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STAR WARS (Mi humilde homenaje) -Cap 2 (1ª Parte)

DarsayDarsay Pedro Abad s.XII
editado abril 2013 en Ciencia Ficción
Dos


Rojo


Aquel atardecer le recordó en cierta manera a uno de los primeros que vio en Iridonia, hacía ya algún tiempo. Las gigantescas cordilleras se erguían afiladas y escarpadas contra el cielo crepuscular. Divisó tres lunas en perfecta hilera, una más pequeña que la anterior, pintadas en un extremo del firmamento. Las primeras estrellas comenzaban a poblar el vacío con titilantes destellos, tan lejanas como lo estaba aquel mundo que tan fuertes emociones despertaba en él.
Era el tercer día que pasaban allí desde que se habían estrellado, y aunque al principio los restos de la cápsula les servían de cobijo, Darsay comprobó la escasez de suministros. Estaban quedándose sin agua potable y sin comida.
Pero eran las noches lo peor de todo. Ninguno de los dos podía conciliar el sueño, una asfixiante atmósfera de crueldad y malicia indiscernible ardía en sus espíritus, y el descanso se hacía prácticamente imposible.

El planeta era árido y frío, de aire respirable, pero en sus pequeñas exploraciones por la zona no había hallado indicios de vida alguna. Algunas ruinas de antiguas edificaciones formaban parte del erosionado y accidentado terreno, un paisaje que se repetía allí donde posase la vista, regido por la fuerte ventisca helada que aullaba continuamente en aquella apartada región.
Varus estaba preocupado, pero no por él, sino por la pequeña, aún impactada por lo sucedido. No había hablado desde entonces, pero lo que le turbaba era su bienestar. Él podría sobrevivir, pero ella era algo muy distinto. En el pasado tan sólo tenía que cuidar de sí mismo, nunca había tenido a nadie a su cuidado.
La Fuerza me ha traído hasta aquí, y debo averiguar porqué.
Gracias a su adiestramiento logró hacer que se calmara, con palabras amables acompañadas por suaves oleadas de armonía. Percibió cómo se tranquilizaba, pero aún podía sentir su miedo.
__ No temas, pequeña. No dejaré que te pase nada. Pero debemos averiguar el porqué de este extraño vínculo.
Ella lo miró con el ceño fruncido, abrazada a sus rodillas en un rincón de la destrozada cabina.
__ Yo…
__ No te preocupes. Hablaré yo. Y cuando estés preparada, te escucharé encantado –dijo sonriendo levemente.
La chiquilla twi’lek asintió con desgana y se encogió aún más.
__ No sé porqué he tenido esos extraños sueños, pero comenzaron poco después de aterrizar en un mundo llamado Iridonia. Nunca recordaba lo que había soñado, pero siempre quedaba tu rostro y tu nombre flotando como un eco. Intenté culminar mi tarea antes de entrar de lleno en la naturaleza de esas visiones premonitorias. Debía entregar un mensaje muy importante, pero fracasé. Iridonia sufrió en demasía contra los mandalorianos en una guerra atroz, muchacha, y lo hará de nuevo contra un enemigo igual o peor que ellos.
Por mi culpa.
__ ¿Mandalorianos?
__ Un ejército de fieros guerreros que pusieron en jaque a la República. Hace ya varios años de esto, pero las secuelas pervivirán durante mucho tiempo. Ahora eso no importa. Intuyo que tarde o temprano averiguaremos lo que hay detrás de todo. Me gustaría hacerte una pregunta. Antes de llegar sentiste algún tipo de maldad que provenía de este mundo, ¿desde cuando tienes esas sensaciones?
__ Desde siempre. Algunos decían que era malo, que tenía una especie de maldición. A veces adivinaba cosas. Sabía cosas de la gente, y decían que no era natural.
__ ¿Maldición? Cuánta ignorancia hay en el universo. No es ninguna maldición, ni nada de lo que asustarse. Tienes un don, chiquilla, un talento especial.
__ ¿Esp…especial? –Nanel ladeó la cabeza, confundida –A ti también te pasó, ¿verdad?
__ Algo parecido, pero mi infancia fue más agradable que esto. La Orden cuidó de mí, me instruyó. ¿Recuerdas tus sueños?
__ No mucho, pero no estás igual que en ellos.
__ ¿Igual?
__ No sabría decirlo. Es como si te faltara algo. La ropa, a lo mejor.
__ Si pudiéramos llegar a Dantooine, o en el mejor de los casos, a Coruscant, tal vez…
De pronto, al gemido lastimero del viento lo acompañó un lejano zumbido que cortó sus palabras. Parecía acercarse.
¿Deslizadores?
En sintonía con aquel sonido, el ruido de armas láser abriendo fuego encendió su instinto nuevamente.
Le clavó una seria mirada a la niña y se llevó un dedo a los labios.
__ No te muevas y no hagas ruido –susurró apagando la tenue luz de la lámpara, luego salió del refugio y se orientó hacia el origen de los disparos empuñando una de las armas que había saqueado en la Emisario.
Si tuviera mi espada
Nunca se sintió cómodo con las armas de fuego, las consideraba un tanto ruidosas y aparatosas, pero era lo único que tenía a mano en aquel momento.

