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BUTTERFLY (capítulo LI)

HORACIO VICTOR ROCHÓNHORACIO VICTOR ROCHÓN Gonzalo de Berceo s.XIII
editado junio 2011 en Terror
CAPÍTULO LI


- ¡Nooo! – gritó alguien por detrás.
Ana, al sentir el aviso, se puso rígida.
- ¡No lo hagas! – gritó de nuevo la misma voz.
Ana, sin abrir los ojos ni voltearse, respondió tajantemente:
- ¡Vete de aquí!
- ¡Tienes que escucharme! – le dijo la voz, más cerca esta vez.
- ¡No quiero oír tus mentiras! – replicó, segura de con quien estaba hablando a pesar de no verla - ¡Déjame sola! ¡¡Déjame sola!! – y abrió los ojos hacia el mar, que tampoco veía por la espesa niebla.
Una leve pero tensa pausa, siguió. En ella, el silencio, como un globo invisible pero palpable, pareció inflarse precipitosamente hasta el clímax antesala del colapso, manteniéndose ahí; esperando ser necesariamente aguijado por nuevas palabras.
La joven Clayton, comprendiendo que sus expresiones habían sido omisas y en vano, y viendo que la situación se volvía insostenible, hizo un último intento ya con el tono en quebranto, al borde de las lágrimas:
- ¡Vete! ¡Largo! ¡No debes estar aquí! ¡No tienes que estar aquí!
Fue entonces que la voz le habló más próxima y sin gritar:
- No, Ana. No, hasta que oigas lo que tengo para decirte – y, de entre la niebla, apareció.
Igual a las gotas de agua que surgen del cielo en una lluvia mansa, así apareció ella; tan suave y tan de golpe. Lucy, que parada ahora a escasos metros de Ana, declaró:
- Todo ha sido un engaño planeado por Jonathan.
- ¡No! ¡Mientes! – respondió Ana, llorosa y de espaldas aún.
Sin esperarlo, otra voz se escuchó desde el inmenso blanco:
- Es verdad lo que te dice tu amiga. Debes escucharla.
- ¡¿Tía Margaret?! – preguntó Ana, asombrada, a la vez que giraba su cabeza para cerciorarse.
Y en efecto, desde atrás de la visible Lucy emergió su querida tía, que aseveró:
- Sí, Ana. Soy yo.
- ¡Pero, ¿qué haces aquí?! – la interrogó la joven, un poco más calma pero más confundida que antes.
- Tuve que venir. Sentí la necesidad de venir. Después de que me contaste y me confiaste todo lo respecto a Lucy, pensé mucho en ello; me preocupó. Y cuando regresaste a Londres tan a prisa, presentí que algo estaba andando mal. Estuve indecisa unos días, pero al final tomé la determinación y me vine. Cuando llegué busqué a Lucy. Por fortuna ella recién había regresado de Francia y me contó todo. Luego juntas fuimos a buscarte y, ¡oh sorpresa!, tu madre poco más y nos mata al vernos. Entre insultos y reproches supimos que habías desaparecido y, conociendo las dos la situación y sobre todo conociéndote a ti en particular, supusimos que, sin dudas, aquí en Dover estabas.
- Te habrá contado ¡su! engaño, a ¡su! modo – reaccionó Ana con tono enérgico.
- ¡No, por favor! No te apresures en sacar conclusiones. Mejor deja que Lucy te relate lo que ella sabe y luego tú decides. ¿Sí?
Ana no respondió. Su mirada profunda y desgarrante, conjunción de llanto, perturbación y odio, se paseaban alternadamente entre los rostros de su tía y de Lucy, hasta que esta última comenzó a hablar:
- Jonathan nos ha sometido a un mundo de mentiras – dijo – Desde hace mucho tiempo buscó distanciarnos sin que nosotras lo notáramos. Sutilmente; sin apresuramientos; y las dos caímos en su juego. A poco de que James se fuera a América, él empezó a insinuarme que tú ya no me veías con buenos ojos y que él no sabía bien por que. Yo como una tonta lo escuché, y cuando más adelante me presentó sus argumentos, me indujo de tal forma, que terminé creyéndole ciegamente. Al mismo tiempo de esto, comenzó a presentarme nuevas personas. Gente con la cual pretendía que me relacionara; supuestos amigos suyos que yo desconocía. Ellos no fueron mayormente de mi agrado, pero cuando yo preguntaba por ti, él me decía que ya no querías