
¡últimos! esperanza del mar negro.
Ese viaje es mortal, y comenzarlo.
Saber que hay todo. Y moverse en medio
de millones y millones de formas raras,
secretas, duras. Ése es mi canto.
Es tan bajo que ni siquiera lo escucha
el oído a ras del suelo. Pero es tan alto
que las piedras lo absorben. Está en la mesa
abierta en libros, cartas y remedios.
Se infiltró en la pared. El tranvía, la calle,
el uniforme del colegio se transforman,
son olas de cariño que te envuelven.
¿Cómo huir al mínimo objeto
o recusarse al grande? Los temas pasan,
yo sé que pasarán, mas tú resistes
y creces como fuego, como casa,
como rocío en los dedos,
en la hierba, que reposan.
Ahora ya te sigo a todas partes,
y te deseo y te pierdo, estoy completo,
me destino, me hago tan sublime,
tan natural y lleno de secretos,
tan firme, tan fiel... Como una lámina,
el pueblo, poema mío, te atraviesa.
Un delator cabello
yace al fondo de la tina.
El bolígrafo que me diste
antes de abordar el tren
araña la superficie silenciosa
de la medianoche.
En la alcoba
su aroma,
el olor nuestro.
Hago mi cama y me acuesto
en ella,
dejando a medio leer la pila de
periódicos del domingo
como ropa
esparcida por el suelo.
Trazo el contorno
de las manos
en mis caderas.
Mi seno izquierdo
lleva la huella
de tu mano derecha
y sobre mi seno derecho
queda el galope de tu corazón.
Apago la luz
y me voy a soñar
durmiendo en ti esta noche,
tu ausencia abastecida en tu
presencia.
Aférrate a tus sueños
Porque si los sueños mueren
La vida sera un pájaro con las alas rotas
Eso no puede volar.
Aférrate a tus sueños
Para cuando los sueños se vayan
La vida sera un campo estéril
Congelado de nieve.
Soñé que estaba muerto.
Este sueño me habita desde siempre.
De niño lloraba junto a un féretro vacío
o, asombrado, interrogaba a un público sin rostro
que abrumaba la sala de una casa desconocida todavía.
Anoche este sueño era distinto.
El hueco gris de la madera tenía mi cuerpo,
y aquel era mi rostro de los 20 años.
Sólo mis ojos no eran mis ojos
ni tampoco los ojos que me esperan.
De espaldas, en la sala vacía,
una mujer que pudo ser mi madre
cantaba en silencio esa canción de cuna
que nunca le escuché.
El sueño de mi infancia no me dejaba andar
pero el sueño de ayer me devolvió las piernas,
el único sendero era mi rostro,
un rostro que a los veinte años
no podía creer que la esperanza dejara cicatrices.
¿Será cierto, Vallejo?
¿Murió mi juventud y estoy velándola?
Como si me asomase al cuerpo amado
como si la hoja en blanco
fuera el fondo de un pozo
que me llama los ojos
la piel
el movimiento
en la caída escribo
echo cada palabra
como piedra preciosa en el brocal
en favor de una pérdida
o alguna iridiscencia que descubre
destellos sumergidos
Escribo
igual que si me hincara
sin conocer al dios para el que rezo
como el que narra su destino en la piel
de aquel a quien abraza
Huellas de los amantes
ellas dejan una tibia humedad
reflejos infinitos
y escrituras de sal sobre las sábanas
viven su sueño de agua y sombra
en un rincón de la memoria
La hoja blanca es madera dibujada
con el trazo se tira un don de sueño
un rincón último del corazón
en el color audaz de la palabra
Luego pasearé por las calles
me regocijaré con las miradas
con los transeúntes de la tarde
sujetos por caricias y frío
saludaré a la lluvia o a los soles
que alimentaron la raíz de mi vida
Y el que amo duerme
dentro de un sueño ajeno
separado
dialoga con lugares extraños
y nubladas sonrisas
mientras crece en la hoja
esa voz que ha partido de mí
y no me reconoce
[OCULTAR]Adriana Bañares es mi debilidad, no me digas.[/OCULTAR]
Mi lengua no alcanza la distancia
La vigilia patenta la distancia si no recuerdo.
Si te pienso como un inicuo personaje de mi vida
dejo de tener miedo. Pero quién me salva de la noche
de los sueños que recogen y reviven los mejores momentos. -Me arden los labios y los ojos-
Mi cuerpo despierta muerto.
Mi cuerpo despierta muerto. Suben hormigas por mis piernas
y caigo
y me rompo.
Este frío que me adormece me arrastra a ti.
Trato tanto de encontrarte aunque ya no seas tú
ni yo quien sueñe
con mi lengua cansada suplico en voz baja
pero no alcanzo la distancia.
Mi lengua no alcanza la distancia.
Mis palabras no llegan. Resbalan por la noche por
las comisuras y las pestañas y me arden los labios
y los ojos.
