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Mil Millones (Primera entrega)

mateolevimateolevi Anónimo s.XI
editado julio 2008 en Ciencia Ficción
Mil Millones



(Novela breve)




Abel Carvajal






©Abel Carvajal, 2008. Derechos de autor reservados. Edición en español para distribución y publicación gratuita. Se autoriza su publicación, copia, edición, impresión y reenvío por cualquier medio solamente en lengua española y sin fines comerciales. Pero queda prohibida su impresión, edición, publicación y distribución en cualquier medio para su venta o comercialización sin previa autorización escrita de su autor, así como las traducciones a otras lenguas. Para información adicional o contacto con el autor entre a: http://es.geocities.com/abelcarvajal o http://mx.geocities.com/abelcarvajal , o entre al blog: http://abelcarvajal.blogia.com/ o http://librosdeabelcarvajal.blogspot.com/ . Información sobre las otras novelas del autor: http://laespadaesmeralda.es.tl/ o http://elmagodemesopotamia.es.tl/







1

-Después de un mundo construido por la anterior civilización humana y regida por una sociedad dominante llamada “Occidental” más otras que la imitaron, la que finalizó en el año 2012 y cuyo cambio de ciclo se dio durante catorce años, siete años antes y siete años después de aquel año marcado, empezó una diferente civilización humana. Inició un desconocido ciclo para esta parte del Universo, liderado por una nueva humanidad.
Se cumplió el final de aquellos tiempos con las señales advertidas por los avatares. Quienes anunciaron terremotos, huracanes, inundaciones, sequías, olas de calor extremo, epidemias, pestes, virus mortales… en fin, percibieron cómo la Tierra con la fuerza de la naturaleza se defendió del prolongado e infame ataque de los seres humanos. Todo se cumplió. Los humanos se habían multiplicado en exceso y rompieron el delicado equilibrio de la Vida en el Planeta, gestando su destrucción.
Hubo desolación, sufrimiento, hambre, guerras y muerte…
Esa sociedad humana por más de dos mil años había afincado su desarrollo exclusivamente en la Razón, en el Saber, y en sus intolerantes religiones se había justificado ciegamente. Dejando de lado la Percepción. Sin entender que cada Ser del Cosmos debe buscar la unión de su espíritu con el Creador, con el Centro del Universo, con El Todo, con El Uno, con El Padre, con La Madre Divina, con Dios. Como los diferentes profetas y enviados lo nombraban para que lo comprendieran, pues a su vez es El Innombrable. Sin entender que la materia es nada más una extensión de la Creación, que el mundo de las Formas y del Tiempo es apenas una mínima parte del Universo. Como sus iluminados, maestros y chamanes lo trataron de enseñar.
El empoderamiento que otorgaron a la Razón entronizó la mente humana, olvidando que tan sólo era una herramienta para la evolución del Hombre. Se esclavizaron del pensamiento y de su hija: la ciencia. Y esta a su vez como fruto desarrolló la tecnología… esclavizándolos todavía más. Alejándose así de la Percepción y de la verdadera riqueza: el Poder de sus Espíritus. El concepto de “espíritu” de lo dejaron a su mismo razonamiento empequeñeciéndolo, empobreciéndolo, subvalorándolo, encarcelándolo entre los barrotes de sus mentes, de modo que mientras más filosofaban más dejaban de lado sus espíritus, hasta que finalmente lo aislaron en un místico concepto religioso.