Agazapado tras un murete de bloques erosionados, Darsay se arrastró hacia un parapeto de grandes rocas que se alzaban sobre una pronunciada caída de unos diez metros. Abajo, un ancho cañón discurría serpenteando hacia una enorme pared que cerraba el paso.
En medio del angosto barranco, una figura corría a toda velocidad, se agachaba girándose, lanzando ráfagas láser de un rifle y seguía corriendo. Repetía la operación cada varias zancadas.
Desde donde estaba percibió el miedo que desprendía su cuerpo.
Siguió con la vista los rayos rojos que cruzaban el oscuro ocaso. Una moto deslizadora y un esquife artillado lo seguían.
Pero no disparaban.
Es una cacería, pensó.
La moto se desvió hacia la derecha y aceleró, atrayendo el fuego esporádico y nada certero del fugitivo, mientras el esquife se abría hacia el lado contrario. Un grupo de siluetas se movían en la cubierta del vehículo.
Pudo sentirlos en la Fuerza, estaban exaltados.

El perseguido se detuvo tras una roca a comprobar su bláster, lanzó maldiciones y arrojó su arma contra las piedras, luego salió de su cubierta y empezó a vociferar hacia sus adversarios, desenvainando un pequeño cuchillo de una bota.
Entonces, a Varus Darsay se le heló la sangre.
Una figura oscura dio un espectacular salto con doble mortal y aterrizó ágilmente sobre una columnata erosionada. Un haz de brillante escarlata brotó de su mano derecha.
Era un sable de luz.
Un sable Sith.
__ ¡No puede ser! –murmuró.

Comentarios

  • DarsayDarsay Pedro Abad s.XII
    editado abril 2013
    -Cap 2 (2ª Parte)

    La oscuridad se cernía sobre la rocosa garganta con un manto de sombras. El viento aulló estrepitosamente, levantando una nube de polvo en el desértico lugar.
    El Sith saltó de nuevo y cayó ante la presa. Lanzó una estocada horizontal con el fin de decapitar limpiamente a su adversario, pero éste lo detuvo fácilmente. Sujetó la muñeca con su mano izquierda mientras con la derecha esgrimía el cuchillo directamente a las costillas de su perseguidor con un rápido tajo que rasgó sus vestiduras.