Mi lengua no alcanza la distancia.
Abril trae el recuerdo de una ausencia
Trae tanto tu rostro
como tu dolor y el incontinente llanto de la primera noche
en tu terreno.
Cuando nuestra desnudez parecía anticipar un para siempre
que hoy cumple dos años muerto.
Estallará la isla del recuerdo
La vida será un acto de candor
Prisión
para los días sin retorno
Mañana
los monstruos del buque destruirán la playa
sobre el vidrio del misterio
Mañana
la carta desconocida encontrará las manos
del alma
Es otra vez la piel estorbándole
Revolcándose con sus pasiones
Generándole cualquier cantidad de pensamientos
Tan vívidos como intangibles puedan ser
Cerrando los puños para atrapar sólo aire
Apretando los ojos, para que al abrirlos todo sea diferente
Respirando lentamente para retener el rastro de su esencia
Víctima de un masoquismo inexplicable
Arrastrándose sobre su dualidad
Ecos en su cabeza recordándole que si existió
Su ausencia creadora de vacío
Su ausencia con sabor a mierda
Soñé que me encontraba en un arenal o un promontorio. Había un camino desde la punta del arenal que seguía la costa y en lo alto se veía un cinturón de rocas. (Jamás había visto ni en sueños ni despierta un paisaje más desolado.) Caminé hacia el norte a lo largo de la lengua de arena, con el mar a un lado y el acantilado al otro. Vi algo lejos a una persona que venía hacia mí. Al acercarse vi que era un hombre fornido, con una zamarra gris y un sombrero oscuro con un ala baja que le tapaba media cara.La senda era tan estrecha que nos rozamos al cruzarnos y en ese momento tuve la intuición repentina de quién era. Lo llamé entonces, porque me pareció que tenía muchas cosas que decirle.
Se detuvo rápidamente, volvió la cabeza, y bajo el sombrero vi brillar sus ojos ardientes de deseo.
Se me ocurrió entonces que hasta el mismo Odín sólo piensa en una cosa cuando se trata de mujeres. Y yo creí que era poeta... logré espantar el sueño y despertar... con el alma llena de rabia.
Ahora en la hora del desamor
y sin la rosada levedad que da el deseo
flotan sus pasos y sus gestos.
Las sonrisas sonámbulas, casi sin boca,
aquellas palabras que no fueron posibles,
las preguntas que sólo zumbaron como moscas
y sus ojos, frío pedazo de carne azul.
Días perdidos en oficios de la imaginación,
como las cartas mentales al amanecer
o el recuerdo preciso y casi cierto
de encuentros en duermevela que fueron con nadie.
Los sueños, siempre los sueños.
¡Qué sucia es la luz de esta hora,
qué turbia la memoria de lo poco que queda
y qué mezquino el inminente olvido!
—Aquí no se llora.
Aquí, donde estamos.
—Siempre estamos
donde estamos.
¿Entonces nunca
se llora?
En el sueño componíamos una canción.
Se ponía difícil, yo me impacientaba,
sacaba mi revólver y lo ponía
entre las dos, sobre la mesa.
—¿En el cielo, se llora?
¿Vamos a poder llorar
cuando estemos muertas?
En el sueño, yo recién llegaba a tu ciudad.
Vos me dabas trabajo: convertir un mapa
en un árbol.
Se ponía difícil, no me salía,
el árbol no me salía ni pegándole
hojas de verdad.
—Las muertas, ¿son felices?
¿Me diste el nombre de la felicidad
porque querés que muera?
No soporto tu letra; me enfurece
recordar la forma de tus trazos.
Odio tu forma de curvar las efes
como patas chuecas que se sienten simpáticas.
Odio tu be larga, muy especialmente.
Odio la esperanza, la esperanza,
odio, odio la estúpida esperanza
que anima tu escritura.
Si no querés que muera,
¿por qué decís entonces que me vas a matar?
—Creés demasiado en las palabras.
Hace falta un metal más espeso que el odio
para contar, para cantar esto.
Hace falta un metal, un metal más que asesino,
un metal resucitante.
—Sí, creo
en las palabras.
¿Acaso poseemos otra cosa?
Si nos dejaran llorar
poseeríamos lágrimas,
gotas de mercurio
en nuestras bellas caras
rodando dulcemente, dulcemente.
Me gustaría tener esperanzas
pero no en el pasado:
maldigo tu lealtad.
Odio tu modo de tocar el timbre,
tus piernas flacas vistas a lo lejos
y yo avanzaba sin reconocerte
y vos pensando que me alegraría
de verte; digo,
por tu sonrisa.
—Te traje estos papeles.
"El trabajo libera".
—¿De qué?
En el sueño, no éramos de metal.
En el sueño, no había
porqué mostrarnos fuertes.
En el sueño, no me pateaban en el piso.
En el sueño, yo no era para siempre
alguien a quien habían pateado en el piso.
