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El oxido del honor

editado noviembre 2011 en Histórica
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La tarde parecía mortecina, la poca luz que traspasaba las nubes espesas y oscuras, se unía a la tristeza manifiesta de los habitantes de la pequeña ciudad amurallada.
Las gentes con sus quehaceres daban vida a una ciudad mermada de jóvenes por la codicia de la guerra. Demasiadas viudas, demasiadas madres de luto, demasiadas jóvenes sin alegría.
La silueta de una cabalgadura y su cabalgante intentando mantenerse sobre esta, hizo que la calle se tornara silencio, y los corazones se estremecieran como si la anunciada muerte se presentase en sus vidas.
A nadie dejó indiferente aquella silueta que pronto dejó de serlo para dar paso a una trágica imagen. Los ropajes sucios y rasgados daban fe de un largo viaje, las magulladuras, y sobre todo el corte profundo en el pómulo derecho, apuntaban la dura batalla.

- ¡Es el hijo del duque!-dijo un tendero-
-¡¡El hijo del duque!! ¡¡El hijo del duque!! –Exclamaron por doquier a lo largo de la calle-

Los niños se arremolinaban en la parte posterior del enjuto caballo, y los mayores no daban crédito al cambio adquirido.
-Amadis-le gritó una joven-

Pero el jinete que no se tenía en el caballo, no hizo amago de mirar siquiera.
El pelo negro, recogido en una voluminosa cola, la barba escrupulosamente recortada, y su altanería no era comparable con la lamentable imagen de aquel caballero desvaído. El pelo maltratado por el agua y el polvo, caía sobre sus hombros en una maraña sucia e indecorosa. La barba sin arreglar y cortada a cuchillo se enredaba en la cota de malla, y sus ojos salían de la cara, tal cual había mermado esta por la desnutrición. Todo ello lo hacía irreconocible si no fuera por el escudo en el pecho y sus grandes ojos verdes que brillaban como esmeraldas.
Los niños corrían, los hombres mayores agachaban la cabeza y las mujeres… las mujeres miraban a Amadis mientras sus ojos se llenaban de lágrimas ¿Donde estarían sus hijos y maridos? ¿Qué podía haber pasado?
El corcel avanzaba hacia la puerta principal de la fortaleza. En ella la reina Vittoria ya estaba preparada para recibir al caballero Amadis, sus consejeros, y su mago personal Paino se situaban a derecha e izquierda respectivamente. A pesar de su estado, la reina tenía que tener un primer informe sobre lo ocurrido. Habían partido ochocientos hombres, y los guardias de las Angosturas informaron mediante espejos que volvía solo uno y en mal estado.
La garganta de las Angosturas era el último paso vigilado antes de encontrar el formidable castillo de las Palamentas, una fortificación heptagonal, en la que tan solo uno de sus lados daba a tierra firme, (la puerta principal) el resto seguirían en altura y poder a unos acantilados puntiagudos de más de cien metros.
El caballero tuvo que ser ayudado a bajar del caballo, sin duda la fiebre producida por la infección de la herida, lo mantenía demasiado débil. El peso de Amadis, hacía tambalear los cuerpos de quienes lo mantenían erguido y la reina, nada más verle, corrió a su lado y ordenó llevarlo a las habitaciones reales.
El mago observó a su amigo, y corrió presto a una de las torres donde tenía su estancia, allí estaban sus ungüentos y plantas medicinales.
- ¡Traed agua caliente y lavadlo con cuidado! - ordenó la reina en cuanto llegaron a la habitación -
- La fiebre lo matará – sollozó Mozart- dama notable y miembro del consejo real.
La mirada recriminatoria de Vittoria, la hizo sentirse culpable. De ninguna manera, hubiese querido agravar el estado anímico de su amigo.
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Comentarios

