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All in

DamapaDamapa Fernando de Rojas s.XV
editado marzo 2012 en Negra
El portón verde del edificio estaba entreabierto y no tuve más que empujarlo para entrar, con un sonido tan chirriante que la pareja de indigentes tapada con cartones y papeles de periódico me miró con cara de perdonarme la vida por interrumpir su sueño en la madrugada. El rellano estaba tan dejado de la mano de Dios que al poner los pies sobre los baldosines de mármol amarillentos me plantee hasta qué punto la providencia cuida de nosotros. Una nota pegada frente al ascensor: “No funciona”. No sé por qué no me sorprendió. Subí las escaleras acompañado a cada paso por el gemido de los peldaños, sin apenas prestar atención a las pintadas y grafitis reivindicativas de las paredes de algún crío con demasiado tiempo libre, poniendo mis cinco sentidos en no tocar la barandilla llena de mugre y contener la respiración lo máximo posible para evitar aquel tufo a orina tan desagradable. La ascensión hasta el noveno piso se estaba haciendo casi tan dura como llegar a final de mes.

No necesité mirar el mensaje del móvil que Elliot me había enviado casi una hora antes para recordar la palabra que debía pronunciar después de pulsar el timbre y ver dos ojos violetas asomarse por la rendija entreabierta de una puerta reforzada de última generación, un detalle que desentonaba por completo con la decadencia que reinaba en el resto del edificio.

-All in.

La puerta se abrió por completo para dejar paso a la figura imponente de un hombre del tamaño de un armario ropero, espaldas enormes y piel morena los trescientos sesenta y cinco días del año. Llevaba unos pantalones de cuero ajustados que le cubrían la parte alta de unos botines de piel terminados en punta, y los botones de la parte de arriba de la camisa morada de manga corta desabrochados, para mostrarle al mundo que él también se depilaba. Lo más ridículo de su aspecto era el chaleco amarillo canario, pero Rolando era un hortera y siempre había vestido como un hortera.

-Hombre, Rolando, bonitas lentillas, te hacen juego con la camisa.

-Muy gracioso, Evans, veo que conservas tu chispa. ¿Qué haces aquí, se te ha perdido algo?

-Sí, algo así. ¿Me dejas pasar?

Los ojos del espectro que tenía tatuado en el brazo derecho me miraban y escuché como hacía crujir las articulaciones de los dedos con tan solo presionar con fuerza los puños. Mientras me desafiaba con los brazos en cruz, noté que separaba ligeramente las piernas para conseguir un mejor equilibrio en caso de tener que sacarme de allí. Las escaleras estaban justo a mi espalda a cuatro metros, pero no tan lejos como el hueco del ascensor estropeado; en caso de recibir un empujón del hortera de Rolando la noche no tendría un final feliz.

-Cachéalo y que pase –dijo una voz desde dentro.

Levanté los brazos y dejé que me inspeccionara de arriba abajo. Por suerte no llevaba encima la H&K USP Compact, que había dejado en casa a conciencia. En su particular escala de valores morales hubiese sido una falta grave para ellos el simple hecho de ver que me presentaba armado a su garito de partidas clandestinas.

-¿Te estás excitando? –le dije sonriendo cuando sus manos palparon mis pantalones.

-No te pases de listo, Gabriel –sus palabras silbaron como balas en mis oídos cuando las susurró mirando con sus ojos violetas el hueco del ascensor-. Sabes que lo que me excitaría contigo son otras cosas.

Me coloqué la cazadora con un par de estirones hacia abajo y pasé por el lado de Rolando mientras me fulminaba con la mirada. Solo cuando crucé la puerta fui consciente realmente del lugar donde acaba de meterme. Al final del pasillo que comunicaba con la entrada había una enorme sala con cuatro mesas de póquer profesional alrededor de una enorme barra de quince metros de largo desde la que unas muchachas de dudosa reputación servían a los jugadores bebidas y cualquier cosa que un puñado de euros y una buena propina fuesen capaces de comprar. El local apestaba a tramposos, policías corruptos y buscavidas arruinados, y aquellas cortinas vintage adictas a la nicotina habían sido testigos silenciosas de la cara más amarga del juego, de esa mala racha pasajera que dura toda una vida.

En la mesa principal lo vi mientras golpeaba con la palma de la mano sobre el tapete para pasar el turno al jugador de su izquierda. Elliot “Fish” Silk, mi compañero de piso mientras estudiaba en la universidad, mi confidente y amigo, al parecer había vuelto al ruedo. Estaba igual que siempre, con su cabello rubio y su corte de pelo impecable, con aquel mechón que le caía hacia un lado de la cara y sus gafas de sol de aviador, haciendo la mariposa con las fichas entre los dedos sin dejar de hacer bromas con los rivales de la mesa. No había perdido ese aspecto encantador y esa labia. Si se lo proponía, podía explicarte con detalles como se había ido a la cama con tu madre y conseguir que le dieras las gracias en vez de partirle la boca.

Llevaba cuatro años sin saber nada de él, desde la redada de mayo del 2008 en un club de ajedrez de Barcelona. Aquel lunes por la noche, después de asustar a un crío menor de edad a la salida de la timba clandestina de un céntrico pub irlandés, la secreta consiguió ponerse sobre la pista de la tapadera de un club de ajedrez que organizaba torneos y partidas con dinero real, algo que está fuera de la ley en Catalunya si tiene lugar en cualquier sitio que no sea un casino. El chico debió de cagarse encima y exageró la información del dinero que realmente movían por allí. Fue tal la falta de información, que dos meses más tarde, cuando el dispositivo formado por la secreta y treinta policías tiraron la puerta del local abajo, se encontraron con diecisiete jóvenes que rondaban los veinte años de edad. Lo único que se incautó aquella noche fueron mil setecientos euros y las risas ahogadas de los cámaras de televisión que habíamos llamado antes para filmar la operación. Pero eso no fue excusa para que no se continuara con el protocolo y tener a aquellos muchachos con las manos sobre la cabeza casi tres horas, tomarles declaración, y ponerles una multa con la que a más de uno se le iban a quitar las ganas de jugar al póquer en mucho tiempo. Casi tanto tiempo como duraron las burlas y los chistes de los compañeros en comisaría.

La única excepción fue Fish. Con él conseguí que se llegara a un trato de favor a cambio de darnos nombres y direcciones de unos cuantos prestamistas para seguirles la pista en busca de algo más gordo y tenerlos controlados. Al final todo se reduce en saber dónde están las teclas para pulsarlas en el momento que más interese.

Lo que no supe entonces es que el nombre de Igor la Rata Téparich iba a ser una nota importante en la canción de plomo y muerte que estaba a punto de desencadenarse en la ciudad.

Ni que él sería una de las teclas que yo iba a pulsar para saciar mi sed de venganza.

Comentarios

  • amparo bonillaamparo bonilla Bibliotecari@
    editado marzo 2012
    Y continuará?:)
  • annasofiaannasofia Garcilaso de la Vega XVI
    editado marzo 2012
    como siempre un deleite leerte...queremos más!;)
  • DamapaDamapa Fernando de Rojas s.XV
    editado marzo 2012
    Continuará pero seguramente tarde bastante, ando encajando muchas piezas de la trama aún :)

    Gracias por leer y comentar.

    Un saludo
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