Odio tus piernas, odio
que puedas caminar.
—¿Y la canción?
He guardado los papeles que trajiste.
No los puedo leer; me los trajiste
a tiempo para el trabajo, pero tarde:
ya no podría soportar leer
los papeles que trajiste. Y en el sueño
la canción
se cantaba.
La canción era una voluntad de inocencia
que conseguía atravesar la noche
de esto que he dado en llamar traición
y no es más que cansancio,
indiferencia,
olvido,
desaparición.
Comentarios
Quiero estar en tu sueño. Ser tu sueño.
Penetrar más allá de lo que advierte
la mirada sutil. Como beleño
recorrer, galopar tu sangre inerte.
Quiero quebrar con definido empeño
toda defensa en ti: muralla, fuerte:
y adentrarme, crisálida de ensueño
más allá de tu vida y de tu muerte.
Más allá de tu piel, y más adentro
de toda sombra, y más allá del centro
desconocido, virgen, tembloroso...
Y estar dentro de ti -seguro puerto-
como un paradojal milagro cierto,
presentido a la vez que pavoroso.
Julia Prilutzky
Sueño con una mesa y una silla
Sueño que me doy vuelta en automóvil
Sueño que estoy filmando una película
Sueño con una bomba de bencina
Sueño que soy un turista de lujo
Sueño que estoy colgando de una cruz
Sueño que estoy comiendo pejerreyes
Sueño que voy atravesando un puente
Sueño con un aviso luminoso
Sueño con una dama de bigotes
Sueño que voy bajando una escalera
Sueño que le doy cuerda a una vitrola
Sueño que se me rompen los anteojos
Sueño que estoy haciendo un ataúd
Sueño con el sistema planetario
Sueño con una hoja de afeitar
Sueño que estoy luchando con un perro
Sueño que estoy matando una serpiente
Sueño con pajarillos voladores
Sueño que voy arrastrando un cadáver
Sueño que me condenan a la horca
Sueño con el diluvio universal
Sueño que soy una mata de cardo.
Sueño también que se me cae el pelo.
Nicanor Parra
Nunca amanecía
anochecida me besaba la luna
para que no despertara de los sueños.
Fueron años de alegrías y descalabros
la música inundaba todo
y mi cama se movía entre el ocaso
como un fragmento de alba rota.
Nunca amanecía
las sandalias siempre estaban nuevas
jamás perdían su tersura ni se eclipsaba su brillo
mi mesa siempre estaba puesta
y los sirvientes permanecían inmóviles
con la sopera a medio abrir
los ojos soñolientos y los delantales blancos.
Un día quise conocer las flores que se abren con el sol
y se crucificaron sus pétalos
anochecidos con las estrellas.
Deambulé por todos los lugares de mi pueblo
atravesé desorientada el tiempo
soñé y desoñé de la vida a la nada
y sólo oí el ladrar de perros, los gemidos de la noche
y las canciones de los poetas.
Tuve la sensación de que me llamaba el azul del mar
pero la luz ciega lo había pintado de negro
y había dispersado fantasmas entre sus aguas.
Las horas marcaban en los relojes al revés
el portero reposaba su cabeza entre las hojas del calendario
y las orugas encendían plegarias como las luciérnagas.
Nunca amanecía
los sueños me eran fieles en la vida
y consiguieron que viviera unos cuantos años
abrazada a la realidad de las madrugadas.
Y ahora que soy tiempo que me he acostumbrado a los sueños
se me representan los espejos torcidos de la vida
y me piden que sea yo... Si nunca fui más que un sueño
¿Qué puedo hacer ahora en la tierra?
Seguro que ni sabré ir a comprar una hogaza de pan para comer.
Por eso pido al dios de los sueños
que no me expulse del país de la luna
quiero seguir anochecida
aunque nunca vea como se abren los pétalos de las flores
ni como se dispersa el rocío de la mañana.
Juana Vázquez Marín
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Sólo en sueños...
Sólo en sueños,
sólo en el otro mundo del sueño te consigo,
a ciertas horas, cuando cierro puertas
detrás de mí.
¡Con qué desprecio he visto a los que sueñan,
y ahora estoy preso en su sortilegio,
atrapado en su red!
¡Con qué morboso deleite te introduzco
en la casa abandonada, y te amo mil veces
de la misma manera distinta!
Esos sitios que tú y yo conocemos
nos esperan todas las noches
como una vieja cama
y hay cosas en lo oscuro que nos sonríen.
Me gusta decirte lo de siempre
y mis manos adoran tu pelo
y te estrecho, poco a poco, hasta mi sangre.
Pequeña y dulce, te abrazas a mi abrazo,
y con mi mano en tu boca, te busco y te busco.
A veces lo recuerdo. A veces
sólo el cuerpo cansado me lo dice.
Al duro amanecer estás desvaneciéndote
y entre mis brazos sólo queda tu sombra.