  • amparo bonillaamparo bonilla Bibliotecari@
    editado abril 2011
    Pues si, que quedó bien óxido, si fué el único sobreviviente:eek::cool::rolleyes::(
  • editado abril 2011
    Amparo que es el principio de 460 pag.
    de cualquier forma gracias por haberlo leido.:)
  • amparo bonillaamparo bonilla Bibliotecari@
    editado abril 2011
    jajajaja, pues si apenas colocas el principio, como quieres que me haya leido todo eso:):p:D.
  • editado abril 2011
    De ninguna manera, hubiese querido agravar el estado anímico de su amigo.
    Conocidos desde niños, ambos supieron alimentar una relación, que en algún momento llegó a ser íntima.
    Llegada la pubertad, todos los jóvenes gozaban de la oportunidad de ampliar sus estudios. Para ello, tendrían que pasar tres años residiendo en las Parlamentas y acudir a diario a las diferentes enseñanzas, con las que terminar su formación académica.
    A la mayoría de ellos, dicha opción no les parecía atractiva, sintiéndose satisfechos con lo aprendido de sus padres o en alguna escuela menor, con la que contaba el territorio.
    El hecho de no otorgar ningún privilegio a quién completase su formación, hacía inútil cualquier tipo de prueba para el ingreso. Allí estaban los que querían estar, y Mozart así lo decidió. Las inquietudes de cada persona, no podían estar sujetas a los deseos de nadie.
    De las pocas veces que había acudido a las Parlamentas junto a sus progenitores, siempre le había parecido un lugar especialmente acogedor, pero aquella lluviosa mañana en que sus padres la dejaron en manos de su tutora, se sintió mayor, aunque desprotegida. Una multitud de escalofríos recorrieron su cuerpo. Un ataque de nostalgia, le hacía recordar a sus amigos correteando por el campo y quizá buscándola por los cientos de escondrijos donde jugaban. Llegó a intuir tristeza en los ojos de sus padres, incluso llegó a pensar en zafarse de la mano de su tutora y correr en pos de ellos. Pero llevaba mucho tiempo preparándose para afrontar aquella etapa que se le antojaba interesante, y ahora no iba a defraudarse a sí misma.
    -¡Ven conmigo! Te presentaré a tus compañeras.- dijo la amable señora que la enseñaría a ser adulta.-
    Dejó de mirar la pequeña loma por donde había desaparecido el carro familiar y siguió instintivamente los movimientos de la mano que asía su hombro.
    Sin dejar de mirar al suelo, observó como la lluvia se colaba en el corredor por donde caminaban parsimoniosamente. Agudizó el oído, en un intento de reconocer alguna voz infantil, algo que le indicase que no se encontraba sola entre adultos, pero el golpeo del agua sobre el suelo encharcado, lo envolvía todo y miró sus manos, dándose cuenta de que nada podía hacer, salvo afrontar su propia decisión.
  • editado abril 2011
    Al cruzar una sólida puerta de madera, todo cambió a su alrededor. Lo primero que detectó fue la diferencia de temperatura. Una calidez que agradeció levantando la mirada, para comenzar a disfrutar de los tapices que decoraban los pasillos interiores. Las pocas voces que escuchaba, se alternaban entre adultas e infantiles y por primera vez, quiso apresurar el paso.
    Nunca olvidaría aquel momento, en que antes de entrar en la habitación donde pasaría los siguientes tres años, un muchacho larguirucho, saliera atropelladamente de ella, con unas cintas en una mano y unos calzones interiores, claramente femeninos en la otra.
    -¡Alto ahí!- ordenó la tutora que la acompañaba.-
    Seguidamente, la dueña de dichas prendas, se dio con el costado del retenido joven, para ahogar su risa en una vergüenza patente que la dejó sin respiración.
    -¡Vuélvase a su habitación, señorita! Y vos ¡Entregue lo que no es suyo!-
    Todo pasó ante un silencio incómodo que obligó a la recién llegada a mirar al suelo, no sin antes quedarse suspendida en los centelleantes ojos del muchacho.
    -¡Señor Amadis, diríjase a mi sala y espere el tiempo que sea necesario!-
    Nada salió de aquella boca apretada. Quedaba claro que obedecería y todo continuó para su tranquilidad, pues al entrar en la habitación, sus ojos comprobaron que en ella, solo había temerosas niñas que aguardaban a los pies de sus camas, quién sabe qué castigos.
    -Buenas tardes. Os presento a vuestra nueva compañera. Se llama Mozart y espero que os comportéis como las damas que sois.
    Las palabras le sonaron huecas, secas, sin emoción. Buscó la mirada cómplice de las chicas, pero permanecían inmóviles, demasiado preocupadas por ellas mismas.
    - No sé que hacía Amadis en esta habitación.- dijo la tutora con voz grave.- tampoco voy a preguntarlo, pero si no queréis ser expulsadas, tendréis que acatar las normas. Ya sabéis que ningún chico puede entrar en las habitaciones de las chicas y viceversa.- apuntó desviando la mirada hacia Mozart que se dio por enterada.- ¡Que paséis buena tarde!- concluyó.-
    -Uff, menudo susto.- dijo una de las chicas, que parecía la más rebelde.
    - Ese idiota de Amadis, nos va a meter en un lío.-dijo otra visiblemente enojada.-
    Mozart no sabía hacia donde dirigirse. Se creyó transparente, invisible, torpe e ignorada.
    -¡Venga pasa! Este es nuestro dormitorio. Aquella tu cama, y ese tu armario.- pero ante la mirada perdida de Mozart cuyas primeras palabras no asimiló, la muchacha insistió, pegando su chata nariz a la de ella, en un gesto que la hizo sentirse aún más ridícula.- Mi nombre es Vittoria.-
    - El mío es Mozart.- dijo tartamudeando, pues sin conocerla personalmente, supo de quién se trataba.
    - ¡Que nombre más raro!- refirió, la que recogió el calzón y las cintas.- El mío es Pitiri.- siguió como esperando un comentario del suyo.
    - Encantada.- dijo sin más.-
    - El mío es Keka.-se presentó, la malhumorada muchacha, mientras peinaba su maravillosa melena rubia.
    - Encantada.- se repitió, como si fuese la única palabra que se atreviese a decir.-
    - Espero que no expulsen a Amadis.- dijo Pitiri preocupada.-
    - Si no fueses tan zalamera, no correría ese riesgo.-contestó serena la hija de la reina, para seguir diciendo.- ¡Y tú abre el armario y hazte la cama!-
    - Sin duda era la hija de la reina.- pensó mientras acataba la primera orden que le diera.-
    Las demás, seguían con sus tareas y Mozart abrió el armario con curiosidad. Nada más ver lo que contenía, giró su cabeza, para encontrarse con la mirada expectante de Vittoria.
    Abrió la boca para decir lo que le dictaba el celebro, pero ¿Cómo contradecir a la hija de la reina?
    -¿Ocurre algo?- preguntó irónica la niña que tanto respeto le causaba.-
    - Creo que este no es mi armario.- dijo por fin.-
    - ¡Acaso crees que te mentiría!-
    - No, pero estos vestidos no son míos.-
    - ¡No esperaras ir vestida así todo el día!-
    Mozart se miró así misma. Su atuendo no le parecía tan inapropiado, pero desde luego, nada tenía que ver con los alegres vestidos que colgaban del que era su armario.
    -¿Son para mí?-
    - Si te gustan, sí.-
    Prefirió no responder, sus ojos lo hicieron en forma de destello y alargó su brazo para coger la suave tela, color verde agua, del que le pareció el más sencillo.
    En ese momento, como si de un juego pactado se tratase, sus tres compañeras se dispusieron a abordarla, para convertirla en toda una dama.
    Durante toda su vida, tan solo había contado con cuatro o cinco vestidos, más o menos parcos en detalles y de color ocre el más vistoso.
    El pelo siempre suelto a media melena y sus botines de cuero, sujetos con una hebilla herrumbrosa, suponían lo menos aceptable, por lo demás, estaba aseada y su ropa se mantenía limpia.
  • editado abril 2011
    A medida que la desnudaban, el pudor se adueñaba de ella, intentando cubrir con sus manos, las partes más pudorosas. Pero nada había de maldad en aquellas jóvenes mentes y pronto se vio ataviada con una blusa bordada y un calzón anudado a las rodillas.
    - ¡Ahora me toca a mí!- dijo entusiasta, la joven cuyo cabello ondulaba con gracia hasta la cintura.-
    Colocó sobre la cama, una caja de madera. En su interior, destacaba un cepillo redondo, un peine con púas muy finas y un instrumento metálico de onduladas varillas.
    Comenzó a cepillar delicada pero contundente, para hacer un giro de muñeca al final de la melena. Mozart observaba como alargaba la mano y la introducía en el repleto cajón, del que sacaba con extrema precisión, alambres curvados y otros extraños utensilios que iba colocando escrupulosamente en su cabello.
    Mientras, Pitiri y Vittoria elegían el vestido y los zapatos adecuados, para colocarlos encima de la cama.
    - ¡Bueno, después de todo, creo que lo hemos conseguido!-dijo Keka.-
    - Ahora los zapatos y lista para ir a cenar.
    - ¿Te gustaría verte?-preguntó Vittoria.-
    - ¡Si fuese posible!-
    - ¡Ven a mi armario!-
    Un gran espejo ocupaba la parte interior de una de las puertas, y Mozart pudo deleitarse con su propia imagen. El pelo recogido en una especie de moño trenzado, de donde partían algunos tirabuzones sueltos, descubrían su desnudo cuello, haciéndola más adulta de lo que era. El vestido le pareció un sueño y los zapatos dignos de una reina. La felicidad inundaba su rostro y por primera vez se sintió mujer.
    -¡Eres muy guapa!- le dijo amable la hija de la reina.
    Las cuatro salieron pletóricas. Aún siendo tan jóvenes, su aspecto refinado y elegante, las hacía dignas de admiración.
    Al entrar en el comedor, todas las miradas se centraron en el encantador cuarteto. Primero, Vittoria junto a Keka y después Pitiri y su nueva compañera, desfilaron coquetas ante los ojos envidiosos de ellas y los de asombro de ellos.
    Mozart buscó entre las mesas, pero no encontró al joven Amadis. Miró a Pitiri y se sorprendió más preocupada por él, que ella.
    - Tu amigo no está.- afirmó, después de buscarlo entre las cuarenta y tantas personas que esperaban la cena.
    - ¿Mi amigo?-
    -¡Sí! El muchacho que entró en el dormitorio.-
    - Posiblemente, lo hayan dejado sin cenar.-dijo despreocupada.-
    Vittoria buscó una mesa donde hubiese cuatro asientos vacíos.
    - ¡Allí! - indicó Keka.-
    Vittoria ya lo había visto, pero entre los comensales se hallaba Vronski; un chico refinado y guapo que tenía embelezada a su amiga Pitiri, y que creía, podría hacerle daño y por lo tanto intentaba esquivar su presencia.
    Se sentaron cómo si no tuviese la menor importancia y comenzaron a hablar por lo bajo.
    - ¿Puedo sentarme? - preguntó un muchacho corpulento, que ya había terminado sus estudios, pero que de vez en cuando, gustaba de comer con el alumnado.-
    A Keka le hacía mucha gracia el desproporcionado físico de aquel chico. Para lo alto que era, las piernas se le antojaban cortas y la cabeza demasiado grande. Sin embargo, siempre tenía la impresión, de que por la cabeza de Vittoria pasaban otras cosas cuando lo tenía delante.
    Al poco rato, una olla para ocho, se posó en el centro de la mesa, colocada por un ayudante de cocina.
    Los veteranos se hicieron con los cubiertos, para indicar que esperaban ser servidos y Mozart que advirtió las miradas insinuantes, cogió la espumadera, para comenzar a servir platos.
    -¿Ya tienes una nueva sirvienta?- ironizó Dammbert, dirigiendo su pregunta a Vittoria, que tuvo que ser diplomática, pues sentía los ojos del hombre que tanto le gustaba, clavados en su boca.
    - Ya sabes, que aunque pudiese tener; mi ética me lo prohíbe.-
    Mozart se apresuró a intervenir; no le gustó el tono que aquel hombre había utilizado y por otra parte, estaba acostumbrada a lidiar con sus hermanos mayores. Provenía de un ambiente rural y aunque no conocía a nadie, no iba a permitir que la ningunearan.
    - Si lo hago, es porque no me importa, más bien me complace. Por cierto, tu tajada de pescado es la más pequeña.-
    -¡Nos ha salido respondona, la niña!-
    - Ja ja ja. Sí, hasta es posible que te quedes sin comer. Ja ja ja.- se rió Vittoria.
    Dammbert no creyó oportuno, continuar con aquella conversación, por lo que metió la cuchara en el plato y comenzó a mover su contenido.
    Mientras comía la sopa de pescado, que casi siempre constituía la cena, Mozart pudo advertir, las miradas furtivas que promovían el silencio.
    Pitiri casi no cenó; la maestría con la que el joven rubio y atractivo usaba los cubiertos, le confería unos modales exquisitos, que la fascinaba aún más. Vittoria en cambio, mucho más discreta, atendía a las grandes manos del recién llegado, pues apenas si podía manejarse con los que resultaban, ridículos cubiertos.
    Dammbert miraba a Keka, era digna de atención, pero ella no retiró la vista de su plato, ni siquiera cuando Mozart, después de poner el pescado, cogió el cazo para servir el caldo.
  • amparo bonillaamparo bonilla Bibliotecari@
    editado abril 2011
    Bien Lenio, está entretenida esta historia;):):p:D
  • editado abril 2011
    Dammbert miraba a Keka, era digna de atención, pero ella no retiró la vista de su plato, ni siquiera cuando Mozart, después de poner el pescado, cogió el cazo para servir el caldo.
    En el momento en que había que levantarse, para que cada cual escogiera la pieza de fruta que le apeteciera, notó como Vittoria suspiraba. Aquel muchacho superaba en al menos dos cuartas a Vronski, él que según pudo constatar cuando se levantó, no tenía nada de bajito. Se acercó a Pitiri para su sonrojo y le dio un papel escrupulosamente doblado, a la vez que le reprochaba algo con la mirada.
    Al llegar a la habitación, la aturdida muchacha, pateó el suelo con rabia. A Amadis, lo habían expulsado unos meses, obligándolo a seguir a su padre por todo el reino. Pero lo que más le dolió, no fue ese hecho, si no que su amor platónico, la culpara a ella.
    -¡Ya es mayorcito, para saber cuales son las normas!-
    Vittoria se le acercó e intentó calmarla.
    -Tú no tienes la culpa de nada y mucho menos de los celos que sientan el uno del otro.-
    -¿Crees que le gusto?-
    -Claro que sí. Seguro que espera otra nota tuya.-
    Esto apaciguó los ánimos de Pitiri, y al poco rato todas dormían.
    Al día siguiente, después de dormir placidamente, en uno de los jergones más mullidos que llegó a disfrutar, esperó paciente, hasta que sus compañeras comenzasen a vestirse y así tener una idea acerca del atuendo a elegir. Era su primer día y no quería destacar lo más mínimo.
    Aquella mañana de los últimos días del invierno, el sol se colaba por las vidrieras de la pequeña sala, donde quince niños esperaban la llegada de quienes los enseñaban.
    - Hoy tenemos literatura.- dijo Keka ilusionada, pues era su favorita.-
    Un hombre calvo, de nariz aguileña y de edad avanzada, arrastró su mutilada pierna, hasta la mesa de cabecera. Seguido, un veinteañero, que además de llevar los libros, se sentó en un lateral, para tomar notas y aprender las técnicas de enseñanza.
    -Se llama Sacerdote, y dicen que ya ha leído más libros que su tutor.-
    Mozart también había leído unos cuantos, pero nunca los había analizado con tanto detenimiento como en aquellas clases tan lúdicas, en las que Vronski era el alumno más aventajado.
    Ninguna de las diferentes enseñanzas le resultaban aburridas, pero sin duda, la que más le gustaba era botánica. Las clases al aire libre, su reencuentro con los olores frescos y la tierra estercolada, la hacían sentirse viva y rebosante.
    Vivió, cómo la frivolidad que exhibía Pitiri ante la mayoría de los chicos, no era si no, una forma de defensa. Al igual que Keka con su notable frialdad, ambas descubrían su verdadera personalidad en la intimidad del dormitorio común.
    Sus miedos, sus dudas sobre el futuro, sus sentimientos amorosos e incluso los cambios que experimentaban sus cuerpos, formaban parte de aquellas charlas interminables, antes de que sus mentes se rindieran y buscasen las suaves sábanas.
    Las cuatro aprendieron a conocerse, disfrutando de una complicidad latente que las marcaría para siempre.

