En cuclillas tras los matorrales los ve marcharse de la mano, él jugando con la cabellera morena de Violant que se mezcla con los medallones de sus pendientes, empujándola por la cintura en un paseo lento y embriagado, despreocupado del ocaso que se cierne en pleno bosque. Las imágenes hierven en los ojos de Ilona que cierra los puños y aprieta los dientes, y ha de llorar por no descubrirse, por no saltar sobre la pareja y degollarlos con el pequeño cuchillo que siempre lleva encima para arrancar raíces, por no esparcir sus restos en lo frondoso de la arboleda y huir, muerta en vida como está, de las tierras que le han arrebatado el amor de un gitano, de su gitano.
Seca ya, con maquinal y calculada frialdad, reúne hierbas, varas, incienso y licor en torno a una mesa que las más de las veces se usa para destazar. Dibuja círculos en el suelo de tierra y los deshace con sus pies desnudos, escupe sobre su manto, alimenta fuego y musita en un lenguaje antiguo palabras que no proceden de su garganta, que no se forman en sus cuerdas vocales, palabras nacidas e impulsadas desde vísceras ardientes y despechadas. A la luz de las primeras ascuas su rostro crepita y sus ojos sustituyen aceituna por grana. Oh, Debel, tantas veces has llorado el estrabío de tus hijas. Hete aquí una mujer que pone sus pies en el infierno, que desde el infierno verá junto a Ananel satisfecha su venganza.
El día de la boda Violant se puso la falda que de su abuela pasó a su madre y que hoy ésta cede para celebrar la entrega de su pequeña a un hombre de honorable linaje, al más apuesto de los hombres de la región. Las danzas y los coros regados con vino brillan como las hogueras que rodean la tienda de la consumación, a la que Violant entra primero, seducida por la música y las manos de su marido, ligera y pesada a la vez por el deseo de entregarse por fin, de ser, de sellar con la sangre de su sexo la unión que concibió el amor y certificaron los clanes.
Esta noche no habrá camisas rotas ni se cantarán yelis por el matrimonio. Los dedos del padre de Violant no romperán la camisa, blanca, a la salida de la pareja de la tienda, pues de ella sale ya el marido con movimientos toscos, aturdido y desencajado y todavía semidesnudo y, detrás de él, la madre de Violant con la sábana nupcial, blanca también, blanca como la nieve, pálida como la injuria que cae sobre los hombros de su progenitor que habrían de soportar el peso de su hija en volandas y cargan ahora con la vergüenza y el dolor del destierro, mientras la música ha cesado y sólo deja oir los bramidos de los caballos. A unos cientos de metros, Ilona pende de la rama de un olivo. Ananel ha cumplido y reclama ya para sí el primer sangrado de su prometida.
Comentarios
Me a gustado muchisimo, gracias por compartir.
PD: ¿Por curiosidad, has estado en una boda gitana?