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Dias de ira

Raimundo FogataRaimundo Fogata Anónimo s.XI
editado mayo 2013 en Fantástica
(Punto de vista del ciego)

Sonaba en el salón la Pequeña Seranata Nocturna del Oh Gran Wolfang. Al piano Carlos, que por dos billetes de diez a la hora, nos trasladaba a Carmela y a mí al gran y mágico mundo de la música clásica.

-Y sigamos con el Oh Gran Wolfang, ¿por qué no? Escucharemos, a través de un vinilo, El Lacrimosa mientras yo recito en alta y clara voz sus inconfundibles versos.

Así lo hizo Carlos, y al instante noté que se sentaba al lado de Carmela, que juntó su mano a la mía.

-Atiendan, fíjense, ya queda poco para el Gran Momento del Oh Gran Wolfang.

Carlos cogió aire y, figurándome que se acercaba más a Carmela, empezó a recitar:

-¡DÍA DE TRISTEZA AQUEL
EN QUE RESURGIRÁ DE CENIZAS
EL CULPABLE DEL JUICIO,
ASÍ QUE TEN PIEDAD, OH DIOS, CON ÉL
COMPASIVO SEÑOR JESÚS,
OTÓRGALE DESCANSO!


Un escalofrío recorrió mi cuerpo de invidente y lo mismo debió sucederle a Carmela, que jadeaba incesante presa de la excitación por el canto y por el miedo que suscitaban aquellos versos recitados de los labios de Carlos.

-Oh Dios, compasivo Señor Jesús, ten piedad del Oh Gran Wolfang –gritó Carlos tras el final de “El Lacrimosa”.

Carmela gemía sin cesar y apretaba mi mano cada vez con más amparo. Mientras, yo sobrevivía a la fascinación del momento y me dejaba llevar por la situación, contrariado por un cúmulo de emociones dispares. Empecé a notar la mano de Carmela cada vez más sudada.

-Bien, señores, no bajen la guardia y sintonicen sus oídos porque se aproxima DIAS IRAE. Esta es, sin duda, la música del Señor y así es como Él quiere que os la transmita. ¡Oh Gran Wolfang, ven a mí!

Carmela vibró tras la primera estrofa. La voz de Carlos sonaba cada vez más grave. Los cristales retumbaban.

-¡DÍA DE LÁGRIMAS
SERÁ AQUEL RENOMBRADO
EN QUE RESUCITARÁ DE LA CENIZA PARA EL JUICIO
EL HOMBRE CULPABLE!


Retumbaba Mozart en el salón. Empapada Carmela a mi costado. Veía imágenes de seres invertebrados bailando en cementerios. Carlos estaba ganándose el sustento.

-Oh Gran Wolfang, cómo adoro el perfume de esta mujer, cómo adoro su silueta, sus curvas tan sensibles a mi tacto. Oh Gran Wolfang, que el poder de tu canción otorgue fuerza al pobre ciego, deja que la empotre salvajemente contra la pared en cada misa de difuntos mientras el mundo llora, ¡y yo, poderoso y gentil maestro, consiga que se torturen con alevosía hasta el gran estallido final!

-¡DÍAS DE IRA! ¡DÍAS DE IRA! –gritábamos Carmela y yo al unísono.

De repente la música dejó de sonar, Carlos se lavó las manos, y Carmela, tras ajustarse el vestido, le pagó.

-Que el Oh Gran Wolfang le bendiga. Hasta la semana que viene. – le dijo a Carlos.

Tras el portazo, Carmela se abalanzó sobre mí y me desnudó. Hicimos el amor durante horas. Nadie nos vio, solo el Oh Gran Wolfang fue testigo presente del amor bizarro entre un pobre ciego y una bella mujer.


(Punto de vista de Carlos)

Me levanté del piano de los Señores Piazón tras haberlos fascinado con una pieza sublime del Oh Gran Wolfang. Entonces encendí el tocadiscos, coloqué el vinilo tan esperado por la pareja y, después de sentarme al lado de Carmela, me preparé para recitar los mágicos versos de “El Lacrimosa”.


-¡DÍA DE TRISTEZA AQUEL
EN QUE RESURGIRÁ DE CENIZA
EL CULPABLE DEL JUICIO,
ASÍ QUE TEN PIEDAD, OH DIOS, CON ÉL
COMPASIVO SEÑOR JESÚS,
OTÓRGALE DESCANSO!

Me aproximaba cada vez más a Carmela, sentía su latir en mi latir, su respiración en mi cogote, mi mano entre sus piernas. Ella se dedicaba únicamente a apretar la suya contra la de su marido Isidro, el pobre ciego. Al notarla nerviosa, pensé que ya había llegado el momento de hacerme valedor del sustento que cobrara de la pareja por trasladarles al mundo de la música clásica y empecé a arrugar el vestido de Carmela, que gimió nada más notar mis fríos dedos en lo alto de sus piernas.

-Oh Dios, compasivo Señor Jesús, ten piedad del Oh Gran Wolfang – grité cuando la pieza musical concluyó.

La respiración de Carmela provocaba en mí un morbo añadido que transmití batiendo con más rapidez mi mano por su entrepierna. Isidro, con la cabeza firme y la sonrisa puesta, mantenía la compostura habitual de cada sesión. Él notaba a su mujer vibrar, venirse arriba con cada principio de estrofa que el Oh Gran Wolfang nos brindaba. Lo mejor estaba por llegar, DIAS IRAE era la pieza clave, era la melodía todopoderosa que marcaba el antes y el después del recital de música.

-Bien, señores, no bajen la guardia y sintonicen sus oídos porque se aproxima DIAS IRAE. Esta es, sin duda, la música del Señor y así es como Él quiere que os la transmita. ¡Oh Gran Wolfang, ven a mí!

Sí, Carmela ya meneaba su cuerpo al son de mi mano, que era el son de la música, que era el son de la vida. Temblaba ella al igual que los ventanales del salón. Y llegó el desencadenante de la ira y la pasión desenfrenada. ¡Días de ira, días de ira!


-¡DÍA DE LÁGRIMAS
SERÁ AQUEL RENOMBRADO
EN QUE RESUCITARÁ DE LA CENIZA PARA EL JUICIO
EL HOMBRE CULPABLE!

Mozart, misericordioso, con su Requiem en lo más hondo de los corazones de los tres, diferenciando el mundo celestial del inframundo que nos rodeaba. El acabose, una bomba nuclear, la lucha por la sobrevivencia del amor bizarro.

-Oh Gran Wolfang, cómo adoro el perfume de esta mujer, cómo adoro su silueta, sus curvas tan sensibles a mi tacto. Oh Gran Wolfang, que el poder de tu canción otorgue fuerza al pobre ciego, deja que la empotre salvajemente contra la pared en cada misa de difuntos mientras el mundo llora, ¡y yo, poderoso y gentil maestro, consiga que se torturen con alevosía hasta el gran estallido final!

-¡DÍAS DE IRA! ¡DÍAS DE IRA! – gritaron Isidro y Carmela a la vez.

Entonces el tocadiscos dejó de funcionar, Carmela se ajustó el vestido y me pagó. Me dio las gracias al oído y me lanzó un beso. Tras despedirme me quedé detrás de la puerta y oí como los tambores anunciaban el fin del mundo: la felicidad del trabajo bien hecho. Aquella misma noche pensé en pegarme un tiro.

Charlie Rai- La Tinta Vino (Siguenos en facebook, La Tinta Vino,)

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