    Seis meses más tarde, fue Vittoria la que anunció la llegada de Amadis.
    Para ninguna de las cuatro, su ausencia pasaba inadvertida. Pitiri, disponía de él para calmar sus prematuros deseos sexuales y aunque sus juegos eran inocentes, la excitación los mantenía siempre prestos para ellos. Para Vittoria, la costumbre de su compañía formaba parte de su vida, y para Keka simplemente era su tío. Una sobrina, que dada la poca diferencia de edad lo sentía más como un hermano mayor.
    Mozart jamás insinuó ningún tipo de interés, pero Vittoria intuía, que tras su mirada huidiza cada vez que se pronunciaba su nombre, había algo profundo, aunque se hubiesen visto una vez y de forma tan ligera.
    -¿Cómo lo sabes?- preguntó Pitiri, sin esconder su felicidad.-
    - Hoy ha llegado su padre.- dijo con secretismo.- Amadis se retrasa un día, por que trae a otro chico con él, que quiere ser curandero.
    - ¿Lo ha dicho mi abuelo?- preguntó Keka ilusionada.-
    - Sí, se lo ha dicho a mi madre.-
    - Espero que no me odie mucho.- dijo Pitiri, siendo consciente de que fue ella la que lo incitó a entrar en el dormitorio y robarle sus prendas.-
    Así, por diferentes razones, a las cuatro les fue difícil conciliar el sueño, y aquella mañana, más que atender a las explicaciones, vigilaban las puertas de entrada.
    Intentaban adivinar, cual sería su forma de sorprenderlas, si con alguna de sus locuras, o incluso como sugirió Pitiri, ruidosamente sobre su caballo por el adoquinado patio central.
    Pero para tranquilidad de los mayores y desilusión de sus compañeros, entró despacio y por el lugar indicado para acceder a las caballerizas, situadas en el otro extremo del huerto, donde sus compañeros aprendían botánica.
    Sin duda, aquellos meses lo habían hecho madurar. Ya no se veía al travieso muchacho, si no a alguien ennoblecido.
  • editado abril 2011
    Muchas gracias por leerlo. Quiero que sepas, que me haces muy feliz con ese hecho.
    Gracias. Un saludo
  • amparo bonillaamparo bonilla Bibliotecari@
    editado abril 2011
    Es como mucho gusto, me gusta hacerte un poquito feliz:D:):p