Jaime Sabines
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DEBE SER POR AHÍ
¿Dormir es estar muerto?
Pues hablemos del sueño.
De los barrancos
que nos despertarán
si corren por sorpresa.
De los escalofríos que sentimos
cuando reptamos en el fondo
con los gusanos
que se ahogarán sin duda.
Del coro de palomas que nos entran
volando por el pecho;
enfermarán de lodo,
de corazón, de vísceras, de escombros,
de rabia como perros.
Se infectarán
de nosotros que vagamos de noche
en el barro con los ojos abiertos,
esperando
inútilmente el sueño.
Debe ser por ahí la inexorable muerte.
Lucía Rosa González (La Palma, Islas Canarias, 1954-)
.
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En el campo de mis sueños rojos
Fantasmas azules han invadido mi cuerpo
Y su aliento azul me roba las venas
Que ayer a la tierra me ataban
En un muro blanco como sepultura
Nos tumbamos para contemplar estrellas
Sus manos pisaron mis manos
Sus ojos mi cuerpo lamieron
En el campo de los sueños rojos
Llovieron plumas
Como un manto me cubrieron
En la sepultura de barro
Sus cóncavos picos se volvieron nobles
Fantasmas azules con formas de pájaro
Liberados de la jaula del cielo
Sin alas
Visitaron ayer mi azul mente
Hasta que mi sombra
Quedó derramada por el suelo
Nuria Ruiz de Viñaspre
28.05
Mariposas eléctricas. ¿Cómo
escuchar los propios ojos para decir,
para decir(te)?
Nacemos del sueño, venimos del sueño, somos sueño y,
aunque nos crezcan las ausencias,
no sabemos borrar los sueños, como hace el alba,
los sueños que ayer nos soñaron,
nos nacieron.
Sueños, arte, artificio para decir...
la vida. Sueños, arte, artificio,
vida. Son vida.
La vida.
Gustavo Vega es poeta leonés (1948-)
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En mis sueños
pinto como Vermeer van Delft.
Hablo fluidamente griego
y no sólo con los vivos.
Conduzco un auto
que me obedece.
Tengo talento,
escribo poemas largos, grandiosos.
Escucho voces
no menos que los grandes santos.
Se sorprenderían
de mi virtuosismo en el piano.
Floto en el aire como se debe,
es decir, por mí misma.
Si caigo del techo
puedo aterrizar suavemente en el verde césped.
No me es difícil
respirar bajo el agua.
No me puedo quejar :
he logrado descubrir la Atlántida.
Me complace que justo antes de morir
siempre me las arreglo para despertar.
Inmediatamente tras el estallido de la guerra
me vuelvo a mi lado favorito.
Soy, mas no necesito ser,
hija de mi tiempo.
Hace unos pocos años
vi dos soles.
Y antes de ayer un pingüino,
con toda claridad.
Wislawa Szymborska
(1972)
Nos buscamos en la noche, Bo.
Te sueño en los portales oscuros donde oigo defecar a las ratas. Te sueño.
Pero no te quiero en mi presente.
Te sueño cuando caigo al suelo y reboto a la barra y sigo bailando y cayéndome y levantándome.
No soy apto para los capitalistas del céntimo.
Te veo sobre la barra, aburrida de tantas promesas de pollas tiesas, repartiendo besitos en labios que disipan tu noche... Te sueño...
Pero sé que no vas a esperar mi futuro.
Te observo, lo sabes, no puedo acercarme, no puedes acercarte, la barra nos une y nos separa...
Sé que soy la horma de mí mismo y sales corriendo gritando a la noche, te pierdo... Siempre te pierdo...
Una puta palabra, Bo, sería timón para este barco de corcho con mástil de palillo en el que damos vueltas sobre la alcantarilla que nos ha de sumir, no sumar.
Caigo en la noche, rehuyo la luz, levanto las solapas del cuero, hace frío, todo es frío y artificial...
Vomito... no quedan regalos de palabras bonitas en mí...
Estoy vacío y no puedo sufrirte...
Me ves caer, quitarme piel tras piel sobre la pared tatuada de sombras muertas... Tocar cuerpos que son arena para los cimientos donde me construyo en la tumba abierta...
Por si algún día me levanto...
Aparto sus estratos grasientos de las derrotas consumistas, esquivo sus lágrimas falsas de silicona... Joder, lloran porque no pueden aspirar a que les aspiren las grasas, o les cambien la cara porque sufren teniéndolo todo,
les injerten un alma vendida...
y me río y te busco y te sueño con mis manos callosas abriendo caminos entre tus nalgas...
Pero en mi vacío no quiero un decorado de palabras que en mí ya no son bonitas... Solo busco algo que me llene mientras me corro en silencio...
No puedo cambiar estar sociedad pero estoy devolviendo todos los golpes que he recibido en su intento de exterminarme...
Si ya lo hago yo...