    Desde su posición, Varus observó el desarrollo del combate. Los que acompañaban al Sith estaban riendo y mofándose de él, quien rugía de furia al errar cada uno de sus asaltos. Era un togruta, desde donde estaba pudo ver su piel roja, sus lekku estaban adornados con intrincados tatuajes negros que ascendían hasta las astas huecas que tenía sobre su cabeza. Fornido y alto, casi le sacaba dos cabezas al humano que se defendía como un xinkra de Kushibah, feroces depredadores de casi tres metros de altura.
    Darsay lo comprendió.
    Sólo es un aprendiz.
    La forma de coger la empuñadura, sus alocadas arremetidas y torpes esquivas le dio a entender que aquel iracundo cazador no era más que un aprendiz, en cambio, la actuación del hombre le indicó otra cosa. Sujetaba el cuchillo con la hoja hacia atrás, las piernas flexionadas, la guardia siempre en alto sin quitarle la vista a la letal hoja de luz que no paraba de moverse.

    El togruta saltó hacia delante y atacó de arriba abajo.
    El humano bloqueó la embestida cruzando sus antebrazos contra la mano de su ejecutor, luego giró sobre sí mismo y le dio una patada en el costado, volvió a girar y rasgó la túnica negra con un veloz tajo vertical. Pero su enemigo tenía ventaja: La Fuerza.
    Volviéndose a gran velocidad, saltó hacia atrás y levantó el sable, cercenando limpiamente el brazo del cuchillo. El hombre chilló de dolor y cayó arrodillado, sujetándose con la mano que le quedaba el muñón. El éxito de aquel corte por encima del codo le arrancó una torva sonrisa al Sith, confiado de su poder.
    Lo que se desarrolló después no lo hubiera esperado, siquiera imaginado, ni en un millón de años. Allí, en la furiosa vorágine de la maldad, en el corazón mismo del Lado Oscuro.

    Un chillido histérico le hizo ladear la cabeza hacia su derecha. Su compañero motorista salía despedido contra él, chocando ambos violentamente. El togruta cayó derribado mientras escuchaba gritos provenientes de su espalda. Se quitó de encima a su aturdido compinche al tiempo que veía la moto deslizadora embestir con fuerza contra el esquife. El fuego de la detonación incineró a los tripulantes de la cubierta, que intentaron saltar de ella envueltos en llamas. Menos de un segundo después, sus cuerpos reventaron en una lluvia de trozos calcinados, esparcidos en todas direcciones con los restos del vehículo, tras el brutal estampido.
    Intentó levantarse, y arrodillado, distinguió entre el humo y el fuego una figura que se acercaba lentamente, arrebujándose en una túnica harapienta.
    Los ojos le escocían, pero vio claramente al recién llegado. Y no sólo lo veía, podía sentirlo en la Fuerza, y su poder crecía a cada instante. El forastero alargó una mano hacia el suelo y su propio sable, recién construido, voló directamente hacia él.
    __ ¿Quién eres? ¿Maestro? –dijo acelerado, nervioso, con un ligero temblor en su voz. Su corazón latía desbocado.
    __ Responde, Sith. ¿Esta roca es Korriban? –replicó escupiendo las palabras con desprecio.
    __ ¿Eres un…?
    El extranjero encendió el sable y acercó la brillante hoja a su cuello.
    __ Responde.
    __ ¡Nunca, Jedi! ¡Antes me tendrás que matar! –bramó el togruta. Sus ojos brillaban coléricos.
    __ Como quieras –respondió.

    Con la mirada vacía de emociones y la mandíbula tensa, Varus hundió medio metro de plasma entre los ojos del Sith.
    Cuando el cuerpo cayó desplomado al suelo, el hombre se levantó y lo miró confuso, arrastrándose hacia atrás.