    Te seguiré leyendo, me tienes entretenida;):D:)
  • editado abril 2011
    Las tres chicas fueron a su encuentro; Mozart avanzó unos metros, pero permaneció distante, no creía oportuno, saludar a quién no conocía. Sin embargo, lejos de sentir indiferencia, su cuerpo experimentó una pequeña sacudida que le alteró la respiración y le pellizcó el estómago, cuando intuyó una mirada de interés por parte del joven caballero.
    En su mente quedarían atrapados, cada movimiento, cada gesto y la delicada dulzura con la que abrazó a Keka.
    Todo le favorecía, el chaleco de cuero negro, la camisa blanca bajo este, de la cual destacaban las mangas y el cuello almidonado, las botas altas hasta las rodillas, sus guantes y hasta el correaje del que pendía una espada reluciente.
    El encuentro con Vittoria, resultó ser más formal que de costumbre. Tomó su mano y besó el dorso, como lo hiciera su padre con la reina, y aunque su proceder fue el mismo con Pitiri, su mirada resultó más picarona, recorriendo desde su boca hasta los incipientes pechos que aún no abultaban demasiado.
    - Me alegro de volver a verte.- saludó Pitiri.-
    - Yo me alegro de estar aquí.- respondió complaciente.-
    Una voz burlona, resonó por los jardines.
    - ¿No has tenido bastante con seis meses?- vociferó Vronski, en cuanto estuvo a cierta distancia.-
    - ¡Por lo que veo, tú no!- respondió haciendo alusión a la conquista de Pitiri.-
    - Jamás lo haría a tus espaldas, pero…-
    - Me temo que ni el mejor de tus versos, será suficiente.-
    Pitiri, asistía atónita a las palabras que escuchaba ¿Estarían hablando de ella? ¿Tenía Vronski algún interés por su persona? Un leve escalofrío, recorrió su cuerpo y se sintió halagada.
    El encuentro fue efusivo pero sereno, los brazos se estrecharon con fuerza y las miradas firmes.
    -¡Has cambiado, amigo mío!-
    - Todos cambiamos algún día.- le contestó Amadis.-
    También Vronski, percibió el cambio de actitud; sin duda, su padre lo había instruido y preparado para comenzar con el adiestramiento militar.
    A Mozart, aún le pareció más atractivo. El pelo recogido en una pequeña cola, despejaba su rostro, dejando al descubierto, sus encantadores ojos y unos rasgos marcados que antes no poseía.
    Aquel día, después de saludar a sus amigos, se retiró a una de las torres donde residían sus padres. El joven que lo acompañaba, lo siguió de cerca, parecía estar contento, pero en ningún momento hizo amago de reír. Tampoco cuando Amadis, le presentó a sus amigos, los que en plena euforia por el reencuentro, no paraban de bromear.
    Mozart esperó durante semanas a ser presentada, pero su caballero, no asistía a las aulas ni al comedor, estaba demasiado ocupado con su adiestramiento. Un día, incluso fingió estar enferma, para pasarse la mañana, mirándolo por la ventana que daba al patio de armas. Observó su tensado rostro, cada vez que su espada chocaba estruendosa contra otra espada dispuesta para el combate. Quiso palpar el sudor que empapaba su camisa, rozar las gotas que cubrían su frente, besar sus labios y sentirse arropada por sus fuertes brazos. Pero sabía que además del cristal de sus ventanas, los separaban demasiadas cosas.
    Se sentía incapaz de conseguir el efecto que Pitiri le causaba, cada vez que se acercaba a él. No era tan alta, ni tan guapa, su cuerpo aún no había experimentado los cambios necesarios para poder seducir y su frente agrupaba un gran número de granos.
    Dejó los vestidos lujosos, no permitió que Keka volviese a peinarla y decidió que los estudios sustituirían la animadversión que le causaba el espejo ¿Cómo iba a fijarse en ella un ser tan distinguido, teniendo a tantas chicas guapas a su alrededor?
    Tampoco podía obviar su origen campesino y la noble cuna del muchacho de sus sueños.
    De cualquier manera, la curiosidad acerca de sus posibilidades, la llevó a fijarse en el chico que llegó con él. Se pasaba el día entre sus plantas y la estancia donde las picaba, machacaba o hervía según sus características.
    No lo vio relacionarse con nadie, que no fuese su maestro o en algunas ocasiones con Amadis, enfrascados en alguna conversación que pareciera interesante.
    Esto, hizo que supusiese que entre ambos existía una relación de amistad lo suficientemente íntima.
    Se acercó a la mesa donde habitualmente se acomodaba el huraño muchacho.
    -¡Hola!- dijo pretendiendo ser simpática.-
    -¿Quieres algo?- preguntó quién no levantó la cabeza del plato.-
    - ¿Me puedo sentar?-
    - ¡No! ¡Siempre como solo!- espetó, rehuyendo la conversación.-
    -¿Conoces a Amadis?-
    -Ya imaginaba que no te interesaban las hierbas curativas.
    -¿Te ocurre algo? ¿Tienes algún problema?-
    - Eso no creo que te importe.-
    -¡No! No me importa lo más mínimo.- dijo despechada.-
    - Entonces adiós.- concluyó despectivo el extraño muchacho, del que aún no sabía su nombre.-
    Después de aquel desafortunado intento, no volvió a preguntar por él. Se sintió un guijarro entre piedras preciosas. Un ser insignificante, que en algún momento se creyera afortunada.
  • amparo bonillaamparo bonilla Bibliotecari@
    editado abril 2011
    uy, que antipático, seguro, después cedera ante sus encantos;):p:)
  • editado abril 2011
    El invierno estaba cerca, pronto se encontraría con su familia, para pasar con ellos los meses de la recogida de la aceituna y así, detener el cada vez más intenso desconsuelo que sentía, por no estar a su lado.
    Vittoria tuvo que comenzar a tomar decisiones. Ella sería la futura reina, por lo que era sometida a situaciones irreales, que presentaban grandes dificultades de equidad.
    Alguna vez, estas cuestiones las debatían en el dormitorio común, haciendo de estos juegos un ameno entretenimiento, que para los consejeros de la reina, superaban cualquier expectativa.
    Interesaba el aprovechamiento justo de la agricultura, evitando la pobreza del terreno y procurando la mayor diversidad posible. Otra de las prioridades para los gobernantes, consistía en establecer los varemos necesarios para evitar los abusos en los intercambios y asegurar la igualdad, en cuanto a privilegios y calidad de vida.
    Mozart sabía que echaría de menos a todos los compañeros, pero ahora a quién echaba en falta era a su madre. Tenía cosas que contarle, pedirle consejo y sobre todo sentirse protegida por los maternales brazos, que sabía la esperaban con ansiedad.
    Para muchos, aquel invierno fue el principio de su entrenamiento como soldados. Vronski, Dammbert y Neo se unirían a Amadis, y posiblemente no volvieran a compartir ni las clases ni el comedor.
    En su yo más interno, deseaba volver a ser niña, olvidar el amor que tanto daño le causaba y despreocuparse de su aspecto externo, que para nada era de su gusto.
    Llegó exultante de felicidad; casi se le olvida despedirse de la familia que la llevó en su carreta y que se dirigían a los Trigales.
    La casa familiar, se encontraba sobre una pequeña loma, cubierta por alineados olivos. El camino serpenteaba entre ellos, y Mozart a pesar de la pendiente, aligeraba el paso con ansiedad.
    A media tarde, los imaginaba sentados en el patio, charlando amistosamente mientras se ocupaban de alguna manualidad, como reparar cestos de mimbre, preparar las varas que servían para hacer caer los frutos del olivo y que llamaban haraperas o reforzar los correajes de las bestias.
    Deseó que los jilgueros detuvieran su canto, para poder escuchar sus voces; siguió subiendo por el empedrado camino y asomó su cabeza por la tapia.
    Nada de lo que había imaginado se parecía a la realidad. Escuchó sus propios jadeos y hasta el latir de su corazón. Todo estaba desordenado y el caño mantenía pequeños charcos rojizos; respiró hondo y sintió la sangre en su nariz. Comenzó a ponerse nerviosa y rebuscó por los exteriores. Se dirigió al cobertizo, desde donde para su tranquilidad se escuchaban risas conocidas.
    Corrió todo lo que sus piernas le permitían y se encontró, con las últimas faenas de la matanza. Suspiró aliviada, justo a tiempo de que su madre se le echara encima. Por fin pudo sentirse en casa, agobiada pero en casa. A su madre la siguió su abuela materna, su abuela paterna, su padre, hermanos, sus primos, sus vecinos y todo aquel que se sentía orgulloso de que estudiase en las Parlamentas y además la echara de menos. Fue un emotivo encuentro.
    Las matanzas siempre constituían una fiesta en sí mismas, pero su presencia, fue el detonante de esta, para que se alargase hasta la madrugada, con la compañía de algunos vinos y la música aderezada con cantos tradicionales.
    Ninguna familia hacía la matanza en solitario, unas se ayudaban a otras, procurando que se acabase en el mismo día. Dentro de las cajas de madera, se mezclaban carne y sal para evitar la putrefacción y en las tripas del animal, previamente hervidas, se introducían distintas partes de carne picada, aliñadas de diferente manera.
    Cada uno tenía su puesto asignado. Los hombres, mataban por la mañana bien temprano, encendían las fogatas y calentaban el agua para desollar al animal o animales según las necesidades de cada familia. Abrían en canal y descuartizaban con muchísimo cuidado. Las mujeres, ya lo tenían todo preparado para aprovechar al máximo, lo que ofrecía el animal, desde la sangre hasta las pezuñas, todo tenía que ser utilizado, incluso el sacrificio se procuraba que fuese lo más limpio posible.
    El trabajo era arduo, pero el ambiente obligaba a no faltar a ninguna cita; en realidad el acontecimiento era festivo y ni el vino ni las risas podían faltar.
    De los siete días de la semana, el último era para tal menester y se prolongaba durante todo el invierno.
    Mozart no cayó en la cuenta. Supuso que por las emociones del viaje o simplemente por que no sabía que día era. Desde que entró en las Parlamentas, todos los días le parecían intensos, incluso los que descansaba, los aprovechaba para leer literatura, sentada en la fina arena de una cala cercana.
    Tampoco se deshizo del placer de la literatura, cuando el sol caía sobre las cumbres cubiertas de olivos, que en aquellos días, parecían desfallecer por el peso de sus frutos.
    Una de las prácticas que más echó de menos, consistía en jugar con los demás niños del entorno a todo tipo de cosas, que en su memoria, quedaron marcadas como divertidas, pero que ahora se le antojaban vacías e inútiles.
    Algo había cambiado en ella, un nuevo sentimiento ocupaba su corazón, dejando poco espacio para su pasado.
    En aquellos meses, no solo había crecido ella, sus amigos ya no reflejaban la mirada inocente de un niño y sus manos, buscaban lo que su mente deseaba inconcientemente.
    Lo divertido paso a ser funesto, y pronto desearía volver a las Parlamentas.
    -¡Mañana iremos a las fiestas de Saga!- le dijo su padre, cuando divagaba por los encantos de Amadis.-
    Lo miró interrogante y preguntó.- ¿Mañana es el día del Nacimiento?-
    -No puedo imaginarme la razón de tu despiste. Hasta el año pasado, era tu día preferido. Tal noche como esta, no podías ni quedarte dormida.-
    - ¿Iremos todos?-
    -¡Sí! El abuelo está preparando las carretas.-
    - Entonces seguro que lo pasamos muy bien.- dijo para comenzar a imaginar, los años anteriores de los que era conciente.
  • amparo bonillaamparo bonilla Bibliotecari@
    editado abril 2011
    Todos en familia, chévere;):):p
  • editado abril 2011
    En aquél día dedicado al sol, no hizo falta su presencia para despertar a los campesinos, que desde muy temprano arropaban a las bestias, para partir cuanto antes con sus adornadas carretas.
    Saga, lucía esplendorosa, las calles principales, se llenaban de músicos espontáneos, venidos de todas las regiones y dispuestos a hacer disfrutar a todo el que pasara por el portal donde se hicieran hueco.
    El hecho de que aquel día, el sol comenzase a alargar su puesta, era considerado el nacimiento de otro ciclo, el resurgir del astro rey que culminara en seis meses, para comenzar su decadencia, hasta llegado el día anterior a la fiesta.
    Estas fiestas celebradas por todo el reino, tenían a Saga como su mayor exponente. A ella llegaban, los mejores poetas, las personalidades más reconocidas y grupos de teatro que se mofaban de todas las situaciones imaginables.
    La familia de Mozart, apostó su carreta junto a otras muchas, al borde del camino. El primer acto que mandaba la tradición, consistía en acudir todos juntos a llevar un presente a la casa asilo, donde se refugiaban las personas que por designios de la vida, se habían quedado solos.
    Así, se veían a las diferentes familias, subir la empinada calle, todos agrupados, y cargados con cestos de víveres.
    Para Mozart, este momento era algo especial. Las miradas de las personas que los recibían, le fortalecían el corazón, y se sentía a gusto con ella misma.
    Más tarde, cada miembro era libre de hacer lo que quisiese hasta llegado el mediodía, donde músicos, poetas y actores, detenían sus funciones para ir a comer en familia como era preceptivo.
    Mozart, bajó hasta la plaza buscando los diferentes concursos que en ella se ubicaban. Allí se podría reunir con todos los jóvenes de los alrededores y por qué no, apuntarse al tiro con arco o a otra de sus pasiones, como era el pingané; juego de habilidad, que consistía en levantar un palo cilíndrico, afilado por ambos extremos, con otro de mayor tamaño, para una vez que el pequeño permanecer en el aire, golpearlo con fuerza y así conseguir la máxima lejanía.
    Intentó encontrar a sus amigos, chavales de su misma edad, con los que años atrás, había disfrutado tanto. Pero aquel día, o todos eran demasiado jóvenes o demasiado mayores. Salió de la plaza atiborrada de gente y chillidos agobiantes. No entendía, cómo pudo soportarlo antes. Dirigió sus pasos hacía otra calle, donde la música lo envolvía todo. Se detuvo en un portal, pero sintió que aquellas canciones ya las había escuchados. Después de todo no eran tan bonitas y no se podía permitir peder el tiempo. Allí tampoco estaban sus amigos.
    Cruzó una bocacalle y sintió risas escandalosas. Un grupo numeroso de personas, se arremolinaban alrededor de un escenario, donde cinco personas discutían con una cantinela pegadiza y pareados, más o menos rebuscados. Eran los poetas. Siempre había oído hablar de ellos y sus abuelos solían resaltar, lo ocurrentes y creativos que debían de ser, para además de defenderse, hacer reír al personal que los escuchaba.
    Allí estuvo un buen rato, pero ni rastro de sus amigos.
    En la concurrencia de dos calles principales, se alzaba otro escenario mucho más grande. Estaba situado en una de las cuatro esquinas y así acaparaba a una multitud que se prolongaba por las cuatro calles colindantes. Era una obra de teatro. El decorado llamó tanto su atención que poco a poco logró penetrar entre la gente y colocarse detrás de los únicos asientos que ocupaban el centro de la calle.
    Quedó fascinada por aquel dramatismo, con el que los actores daban vida a sus personajes. Los trajes meticulosamente elaborados, hablaban de seres volátiles, cuyas alas desaparecían de sus cuerpos por culpa de un ser malvado que apagó el sol y borró las estrellas del firmamento. Las voces le parecieron, sacadas de uno de los libros que tanto le gustaba leer. Ya no buscó a sus amigos, estaba donde quería estar.
    Al final del segundo acto, los afortunados que habían conseguido asiento, se levantaron para estirar las piernas. Entre ellos distinguió al duque. Su melena rizada lo delató pero cuando giró su cabeza, a Mozart se le cogió un nudo en el estómago ¿Estará su hijo con él? Se preguntó mientras estiraba el cuello todo lo que pudo y advirtió la brillante diadema que lucía la duquesa.
    Se dedicó una mirada crítica y pensó que su atuendo no era el más apropiado para que nadie la reconociese. Sintió pudor al pensar que sus propios padres la pusiesen en evidencia. Los buscó con detenimiento para asegurarse de que no estaban cerca y relajó su cuello para evitar ser vista.
    La obra continuó y por fin, el maléfico ser, fue vencido para regocijo de todos y exaltación de la belleza y los colores.
    Aplaudió, gritó y se deshizo en halagos para quienes agradecían los aplausos, con reverencias exageradas.
    El momento de la comida se aproximaba y Mozart decidió bajar la calle para reunirse con su familia. Por el camino se encontró con sus amigos. Entre ellos se sintió a gusto, relajada. Su vestido de color ocre, sencillo y algo raído, no distorsionaba del de sus compañeros y los chicos lo veían como algo normal.
    Cada cual, relataba lo vivido aquella mañana. Unos en la cucaña, otros con la música y otros incluso habían birlado una jarra de vino y reían atolondrados por no sabían que cosa.
    - Veo que lo pasa bien.- oyó a sus espaldas.-
    Todos sus amigos se habían parado. Tragó saliva, balbuceó un poco y dijo.- Espero que vos también.- era conciente de que todos la observaban; nunca imaginó que las primeras palabras que cruzara con Amadis, se produjeran de aquel modo y pretendió normalizar lo que para ella era insólito.
    -¿Habéis venido con alguien de las Parlamentas?- preguntó Mozart, para no parecer sobrecogida.-
    - Claro, con mis padres.- respondió, acercándose cauteloso.-
    Los amigos ya se habían distanciado un poco y ella sonreía inocente para ocultar su nerviosismo.
    -¿Volverás pronto?- preguntó Amadis con interés.-
    - En treinta días, más o menos.-
    - Muy bien, en ese caso nos veremos por allí.-
    Amadis continuó su camino, con unas zancadas firmes y decididas, que hacían que la gente se apartase a su paso.
    - ¿Quién es?- le preguntó una de sus amigas.-
    Ella no podía ni responder, se había quedado helada. Ni siquiera advirtió que la avalancha de personas, la arrastraba calle abajo.
    -¡Es guapo, guapo, guapo!- continuaron las amigas, sin que ella saliese de su sorpresa.-
    Que era guapo lo sabía. Demasiado para ser accesible, se repetía constantemente.
    -¡Que suerte! ¡Yo también quiero ir a las Parlamentas!- dijo otra, con claro síntoma de envidia.-
    Los chicos se apartaron entre fuertes empujones y palabras soeces, que desmerecían los nuevos trajes que los vestían de mayores.
  • amparo bonillaamparo bonilla Bibliotecari@
    editado abril 2011
    que emoción para la Amadis, ver a su galán ahi, para despertar la envidia de todos;):p:):D
  • editado abril 2011
    Querida (perdón por la confianza) Amparo:
    Amadis es el caballero.
    Me he permitido la licencia de escoger a este caballero para protagonizar mi novela, pues Amadis de Gaula es quizá la primera novela de caballeria.
    No he querido hacer una segunda parte de nada, pues si lees dicha novela, nada tiene que ver. Claro que no creo que publiquen la mia, por lo que tampoco creo que la puedas leer. jajajajaja
    En fin espero que te guste al menos este primer capítulo.
    Un cordial saludo.:D
  • editado abril 2011
    - ¡Ese, se podría encontrar con un nido de borricos, si se enfrentase a mí!- dijo el más fuerte de ellos, llamado Cinus.-
    - ¡Si parece una damisela!- rió, otro a voz en grito.-
    Mozart, temió por su amado e intentó silenciar a los exaltados muchachos.
    -¿Acaso lo tiene que defender una chica?- rieron, a una veintena de pasos.-
    - ¡No tiene lo que hay que tener, para detenerse!- vociferó Cinus.-
    Amadis no paró; cambió el sentido de la marcha para dirigirse directamente a quién lo esperaba en el centro de la calle, y frunció el ceño mientras apretaba los dientes.
    -No sé quién eres ni me importa, pero guárdate de montar follón delante de señoritas. Los hombres arreglamos las diferencias a solas.- dijo sin levantar la voz, pero tan pegado a Cinus, que pudo sentir cómo se le aceleraba el corazón.-
    -¡Nos vemos donde quieras!- respondió bravucón, el celoso muchacho.
    Los demás, cuidaron de apartarse, pero Amadis percibió como no paraban de meter cizaña.
    - Tienes suerte de que un soldado, no pueda entrar en este tipo de disputas.-
    -¡No pienso hablar más a un cobarde!- alzó la voz, para que el corrillo de muchachos, rompiera entre aplausos y risas. Su mano tomó inercia y se precipitó contra Amadis, pero este esquivó el golpe, apartándose con rapidez. El peso del muchacho que excedía en mucho a su peso ideal, lo hizo lanzarse hacia delante y Amadis golpeó su trasero, para acelerar el proceso de caída que lo dejó en evidencia.
    Volvió a levantarse y se lanzó al cuello del soldado, que lamentaba aquel encontronazo y que viendo los ojos llorosos de Mozart, se arrepentía de haber vuelto sus pasos. De nuevo un golpe firme en el pecho y dejó al exaltado rival, con las rodillas en el suelo.
    Apenas se despeinó, cuando unos hombres de avanzada edad, disolvieron el altercado, retirando a Amadis, mientras le reprochaban la dureza de su ataque.
    Las sensaciones que vivió Mozart, la hicieron reaccionar de forma inadecuada para muchos. Se deshizo de sus propios prejuicios y cogió la mano de Amadis, para dedicarle una sonrisa consoladora.
    - Mi nombre es Mozart.-
    Una carcajada, rompió toda la tensión que parecía envolverle.
    - ¿Crees que no me he preocupado de saberlo?-
    - ¿A quién le preguntaste, si se puede saber?-
    De nuevo, otra sonrisa sonora, y Amadis penetró en los ojos de la muchacha, como una flecha en la gelatina.
    - A nuestra amiga Vittoria.- respondió.-
    -¿Está aquí?-
    - No, este año ha ido a Portes con toda su familia.-
    - Nunca pensé que te hubieses fijado en mí.-
    - ¡Desde el primer día!-
    Mozart agachó la cabeza, para no descubrir su vergüenza y evitar su sonrojado rostro, ante la mirada del joven.
    Amadis, la acompañó hasta su carreta y antes de que las incómodas presentaciones se llevaran a cabo, se volvió, para alcanzar la colorida carpa, donde su familia se alojaba esos días.
    No volvió a verle, hasta finalizado el invierno. Se presentó en las Parlamentas, más entusiasmada que nunca; serena y altiva, lucía un vestido anaranjado que ella misma se había confeccionado, acompañado de unos zapatos, que su madre guardaba cómo un tesoro de fiestas pasadas. También su abuela, una vez confesado la atracción mutua que ambos se procesaban, se dispuso a hacerle un peinado antiguo pero elegante, con el que en otros tiempos, deslumbrara a su esposo y abuelo de Mozart.
    Entró por el porticado patio de armas. Se sabía observada, pero alzó su mentón; nunca volvería a sentir vergüenza por su físico. Un murmullo, la hizo apresurarse. Pero la voz potente de algún militar, la dejó paralizada.
    - ¡Presenten!...¡Armas!-
    Unos cincuenta muchachos, alzaban sus espadas en dirección a su figura, no pudiendo por menos, que hacer una genuflexión y asentir con la cabeza.
    Al frente de la joven compañía, Amadis se presentaba firme y estirado, haciendo de este gesto, el mayor halago al que Mozart se viera expuesta en toda su vida.
    Hasta Pitiri, una vez en las estancias privadas, sintió algo de celos, al comprobar que la temerosa niña, se había transformado en una atractiva mujer, que además había conseguido la fijación de Amadis.
    Keka corrió a su encuentro, la abrazó con fuerza y se deleitó con su peinado, que no dejaba de mirar, para quedarse con todos los detalles.
    Vittoria, no faltó a su recibimiento, obligándola a relatar lo ocurrido en Saga, para estupor de las inseparables amigas, que quedaron aún más sorprendidas cuando Mozart les contó lo ocurrido hacía solo unos momentos, mientras caminaba por los soportales del patio.
    Una nueva etapa, con nuevas edades y diferentes objetivos, marcaban el día a día de todos los jóvenes, que mantenían su postura de aprender por el placer de hacerlo.
    Los encuentros de Amadis con Mozart, se sucedían al igual que los de Pitiri con Vronski, que no pasaba una semana, sin que le escribiese un poema, o le llevase un ramo de flores minuciosamente escogido.
    El amor para aquellos jóvenes, no llamaba a la puerta, la aporreaba. Algunos amaban en secreto, otros abiertamente, otros lo sufrían y otros lo disfrutaban, pero lo cierto es que todos lo sentían, cómo la única fuerza capaz de mover el mundo.
    Claro que nada dura para siempre, y la felicidad, ambigua y volátil, no iba dejar de serlo, por afortunados que fuesen los que la buscaban.
    La peor noticia que pudo recibir Vittoria, fue la de la desaparición de sus padres. Nadie entendió, por qué el destino les tenía preparado un final tan imprevisible.
    Las preguntas que todos se hacían y que nadie alcanzaba a responder, martirizaban a Vittoria. Volvían de Exuk, después de un viaje oficial. El cometido, mantener las buenas relaciones con sus gobernantes. Pero entonces, ¿Por qué decidieron atravesar el Pirneo en invierno? ¿Qué les llevaba a aquellas desconocidas tierras?
    El Pirneo, en aquella época, (finales del invierno) era un lugar peligroso. Los pocos pasos, casi siempre cubiertos por la nieve, mantenían su calificativo de impracticables y el riesgo de aludes, hacía temerario, cualquier intento de cruzarlos.
    Ellos lo sabían y sin embargo lo hicieron ¿Qué los impulso a hacerlo? De los pocos soldados que volvieron, ninguno pudo responder, ninguno sabía el propósito de aquella expedición que acabó con las vidas de los monarcas y que fuese cual fuese, no pudieron culminar.
    Después del complicado rescate, los féretros fueron llevados a las Parlamentas. Durante todo el camino, se agregaban a la comitiva, gentes de todo tipo, llegando a ser una procesión casi ininterrumpida, de carros enlutados y peregrinos taciturnos.
  • amparo bonillaamparo bonilla Bibliotecari@
    editado abril 2011
    jajajaa, que pena con Amadis, pero se me confundio con Mozart, tuve un lapsus, además que tengo una amiga que se llama Amadis y como Mozart es el nombre de hombre, según tengo entendido, me volví un lio.:)