No puedo, no quiero tener un futuro social... No quiero traer vida a la muerte... No quiero tener una casa donde morir, una vida hipotecada de colores que no existen...
No puedo ser normal...
No me entra una puta lágrima más...
Ya solo aspiro a mis derrotas...
Pero soy libre ante mi espejo, me miro y asumo que soy el resultado de mis pérdidas...
No tengo ya nada que perder... camino libre sabiendo mi destinoya no anhelo nadate invento en mi vida y gracias a que te invento vivo y grito y protesto y soy el eco de mis palabras que solo nacen para ti desde lo oscuro...
No quiero que cuentes los reflejos de otra noche vacía
que sigas con tu mirada las volutas del humo de otro cigarro consumido
que te hartes de una obra inconclusa
solo volutas que disuelve el aire
el territorio donde habitoel único en el que he podido vivir
Ya solo aspiro a echar la mierda que me ha inundado durante años
pero no a que me la aspirenPor ello no te puedo tener a mi lado...
Bo, esto es lo que hay.
Y aquí empiezo a callarme.
Alfonso Rabanal
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En la primera página de mi libro de los sueños
siempre es al atardecer
en un país ocupado.
La hora antes del toque de queda.
Una chiquita, provinciana ciudad.
Todas las casas en penumbra.
Los escaparates destrozados.
Yo estoy en la calle, en una esquina
donde no debería estar.
Solo y sin chaqueta
había salido a buscar
un perro negro que respondiera mi silbido.
Sostengo una máscara de día de brujas
que me da miedo usar.
Charles Simić
Si soñar es inútil
-conozco la armonía de su caricia ciega-,
no puedo imaginarme el color de la vida,
arco iris manchado,
hambre de destrucción sin pasos paulatinos.
Si soñar es inútil
-y no alcanzo las dudas
casi desmenuzadas por olvido y memoria-,
se romperán los pasos de las calles vacías
de tanto alumbramiento
de la pálida vida,
constelación opaca
desde donde no hay guiños de astros imaginados.
Si soñar es inútil
mejor no respirar, mejor cerrar los ojos
y perder para siempre la imagen despiadada
del oscuro deseo,
de la gris esperanza,
del beso en que jamás debimos aprendernos.
Pilar Blanco Diaz
EL HOMBRE NUNCA VA DIRECTAMENTE A LA GRANDEZA
Y ¿para qué? Me preguntó.
Yo no supe qué contestar.
¿Para qué, qué? Dije,
y como en una espiral de sueños
se deshizo en palabras, palabras
de terciopelo, palabras ocres,
vituperantes palabras
que sangraban hasta morir.
Toda la habitación se llenó
de pedacitos de aquella conversación;
sílabas, letras y algún hiato,
tapizaron indiscriminadamente
todo el suelo.
Casi no podíamos movernos,
la frases arrinconaban nuestros cuerpos entre sí
y se entrelazaban, sensualmente,
como si el mundo fuera a terminarse
en ese preciso instante.
Como venido de las profundidades
de una cueva olvidada, hubo silencio.
Las paredes recobraron su forma
y las tonalidades de la piel se acercaron más
al austero despertar que al contoneo nocturno.
Pudo ser un sueño, me decían sus ojos,
o quizá una fantasía, pudo ser la historia
o quizá la ausencia de vida, pudo ser el hombre.
Sí, contesté: El hombre nunca va
directamente a la grandeza.
Magdalena Salamanca
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tú me preguntas
qué deseo
No lo sé
Yo sólo sé
que sueño
que el sueño me vive
y estoy flotando
en su nube
Yo sólo sé que
amo a los hombres
montañas jardines el mar
sólo sé que muchos muertos habitan en mí
Bebo mis
instantes
sólo sé
que es el juego del tiempo
arriba y abajo
Rose Ausländer
Un día soñamos con que alguien escarbando en la tierra, encuentra el mundo y sorprendido del mar y los bosques, elige volver a esconderlo.
Begoña Callejón Aliaga
Consideración del poema
No rimaré la palabra sueño
con la inconveniente palabra empeño.
La rimaré con la palabra carne
o con cualquier otra, que todas me convienen.
Las palabras no nacen amarradas,
saltan, se besan, se disuelven,
en el cielo libre apenas un dibujo,
son auténticas, amplias, puras, insuperables.
Una piedra en medio del camino
o apenas una huella, no importa.
Estos poetas son míos.
Con todo orgullo, con toda precisión
se incorporaron a mi fatal lado izquierdo.
Robo a Vinicius su más límpida elegía.
Bebo en Murilo.
Que Neruda me dé su corbata llameante.
Me pierdo en Apollinaire. Adiós, Maiakovski.
Todos son mis hermanos, no son periódicos
ni deslizar de lancha entre camelias:
es toda mi vida que aposté.
Estos poemas son míos. Es mi tierra
y es aún más que ella. Es cualquier hombre
al mediodía en cualquier plaza. Es la lámpara
en cualquier pensión, si todavía las hay.
