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El Ciclo Tarlesiano IV

DarsayDarsay Pedro Abad s.XII
editado marzo 2013 en Ciencia Ficción
Tras una eternidad subiendo, el conducto de aire la llevó hacia una encrucijada de túneles secundarios, y sabía que podía estar vagando durante horas sin encontrar una salida, pero después de lo que había pasado, prefería morir allí, deshidratada, que ser el espectáculo de soldados sedientos de sangre. Oyó unas voces que parecían llegar de algún lugar cerca de allí y se encaminó hacia ellas. Tan sólo había escuchado una palabra, nave, y un rayo de esperanza iluminó su rostro, ennegrecido por la tierra y las lágrimas. Unos metros antes de la rejilla que daba acceso a un viejo hangar, se detuvo.

__ El precio ya estaba acordado, Volshun. Da gracias a que aún sigues con vida, el último envío no servía, todas estaban enfermas.
__ ¡Eh! Yo no soy un jodido médico para saber si estaban bien, solo parecían algo sucias, ya sabes que los trabajos en las minas las debilita mucho.
__ Me da exactamente igual, espero que el siguiente sea más productivo, o esa maldita chatarra que tienes por nave, y tanto tú como ese piloto maníaco que te acompaña os iréis al infierno, porque yo mismo cavaré vuestra tumba.
__ No te vayas a ensuciar las manos, amigo, seguro que tienes lameculos que lo harán por ti –dijo otra voz.
Shyna se asomó a la rejilla, asustada. Había tres hombres, uno de ellos, alto y embutido en un largo abrigo de piel, entregaba a otro de menor estatura un objeto rectangular y metálico. Pero no eran soldados, eso la alentó.
__ Te equivocas, Crassus –dijo sonriendo el hombre alto –nadie me quitará el placer de arrancarte yo mismo el corazón.
El tal Crassus cogió el objeto metálico al tiempo que Volshun arrojaba al suelo un fardo. Era un tipo desgarbado, de cabello ralo y desaliñado y de grandes ojos saltones. Volshun, al contrario que su compañero, parecía tener cierto porte arrogante, de cabello corto y negro, miraba con desdén el intercambio. Dos hombres salieron de la oscuridad y recogieron el paquete, una especie de saco que se removía con violencia. Uno de ellos lo golpeó con fuerza, y el pequeño fardo dejó de moverse.
__ Ya nos veremos, escoria –dijo el traficante antes de dar media vuelta y alejarse de allí, internándose en las opresivas sombras.
__ ¿Qué es esto, Volshun? –dijo Crassus con el objeto metálico en la mano, una vez se quedaron solos. Shyna suspiró, no la habían descubierto.
__ Un nuevo sistema de perforación espacial –respondió -¿conoces a Genar?
__ ¿El jodido capitán de la Tenebra? Ese está loco.
__ Ese jodido capitán nos va hacer ricos.
__ Mierda, Volshun, ese tipo no es nada de fiar, y ya sabes lo que cuentan de su segundo. Otro loco.
__ Lo que está aquí nos hará ricos, y podremos cambiar la mierda de chatarra esa por algo más decente. Y ya sé que no son de fiar, pero tampoco lo eres tú, y te soporto cada maldito día.
__ La chatarra esa nos ha sacado de muchos apuros, así que respétala. Y en cuanto a lo de ese bastardo de Genar, espero que tengas un maldito ejército acompañándote en la negociación.
__ Eres un cobarde, y me encanta charlar contigo, Crassus, pero preferiría hacerlo a muchos kilómetros de aquí. En la maldita seguridad del espacio. Además, tengo un presentimiento.
__ ¿Qué presentimiento? –preguntó Crassus con la voz rasgada. Después de varios meses con él, Crassus había aprendido que muy pocas veces, Volshun se equivocaba.
__ Uno de los malos, prepara los motores. Nuestros compradores no son gente que tenga mucha paciencia. Además, quieren esa cosa lo más rápido posible y yo deshacerme de ella –Volshun miró nervioso hacia las sombras donde había desaparecido su contacto y sus hombres, y sacó el comunicador del bolsillo, ajustándolo a la frecuencia de la nave. El piloto escupió al suelo y subió por la rampa de acceso.
Aquella era la única oportunidad. No habría segundas oportunidades de escapar. Colarse en la nave y esperar que aquellos tipos la pudieran dejar en algún sitio seguro. Si tenía suerte, ni se percatarían de ella. Pese a su edad, era achaparrada, y podía ocultarse en cualquier rincón, aunque aquella nave no parecía ofrecer muchos recovecos donde esconderse.
__ No olvides el señuelo, no quiero que nos rastreen –le dijo Volshun apremiante.
El hangar era viejo, las chapas metálicas que componían su estructura estaban oxidadas y en algunos sitios completamente podridas. Estaba abandonado, un lugar perfecto para los negocios que tipos como Volshun y gente de su calaña acostumbraban hacer al margen de la ley.