    Espero que no me vayan a reclamar estos enamorados mi confusión, al fin que andan en las nubes en estos momentos, no creo que hayan caido en cuenta;):D:):p
  • editado abril 2011
    Uno de los momentos más duros para Vittoria, radicó en la cremación de los cuerpos. Las piras custodiadas por los soldados y veladas por cuantos presentes había, comenzaron a arder, entre sollozos y lamentaciones. El crepitar de las maderas, pareció acallar el ir y venir de las olas, y aunque las llamas se reflejasen en ellas, todo se empapaba de mutismo. Ocho cúmulos de troncos, procuraban que los cuerpos sin vida, no acabasen putrefactos. Más tarde, cuando la ceniza sustituía a la carne, se esparcían por el mar, en otra ceremonia, donde todo parecía cobrar sentido. Somos lo que somos, no debemos olvidarlo.
    Tocaba asimilar que jamás los vería pasear por los jardines, ni le podrían dedicar una sonrisa, ni siquiera un mimo que humedeciera su frente, con unos labios cariñosos.
    Lloraba desconsoladamente, se lamentaba de ser tan desgraciada y aun sin lágrimas, se deshacía en sollozos.
    Las muestras de afecto que recibió la única heredera, no fueron suficiente consuelo. Sus compañeros de estudios, intentaban distraerla, pero nada ni nadie pudo animarla.
    Sabía de su infortunio y su pesar era más fuerte que su deseo de continuar viviendo.
    Su antes soñado deseo de viajar, se convirtió en aversión y hubieron que pasar años y la necesidad de su pueblo, para hacerlo por primera vez.
    Poco podía imaginar Vittoria, aunque pusiese todo el empeño, del propósito secreto de tan peligroso viaje. Su madre, la reina, sufría una grave enfermedad. Su cuerpo se ajaba por momentos y su respiración, cada vez menos profunda, la hacía mantenerse alejada del ejercicio físico. Ninguno de los curanderos encontraba remedio para su mal, y un día, su esposo la encontró vomitando sangre. Las hemorragias se sucedían, cada vez que un golpe de tos duraba demasiado tiempo. Su estado empeoraba, cuando el maestro de curanderos, advirtió al rey, acerca de los beneficios del aire de las montañas.
    - En las montañas del Pirneo, en el lado del Fecio, parece ser, que una curandera utiliza unos ungüentos muy eficaces. Se vale de ellos y del aire fresco para curar este mal. También he leído, que las hojas de un árbol gigante, cuya forma se asemeja al laurel y que se encuentra por los valles húmedos de aquellas tierras, tienen la facultad, una vez hervidas, de facilitar la respiración.-
    El viejo maestro, aconsejó siempre no mover a la reina, pero en su estado, no sería conveniente esperar.
    - Si hay algo que le salve la vida, es mejor que ella misma vaya a su encuentro.- dilucidó tras acudir a la llamada del rey.-
    - Prepararé una carroza e improvisaré un viaje a Exuk cómo excusa. Nadie debe saber nada, mucho menos mi hija. Después de tanto tiempo apartada de ella, no creo que se imagine nada.-
    - Yo iré con vos, aunque sea escondido bajo el carruaje.-
    - Me parece acertado. Si alguien es capaz de encontrar ese árbol, ese eres tú.
    El joven curandero que llegó de la mano de Amadis, escuchó la secreta conversación, tras los fogones de la botica, pero no creyó conveniente informar a Vittoria hasta pasados algunos años.
    Su relación con los demás, tardó mucho tiempo en ser amigable. Tan solo Amadis, parecía tener el dudoso privilegio de su compañía. Sus constantes viajes, a través de todo el territorio en la búsqueda de plantas medicinales y su entrega absoluta a tal empeño, lo consagraron como el ser más huidizo y desconocido. A pesar de los muchos intentos, de conseguir de él algún atisbo de cordialidad, todo se convertía en fracaso. Sus respuestas siempre fueron demasiado racionales; no creía en el amor y desconfiaba de todo el mundo. Sin embargo, en lo que concernía a la salud, siempre se mostraba predispuesto a ayudar, fuese cuando fuese.
    La muerte de su maestro en el lamentable suceso, que quitara la vida a los monarcas, lo llevó a la prematura obligación de hacerse cargo del herbolario y la botica. Sin duda, superaba en conocimientos, a los veteranos y contaba con la confianza de sus superiores.
    Comenzó por buscar ayuda en la joven Keka, pero a la larga no tuvo más remedio, que buscar el amparo de la reina y que esta, depositara los medios suficientes para además de sanar con lo ya conocido, pudiese ampliar sus conocimientos, con la ayuda de sus pupilos y con cuantos aprendices pudiera.
    Para Vittoria, aquella petición no fue difícil de conceder, apremiándolo a que de ser así, tendría que formar parte del consejo.
    - Tenéis que concederme la posibilidad de viajar al Fecio, acompañado de todos los aprendices posibles.-
    Aquel nombre se le atragantó.- ¿Para qué quieres ir a tales tierras?-
    - He de buscar un árbol.-
    - ¿Qué tipo de árbol?-
    - El que pudo salvar la vida de su madre.-
    Vittoria quedó perpleja, ¿De qué hablaba?
    - ¿Acaso mi madre fue a buscar un árbol? ¿Qué sabes tú de la muerte de mis padres? He aguantado demasiados desplantes, demasiadas respuestas insolentes, pero esto colma mi paciencia ¡Si pretendías coaccionarme con algo que me hiciera daño, lo has conseguido! ¡Vete y no vuelvas!-
    - No soy un hombre de segundas intenciones. Digo la verdad por defecto, si así lo queréis entender, pero mi única idea es encontrar lo que mi maestro fue a buscar con sus padres y poder salvar las vidas de quienes como su madre, contraigan esa enfermedad tan letal.-
    Pitiri se apresuró a abrazarla; nunca perdonaría al que causó tanto dolor a amiga. Aquel corrimiento que los sepultó bajo la nieve, ya era suficiente trauma, ¿Qué más podría soportar?
    - ¡Déjame a solas con él!- pidió Vittoria a su amiga.- ¡Tengo que saber la verdad!-
    Paino contó cuanto sabía. Las explicaciones que Vittoria recibió, le quitaron un peso de encima; su padre murió por amor y su madre, quizá evitó un sufrimiento mayor. Ahora lamentaba no haberse enterado de nada, cuando su madre la necesitó. Hubiese preferido, ser participe de su enfermedad, dedicar todo su esfuerzo en ayudarla o al menos despedirse de ella. La habían tratado como a una niña, y ello no se correspondía con sus propios sentimientos.
    Al quedarse sola, miró a su alrededor. La pequeña sala donde los monarcas recibían las visitas privadas, se le hizo enorme. Nunca había mirado los tapices que la decoraban con tanto interés. Las escenas de caza, no eran solo arqueros a caballo, eran hombres en arriesgadas poses, cuyos ojos buscaban un fin.
    Ese día, no solo descubrió los motivos de tan peligroso viaje. Además, sintió por primera vez la responsabilidad que conlleva, acceder a las suplicas de los que ahora eran sus súbditos. Sus decisiones repercutían en las vidas de los demás, asiéndola sentir gravemente preocupada.
    En los últimos años, se había limitado a seguir las indicaciones de los antiguos consejeros, pero ahora tenía la obligación de crear su propio consejo y comenzar a tomar las decisiones que creyera oportunas.
    Ordenó a Amadis que viajara con el curandero, junto a diez de sus hombres y otra decena de aprendices. Aunque fuese a título póstumo, tenía que permitir la localización de aquellas hojas que sus padres buscaron como último recurso. Si Paino las hallaba, otros enfermos se beneficiarían de sus cualidades.