—¿Hay muertos? ¿hay mercados? ¿hay dolencias?
Es todo mío. Ser explosivo, sin fronteras,
¿por qué falsa mezquindad me rasgaría?
Que se depositen los besos en la faz blanca,
en las nacientes arrugas.
El beso es todavía una señal, aunque perdida,
de la ausencia de comercio,
boyando en tiempos sucios.
Poeta de lo finito y de la materia,
cantor sin piedad, sí, sin frágiles lágrimas,
boca tan seca, pero ardor tan casto.
Dar todo por la presencia de los lejanos,
sentir que hay ecos, pocos, pero cristal,
no roca apenas, peces circulando
bajo el navío que lleva este mensaje,
y aves de pico largo confiriendo
su derrota, y dos o tres faroles,
¡últimos! esperanza del mar negro.
Ese viaje es mortal, y comenzarlo.
Saber que hay todo. Y moverse en medio
de millones y millones de formas raras,
secretas, duras. Ése es mi canto.
Es tan bajo que ni siquiera lo escucha
el oído a ras del suelo. Pero es tan alto
que las piedras lo absorben. Está en la mesa
abierta en libros, cartas y remedios.
Se infiltró en la pared. El tranvía, la calle,
el uniforme del colegio se transforman,
son olas de cariño que te envuelven.
¿Cómo huir al mínimo objeto
o recusarse al grande? Los temas pasan,
yo sé que pasarán, mas tú resistes
y creces como fuego, como casa,
como rocío en los dedos,
en la hierba, que reposan.
Ahora ya te sigo a todas partes,
y te deseo y te pierdo, estoy completo,
me destino, me hago tan sublime,
tan natural y lleno de secretos,
tan firme, tan fiel... Como una lámina,
el pueblo, poema mío, te atraviesa.
Carlos Drummond de Andrade (1902-1987)
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Algunos sueños son como cristales
o como una luz bajo la superficie del agua.
Una joven llora en un jardín.
Una mujer da vuelta la cara y eso es todo.
Nos despertamos cien veces
sin saber dónde estamos. Dormidos
al volante. A salvo
por la gracia de los ángeles.
Todos con dedos contra labios
ante algo más inmenso, la marca del agua
por un enorme dolor. Todos
entregándonos. Así
como la rosa resigna su tallo
y flota a la deriva, sin historia.
Al final, cada camino conduce
al agua. Lo que queda de un jardín
es su sueño, un alfabeto del deseo.
La sombra de la joven. Perfume.
Silvia Curbelo (Matanzas, Cuba, 1955)
Hago mi cama y me acuesto en ella
Un delator cabello
yace al fondo de la tina.
El bolígrafo que me diste
antes de abordar el tren
araña la superficie silenciosa
de la medianoche.
En la alcoba
su aroma,
el olor nuestro.
Hago mi cama y me acuesto
en ella,
dejando a medio leer la pila de
periódicos del domingo
como ropa
esparcida por el suelo.
Trazo el contorno
de las manos
en mis caderas.
Mi seno izquierdo
lleva la huella
de tu mano derecha
y sobre mi seno derecho
queda el galope de tu corazón.
Apago la luz
y me voy a soñar
durmiendo en ti esta noche,
tu ausencia abastecida en tu
presencia.
Anabel Torres (Bogotá, Colombia, 1948)
(Dreams)
Aférrate a tus sueños
Porque si los sueños mueren
La vida sera un pájaro con las alas rotas
Eso no puede volar.
Aférrate a tus sueños
Para cuando los sueños se vayan
La vida sera un campo estéril
Congelado de nieve.
Langston Hughes
Extraviado
bajo el mismo horizonte esencial
trozos de un sueño suspendido
me cubren de la llovizna
hasta dónde seguiré mujer sin ti
hasta qué pueblo de fantasmas
qué cadáver seré
en qué cercano momento
cómo hacerte entender
que necesito descansar en ti
de ti
cerrar mis ojos
encallarlos
Arlette Luévano (Aguascalientes, Ags., 1976-)
.
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(fragmento)
detrás de los párpados queda la vigilia detenida
en el sueño un haz de luz centellea
y sospecho
que un paso más acá están las respuestas
Liliana Ancalao (Comodoro Rivadavia, Chubut, Argentina, 1961)
Soñé que estaba muerto.
Este sueño me habita desde siempre.
De niño lloraba junto a un féretro vacío
o, asombrado, interrogaba a un público sin rostro
que abrumaba la sala de una casa desconocida todavía.
Anoche este sueño era distinto.
El hueco gris de la madera tenía mi cuerpo,
y aquel era mi rostro de los 20 años.
Sólo mis ojos no eran mis ojos
ni tampoco los ojos que me esperan.
De espaldas, en la sala vacía,
una mujer que pudo ser mi madre
cantaba en silencio esa canción de cuna
que nunca le escuché.