    Darsay alzó la hoja y se quedó mirándola, reflejándose en sus oscuros ojos. Analizó sus sentimientos, no había odio, pero sí rabia frustrada. Sabía que debía alejarla de él, liberarse de la desesperación que lo había absorbido por completo. Llevaba años sin sentir aquello, y tras los últimos días en aquel paraje, no necesitó que ningún Sith le dijera lo que su alma sentía. Cuando fue consciente de las vidas que había quitado en unos minutos, las que había segado en la nave, absorbido por el frenesí de la batalla, quiso tirar la empuñadura gris metálica, salir corriendo y gritar tan alto como pudiera, pero no hizo nada de eso. Simplemente se quedó mirando, atraído por aquel brillo cegador, pensando en la cantidad de conocidos que habían caído presa del mal, abrigando en sus negros corazones la traición y el dolor confiando en su poder “supremo”. Pero Varus sabía una gran verdad, detrás de todo Señor Sith alzado sembrando el terror y la muerte, se encontraba un Jedi que ponía fin a su reinado. Entonces, una idea brotó en su mente.
    ¿Y si la Orden dejara de existir?
    Se horrorizó nada más imaginarlo.
    Tengo que salir de aquí. Esta maldita roca me está afectando.

    Fue la tímida voz de Nanel la que hizo despegar su vista de la hipnótica hoja.
    La niña había bajado por una de las laderas menos pronunciadas, asustada al escuchar la explosión y ver que no volvía.
    Pudo sentir su inquietud transformándose en alivio.
    __ Así terminaban los sueños. Ahora estás igual que en ellos –dijo –no era la ropa, era esa luz roja.
    Él la miró con el ceño fruncido, apagando el sable.
    Sonrió, pero en su fuero interno, la revelación de la niña y lo que sus propios sueños le mostraban, no había sonrisa alguna, tan sólo un gran vacío habitado por la duda. El simple hecho de que pudiese caer en el abismo insondable del Lado Oscuro le llenaba de desasosiego, lo inquietaba de una manera que nunca había conocido.
    Bueno, no es el mío, pero me servirá por el momento, pensó.
    __ Tenemos que salir de aquí, pequeña –acarició su cabeza mientras se volvía al hombre herido.
    __ ¿Vas a matarme? –estaba aterrorizado.
    __ ¿Quién eres? No estás con ellos. ¿Te has perdido?
    __ No lo recuerdo. Me desperté hace días en una cueva, pero no me acuerdo cómo llegué aquí. Realmente no me acuerdo de mucho. Por cierto, supongo que debo darte las gracias –explicó.
    __ Por tu acento deduzco que viviste mucho tiempo en el Borde Exterior, quizás Tatooine, no logro discernirlo –señaló Darsay.
    El tatuaje de su hombro me dice que perteneció a algún tipo de milicia, pero no a la República. Las cicatrices de su cuerpo aluden a una curtida vida en el combate, y la forma en la que empuñó el cuchillo habla mucho de él. Pero sus palabras son sinceras, parece ser cierto que no recuerda nada.
    __ ¿Tatooine? Ni siquiera sé lo que es.
    __ No te preocupes, estás a salvo -había cierto atisbo de autoridad en el tono de Varus.
    __ Estoy a salvo –repitió.
    __ Síguenos. Tenemos un pequeño refugio donde guarecernos. Allí podré mirarte el brazo, pero hay que moverse rápido. Cuando vean que les falta un puñado de aprendices mandarán a alguien para encontrarlos y, probablemente matarlos en caso de fuga. Si ven lo que ha pasado aquí, rastrarán estas montañas hasta dar con nosotros –exclamó Darsay.
    __ ¿A dónde vamos a ir? –preguntó el hombre.
    __ En mi profesión se le llama “atravesar las líneas enemigas”. Estamos en Korriban, y esos alumnos no se habrían alejado mucho de su academia, que está cerca de un puesto controlado por la Czerka. ¿Por qué te perseguían?
    __Empecé a deambular y me encontré a esos bastardos. Quería preguntarles por la civilización más cercana, pero tuve un mal presentimiento, así que me escondí. No sólo me descubrieron, me persiguieron hasta que entré en el cañón. El resto ya lo conoces -en su mirada había desconcierto, inquietud.
    __ Movámonos. Percibo peligro.
    Fin Capítulo 2
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