    Otras cuestiones, más o menos delicadas, ocupaban los debates en la asamblea. Aprendió a escuchar las posturas más radicales, a sacarle el máximo provecho a todas las opiniones, para después sacar las suyas propias. Creía que la mayor dificultad a la que tendría que enfrentarse, radicaba en las personas y no en las circunstancias.
    Pero …


  • editado abril 2011
    Bueno Amparo, pues este es el primer capítulo, espero que te haya entretenido al menos.
    Un saludo.:)
  • amparo bonillaamparo bonilla Bibliotecari@
    editado abril 2011
    Pero....claro que si, me entretuvo, gracias, ;):p:):D
    Y si hay segundo, tercero y todos los demás capitulos, seguro que seguire, las peripecias de Amadis;):D:):p
  • Catherine CromwellCatherine Cromwell Anónimo s.XI
    editado mayo 2011
    Es un relato muy interesante, y espero seguir leyéndolo ^^ Me ha encantado la forma en la que has descrito el ambiente rural, sobre todo el momento de la matanza del cerdo. Y el encuentro de Mozart con Amadis en la fiesta.

    El desarrollo mental y físico de los personajes se intuye perfectamente, y le da sentido al paso del tiempo en la narración. El cambio que sufre Amadis tras ser expulsado, o el cambio de Vittoria tras la muerte de sus padres son evidentes, pero también podemos ver un cambió más sutil, pero completo, en el resto de personajes.

