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Ceuta: Sexo y Exilio (del Corazón)

CarlosSerranoCarlosSerrano Fernando de Rojas s.XV
editado julio 2014 en Erótica
Aquí os dejo un relato inspirado en mi estancia en Ceuta (para el Servicio Militar), ciudad (y alrededores) que siempre me fascinará por su sordidez, al menos a mediados de los años 90, cuando anduve por alli.

CEUTA: SEXO Y EXILIO (DEL
CORAZON)


Nunca sabréis mi nombre porque ni yo mismo quiero recordarlo. Menos aun cuando
huyendo de la inopia llego a Ceuta, ciudad vieja y viciosa, límite entre el Bien y el Mal,
ventana dorada hacia África que espera pacientemente el sueño y el deseo de los
viajeros adictos al placer exótico.

Me he alojado en un pequeño burdel lleno de terciopelo rojo y flores de papel
blancas. Un antro ideal para mastuerzos que buscan sexo barato y rápido. Flor de África
se llama. He tomado té de fresas con la dueña, elegante mujer madura de pelo color
azabache, de piel cálidamente marmórea que se dedica a oscuros menesteres a la caída
de la medianoche. Tiene un ático para mí, alejado del ruido infernal pero no del olor a
cloaca de su negocio. Solo hay que hospedarse unos días para observar la fauna habitual
del lupanar.

De las putas del lugar es Lisa, una inglesa tetuda, la primera en llamar mi atención.
No es la más guapa ni me habría fijado en ella de no ser por una fotografía que colgaba
del vestíbulo del burdel. Allí, junto a una ventana, con aire triste y otoñal, posaba Lisa
con sus enormes tetas y una braguita azul. Me parecieron muy hermosos sus dos
generosos pechos y la instantánea era deliciosamente erótica. A pesar de su incipiente
gordura sus carnes tenían una bella curvatura. Invité a la tetuda a mi ático y la hice
posar como en aquella foto. Su rostro me parecía morboso con aquellos ojos oscuros y
hundidos, la frente despejada y amplia y cierta expresión de chica ingenua, incluso
tonta. Sonreía fríamente con la expresión de un chucho que obedece a su amo. Pasamos
la tarde recreándonos en su desnudez. Sacando cientos de imágenes de sus curvas,
rodando con mi vieja cámara de vídeo las diferentes obscenidades que le pedía.
De Ceuta mucho se podría contar pero mejor es observarla, con detenimiento, entre
sus gentes y movimientos. Acudía a la vieja biblioteca de la Plaza San Luis y me
entregaba a la exploración de viejos papeles y vetustos libros. Allí descubrí a una
bibliotecaria de melena corta y rubia, de dientes grises por el tabaco y ojos azules
hundidos en un rostro casi enjuto. Debía rozar la cuarentena y aunque su rostro se caería
en pedazos en cualquier momento su culo era el más enhiesto que había visto hasta
entonces en la ciudad (adornado por una esculpida cintura que era tan deliciosa como la
de una colegiala)

Teresa, así se llamaba, no dejó pasar por alto mi presencia y entre la charla me
demostraba su falta de verdadera cultura y su desprecio por otras razas. ¿Acaso una
racista rubia de culo perfecto no levantaría el falo del más vicioso de los mortales?
Teresa era una de esas mujeres que cuanto más odiabas más deseabas en un afán
incontrolado de humillar un coño presuntuoso y ordinario que ofendía a cualquier ser
inteligente que caminara a dos o más patas. A veces, sexo anal siempre, follaba con Lisa
imaginando que era la bibliotecaria del culo enhiesto. Era una novedad entre Lisa y yo,
porque hasta entonces había preferido sus tetas y su boca para desahogar mis más bajos
instintos.

Un chico entró en mi vida y se llamaba John Boy (eso decía)
Era feúcho y rubio (pajizo) y de grandes dientes equinos, además su piel era de una
palidez tan morbosa como hermosa (a ojos de un morboso como yo, claro) y enseguida
congeniamos con ese raro misterio de los extraños antagónicos que, sin embargo, se
atraen como imanes. No era una atracción puramente erótica, más bien la curiosidad
truculenta y malsana hacia un ser que parecía el hijo deforme de la Luna. A veces el ser
humano siente una fascinación irracional hacia lo desagradable, solo que en este caso lo
desagradable me resultaba agradable, extrañamente agradable.

En realidad John Boy era un ser inferior al que manejar, al que manosear, un objeto
ajado y enfermizo que se podía estropear sin remordimiento. Le invité a beber y a
comer. Lo subí a mi ático para desnudarlo y descubrir su único talento
desproporcionado. Una polla enorme, flaca y pálida que Lisa estuvo magreando hasta
parecer uno de los mástiles de un velero bergantín.

