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La Orgía del Arcángel.

editado febrero 2013 en Erótica
La Orgía del Arcángel.

Tenían a aquel arcángel preso con cadenas. El muchacho era bello como una exhalante rosa. Tenía los ojos verdes como de caramelo, y los cabellos rubios, punzantes de tanto brillo. Se agitaba sobre una camilla de terciopelo rojo iluminado por la luna que entraba a través de una vidriera. En la vidriera había la escena de un dragón sobre unos esqueletos. El dragón era rojo y tenía en los ojos dos topacios azules furibundos. Los esqueletos eran tan blancos como el azúcar, y el borde plomizo de las figuras, a la luz de la luna, brillaba como de plata. Era el dragón soberbio y lascivo, brutal y bellísimo, el engendro de un hijo de Maquiavelo como mínimo, zarpas y dientes de color amarillo devoraban un cráneo de nácar, y echaba un fuego dorado por la boca que carbonizaba esqueletos blanquecinos y marmóreos hasta ponerlos grises. La luna entraba por la vidriera y se teñía de rojo, verde, escarlata, fucsia, amarillo. Daba a las figuras la apariencia de lo onírico. La muchedumbre allí reunida se coloreaba de luna. Iban todos de luto, de negro, de seda, y de charol brillante. El gran sacerdote satánico, sin embargo, estaba vestido de blanco, con una gran cruz roja invertida en la espalda de su capa. El arcángel se agitaba aterrorizado y gritaba auxilio, con una voz que haría estremecer a las piedras. Pero los satánicos le ignoraban. Sonaba un órgano majestuoso como un inmenso bandoneón de lilas, violetas, azules, grises, negras. Y mil mariposas fucsias revoloteaban bajo su partitura de níquel o plata. Las antorchas iluminaban los espacios oscuros y se quemaban en copones de oro incienso y alucemas. En un momento dado el gran sacerdote satánico extrajo un puñal de oro de su capa y lo hundió sobre el pecho del arcángel. Abierto de par en par el pecho del arcángel el maligno sacerdote extrajo un corazón de cristal transparentísimo del que manaba agua pura. Lo sostuvo en alto con sus huesudas manos y luego lo exprimió sobre un cáliz de oro. La multitud, negra como el carbón, y reluciente, se agitó en un gran OH de satisfacción malsana bajo los acordes diamantinos del órgano, que sonaba como un millón de flautas. Todos comenzaron a beber del cáliz, o a mojarse los labios en su húmedo filo. Y cayeron en una postración deliciosa. Pronto comenzó la bacanal, se desnudaron y se entregaron a todo tipo de excesos. El Gran sacerdote satánico tomó a una muchacha virgen y la embistió como un toro, la rodeó de cuerpo como el mar a una isla, y ella se entregó a él con obediencia y placer. La orgía duró horas y horas, una orgía lenta y rápida, preciosista, de todos con todos, mucilaginosa y libidinosa como ella sola. Los negros trajes en el suelo recibieron una lluvia de esperma. El arcángel la contempló dolorido con su pecho abierto. Al cabo del tiempo todos se fueron yendo. Finalmente una muchacha de ojos azules, pequeña y dulce, menuda como un niño pero con unas tetas enormes, morena y deliciosa como un jacinto rojo, liberó al arcángel de sus cadenas y se marchó. El arcángel recogió el corazón exprimido igual a un molusco aplastado y se lo puso de nuevo en su pecho. Ahora tendría que buscar una aguja para coser la herida. Tenía las alas mustias y no pudo alzar el vuelo hasta que no entró por la vidriera la primera luz del alba.
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Francisco Antonio Ruiz Caballero.

Comentarios

  • LaLeonaLaLeona Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita s.XIV
    editado febrero 2013
    Más bien sadismo a secas.

    Y muy redicho. Mejor separa en párrafos.
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