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Ermita de los Santos Mártires (por Carlos Serrano)

CarlosSerranoCarlosSerrano Fernando de Rojas s.XV
editado junio 2014 en Terror
Este es un relato atípico en mí. Insinúa en vez de mostrar y en realidad acaba siendo un relato sobre la Córdoba misteriosa y mágica (de enigmáticos monumentos romanos y árabes), un homenaje a la ciudad donde me crié.

ERMITA DE LOS SANTOS MARTIRES

OCTUBRE 2008

Bajo la lluvia, en aquel día plomizo y frio, el cuerpo sin vida de Felipe apareció
abandonado en medio de la espesa vegetación que crecía salvaje en el balcón del
Guadalquivir. Felipe era un retrasado mental bien conocido por los ambientes del casco
antiguo de la ciudad. Siempre desaliñado, sucio y pasando de los 40 años (con avanzada
calvicie, gruesas gafas y dentadura escasa y desordenada) solía merodear por las
mañanas a lo largo de la ribera del rio antes de ir a trabajar a casa de una anciana señora
a la que hacía los recados.

El lugar no tenía un aspecto muy siniestro después de todas las obras públicas
efectuadas para dar brillo y esplendor a lo que durante años el ayuntamiento había
dejado olvidado. Aquella zona, la que rodea al Molino de Martos (que data del siglo
XIII), había sido pasto de mendigos y vagabundos durante muchos años. El propio
Molino de Martos había sido abandonado a su suerte y entre sus piedras ruinosas habían
habitado todo tipo de oscuras y olvidadas gentes. De hecho cuando se empezaron las
obras para convertir el antiguo Molino en el actual, y aséptico, Museo del Agua
tuvieron que desalojar de sus ruinosas entrañas a una familia que vivía allí en
condiciones más que infrahumanas.

Felipe fue encontrado cerca del Molino de Martos, habían abusado sexualmente de él
de forma salvaje y le habían rebanado el cuello hasta desangrarlo. No obstante también
tenía marcas de golpes, quemaduras y cortes por todo el cuerpo. Se habían divertido con
él y lo habían machacado hasta su último aliento de vida. Para más inri le habían
pintado el rostro con un aerosol rojo.

Mientras leía el informe del caso desayunaba en el lujoso Hotel (el único de Cinco
Estrellas de la ciudad) a la espera de la llegada de Laura Domínguez. Se presentó
puntual con su pelo rubio recogido y una discreta indumentaria deportiva. Laura era
agente de la Policía Nacional y había sido de las primeras personas en ver el cuerpo sin
vida de Felipe. Cuando la hice pasar a la elegante habitación que me había pagado el
gobierno me dio un primer informe que había solicitado investigando la vida de Felipe y
sus conocidos. Los escasos datos me hicieron menear la cabeza. Nada interesante en
toda la palabrería de un informe oficial. ¿Quién podía tener información de primera
mano? Hice un par de llamadas: una para cambiar de hotel y otra para preguntar dentro
de la Policía Local.

Una vez me había mudado a un hotel (de Cuatro Estrellas) en el casco histórico y
cerca de la orilla del rio pude acercarme andando cómodamente hasta la zona donde
Felipe solía rondar cada mañana. El lugar era un paseo junto a la orilla norte del
Guadalquivir donde había bastantes naranjos y restos de lo que parecía una larga
muralla. El paseo estaba justo enfrente del Alcázar de los Reyes Cristianos. Había
incluso una torre al final del paseo (cerca del Puente de San Rafael), casi intacta. Otras
torres, en muy mal estado, se repartían por el paseo. Junto a unas escaleras de piedra
que bajaban a la orilla del rio había otra torre con aspecto de calabozo. Justo ahí es
donde había quedado con Yolanda, la chica que me mandaron de la Policía Local.
Cuando llegó Yolanda pude apreciar lo bonita que era. Una melena corta de color
azabache y unos inmensos ojazos podían distraerme del asunto que investigábamos.
Pero nos pusimos a recorrer aquel paseo lleno de setos, arbustos y árboles. Mientras
andábamos sin prisa ella me fue dando su propio informe. La Policía Local estaba más
al tanto de rumores, cotilleos y asuntos mundanos como peleas de vecinos y demás que
cualquier otro cuerpo de las Fuerzas de Seguridad del Estado. Yolanda me habló de que
aquella zona parecía (porque nunca lo habían podido demostrar con pruebas) un lugar
de encuentro para prácticas homosexuales.
-¿Podría ser más concreta?
-Según se dice por aquí suelen merodear viejos verdes...que pagan por favores sexuales.
-¿Tienen pruebas de ello?
-No, ninguna actuación ni detención. Nadie ha denunciado nunca algo por estilo
refiriéndose a este lugar. Pero...
-Pero qué.
-Hace unos meses aparecieron unos folios blancos pegados con cinta adhesiva en los
muros del paseo. Alguien se había tomado la molestia de imprimir en ordenador un
mensaje advirtiendo de la presencia de "Maricones" por el lugar y animaba a la gente a
llamar a la policía cuando los vieran merodear por aquí.
-Entiendo...alguna idea de quién pudo hacer eso.
-No.

