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La perfección - El perfeccionismo

antonio chavezantonio chavez Miguel de Cervantes s.XVII
editado abril 2014 en Ensayo
De mis cábalas conmigo mismo por saber qué son la Perfección y el Perfeccionismo, saco la conclusión de que están en el zoco, pero a un coste muy elevado. Si te empecinas, puedes aproximarte; lograrlos, es harto difícil. Tu empeño por hallarlos, fortalece tu esfuerzo; tu fe por conseguirlos, moraliza; creer que los puedes obtener, sigue proporcionándote ilusión. Pero su búsqueda debe estar cimentada en la coherencia, para tratar de que no vaya en contra de la razón, lo que sería frustrante e incluso peligroso, como explico seguidamente, con los pelos y las señales de los propios términos. Pero, ojo, todo ello desde mi óptica.

Como se puede ver, hago mis pinitos filosóficos, con idea de restarme presión, pero una vez relajado, llego al convencimiento de que al menos el Perfeccionismo no es imprescindible, por contra, perjudicial. Además, para lograrlo habría que emplearse en ardua tarea, carente de sentido común, que confundiría e incluso enloquecería a algún empedernido buscador. Porque si se llega a una alta sintonía con la Perfección o el Perfeccionismo se iba a poner el listón muy alto, y nada que se haga parecerá bien hecho. Además, no habrá más remedio que soportar una serie de autocríticas adversas, que harán languidecer, y se tendrá que aceptar preguntas propias, como: “¿ese afán tan desproporcionado, para qué sirve?” “¿Merece la pena tanto esfuerzo y adorno para hacer algo normal?” “¿Si lo que has hecho está bien así, para qué dorarlo?” “¿No ves que un exceso de manía merma la capacidad de tu constancia?” “¿Es orgullo o paranoia lo que te induce a ello?”. Y otras, del mismo corte, que son las que provocan confusionismo, máxime si lo hecho no es para uso y disfrute propio, y para quien vaya destinado no quiera o no sepa valorarlo, ni como simple cortesía.

Está claro que este tipo de obsesión puede derivar incluso en trastornos emocionales, porque lo que se lleve a cabo, con iniciativa, conocimiento, y convicción, se va a cambiar una y otra vez, sin la seguridad de saber qué es lo mejor. Y esto es grave, ya que se puede dar la circunstancia, de hecho se da, que ni siquiera se acierte a hacer las cosas en forma normal. Es decir: hacerlas, sencillamente. ¿De acuerdo? Sigo pues.

Es de un riguroso ortodoxo, como norma general, que lo que se vaya a hacer se haga, pero sin florituras, porque no debe haber más objetivo que hacer las cosas, basado únicamente en los cánones del deber y el hacer por excelencia. Lo opuesto; es decir, lo que puede convertir en maniático, afecta y redunda, como ya dije, a un rendimiento normal, no debiéndose admitir, simple y llanamente, por razones de salud.

Pero siguiendo con mis razonamientos, defino la Perfección como realizar cualquier tipo de menester con orden y conocimiento. Y el Perfeccionismo, lo mismo, de idéntica forma, pero con la concesión de una especie de Toisón, pero considerando que no está exento de una manía que roza lo enfermizo. ¡Es que tan absurda y deslavazada desproporción por hacer algo no viene a cuento…! No obstante, en cada cual está si es prudente, aunque me temo que actuar de esa for-ma no se puede evitar, por haber propensión a ello. Pero ojo a las consecuencias, que casi nunca son las deseadas.

Pero, rizando el rizo, voy a intentar definir estos dos conceptos distintamente, pero con iguales significados: a algo bien planteado, bien realizado y bien acabado se le puede llamar Perfección, aunque el proceso no haya sido del más puro ortodoxo, pero, sin embargo, los resultados son del agrado propio y ajeno. Bien. Ídem de lo anterior, pero con la pleitesía de haber rendido honores a la pulcritud, se le puede denominar Perfeccionismo. Aunque ni siquiera tal pulcritud llega a las cotas de lo que se entiende como el concepto químicamente puro. Por otro lado, casi imposible de alcanzar.