El sueño de mi infancia no me dejaba andar
pero el sueño de ayer me devolvió las piernas,
el único sendero era mi rostro,
un rostro que a los veinte años
no podía creer que la esperanza dejara cicatrices.
¿Será cierto, Vallejo?
¿Murió mi juventud y estoy velándola?
Waldo Leyva
Como si me asomase al cuerpo amado
como si la hoja en blanco
fuera el fondo de un pozo
que me llama los ojos
la piel
el movimiento
en la caída escribo
echo cada palabra
como piedra preciosa en el brocal
en favor de una pérdida
o alguna iridiscencia que descubre
destellos sumergidos
Escribo
igual que si me hincara
sin conocer al dios para el que rezo
como el que narra su destino en la piel
de aquel a quien abraza
Huellas de los amantes
ellas dejan una tibia humedad
reflejos infinitos
y escrituras de sal sobre las sábanas
viven su sueño de agua y sombra
en un rincón de la memoria
La hoja blanca es madera dibujada
con el trazo se tira un don de sueño
un rincón último del corazón
en el color audaz de la palabra
Luego pasearé por las calles
me regocijaré con las miradas
con los transeúntes de la tarde
sujetos por caricias y frío
saludaré a la lluvia o a los soles
que alimentaron la raíz de mi vida
Y el que amo duerme
dentro de un sueño ajeno
separado
dialoga con lugares extraños
y nubladas sonrisas
mientras crece en la hoja
esa voz que ha partido de mí
y no me reconoce
Elizabeth Azcona Cranwell
.
.
.
Eddie, sueña por más madera
Sobre la ladera, y aspira todo el aire,
Sus ojos se instalan como una roca.
Pasamos la casa de su abuela, un cementerio, un cercado de chatarra,
Su pared, una pintura para celebrar su rapidez
Sus proezas.
Él pide por el sol, en la mañana de invierno.
Más allá de los árboles, más allá de los caminos
Sus sueños cambian como las nubes.
Greta Bellamacina
Mi lengua no alcanza la distancia
La vigilia patenta la distancia si no recuerdo.
Si te pienso como un inicuo personaje de mi vida
dejo de tener miedo. Pero quién me salva de la noche
de los sueños que recogen y reviven los mejores momentos.
-Me arden los labios y los ojos-
Mi cuerpo despierta muerto.
Mi cuerpo despierta muerto. Suben hormigas por mis piernas
y caigo
y me rompo.
Este frío que me adormece me arrastra a ti.
Trato tanto de encontrarte aunque ya no seas tú
ni yo quien sueñe
con mi lengua cansada suplico en voz baja
pero no alcanzo la distancia.
Mi lengua no alcanza la distancia.
Mis palabras no llegan. Resbalan por la noche por
las comisuras y las pestañas y me arden los labios
y los ojos.
Mi lengua no alcanza la distancia.
Abril trae el recuerdo de una ausencia
Trae tanto tu rostro
como tu dolor y el incontinente llanto de la primera noche
en tu terreno.
Cuando nuestra desnudez parecía anticipar un para siempre
que hoy cumple dos años muerto.
Adriana Bañares Camacho ((Logroño, 1988-)
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Cada noche cuando saco una píldora y me la trago tengo
irremediablemente
que pensar en ti
y al secarme la cara o mojarme los ojos para disimular un tanto las
ojeras
te vuelvo a pensar
aún evitando distracciones
no puedo dejar de escuchar tus pasos derrumbando el universo
no puedo dejar de latir.
Cada noche soy y me reconozco
debajo de las sábanas
debajo de la insistencia de volver a soñar y dormir tranquila
-sin baños termales-
sin necesidad de recontar a las noventa y una ovejas y tener,
al mismo tiempo,
que pedirle permiso al pastor
yo no soy quien para ser más
ni menos
soy la exacta imagen del espejo, pero al revés
y también descontando los segundos que fui cayendo
y tú no te atreviste a tropezar conmigo
cada noche trato de hilar la maraña que fui y que seré
si a un buen plazo puedo saldar las distancias
inimaginables, es cierto,
pero posibles de enhebrar con un poco de esperanza
aún no caigo en el juego y ya estoy aterrada hasta la última carta
hasta la última hoguera que quizás nunca prenderé
lo he dicho y no hay remedio para tratar de impedirlo
a cada noche su píldora, a cada mujer
su madrugada.
Rocío Silva Santisteban (Lima, Perú, 1963)
Sueño
Estallará la isla del recuerdo
La vida será un acto de candor
Prisión
para los días sin retorno
Mañana
los monstruos del buque destruirán la playa
sobre el vidrio del misterio
Mañana
la carta desconocida encontrará las manos
del alma
La Pizarnik en su Última inocencia.