verme. Eso me entristecía, y él me consolaba y a la vez, buscando distraerme, me presentaba más y más personas; por lo general hombres. Con todo ello pretendía suplirte, pero el vacío que yo sentía era imposible de llenar. Quise en varias oportunidades hablar contigo, pero Jonathan siempre se las ingeniaba para impedírmelo. Decía que sería inútil hacerlo, además de inoportuno. Que lo dejara a él, que se estaba encargando de solucionar el problema. Ahora sé que a ti también te entretuvo con similares acciones. No con gente, porque sabe que eres distinta a mi; más recatada. ¡Y eso lo utilizó en mi contra! ¡Para sembrar cizaña y separarnos!
- ¡¿Cómo he de creerte?! – interrumpió Ana, aún no convencida por la historia - ¡Cómo sé que no te fuiste con James como me dijo él!
- ¡Yo nunca alcancé a ver a James! – dijo Lucy, casi suplicando – Un tiempo antes de que él arribara, yo me fui a Francia a ver a mi padre que estaba muy enfermo. Él murió poco después de que llegara, y luego me quedé acompañando a mi madre. ¡Tienes que creerme!
- Y entonces ¿por qué regresaste?
- Ahora te lo diré – respondió Lucy – De todos esos hombres que me presentó Jonathan, solo uno, creo yo, resultó ser rescatable; buena persona. Con él me relacioné más que con los demás e incluso entablamos una ligera amistad. Se llama Michael. Es cerrajero. Fue quien les abrió, a ti y a Jonathan, la casa donde supuestamente James y yo nos encontrábamos en secreto; a espaldas tuyas. Michael fue testigo del engaño que te hicieron ese día. Él se dio cuenta aunque no dijo nada en ese momento. Pero sabía que Jonathan había obrado maliciosamente y, sin que este lo esperara, me envió un mensaje a Francia explicándome la gravedad del problema. Yo al enterarme, me vine enseguida.
Ana, que había bajado los ojos mientras escuchaba a Lucy, buscó dentro, en la revuelta de datos dispersos que habían invadido su mente, tratando de aunarlos y encontrar la ansiada verdad. Parecía ser esta.
De repente, alzó de nuevo la mirada, y tratando de disipar sus últimas dudas, cuestionó:
- ¿Pero… y tus salidas nocturnas? Son ciertas. Tu tía lo corrobora.
- Sí, Ana – aseguró Lucy – Sí, son ciertas. Por el transcurso de varios meses, dos o tres noches por semana, iba sin falta a un taller de arte en el subsuelo de un teatro, no muy lejos de lo de Jonathan y que era de un conocido de él. Al menos así me lo dijo. En ese taller ambos trabajábamos en un cuadro utilizando mariposas como materiales para elaborarlo. Era para regalarles a ti y a James, cuando este último regresase de su viaje. Jonathan me lo propuso y yo acepté casi sin pensarlo, pues creía que con ello me ganaría nuevamente tu amistad. Incluso insistió para que yo lo diseñara a propósito, así no cabrían dudas de mi intervención; y como iba a ser una sorpresa, me recomendó que no se lo comentara a nadie. Ni a tus padres, ni a mi tía. Todo lo tenía estudiado. Primero trazamos el corazón y luego la “jota” de James. Por ningún motivo me permitió realizar antes la “a” de tu nombre. Las mariposas las suministraba él. No se en donde las consiguió, pero el hecho es que, cuando llegó el momento de dibujar la “a”, las mariposas se acabaron y tuvimos que detenernos. Jonathan quedó en conseguir más insectos, pero nunca los trajo. Y ahí quedó el cuadro; a medio hacer.
Con este último testimonio de Lucy, terminó de caer el muro de engaños y mentiras levantado por Caw.
A Ana le comenzó a brotar una emoción que le convulsionó el ánimo. La prisa la invadió y corriendo se dirigió hacia su amiga.
La abrazó con júbilo, y en devota súplica se disculpó:
- ¡Oh, Lucy! ¡Perdóname!
- No. Tú perdóname a mí por no haber reaccionado cuando debí.
- ¡Y a mí por no escuchar a mi corazón! – replicó Ana mirando a su tía que, próxima, al escuchar la sentencia, sonrió.

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