Seguimos caminando bajo una fina llovizna. El paseo se extendía junto al Paseo de la
Ribera, la muy transitada carretera que bordeaba el rio y por donde uno podía llegar a
los monumentos históricos como la Mezquita o el Alcázar. Así pues el Paseo estaba casi
a la altura del resto del casco urbano. Bajamos por la escalera de piedra y nos
adentramos en otro paseo, este con bancos de piedra, farolas, papeleras...pero estaba al
nivel del rio y con unos pasos nos podíamos acercar a la orilla hasta tocar el agua con
las manos. Lo recorrimos de Este a Oeste (es decir: desde el Alcázar hasta el Puente de
San Rafael) y al regresar a las escaleras de piedra vi que el paseo continuaba
perdiéndose tras una esquina. Me pregunté donde terminaría realmente. Anduvimos
hasta el final y observé que el paseo terminaba frente a la popular noria de la Albolafia.
Noria que salía en el escudo de la ciudad.

-Es el Molino de la Albolafia.- Me aclaró Yolanda. Me quedé contemplando su gran
noria de madera.- En otros tiempos el molino servía para llevar agua al Palacio de los
Emires que hoy en día es el Palacio Episcopal...

Observé un gran edificio frente a la noria, cruzando la carretera de la Ribera, era el
actual Obispado. Yolanda me contó la popular historia de que la Noria fue desmantelada
en su día por la Reina Isabel La Católica cuando habitaba el Alcázar porque por las
noches el ruido de la noria no la dejaba dormir.

-¿Hay más historias curiosas relacionadas con este molino?
-Bueno, en esta zona del rio hay muchos restos de los antiguos molinos árabes y
romanos. Todo el rio estaba encauzado con presas para que el agua llegara a los molinos
y pudieran hacer su trabajo...en estos molinos se fabricó papel por primera vez en
Europa bajo el califato de los Omeyas.
-Vaya, veo que ha hecho los deberes.

Estuve un rato tomando notas y cuando terminé nos adentramos en las orillas del rio.
Dejamos el paseo y la civilización atrás y cruzamos la espesa vegetación hasta una
arboleda que ocultaba parte del rio y sus alrededores. Estuvimos muy cerca del molino
de la Albolafia pero no podíamos acercarnos del todo porque un cauce de agua nos lo
impedía. Vimos muchas palomas asentadas por las ruinas del molino y el olor húmedo a
veces era desagradable. Pude comprobar que había restos que indicaban que al menos
en verano (estábamos a finales de Octubre) algún que otro mendigo o vagabundo había
pasado unos días en aquel el lugar.
-Antes solían pasar por aquí vagabundos, si, ahora son gitanos rumanos, están por todas
partes.- Me informó eficazmente Yolanda.

No encontramos nada anormal por las orillas del rio, salvo que consideremos anormal
la ingente cantidad de basura y porquería que había por todos lados. Volvimos a la
Ribera y recorrimos toda la avenida hasta llegar al Puente Romano. Del Puente Romano
poco o nada quedaba. Según Yolanda ya había sido sustituido piedra a piedra casi en tu
totalidad con el paso de los siglos. La reciente restauración del puente (con nuevas luces
y mobiliario urbano) lo habían convertido en un puente moderno que ya no tenía nada
que ver con los romanos. Dejamos atrás el Puente Romano y seguimos el curso del
Guadalquivir hasta el Molino de Martos. Entre el Molino y el Puente Romano había
otro puente, uno nuevo inaugurado hace unos años. Entre el puente nuevo y el Romano
había una pequeña alameda aislada por el rio y el muro del Paseo de la Ribera. Tenía
aspecto de bosque encantado con los álamos blancos y un salvaje follaje compuesto de
zarzas. Uno de los álamos tenía el tronco incrustado en la baranda de hierro del paseo.
Por ahí se podría bajar a esa zona que parecía imposible de visitar. Pero Yolanda me
informó que desde que levantaron el Puente Nuevo habían creado un camino de rocas a
la orilla del rio (para el paso de la maquinaria pesada) y ahora ese camino unía el
Molino de Martos con la zona de la arboleda. Aunque la zona parecía muy incómoda
como para explorarla en aquel momento tuve la tentación de bajar. Pero proseguimos
nuestro camino hacia el molino.

