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Cárcel de Asfalto

CesareCesare Anónimo s.XI
editado abril 2012 en Negra
Cárcel de Asfalto
Ti-ti-ti-tiii.Ti-ti-ti-tiii.Ti-ti-ti-tiii.Ti-ti…<clock>
Ti-ti-ti-tiii.Ti-ti-ti-tiii.Ti…<clock>
“Me cagó en Dios” -pensó- “si no he descansao nada. Venga arriba.”
Todavía era de noche, y se tenía que preparar para trabajar. Se veía poca actividad en el barrio desde la ventana. Era el día 14 de marzo. O el 15. O quizás era 22 de febrero, o de abril. Qué más da, sería igual que ayer, y que anteayer, y que el mes que viene. Miky se puso en pie, se hizo un café y se fue a la calle con Kelevra, su fiel bóxer. Al abrir la puerta del portal se cruzó con el vecino del 3º, que ya venía de vender pescado.
-Buenos días – dijo Miky, sujetando la puerta.
El pescadero entró sin mirarle a los ojos. Miky no sabía por qué, pero desde que vivía ahí, los vecinos no eran nada amables con él. Si podían le evitaban, le cerraban la puerta en sus narices, y solo le hablaban para quejarse del perro.
“Malnacido”- pensó Miky sin darle mayor importancia, pues ya estaba acostumbrado. Le dio una vuelta al perro y volvió apurando el paso, que tenía que marcharse al trabajo.
Se montó en su Kadett, posiblemente el más fiel compañero después de Kelevra, y se marchó al trabajo. Según salía del barrio, atasco. Y más atasco. Menos mal que lo sabía y por eso salía un rato antes. Estaba harto de que el señor Blascón le echara la bronca y ya iba prevenido. Miky trabajaba en una pizzería, por la mañana limpiando y preparando ingredientes y por la tarde repartiendo las pizzas. Eso si no echaba horas extras, todo por 100000 pesetas al mes.
-Oye Miguel, el sábado tienes que venir, ¿de acuerdo? No sé si te lo podré pagar, pero ya sabes, en estos tiempos, hay que arrimar el hombro. Cuando yo empecé en esto cobraba 60 pesetas a la semana y no tenía ni casco para el vespino, y mírame ahora.
A Miky no le quedaron mas huevos que aceptar, con la última reforma del presidente todos eran carne de cañón y le hacía falta el dinero. De hecho a su espalda pudo oír al señor Blascón decirle al encargado que “le mando a tomar por culo si no acepta, que con lo que me cobra contrato dos sudacas que esos sí que no protestan”. Le daban ganas de partirle la cabeza, pero necesitaba el dinero y al fin y al cabo el señor Blascón no puso pegas al detalle de que Miky no tuviera el carnet de moto, total no tenía ni contrato.
Los minutos se hacían eternos, rezaba por que llegara el mediodía y así por lo menos ver la calle desde la moto. Al fin llego y le tocó llevar 2 pedidos, a cada cual más lejos que el anterior. Después de estar a punto de ser arrollado por una madre que venía de recoger a sus hijos del colegio en su Audi todoterreno y por un abuelo de esos que van con la cara pegada al volante, llego a primer destino.


-Pizza Toscana, son 2700 pesetas, por favor.
-Toma quédate con el cambio.
Miky cogió los billetes y las monedas y salió pitando al segundo destino.
-Pizza Toscana, son 2700 pesetas por favor.
-Joder, ya os podíais dar prisa, que con lo que cobráis por las pizzas que menos. Espera que no tengo cambio, bajo al bar y te subo el dinero.
Dieciocho minutos más tarde apareció y se lo dio todo en monedas.
-Gracias, hasta luego.- Le había hecho perder un tiempo valioso. Mientras bajaba por las escaleras contó el dinero. La de la primera pizza le había dado 200 pesetas de menos, que por supuesto, pondría él de su bolsillo. Al salir a la calle, descubrió que le habían reventado el cajetín de la moto, que tendría que reparar él de su bolsillo, no sin antes tener que escuchar al señor Blascón.
-Han sido unos rumanos, yo los he visto, se han ido para allá.
-Si si, eran 4 o 5, le han dado una pedrada y han salido corriendo.
-Que miedo, pensaba que me atacaban a mí.
Esto era a pequeña escala lo que ocurría en el día a día de aquel barrio. Y del suyo. Y en el de al lado. Y en aquella provincia. Y en el país, y en el continente, y en el trabajo, y en el parque, en definitiva, en la vida. Todo el mundo se chivaba, pero nadie hacia frente a las cosas que no fueran de su competencia, si no era, claro está, para echar más leña al fuego.
-Les tenias que haber pillao in fraganti y darles dos ostias a cada uno, veras como se les quitaba las ganas.
Bla bla bla. El pan de cada día. Mucho hablar, poco hacer. Hacía un mes el presidente había hecho una reforma en el que legalizaba de nuevo la esclavitud a cambio de un salario de risa. Todo el mundo hablaba de ello, pero nadie hacia nada. Hacía tres semanas el presidente había perdonado a los banqueros y grandes empresarios sus multas por no declarar el dinero ganado, mientras por otro lado desahuciaban gente. Todo el mundo se quejaba, nadie hacia nada. Es más, ese mismo día, el presidente prohibió el poder reunirse con un colega en el bar a tomar una cerveza o hablar con alguien por la calle, pues estaba considerado asociación ilícita. Todo el mundo se quejó, pero nadie hizo nada. Bueno si, cada uno a su casa a ver el Bayern de Múnich-Borussia de Dortmund, que podía decidir quién se llevaba la liga.