Sintetizo. Es necesario e ineludible, como ya dije, un afanoso interés por hacer lo que sea. Y a la jodienda de Perfección y Perfeccionismo la voy a des obsesionar, adjetivándola como anecdótica, ya que el valor real de un cometido no debe tener más transcendencia de que sea útil. Otra cosa distinta sería “un concurso al mejor fin, con premio y borrachera gratis”. Pero en esta inverosímil e hipotética competición no habría tanta exigencia, sobre todo, porque sería una simple pachanguita, con más que menos inclinación al ocio y al divertimento y sin la presión que impone la obligación. Pero, en todo caso, hacer es querer.

De todos modos, como me lo paso genial relatando Conceptos de la Vida, quiero abundar en mis comentarios diciendo que la profesionalidad en la dedicación es el principal bastión, y, básicamente, la meta a lograr desde un principio. Todo lo que no se haga así, con tan cuerda mentalidad, llevaría a una peligrosa pereza realizadora, provocada, sobre todo y más que nada, por una extraordinaria frustración de no haber podido alcanzar lo que, en definitiva, es prescindible. Por consiguiente, es de inteligente rechazar de plano toda sensacionalista rúbrica aleatoria, que pueda resultar dañina, además de ser una de las más estúpidas inductoras a un supuesto medallero, o al farragoso, especulativo, parcial, caprichoso y desconcertante “Registro Guinness de los Récord”, ahora, más que nunca, de rabiosa actualidad.

No obstante, mis criterios se pueden prestar a cierta complejidad, sencillamente porque hay algunos menesteres que requieren de más atención, pero no porque se tengan que hacer, obligatoriamente, mejor, sino porque su índice de dificultad no admite chapucerías, y no funcionarían si no se hacen correctamente. Lo que de nuevo nos viene a decir que hay que emplearse de lleno en la ejecución y acabado de lo que se emprenda, pero sin recreamiento, ni, por supuesto, snobismo: dos tontos ingredientes, pero dos ingredientes preparanoia.

Esta versión mía sobre la Perfección y el Perfeccionismo puede sonar a música celestial, pero no se debe olvidar que, por desgracia, no dejan de haber Psiquiátricos en el mundo que no tengan ingresos diarios, aunque no saben cómo medicarlos. Es por eso, pues, que se hace preciso que todos pongamos de nuestra parte para tratar de evitar esta inclinación, habidas cuentas de que aún se desconocen significativos datos del cuándo, dónde, cómo y por qué se produce esta ¿enfermedad?

Y es tan silente su fuerza, que entra en la persona, sin que pueda percatarse hasta que no lo sufre en propias carnes. Se me ocurre pensar que es como una especie de virus, científicamente conocido, pero con el hándicap de que ni siquiera está en estudio por considerarse innecesario, por parte de la Ciencia. Es más, creo que, aparte de estos criterios, no sé de nadie que se ocupe del asunto. Qué es sabido por todo el mundo. De acuerdo. Pero, que yo sepa, y no quiero pecar de jactante, sólo hay constancia de que existe, amén de alguna que otra información, de pasada, en algún diario. En todo caso, estos apuntes no dejan de ser un informe insólito, incluso inédito, pero, a lo mejor, quién sabe, tiene más eco del que cabe esperar. Lo malo es que carecen de difusión, aun sabiendo que no están a falta de originalidad. Modestia, si cabe, aparte.

¿Cuánta gente se ha visto perjudicada, tanto en la vida profesional como en la particular, por esta dramática situación? ¿Será posible que de esto nazca el dicho de “como yo hago las cosas no las hace nadie? ¿Se habrán dejado de hacer trabajos importantes por el insignificante y desafortunado hecho de que no iba a alcanzar las expectativas creadas? ¿Qué se habrá rechazado, que era válido, por el lamentable y desafortunado inconveniente de que tenían como supervisor a algún fatuo con el dichoso Perfeccionismo como bandera?

Bien, señores. “Así es, si así os parece”. No obstante, creo que he expuesto suficientes razones como para hacer reflexionar al más pintado, aunque el más pintado está en su legítimo derecho de hacer lo que le venga en ganas, o “lo que le salga de los cojones”, como diría Nuestro Ilustre Nobel, don Camilo José Cela.

La Perfección es la guinda y la florinata del hacer, como algo
que rinda. Pero sus valores están por ver

El Perfeccionismo es de locos, por esfuerzos sin sentido. ¿Pero si lo
bien hecho va como una moto, para qué quedar tan abatido?
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