    Siento mucha curiosidad por Paino, y estoy deseando saber más de él.
  • editado junio 2011
    La imagen que Vittoria percibía desde lo más alto de la fortaleza, no hacía si no acrecentar su llanto: ¡Que tierras más hermosas, para perder a sus moradores! - pensó - ¡Ojalá hubiese esperado al enemigo en la fortaleza! ¡Ojalá no hubiera tenido que escuchar a aquel viajero que la informó! ¡Ojalá estuviese en el campo de batalla!
    En su cabeza, como un murmullo incesante, se agolpaban todos sus pensamientos, se anteponían los dorados campos, los regadíos frondosos y la paz que transmitían sus habitantes. Recordaba la generosidad de su pueblo, el verano que una plaga de langostas, penetró desde el sur para devorar la mayor parte de la cosecha. Nunca olvidaría lo inútil de su intento por pedir ayuda, decidiendo personarse en las distintas regiones como representante de los afectados. No había pasado de las Angosturas, cuando se cruzó con la primera caravana de carros, los que cargados con todo tipo de alimentos, se dirigían alegremente hacia las Parlamentas.
    Quiso retomar su peregrinaje, pero ante el desfile continuo de mercancías, decidió regresar a la fortaleza para procurar su distribución.
    No cabía más amor en su pecho, ni más pesar en su interior, cuando revivía todas las escenas acontecidas, desde la llegada del decrépito viajero que trajera tan malas noticias.
    Nunca olvidaría la primera ocasión en la que lo recibió, en la que su discurso no pudo ser más elocuente.

    -Un ejército de doce mil hombres muy bien armados, están arrasando todo el continente, la tierra tiembla bajo tan terrible amenaza. Pronto estarán a las puertas de las Tierras del Sol. ¡Tenéis que haced algo! – concluyó.-
    Tenía que reunir al consejo, y así lo hizo, en él: Keka, Mozart, Malem, Pitiri, Senda, Paino, Amadis, Dammbert, Vronski, Zathor, Sacerdote y Neo.

    En principio nadie pensó en la probabilidad de formar un ejército para salir fuera de la demarcación Nacua, pero cuando pensaron en la posibilidad de no atraer al enemigo hasta sus territorios y vencerlos en tierras lejanas, se contempló dicha acción. En los últimos cien años se habían creado muchos poblados en sus tierras, incluso ciudades con más de mil habitantes, los que al carecer de murallas, o alguna otra forma de defensa, caerían en manos enemigas con todas sus consecuencias. También había que pensar en el ganado, esparcido por las tierras de pastos en una trashumancia casi interminable, que conseguía unir de norte a sur, la sabiduría popular, en un intercambio de vivencias que todos disfrutaban y esperaban con entusiasmo.
    Aquellas personas, errantes circulares, quedarían desprotegidas, pues siendo portadoras de tan preciado tesoro, constituían el objetivo más suculento, que todo un hambriento ejército pudiese conquistar. Por último las cosechas, sin ellas, padecerían al amparo de la naturaleza, teniendo que disputar el alimento, con los animales salvajes.
    La idea iba calando entre los consejeros, como la nieve en el venero, gota a gota, pero rebosante a medida que deshelaba.

    - ¡Habrá que reclutar gente! -ordenó por fin Vittoria.-

    Los cuatro caballeros se incorporaron asintiendo con la cabeza. Del ejército se ocupaban, Amadis, Dammbert, Vronski y Zathor. Pero en esta ocasión, Malem la heredera de Exuk también lo hizo.
    Paino que no estaba de acuerdo, protestó como siempre, y la reina lo dejo exponer.
    -Tenemos el paso de las Angosturas, esa es nuestra frontera natural y con la que podremos defender nuestra ciudad y la fortaleza.
    - No podemos dejar sin protección al resto del territorio- arguyó Mozart-
    - Yo no voy a dejar que desaparezca mi pueblo, si es cierto lo que cuentan, lo arrasaran todo.- Malem dijo esto con la voz firme y decidida. Vronski la miró asintiendo con la cabeza, él también llegó del Norte y no dejaría a su pueblo desprotegido.
    Zathor pensaba más en los trashumantes que andaban de un lugar a otro con el ganado, después de todo él era hijo de uno de ellos, sabía de su vida y su ingrato trabajo a pesar de ser indispensables.
  • editado junio 2011
    Neo tenía censados a todos los habitantes al sur de Nacua y dijo sin titubear – si metemos a veinte mil personas en las tierras de la ciudad necesitaremos muchas reservas de comida y agua. No es viable.
    - Acabarán sitiándonos – dijo Amadis –
    ­- No, ¡Reclutad gente! - la voz sonó rotunda pero no subida de tono.- opino que es lo mejor para todos, hay que proteger nuestra forma de vida, y eso incluye a todos y cada uno de sus habitantes.
    Sacerdote bajó con presteza las escaleras, tenía que preparar a sus pupilos. Irían con los ejércitos, uno por cada caballero. Era la ley, ya que aseguraban la pulcritud de sus actos y tendrían la fuerza de la moral de su parte.
    - Pitiri, Senda, tenemos que preparar la defensa de la ciudad. Utilizad a los ancianos y a todas las mujeres, quiero que utilicen el arco como el mejor de los guerreros. En esta ocasión nos tendremos que emplear todos. - Vittoria cogió el mando con naturalidad, su firmeza era propia de una larga dinastía de personas que creían en el poder del pueblo, y se lo daba, por eso el pueblo jamás le mordió la mano a ninguno de sus antepasados, en cuanto a ella, la querían y respetaban.
    No muy alta, morena de tez, y el pelo castaño a media melena, su nariz chata y los ojos grandes la hacían entrañable.
    Desde niña fue muy traviesa, pero esa sonrisa vivaz y socarrona siempre la libraba de todo castigo. Fue educada en el principio de que cada individuo tiene su libertad y su puesto en la sociedad. “Todos somos iguales” le decía su padre.”Cada uno en su puesto pero todos iguales”.

    El trasiego, las idas y venidas, las forjas y los yunques, los matanceros, panaderos, talabarteros, carpinteros, todos parecían correr a ningún sitio, hasta los niños ayudaban a coger las mejores piedras para las hondas y las mejores ramas para las flechas. Estos eran toda una plaga de ancianos y niños desperdigados por el bosque.
    Cada día venían más mujeres y niños, más caballos y más jinetes. Nadie podía quedar atrás. De todas las aldeas y pueblos del sur de las Angosturas llegaba gente, había que avituallar a todo el ejército, colmar los almacenes de la fortaleza, recoger agua para llenar todos los aljibes, había que prepararse por si al fin era sitiada, la inexpugnable fortaleza.
    Senda y Pitiri, se ocupaban también de los almacenes y anotaban todo cuanto entraba y salía.
    Para los carros del ejército: grano, carne y pescado en salazón y animales vivos como gallinas, faisanes, y ocas. Las cabras y ovejas irían pastoreando como siempre lo hacían.
    Malem se afanaba con un ejército de muchachas hábiles en la montura y diestras con los arcos para las que se forjarían unas espadas largas y delgadas capaces de atravesar una cota de malla.
    Zathor: un hombre corpulento y bonachón asustaba nada más verlo, sus manos eran anchas y grandes, capaces de coger la cabeza de un hombre y levantarlo a pulso. Su ejército de honderos y lanceros era bien conocido por todos, y ya estaba preparado para partir.
    Tal fue la afluencia de gente que se refugiaba tras el paso de las Angosturas que pronto se llenó todo de chozas. Gente con todo tipo de oficios y dispuestos a proteger sus leyes y creencias.
    Paino tras comprobar el almacén de hierbas curativas, mando a sus más de veinte aprendices a buscar más cantidad. Pese a que la ciudad tenía tres herbolarios, seguro que se colapsarían en poco tiempo.
    En cuatro semanas todo estaba preparado, la marcha era inminente.
    Amadis se hizo con doscientos hombres a caballo, perfectamente equipados.
    Vronski por su parte más de cien a pie y otros tantos a caballo.
    Dammbert, más de trescientos, entre soldados, carreteros, pastores, curanderos y cocineros.

    Vittoria miraba al mar, siempre lo hacía, pero en esta ocasión con más profundidad- ¿Por qué?- se preguntaba- En aquellas tierras eran felices, todos lo eran, había comida en las mesas y mesas para comer, la libertad suficiente para que el pensamiento no fuese un obstáculo en las relaciones humanas, si no más bien una forma de reforzarlos. ¿Tan mal estarían sus enemigos? ¿Por qué destruir? ¿Por qué destruir estas tierras?
    Mozart entró en la habitación y con un leve chasquido de la boca, sacó a la reina de sus pensamientos.
    - El consejo está reunido, Vittoria.-
    - Pues bien, vayamos.- contestó sin dejar de mirar al mar-

    La sala del consejo se situaba entre las dos torres más altas y con vistas al patio de armas. Allí se juzgaba, debatía y se hacían los plenos, donde el pueblo llano, podía asistir sin el menor inconveniente, ocupando las muchas gradas situadas frente al trono. Por ello, era el sito más concurrido de la fortaleza.
    Los cinco jefes se arrodillaron uno a uno para firmar en un libro de gran tamaño, cuya antigüedad se perdía en la memoria y en el que nombres insignes, ocupaban cada una de las páginas ya utilizadas. -“El libro del Reino” En el jurarían lealtad a su pueblo y buen criterio para con sus tropas y enemigos. Después y ya de pie saludaban a cada uno de los miembros.
  • amparo bonillaamparo bonilla Bibliotecari@
    editado junio 2011
    Con una chica al frente, seguro les irá mejor:rolleyes:
  • editado junio 2011
    Mozart besó a Amadis en la mejilla deseándole suerte y este se arrodilló para besarle la mano. Ninguno de los dos, apartó nunca del pensamiento, las muchas sensaciones que continuaba rememorando, uno de los amores más sentidos en sus vidas. Demasiado jóvenes, disfrutaron de él, con toda la intensidad que la adolescencia les otorgaba. Aún buscaban los olores, el tacto delicado de sus labios y la ansiedad que les producía la despedida diaria. Sus ojos, no solo veían otros ojos, vislumbraban su juventud y aún sabiendo que jamás se repetiría, un leve cosquilleo recorría su estómago.
    A Pitiri se le escapó una lágrima mientras veía como Vronski firmaba y juraba, nadie la había hecho sentir tan mujer, sus palabras la mecían en la suave brisa de sus paseos nocturnos, sus gestos en la marea desbordante de la pasión carnal y el solo pensamiento de una ida sin retorno, la ahogaba en su interior. Vittoria por su parte, se despidió de todos con un saludo reverente, que fue correspondido. A continuación, se dirigió al balcón para ver a su ejército y saludarlo.
    Senda se quedó sentada, mirando a Paino que negaba con la cabeza. No la sorprendió, por alguna razón, nunca estaba de acuerdo con casi nada, pero ahora era diferente, la realidad de un ejército poco habituado a la guerra, estaba de su parte.