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Es otra vez la piel estorbándole
Revolcándose con sus pasiones
Generándole cualquier cantidad de pensamientos
Tan vívidos como intangibles puedan ser
Cerrando los puños para atrapar sólo aire
Apretando los ojos, para que al abrirlos todo sea diferente
Respirando lentamente para retener el rastro de su esencia
Víctima de un masoquismo inexplicable
Arrastrándose sobre su dualidad
Ecos en su cabeza recordándole que si existió
Su ausencia creadora de vacío
Su ausencia con sabor a mierda
Mercedes Asencio es poeta nacida en Guatemala.
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Soñé que me encontraba en un arenal o un promontorio. Había un camino desde la punta del arenal que seguía la costa y en lo alto se veía un cinturón de rocas. (Jamás había visto ni en sueños ni despierta un paisaje más desolado.) Caminé hacia el norte a lo largo de la lengua de arena, con el mar a un lado y el acantilado al otro. Vi algo lejos a una persona que venía hacia mí. Al acercarse vi que era un hombre fornido, con una zamarra gris y un sombrero oscuro con un ala baja que le tapaba media cara.La senda era tan estrecha que nos rozamos al cruzarnos y en ese momento tuve la intuición repentina de quién era. Lo llamé entonces, porque me pareció que tenía muchas cosas que decirle.
Se detuvo rápidamente, volvió la cabeza, y bajo el sombrero vi brillar sus ojos ardientes de deseo.
Se me ocurrió entonces que hasta el mismo Odín sólo piensa en una cosa cuando se trata de mujeres. Y yo creí que era poeta... logré espantar el sueño y despertar... con el alma llena de rabia.
Vilborg Dagbjartsdóttir (Islandia, 1930)
y sin la rosada levedad que da el deseo
flotan sus pasos y sus gestos.
Las sonrisas sonámbulas, casi sin boca,
aquellas palabras que no fueron posibles,
las preguntas que sólo zumbaron como moscas
y sus ojos, frío pedazo de carne azul.
Días perdidos en oficios de la imaginación,
como las cartas mentales al amanecer
o el recuerdo preciso y casi cierto
de encuentros en duermevela que fueron con nadie.
Los sueños, siempre los sueños.
¡Qué sucia es la luz de esta hora,
qué turbia la memoria de lo poco que queda
y qué mezquino el inminente olvido!
María Mercedes Carranza
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—Aquí no se llora.
Aquí, donde estamos.
—Siempre estamos
donde estamos.
¿Entonces nunca
se llora?
En el sueño componíamos una canción.
Se ponía difícil, yo me impacientaba,
sacaba mi revólver y lo ponía
entre las dos, sobre la mesa.
—¿En el cielo, se llora?
¿Vamos a poder llorar
cuando estemos muertas?
En el sueño, yo recién llegaba a tu ciudad.
Vos me dabas trabajo: convertir un mapa
en un árbol.
Se ponía difícil, no me salía,
el árbol no me salía ni pegándole
hojas de verdad.
—Las muertas, ¿son felices?
¿Me diste el nombre de la felicidad
porque querés que muera?
No soporto tu letra; me enfurece
recordar la forma de tus trazos.
Odio tu forma de curvar las efes
como patas chuecas que se sienten simpáticas.
Odio tu be larga, muy especialmente.
Odio la esperanza, la esperanza,
odio, odio la estúpida esperanza
que anima tu escritura.
Si no querés que muera,
¿por qué decís entonces que me vas a matar?
—Creés demasiado en las palabras.
Hace falta un metal más espeso que el odio
para contar, para cantar esto.
Hace falta un metal, un metal más que asesino,
un metal resucitante.
—Sí, creo
en las palabras.
¿Acaso poseemos otra cosa?
Si nos dejaran llorar
poseeríamos lágrimas,
gotas de mercurio
en nuestras bellas caras
rodando dulcemente, dulcemente.
Me gustaría tener esperanzas
pero no en el pasado:
maldigo tu lealtad.
Odio tu modo de tocar el timbre,
tus piernas flacas vistas a lo lejos
y yo avanzaba sin reconocerte
y vos pensando que me alegraría
de verte; digo,
por tu sonrisa.
—Te traje estos papeles.
"El trabajo libera".
—¿De qué?
En el sueño, no éramos de metal.
En el sueño, no había
porqué mostrarnos fuertes.
En el sueño, no me pateaban en el piso.
En el sueño, yo no era para siempre
alguien a quien habían pateado en el piso.
Odio tus piernas, odio
que puedas caminar.
—¿Y la canción?
He guardado los papeles que trajiste.
No los puedo leer; me los trajiste
a tiempo para el trabajo, pero tarde:
ya no podría soportar leer
los papeles que trajiste. Y en el sueño
la canción
se cantaba.
La canción era una voluntad de inocencia
que conseguía atravesar la noche
de esto que he dado en llamar traición
y no es más que cansancio,
indiferencia,
olvido,
desaparición.
Beatriz Vignoli (Argentina, 1965)