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Los caminos estrechos de antaño

Conde WaldsteinConde Waldstein Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita s.XIV
editado julio 2011 en Infantil y Juvenil
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José Ramón Muñiz Álvarez

ESTAMPAS DE LOS MARES DEL CANTÁBRICO
Impresiones pictóricas de los piélagos del Norte.

PRIMERA

“El viejo acantilado, junto al puerto”

-No hay nada más hermoso que los mares-, se dijo al contemplar tanta belleza.
Las rocas escarpadas se hacen pardas, al despertar la luz con un bostezo. La brisa llega suave de los mares, herida del salitre que las olas esparcen en el aire, al estrellarse. El viento se hace beso entre las piedras remotas de las playas arenosas. Las nubes seguirán su rumbo incierto, como una lancha roja que navega los mares azulados e infinitos. Las rocas escarpadas se hacen pardas, al despertar la luz con un bostezo. La luz del alba vuelve con apuro, y, al despertar las costas, despereza las últimas tristezas de su espíritu. No hay nadie por las calles ni en la plaza, las calles solitarias enmudecen. El puerto es un desierto hasta más tarde, pues suelen retrasarse los pesqueros que salen a la mar cuando es de noche. Las rocas escarpadas se hacen pardas, al despertar la luz con un bostezo. Los brillos han llenado cada parte del cielo, magna bóveda que espera las voces del bullicio de la vida. Ningún rumor se escucha en los cantiles, poblados, otras veces, de gaviotas. La calma reina el mar en esas horas y solo un ave quiebra, con sus trinos, la paz más dulce, bella y melancólica. Las rocas escarpadas se hacen pardas, al despertar la luz con un bostezo. Parecen aburridos los paisajes, el mar y las espumas, las arenas, las piedras y los altos precipicios. Y pronto será un mágico hervidero la villa, porque es día de mercado. Se escuchará la voz, aguda siempre, de viejas sardineras, de labriegos vendiendo sus verduras, las lecheras…
Miró la inmensidad, miró las aguas del mar inabarcable y sus confines. Halló su azul intenso, sus colores, variantes, caprichosos como lo son las jóvenes hermosas. Y entonces comprendió por qué las gentes que viven de la pesca se repiten: les gusta describir al mar hermoso como un puñal manchado del veneno que hiere en lo profundo y asesina. Qué bello es ese mar, desde la altura, al verlo desde el faro abandonado. Qué bello es ese mar, sus verdes raros, su azul lleno de vida y de coraje, su inmensidad de miles de kilómetros. Acaso su tamaño nos asusta, pensando en sus honduras, sus abismos. Los viejos hablan siempre de criaturas que fabuló el autor de las leyendas que todos escuchamos desde niños. De nuevo contempló tanta belleza, fotógrafo sin cámara, en la altura. Y, entonces, anotó, rápidamente, con letra apresurada, en su cuaderno, sus raras impresiones, su extrañeza. Los hombres de interior se maravillan al ver el espectáculo marino. Les gusta el mar que luce en el verano su calma, su sosiego y parsimonia, bajo ese cielo limpio y despejado. Y luego meditó como los sabios e imaginó ese mar alzado por la cólera. No hay fuerza más brutal y no hay violencia que pueda compararse a esa grandeza que muestra, si se agita enloquecido. Pensó, con cierto asombro, en los valientes que viajan, que navegan por el ponto. Pensó, si cabe, en cómo la miseria moldea las grandezas del espíritu de gentes que han de ser tan atrevidas.
-No hay nada más hermoso que los mares-, se dijo al contemplar tanta belleza.


2009 © José Ramón Muñiz Álvarez
"MARES DE CANDÁS"
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