Comentarios

  • CarlosSerranoCarlosSerrano Fernando de Rojas s.XV
    editado junio 2014
    Las cañadas, los juncos, los arboles y la espesa vegetación de arbustos rodeaban el
    Molino. Allí fue donde encontraron el cuerpo de Felipe.

    -Un poco lejos de donde solía merodear ¿no?- Señalé. Yolanda no dijo nada.
    Visitamos el Museo del Agua (instalado en el Molino de Martos) y bajamos a la zona
    de vegetación en la orilla del rio. Allí todo era espeso y verde. No podríamos explorar el
    lugar sin un buen machete (o dos) para aclarar el camino. No habían quedado huellas o
    pistas evidentes en la zona donde se encontró el cuerpo. Cuando volvimos al Molino me
    fijé en aquella iglesia en miniatura que había cerca.
    -¿Qué es eso?
    -La Ermita de los Santos Mártires.

    Nos acercamos y observé con curiosidad aquel pequeño edificio. También había sido
    restaurado y renovado como todo aquel lugar. Pensé por un segundo que más que
    adecentar la zona parecía que hubieran querido borrar huellas del pasado...
    Caminamos alrededor de la ermita y miré a través de los cristales de la puerta
    principal. Había un altar y sillas de madera. Tenía una capacidad para unas sesenta
    personas (según Yolanda la ermita databa de finales del siglo XIX y fue construida por
    un arquitecto municipal, algo nada glamuroso, pero en su interior se encontró, no
    concretó cuando, un sarcófago paleocristiano de mármol de Carrara construido
    alrededor del año 330 D.C.). La ermita no era más que el pequeño salón con el altar y
    un par de habitaciones adosadas a los lados de la nave principal. De pronto sonó la
    campana automática de la ermita (acomodada en un pequeño campanario coronado por
    una veleta con forma de ángel) y miré el reloj. Eran las doce del mediodía.
    -Las cloacas...

    ¿Quien dijo eso? Yolanda y yo nos dimos la vuelta y vimos frente a nuestras narices
    un vagabundo con una pinta espantosa. Le observamos un poco sorprendidos. Cuando
    pudimos sacarle algo de información (apestaba a vino barato) aquel hombre nos habló
    de las cloacas. Cloacas que según él se escondían junto al rio. Nos dimos un paseo con
    el indigente y con cierta simpatía nos enseñó la entrada a una cloaca que permanecía
    oculta por el espesor de la maleza. Cuando me asomé al túnel de piedra (que asomaba
    como la entrada de un bunker) solo se atisbaba una oscuridad opaca. Un hombre podía
    deslizarse por allí agachado y según nos contó el vagabundo una vez durmió allí. Pero
    jamás repitió la experiencia. Se trataba, según me informó Yolanda, de cloacas romanas.
    Cuando seguía husmeando en los alrededores de la cloaca el vagabundo por fin dijo: "lo
    mataron las cloacas, las cloacas..." y eructó.


    MAYO 1988

    Felipe observaba con atención las maniobras de la señora. No comprendía muy bien
    que estaba pasando pero le gustaba, le gustaba tanto que se mordía el labio y solo dejó
    de morderse cuando notó el sabor metálico de la sangre. No era la primera vez que le
    pasaba pero siempre se sentía placenteramente confuso cuando llegaba el momento.
    Aquel momento en que la señora jugaba a ese extraño juego.
    Los domingos paseaban juntos hasta la Ermita, aquella junto al rio. La señora era de
    las pocas personas que podía entrar allí, arrodillarse y rezar frente al altar. Felipe se
    quedaba de pie, sin saber muy bien qué hacer, normalmente mirando a todos lados
    buscando algún objeto interesante en el que fijar la mirada y perderse en sus propios
    pensamientos. Tras la oración iban a una de las minúsculas habitaciones y se reunió con
    el sacerdote, aquel anciano de cabellos blancos y piel de plata. También jugaba el
    hombre de negro con Felipe. Aunque solo los domingos.

    Le habían regalado un librito de oraciones a Felipe, oraciones que no entendía y que
    parecían extrañamente diferentes a las que se pronunciaban a diario en las iglesias.
    Recordaba leer las oraciones con dificultad mientras de rodillas y desnudo sentía la
    quemazón de las velas derretidas derramándose sobre su piel. Las gotas caían
    rítmicamente en otro de esos juegos extraños.