    Neo estaba en el patio de armas haciendo recuento de soldados, caballos, carros y todo tipo de animales.

    El primero en pasar fue Zathor, su ejército de honderos era de unos doscientos cincuenta, hombres fornidos y aptos para abrir paso a las tropas que lo seguirían, harían puentes, cortarían árboles y despejarían los pasos de posibles obstáculos. Ellos irían primero a dos días del resto de las tropas.
    Malem estaba inquieta, no veía la hora de partir. En sus pensamientos, su pueblo, aquellas gentes tan afables con sus costumbres ancestrales necesitaban su ayuda.
    - No puedo esperar dos días –dijo en el consejo-
    - Y yo no dejaré que marches sola, lo siento, esperarás.-Vittoria fue tajante, los demás dieron por zanjada la cuestión-
    - Solo espero llegar a tiempo.-
    - Llegarás. Según tengo entendido el enemigo avanza lento, y el paso del Pirneo no es fácil de franquear, tardarán en encontrar la garganta en ese laberinto de montañas, más aún, estando nevado.
    El informador de Vittoria venía de muy lejos, sabía lo que decía. Mmanuel era un aventurero al que solo le satisfacía viajar y conocer gente nueva. En cuanto tuvo consciencia de lo que ocurría galopó lo más rápido posible para prevenir a su amado pueblo. Él conocía todas las regiones y recortaría por donde nadie era capaz de sospechar. Pequeño, con el pelo negro lacio, robusto y sobretodo habilidoso, sería un buen guía para Zathor.


    El tiempo pasaba deprisa, la noche parecía adelantarse, pero para Malem por fin pasaron aquellos dos días angustiosos, y a la mañana y antes de que despuntase el sol, ya estaba con todo su ejército en la explanada. Compuesto de ochenta amazonas era sobre todo sigiloso, sabría zafarse de sus enemigos y llegar a Exuk para defenderlo.
    - Ese será mi cometido – pensó decidida-
    Vittoria desde el balcón levantó la mano y Mozart le lanzó un beso con la mano.
    - ¡Adelante!- gritó Malem desde lo más profundo de su ser.-
    Antes de que la última amazona abandonase el patio ya entraba Vronski, su corcel relinchaba animado por este, y el resto de los hombres lucían sus espadas y arcos hacia el balcón. Sus carros de avituallamiento esperaban fuera. El ruido de los cascos de los caballos, ya era suficientemente ensordecedor.
    Vittoria volvió a levantar el brazo, pero esta vez fue Pitiri la que lanzó el beso.
    - ¡Por nuestro pueblo!- dijo Vroski con la espada en alto. Su caballo se alzó de manos y dio la vuelta sobre sus patas traseras.
    Vronski el más joven de los caballeros gustaba de la lectura y los buenos modales, alto, rubio y bello, hablaba con una calidad indiscutible y rara era la doncella que no suspiraba por él.
    Sus soldados salían tras él, en silencio pero con la cabeza bien alta.
    Amadis entró con todos sus jinetes, el sonido de los cascos se amortiguaba con los gritos de sus seguidores, que eran muchos. Todos entraron con las espadas en alto, cota de malla desde la cabeza a la cintura y caballos negros con aparejos rojos. Amadis hijo de duque y galán como nadie, gustaba de la poesía, la usaba con elegancia, para embaucar a la dama que le quitara el sueño, en según que momento. Siempre pensó, que las fuerzas que dominaban su enamoradiza personalidad, acabarían por esclavizarlo, por lo que amaba con la pasión, de quien duda de si habría una nueva conquista.
  • SinrimaSinrima Miguel de Cervantes s.XVII
    editado junio 2011
    Hola, Lenio. No suelo leer relatos históricos; no son mis preferidos.He entrado para saludarte y de paso, quiero decirte que, si escribieras con un tipo de letra más grande, a lo mejor me animaba a leerte, pero con esta miniatura se me cansa la vista y soy incapaz de seguir la lectura. Es facil cambiar a letra más grande.
    Saludos.
  • editado junio 2011
    Era ordenado y cuidadoso con sus tropas, adiestradas con afán y disciplina. El duque pensaba que una buena estrategia era más efectiva que la bravura.
    Detras, entró Dammbert, solo con sus oficiales. Saludó al mermado consejo con una reverencia y Vittoria con la mano izquierda en el pecho y la otra en alto, dio salida a la última y definitiva compañía. Sin ella no aguantaría ni el más feroz de los ejércitos. Dammbert sabía de su responsabilidad y contaba con Neo para que estuviera todo correctamente cuantificado y cargado en los carros.
    Neo cuidaba de que unas leyes no escritas, se impartieran bien, siempre andaba entre libros de historias pasadas, que Sacerdote recopilaba con celo, incluso escribió alguno sobre la libertad y el pueblo. Castaño de pelo, los ojos grises y nariz puntiaguda era un erudito y su palabra en el consejo en materia de juzgar siempre fue muy valorada.
    Sacerdote por otra parte, rivalizaba con él en formas y maneras, podían discutir durante días enteros, ambos se respetaban y reconocían sus virtudes, por lo que intercambiaban el oficio de defensor y acusador, según el pleito. Estos juicios, eran tan poco frecuentes que constituían todo un espectáculo, la sala se llenaba de todo tipo de personas, interesadas o no, en según que parte, pero la mayoría eran miembros de la escuela superior, donde se impartían clases con los más altos fines sociales. Todo el pueblo, gozaba del privilegio de poder asistir a ellas, se animaba a los jóvenes más sobresalientes, insistiendo a sus familias, en la necesidad del saber, para sostener una sociedad libre y justa. Así, los mismos padres, por humildes que fuesen sus oficios, podrían ejercer de educadores en los primeros años de su infancia, creando un estado de culta y beneficiosa armonía.
    Esa tarde en el consejo, la soledad hacía mella en los desiertos estómagos, y sus voces parecían retumbar en las paredes, como protesta a un allanamiento forzado. Allí Vittoria, Pitiri, Mozart, Senda, Paino, Sacerdote y Neo. Los siete divagaban con la posibilidad de perderlo todo, de que un pueblo salvajemente inculto, irrumpiera en sus vidas, con la única idea de arrebatarles la dicha de existir. Se empeñaban, en visualizar los sentimientos de quienes habían partido, de quienes con el valor necesario, donarían su sangre a una tierra agradecida.
    - Zathor debe haber pasado ya por las Angosturas.-
    - Si, esta mañana ya me llegó el mensaje, están preparando el paso de las demás compañías.-
    - Posiblemente, ya hayan pasado todos.-
    - Esperemos tener noticias pronto.-
    A partir de ahí, no sabrían nada de sus tropas en mucho tiempo, y eso acongojaba aún más los oprimidos corazones.

    Pero lejos de las Parlamentas, todo iba bien, las tropas con la moral alta, iban pasando por las Angosturas tranquilos, pues sabían que Zathor, con sus fuertes guerreros lo habían dejado todo preparado para que no hubiese ningún problema.
    A los diez días de la partida de Dammbert, ya estaban todos en el Llano Fresno y Zathor en Nacua, comenzaba a tender puentes de un lado a otro. Este paso era mucho más angosto que el anterior por estar atravesado de norte a sur por el río Erbos, que nacía en las montañas Seti y llegaba a Nacua con una fuerza y un caudal impresionante, para luego ensancharse en más de dos kilómetros por el Llano Fresno y morir en Frost.

    Malem y sus amazonas habían sacado ventaja ya el primer día, ligeras y con cabalgaduras muy rápidas, pronto se perdieron de la vista de los guardianes del paso de las Angosturas, estaban instruidas para cazar en camino, dormir poco y bajo sus propios caballos.
    -Son fibra pura.- le decía Amadis a Zathor mientras las observaban en los campos de tiro.
    Malem, sin duda la más bella y esbelta de todas, tenía el pelo largo hasta la cintura y ojos azules rasgados, en la cabeza siempre llevaba una diadema de piedras preciosas que le había regalado su padre.
    El espectáculo era francamente libidinoso, ya que todas llevaban una faldita corta y un corpiño ceñido a su torso para cabalgar con soltura y disparar sus arcos sobre las monturas. Su buen estado físico era envidiado por todos.
    Demasiado joven para Amadis, jamás empleó sus encantos seductores con ella, aunque en su fuero interno, clamaba la eterna juventud que le dictaba la hermosura, con la que sus fantasías recorrían tan palpitante cuerpo.
    Ni siquiera los hombres de Zathor las vieron cruzar por Nacua. No querían ser vistas, si pasaban la prueba, llegarían donde hiciera falta, nada las detendrían. Zathor seguía con su dura misión, hacer puentes, sujetar peñones para que no se desprendiesen al paso de las compañías amigas y visualizando más allá del horizonte. Mmanuel con diez hombres más a caballo, les hacia de vigías y guías para trazar los mejores caminos. Mmanuel iba al frente, cuatro a sus flancos a una gran distancia pues todos se comunicaban con silbos, muy útiles estos para las montañas, dos en la retaguardia para comunicarse con Zathor y tres entre ambas líneas.
  • amparo bonillaamparo bonilla Bibliotecari@
    editado junio 2011
    ay, pense que tenía lentes de aumento, está súper la letra asi:D:p;)
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