Lisa se esforzaba en dar placer oral a ese cacho de carne que, por volumen, apenas la
mitad entraba en su boca. Lamia aquel bálano purpúreo mientras estrujaba con una
mano el saco de nueces, peludo y rubio que eran sus pálidos cojones. Había nacido una
pareja artística con Boy y Lisa...para mis depravadas aficiones.

No tardó la señora Velasco (la dueña del burdel) en sentir verdadera curiosidad por
mí. Hasta entonces solo habíamos tenido una relación comercial aunque muy cordial y
franca. La invité a una cena y muy elegante acudió al lugar elegido, un antro de cierto
prestigio llamado Le Petit Paradis, junto al puerto. Nos sentamos en una de las mesas
(esas tan coquetas con lamparita roja en el centro) donde bebimos y comimos mientras
charlábamos. Si ella sentía curiosidad por mi oficio, y mi pasado, yo la sentía,
ávidamente, por su oscuro presente.

- ¿De verdad se llama Alberto?- Me preguntó con suspicaz audacia.
- Claro, no sé qué tiene de malo un nombre tan...elegante- Contesté sin molestarme.
- No, si bonito es, lo que pasa es que no le va el nombre
- ¿Ah, no? ¿Y cual me va?
- Quizá Tomás.
- ¿Tomás?
- Si, Tomás.
- Es nombre de santo así que no me va nada de nada...- Y sonreímos los dos.
¿Follar? Por qué no. Frente al fregadero de aquella cocina cutre, por detrás como los
animales, con la ropa aun puesta y el perfume de su cuello embriagándome. Fue el
primer polvo con la señora Velasco, la de la nariz aristocrática y las tetas diminutas de
pezones gordos como garbanzos.

Aun no sabía por qué regentaba un burdel y porque estaba sola, sin aparentes
recuerdos, sin fotos de familiares. La parte del burdel que conformaba su hogar era de
una cómoda calidez, acogedor y confortable sin ser nada del otro mundo pero con cierto
buen gusto. Los sillones de terciopelo negro eran una delicia y allí desnudo uno se
sentía deleitoso. Adoraba los cabellos siempre perfectos, negros y con algún mechón
ensortijado de forma coqueta de la señora Velasco.

El que yo de vez en cuando metiera mi polla en su coño no afectaba al negocio. No
iba a mudarme a su rincón privado para follar día y noche. Ni ella ni, mucho menos, yo
deseábamos unas cadenas que se volverían muy pesadas enseguida. Quizá, muy pagado
de mi mismo, me sorprendiera no tenerla más arrebatada pero eso la hacía más
atractiva...a una señora que rozaba ya los cincuenta.

Ceuta se había convertido en un pequeño y sórdido paraíso sexual, al menos para mí.
La señora Velasco, las sesiones voyeurísticas con John Boy y Lisa...las putas del puerto.
A lo largo del puerto se repartían las putas más tiradas y baratas del Imperio Español.
No creí los rumores hasta comprobarlo por mí mismo. Era imposible que seres humanos
se vendieran por tan poco, pensaba yo. Al fin y al cabo no estábamos en uno de esos
rincones exóticos donde por una comida barata podías follarte todo lo que se moviera a
dos o cuatro patas... ¿o sí?

Comentarios

  • CarlosSerranoCarlosSerrano Fernando de Rojas s.XV
    editado junio 2014
    Al caer la noche, tras el siempre hermoso crepúsculo del atlántico, el paseo porteño se
    inundaba de putas, maricones y otras hierbas. Para el indagador de sordidez humana
    aquello era la tierra prometida. Acudí acompañado de John Boy en una Limusina
    alquilada e hicimos subir a un par de ejemplares de vida impura. Eran dos chicas
    esclavas del opio en distintos grados (o eso parecía) que aun se conservaban bastante
    bien. La pequeña de rostro vulgar y pelo recogido se dedicaba a chupar pollas con un
    ánimo descorazonador. La morenaza de largos rizos y pechos generosos, sin embargo,
    sonreía y coqueteaba oscuramente. La morenaza se llamaba Ruth y al desnudarse
    mostró una espectacular cicatriz en su vientre. ¿Había sido apuñalada? Nunca me lo
    diría. Sería capaz de cualquier guarrada por una miseria pero no contaría su secreto ni
    por todo el oro del mundo (averigüé, más tarde, de boca de su amiga)

    Al siguiente día tuvimos a Ruth y su amiga (de nombre Candela) en el ático. Sus
    inicios habían sido en el barrio de su infancia, donde Candela chupaba las pollas de los
    dueños de ultramarinos mientras Ruth bailaba desnuda bamboleando sus abundantes
    pechos. Pero los estragos de la droga habían obligado a Ruth a ser menos remilgada y
    participar de las mismas miserias que su amiga.