Así la Razón gobernó su mundo sometiéndolo al sufrimiento de la materia y del tiempo. Aquella sociedad humana, que se creía civilizada y que llamaban moderna, se desarrolló en función de la transformación de la materia: inventando objetos, transformando la materia en productos y construcciones, mismos objetos que servían para crear otros. De ahí se vieron en la necesidad de crear el trabajo asalariado, de dividirlo, de jerarquizarlo; esclavizaron a otros para que hicieran los trabajos más arduos y difíciles. Más sufrimiento.
La Razón descubrió que la cantidad de bienes materiales marcaba la diferencia, el poseerlos daba poder, mientras más se tenía más poder sobre los que menos tenían. Se creó la riqueza extrema y la mísera pobreza. Y más sufrimiento. Pero también los objetos servían como armas para apropiarse de más bienes, más tierra, más hombres y mujeres. Surgieron las guerras y un sufrimiento todavía más horrible… La ciencia avanzaba, la tecnología más se desarrollaba pero la Historia se repetía una y otra vez, la Humanidad seguía siendo la misma. Todo siguió así por siglos en una carrera autodestructiva cada día más veloz.
Finalmente todo colapsó.
Todo llega a su fin si está bajo el yugo de su majestad el Tiempo. Todo en el mundo terrestre obedece al Tiempo, toda la materia, absolutamente toda es corruptible a su turno.
Otras señales del fin de aquellos tiempos se dieron. “La sin razón”, la llamaré. Unas enormes e inmorales diferencias entre la riqueza y la pobreza. Algunos derrochaban hasta el escándalo en cosas y objetos inútiles a la larga, que en el fondo servían para satisfacer la vanidad y el ego de sus compradores: ropa de diseñadores, joyas, relojes, autos lujosos, yates, obras de arte a precios exageradamente ridículos y cuanto cacharro banal o moda efímera se pudiera inventar. Mientras muchos otros no muy lejos, morían de hambre, de indigencia, de falta de atenciones básicas. En las naciones más ricas se enfermaban y morían por la abundancia, mientras en otras más pobres se moría la gente por lo poco o nada que tenían… “La sin razón”.
El crimen de Caín contra Abel, la metáfora bíblica que enseña que media humanidad mata a la otra, se repitió.
Ahora ustedes, los humanos del Nuevo Ciclo, la Nueva Civilización, deben aprender de los errores de los antepasados. Aunque me pregunto todavía: ¿La Humanidad ha cambiado o sigue siendo la misma pese a todo lo acaecido? –Hizo aquí una pausa mientras tomó un par de sorbos de agua. Los presentes que lo escuchaban atentamente, jóvenes en su mayoría, se miraban entre sí con tristeza, duda y resignación.
“El Pequeño Profeta”, como lo llamaban sus millones de seguidores, era un introvertido cincuentón, esbelto, mediano de estatura, dotado de una melodiosa voz y de hablar pausado, que con su profunda mirada inspiraba confianza y valor. Desde niño, siguiendo los arraigados preceptos cristianos y las prédicas apocalípticas paternas, estuvo convencido de que él vería el Final de los Tiempos.
No se equivocó, si bien todo sucedió de una forma diferente a la que esperaba, al igual que muchos otros.