    Junto al rio los árboles tenían un hedor fuerte y e intenso, al menos en aquella parte
    aislada que visitaban. Felipe solía acompañar en mitad de la noche a la señora y entrar
    en uno de esos agujeros infectos que había que cruzar a la luz de una vela. Andaban
    entre el húmedo perfume de la putrefacción y tenían que tener cuidado con donde
    pisaban. Más de una vez Felipe resbaló ensuciándose de mala manera. A veces se ponía
    a lloriquear porque no quería seguir adentrándose en la negrura fría e infinita. La señora
    le cogía del brazo y le reprendía por su cobardía infantil. ¿No querías jugar? Jugaremos
    toda la noche- le susurraba amablemente la señora.

    A finales de mayo se celebraba la Feria de Nuestra Señora de la Salud. En la ermita
    sin embargo reinaba el silencio. De noche, en una de las diminutas habitaciones, Felipe
    quedó anonadado por el olor intenso del carmín. Nunca antes había percibido ese olor
    que lo embriagaba. Procedía de unos bonitos labios que parecían ensangrentados. Había
    más olores que se mezclaban por momentos. El olor de la carne, del perfume caro, de la
    ropa nueva.

    La segunda noche durante la Feria de Nuestra Señora de la Salud no hubo olor a
    carmín ni perfumes caros. Había carne pero también el horror. Un torbellino de
    acontecimientos que Felipe no podía asimilar sin gritar y que solo superó con el
    ejercicio del olvido. Para él siempre había sido fácil olvidar.


    OCTUBRE 2008

    No encontramos nada en las cloacas, dispusimos de un buen número de efectivos y de
    recursos técnicos. Pero no sirvió de nada. No había nada raro y ninguna pista sacamos
    de aquello. Habíamos perdido el tiempo y cuanto más tiempo perdíamos más era la
    sensación de que las posibles pistas se nos escurrían de las manos. Tras la decepción
    con la exploración de las cloacas me encontré paseando cerca de la ermita de nuevo. Mi
    investigación se había desarrollado sin resultados aparentes. Y mientras pensaba en el
    asunto observaba fascinado la arquitectura de aquel pequeño pero coqueto edificio. En
    un par de horas tenía una entrevista con la señora para la que trabajaba Felipe, el
    retrasado mental asesinado. Una señora anciana, de serio semblante y pocas palabras.
    Cuando terminé de hablar con ella poca información útil había logrado. Pedí un informe
    sobre la señora y cuando lo recibí no encontré nada singular.

    Cuando consultamos al Cabildo Catedralicio para poder visitar la ermita nos enviaron
    a un joven sacerdote de aspecto sonrosado y bien alimentado (quizá demasiado).
    Cuando nos abrió la puerta de la ermita (iba acompañado de Yolanda) pudimos observar
    de cerca lo que ya habíamos vislumbrado desde los cristales de la entrada. Un altar,
    unos bancos para los feligreses y unos cuantos adornos religiosos. Todo con un aspecto
    estupendo dado que la restauración del lugar había terminado no hacía mucho tiempo.
    -¿Podemos pasar?.- Señalé a una de las puertas. El sacerdote no tuvo inconveniente y
    nos abrió una de las dos puertas que había a cada lado del altar. Una, donde entramos,
    era el despacho para el sacerdote de turno que oficiara misa y no encontramos nada
    fuera de la normal. La otra puerta cerrada a cal y canto no la pudimos ver, ni siquiera
    nuestro sonrosado sacerdote tenía la llave.- ¿No tiene llave?.- Pregunté con sorpresa. El
    sacerdote se encogió de hombros.
    -Supongo que está vacía. No creo que se le haya dado uso a esa habitación desde que
    finalizó la restauración.- Comentó sin darle importancia.
    Bastó una habitación cerrada que no pude explorar para tenerme toda la noche en
    vela. Seguramente no había nada en aquella habitación, como mucho algunos trastos
    viejos o restos de la obra de restauración. Pero aun así no dejaba de darle vueltas. ¿Era
    una intuición de que allí podría haber una pista sobre el crimen que investigaba?
    No quería cerrar mi investigación sin aportar algo importante. No quería que aquello
    fuera una gran pérdida de tiempo. Conseguí una orden judicial y echamos la puerta de la
    habitación abajo. Cuando entré suspiré y me sentí como el mayor idiota del mundo. Allí
    solo encontré una ventana tapada con una cortina y unas viejas escaleras plegables
    manchadas de pintura. El sacerdote sonrosado no pudo evitar sonreírse maliciosamente.
    En mi última noche en Córdoba la lluvia reapareció. Cené a solas en un oloroso
    restaurante meditando sobre el informe que había firmado. Pasé la noche intranquilo a
    causa de algunas pesadillas (algo nada raro en mi) y a la mañana siguiente tomé el
    primer tren a Madrid. Mientras el tren, lentamente, abandonaba la estación yo miraba
    distraídamente por la ventanilla. Jamás regresé a Córdoba.

    FIN
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