Otras voces llegaron hasta ella por el conducto de ventilación, voces iracundas que clamaban premura. La habían descubierto. Había escuchado rumores de artilugios que usaban los centinelas para detectar y atrapar a sus perseguidos, pero había pensado que eran exageraciones de la gente, infundadas por el terror que sentían ante la brutalidad de los mismos. Ahora sabía que eran ciertos aquellos rumores.
__ ¡No está lejos maldita sea, acelerad el paso! –bramó el centinela. Aquella voz se le grabó en la cabeza y nunca pudo olvidarla. Detrás de ella, algo atravesó la chapa del conducto, una esfera que en cuestión de segundos estalló en una densa nube de humo.
Gas.
Contuvo el aire al tiempo que escuchaba las alertadas voces de los hombres del hangar.

__ ¡Nos han encontrado! –alertó Volshun.
Crassus entró con celeridad en la cabina, sentándose en el asiento del piloto. Ajustó los impulsores y los amortiguadores de inercia.
__ ¡Larguémonos de aquí, Volshun, harán preguntas y no tenemos tiempo de negociar su silencio!
Volshun desenfundó un arma, mientras Crassus ponía a punto los motores, y caminó de espaldas a la nave, atento a la puerta doble del hangar. Tras unos segundos de silencio, ésta explotó lanzando trozos de metal incandescente en todas direcciones. Uno de esos pedazos seccionó el brazo de Volshun al tiempo que lanzaba una ráfaga hacia los centinelas. Dos de ellos salieron despedidos hacia atrás, chocando con sus compañeros y derribándolos.
Ya no había vuelta atrás.

En ese momento, Shyna, con los pulmones ardiendo por la falta de oxígeno, golpeó con fuerza la rejilla del conducto, una y otra vez, hasta que consiguió arrojar la puerta hacia fuera. Los gritos y la confusión reinante impulsaron a la niña a decidirse. Saltó hacia el suelo oxidado y corrió hacia la puerta trasera de la nave, escondiéndose como podía entre las cajas y barriles que estaban diseminados por toda la superficie. Los disparos rebotaban a su alrededor, un barril saltó por los aires a escasos metros de ella, una caja fue perforada junto a los restos del brazo de Volshun. Algo detonó con estruendo a su espalda. Quería gritar y despertar de aquella pesadilla, de aquella locura sin sentido.
Crassus se levantó del asiento, y desde lo alto de la rampa sacó su arma, disparando como un poseso hacia la escuadra de soldados, que se intentaban poner a salvo tras la cobertura que ofrecía el marco de la puerta. Mientras, Volshun, desde el suelo, intentaba retroceder hacia la seguridad de la pequeña nave arrojando ráfagas intermitentes. Emitía estertores y jadeaba, y su piel oscura había perdido todo color. Sabía que se estaba desangrando.
__ Mierda de sitio para morir –escupió sangre mientras alzaba de nuevo el arma –¡comed plomo, cabrones! –su arma emitió un chasquido, pero no hizo nada. Se había quedado sin munición.
__ Al tipo del suelo –el receptor chasqueó en los oídos de los soldados, y encañonaron a Volshun, que intentaba recargar su arma con el brazo sano. Una lluvia de proyectiles acribilló su malherido cuerpo y cayó varios metros más atrás entre convulsiones.
Baralash echó un rápido vistazo a su alrededor y la vio. Una pequeña silueta que se movía entre las cajas hacia la nave. Apuntó y disparó, pero un proyectil le alcanzó en la mano, haciendo que errara el tiro. Sus ojos iracundos se clavaron sobre el contrabandista que abría fuego hacia su posición como un poseso.
No me puedo creer que se vaya a escapar la maldita rata esa, pensó.

Crassus lanzó una última andanada y corrió hacia la cabina, pulsando el botón de cierre de la compuerta. Respiraba con dificultad y el corazón se le aceleró a un ritmo vertiginoso. Sintió algo cálido descendiendo por su pierna, se había orinado.

Utilizando la poca fuerza que le quedaban a sus agotadas piernas, Shyna saltó de nuevo, deslizándose al interior del pequeño transporte, que recibió varios impactos en su chapa antes de elevarse. La puerta se cerró, dejándola a oscuras. Su pequeño corazón latía desbocado, parecía a punto de estallar. Temblaba de miedo, y se le nubló la vista unos instantes antes de caer al suelo, exhausta.

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