2

Cuarenta años antes. Charlotte, Carolina del Norte, verano del 2012.

-¡Feliz día de cumpleaños! –Gritaron al unísono sus padres, su hermana mayor y el inquieto Isaac, el hermano menor. Ethan con su característica sonrisa nerviosa trataba de apagar las dos velitas mágicas, una moldeada en forma de número uno y la otra de número cinco. Soplaba y se encendían… de nuevo se encendían, soplaba, una y otra vez.
-¡Uf, ya no puedo… más! –Jadeó.
-¡Oh, ya déjalas que estás escupiendo el ponqué! –Exhortó el risueño Isaac.
Su madre, una bella rubia sureña, tajó y sirvió cuidadosamente el bizcocho recubierto de pasta azucarada que había horneado el día anterior con los escasos ingredientes encontrados en el supermercado cerca de su casa, situada en el más alejado suburbio de clase media de la ciudad. La economía mundial atravesaba una depresión por cuenta de los desastres naturales, de la escasez de alimentos y sus altos costos; la recesión empezó en el 2008 con la subida del precio del petróleo y de las materias primas.
Mientras servía las porciones en cada plato, añoraba los años no tan lejanos de abundancia en su próspero país.
-¡Cómo habían cambiado las condiciones en menos de dos años! Tantos desastres ocasionados por la incontenible fuerza de la naturaleza, lo nunca antes visto: supertornados en el Medio Oeste, mega huracanes desde el Caribe que destruyeron casi todo el sur de los Estados Unidos, el temido gran terremoto de California, el aumento del nivel del mar por el deshielo de los polos que inundó a buen parte de New York y otras ciudades de la Costa Este, oleadas de calor sofocante, inundaciones en los estados del norte… La primera potencia mundial sucumbía ante el único enemigo más poderoso: el calentamiento global. La venganza de La Tierra contra uno de los países que más daño le había ocasionado en la última centuria… Millones de norteamericanos han pagado con sus vidas y muchos más con la pérdida de sus bienes. ¿Cuánto más falta? –se preguntaba mirando a sus hijos preocupada.
Observó a su robusto esposo mientras comía en silencio. Recordó aquellos inolvidables años que pasaron en México y después en Colombia, mientras su esposo estaba en “misión”. Vivir por seis años en América Latina fue una enriquecedora experiencia, había aprendido mucho, en especial sobre la diversidad de costumbres. Sus hijos no sólo ganaron una segunda lengua y amigos, sino también conocimientos sobre otras culturas, sobre lo bueno y lo malo del mundo, sobre lo grande que es el planeta y el equivocado egocentrismo de su país, sobre la familia, sobre la humildad y la sencillez de tanta gente que sabe vivir con poco y parece más feliz. Algo despreciable para el norteamericano promedio pero no para ella, nieta de un inmigrante alemán.
Tal vez no era casual que mientras en América del Norte, Europa y Asia, donde también el calor extremo, inundaciones, ciclones y terremotos arrasaban, los continentes del sur no sufrían tanto. Sudamérica y África, exceptuando unos períodos de fuertes sequías y lluvias que alternaban el protagonismo en el teatro del clima, de uno que otro volcán que eructaba su lava y de las inundaciones por la subida del nivel marino en sus costas, eran los dos continentes menos castigados por la furia de La Tierra.
¿Era justo? Aquellos países del llamado Tercer Mundo eran menos industrializados, pero igual habían contaminado, ensuciado, dañado y destruido el planeta, con sus sobrepobladas y congestionadas ciudades, con las indiscriminadas deforestaciones y mortal destrucción de sus variadas faunas y ricos ecosistemas. No estaban limpios de conciencia, no podían estarlo. Unos cuantos miles eran las víctimas del alterado clima, era una cuenta menor comparada con la que se les cobraba a los países del Norte. No obstante la factura parecía estar llegando, una cuenta en moneda diferente, según las últimas noticias.
Informaban de una pandemia que se extendía desde Centroamérica hasta el sur del Brasil, parecía que un extraño virus tropical que seguramente había mutado estaba fuera de control y cobraba la vida de su huésped en cuestión de días. Su contagio era irremediablemente mortal. Decían que sus victimas se contaban con siete dígitos. Recomendaban no viajar a estos países.
De África, aparte de las hambrunas por las largas sequías poco se informaba. “El continente olvidado”, era vergonzoso que lo llamaran así. Nunca a nadie de otros continentes le importó aquella maravillosa tierra, donde nació la especie humana, según los antropólogos. Hoy en día, en estos difíciles tiempos afectaba aún menos lo que allá pasara, podía morir hasta el último de sus habitantes y el mundo desarrollado apenas si se conmovería.
De repente, unos bruscos golpes en la puerta de la casa la sacaron de sus cavilaciones.
-¡Abran, abran pronto! –gritaba una voz masculina del otro lado.
Isaac corrió hacia la ventana. Impresionado, dijo:
-Son unos soldados.








(Próxima entrega en el blog:
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Etiquetas: Primera entrega de "Mil Millones"
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