Bla bla bla. El pan de cada día. Asqueado terminó su turno y volvió a casa.
Puso a sus queridos Maiden en el coche y se zambullo en el mar de humo, cláxones, luces de freno y gritos. Al menos era gracioso, dentro de la situación que se encontraba donde iba a perder otra hora más de su vida, el ver a la gente enfadada y gritándose al ritmo del Run to the hills.
Al llegar a casa estaba esperando su fiel amigo. Él siempre estaba contento pasara lo que pasara. Se cruzó con su compañero de piso que le saludó con un fugaz “hola” y salió pitando del piso. Hacía tres años ya que se conocían pero no se conocían. Podría estar viviendo con un psicópata y el sin saberlo. Se quitó las zapatillas y se tumbo mirando al techo. Su habitación no era nada del otro mundo; una cama, un escritorio con un flexo, una tele y un reproductor de DVD, un armario con la ropa que había ido coleccionando estos años, una estantería las pocas películas que se había podido permitir y un par de posters del Bayern de Múnich y de Metallica. Un comedero, un bebedero y una cama para Kelevra. Echando la vista atrás, se preguntaba por qué, en qué momento se le había ido de las manos.
Miguel Saintre, Miky, como era conocido, era de un pueblo del sur. Tuvo que marchar a la capital debido a la situación familiar y económica del pueblo. Nadie tenía nada, excepto el cura y el alcalde. Con el sueño de hacer algo productivo y no pudrirse en ese pueblo, emigró, pero se dio cuenta de que no todo era tan bonito. No era lo mismo conocer la capital mientras cumples el servicio militar que conocerla sin ese respaldo. Tuvo que buscar una habitación en el barrio de San Félix, en las afueras de la capital. Había más marginalidad y mas delincuencia, pero que carajos, no se podía permitir otra cosa. Se llevaba la mitad del sueldo, pero era lo que había. Después de 3 años, a los 21, y con la mayor parte de su tiempo en el barrio, ya que el trabajo no le dejaba ni tiempo ni dinero para nada más, se seguía sintiendo de fuera. Pocos le saludaban por el barrio, más de uno se apartaba al verle con Kelevra, y que encima gran parte del vecindario fuera seguidora del 1860 Múnich no ayudaba mucho. “Pero qué coño les pasa a estos gilipollas” solía pensar Miky. A Miky le gustaba pasear con Kelevra por el barrio, irse a dar vueltas con su Opel Kadett o escuchar música. Le gustaba el cine de acción y el cine de terror, pero lo que le volvía loco era el boxeo. Uno de sus principales placeres era ver combate tras combate con una botella de ron. Puñetazo tras puñetazo, copa tras copa.
Su relación con sus padres no era mala, pero tampoco era buena, desde que salió del pueblo casi no hablaba con ellos y a menudo discutía. Sus padres no entendían que hacía un muchacho tan joven suelto en la peligrosa ciudad, que cualquier día le iban a apuñalar para robarle. Eso y el llevar pendientes y tatuajes les distanciaba. Poco antes de venir a la capital había dejado el fútbol, lo poco que le entretenía los fines de semana. Dejó todo para aspirar a una vida mejor. Y después de tres años buscando, solo tenía un Kadett y su fiel amigo Kelevra. Era poco, pero Miky sabía que algún día pasaría a la historia.
Miky se levantó, cogió a Kelevra y se marchó a la calle. Por las escaleras se cruzó con la señora Estrella, una cincuentona soltera que solo vivía para joder a los demás.
-Oye niño, mira a ver si puedes sacar más al perro, que se ha meado en la escalera y luego nos mojamos.
-Perdone señora Estrella, pero acabo de llegar a casa y es la segunda vez que sale el perro y no se ha meado, ni en la escalera ni en ningún lado.
-¡Oh! Serás insolente, voy a proponer en la reunión de vecinos que echen al perro de la comunidad, si no sabe convivir, que se vaya.
-Lo que usted diga señora Estrella.
Y siguió adelante con su camino. “Puta malfollada” pensó. Entro en la tienda de John, se compró un litro de cerveza y se fue al parque. Últimamente, todas las tiendas de Frutos Secos y Alimentación estaban siendo alquiladas por estadounidenses que venían aquí. No era raro, ya que casi todos los productos baratos eran importados de los EE.UU. De hecho muchas fábricas se iban allí para conseguir mano de obra barata. Decían que se estaba convirtiendo en una superpotencia, el tiempo decidiría. Se marchó al parque, que estaba un poco lejos, pero que remedio, era el único sitio que podía estar tranquilo y con Kelevra suelto, ya que la ordenanza municipal prohibía llevar perros sueltos. La multa podía ser considerable, incluyendo el traslado del perro a la perrera. Había borrachos en el barrio que la liaban día sí día también y seguían sueltos, y les seguían vendiendo alcohol.
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