    En el ático Ruth era como una diosa morena, todo en ella era copioso. Desde su
    cabello rizado hasta sus pechos, pasando por un peludo y ensortijado coño salado. Sus
    labios carnosos, sus ojos grandes, las deliciosas aureolas de sus pezones. Podía haber
    sido la princesa de un sultán árabe en vez de la puta yonqui de mirada triste, a pesar de
    las sonrisas frías.

    En cambio Candela con sus ojeras, su gesto siempre desalentado, se movía por
    inercia. Aun tenía unos pechos hermosos de gruesos pezones y, con el pelo recogido y
    su desnudez limpia, poseía cierta belleza morbosa y lastimera.
    Así yo gozaba enredándolas en juegos obscenos e impúdicos. Tomando fotos de cada
    orgia procaz. Acumulando material en mi colección de pasiones lúbricas. Mucho tiempo
    después Candela moriría y Ruth desaparecería, al menos eso me contaron. Pero siempre
    vivirían en mí, en parte gracias a todos esos vídeos que grabé observando la miseria de
    sus vidas, interpretando un teatro grotesco para mi gozo y deleite.
    Una vez la señora Velasco me preguntó que hacía en un lugar como Ceuta.

    - Olvidando un amor- Contesté sorprendido de mi mismo.
    - ¿Un amor?
    - Siempre es un amor... ¿qué más se puede desear olvidar?
    - Las penas, la tristeza, la muerte...
    - El amor duele más que todo eso.
    - Permíteme que lo dude...
    - No hay mayor tristeza, desgracia y muerte que la de un apasionado enamorado sin
    amor...sin amor la vida es una cáscara de nuez vacía...
    - Sin amor se es libre, más vale solo que mal acompañado...

    Podría haber sido cruel, rebatir sus frases hechas contándole que pronto se
    marchitaría su luminosa madurez, que ya nadie querría follársela salvo los degenerados
    más indeseables y que sola y vieja se acordaría del amor y de la dorada jaula y los
    grilletes de plata de una relación apasionada. Hubiera podido ser cruel y luego
    follármela para hacerle olvidar la tristeza del ocaso de su vida. Hasta llorando estaría
    hermosa, pensé. Pero en un momento de debilidad acabé besándola de una forma
    romántica, como un amante arrebatado. Ella me miró un poco sorprendida, disimulando
    su turbación y correspondiendo al romántico deseo de un corazón que aun no se había
    convertido en piedra.

    Nunca debimos pasar aquella noche incestuosa, pues parecíamos madre e hijo
    enamorados. Fue un error, más para ella que para mí, pues al fin y al cabo yo no podía
    amar porque me habían arrancado el corazón. Ella aun lo poseía, aunque arrinconado en
    la soledad de la libertad largamente ansiada por un amor desengañado...de antaño.

    FIN
  • LancelotLancelot Pedro Abad s.XII
    editado julio 2014
    Como antiguo militar de reemplazo de Ceuta, me he divertido mucho leyendo tu relato. En la ciudad solo había dos hoteles grandes La Muralla y el Puerta de África... Cuando hablas de la Plaza de San Luis creo que es por donde quedaba Correos... Y sobre los clubs puedo intentar reconocer El Constantinopla. En el Puerto te podías encontrar toda clase de circunstancias, casi siempre indeseables.
  • CarlosSerranoCarlosSerrano Fernando de Rojas s.XV
    editado julio 2014
    Lancelot escribió : »
    Como antiguo militar de reemplazo de Ceuta, me he divertido mucho leyendo tu relato. En la ciudad solo había dos hoteles grandes La Muralla y el Puerta de África... Cuando hablas de la Plaza de San Luis creo que es por donde quedaba Correos... Y sobre los clubs puedo intentar reconocer El Constantinopla. En el Puerto te podías encontrar toda clase de circunstancias, casi siempre indeseables.

    Jeje, desde luego, el puerto! A saber cómo estará ahora todo eso...creo que El Príncipe es una serie sobre Ceuta, no? Auqel barrio tenía mala fama...una vez con mis compañeros de cuarel nos encontramos un Mercedes blanco lleno de marroquies que nos enseñaron una pistola! En fin...me alegro que hayas leído mi relato, a estas alturas había perdido toda esperanza.:D
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