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SOBRE “EDIPO REY” DE SÓFOCLES (I parte)

madeiromadeiro Gonzalo de Berceo s.XIII
editado mayo 2008 en Ensayo
OTRO ANÁLISIS SOBRE “EDIPO REY” DE SÓFOCLES

Hoy me gustaría hablar
de la historia de Edipo...

La verdad y las formas jurídicas – Michel Foucault

La segunda de las cinco conferencias ofrecidas por el filósofo francés Michel Foucault, en la Universidad de Río de Janeiro, Brasil, en 1973, que conocemos bajo el nombre “La verdad y las formas jurídicas”, usa la tragedia de Sófocles como punto de partida.
Cuando el particular análisis expuesto por Foucault llegó a mis manos, yo acababa de leer la obra “Edipo rey”. Me hizo sentir que debía releerla.
Dos circunstancias motivaron ese deseo: la primera, la alegría de encontrar a alguien que exponía un punto de vista coincidente con el que yo había tenido al concluir la lectura: “Edipo no sería pues una verdad de naturaleza sino un instrumento de limitación y de coacción que los psicoanalistas, a partir de Freud, utilizan para contar el deseo y hacerlo entrar en una estructura familiar que nuestra sociedad definió en un determinado momento. En otras palabras, Edipo, según Deleuze y Guattari, no es el contenido secreto de nuestro inconsciente, sino la forma de coacción que el psicoanálisis intenta imponer en la cura a nuestro deseo y a nuestro inconsciente”. Me sirvió también para conocer la existencia de un libro que espero poder leer alguna vez, “Anti-Edipo”, de Deleuze y Guattari. La segunda razón era verificar algunas afirmaciones de Foucault, vinculadas al tema del “poder” como: “lo que está en cuestión, desde el comienzo de la obra, es el poder” o “En Edipo rey, Edipo no defiende en modo alguno su inocencia, su problema es el poder y cómo hacer para conservarlo; esta es la cuestión de fondo desde el comienzo hasta el final de la obra”.
No me pareció que esto último fuera efectivamente así, al menos no de manera tan categórica.
Era necesario que releyera “Edipo rey”. Y me resultó doblemente beneficioso: Pude desarrollar mis propias conclusiones sobre las afirmaciones de Foucault y, a la vez, apreciar y valorar con mayor detalle la enorme capacidad creativa de Sófocles. También disfruté de la lectura adicional de “Edipo en Colono” y de “Antígona”.
Este escrito es el fruto ulterior de estas lecturas. No conlleva, en modo alguno, un afán de oposición a los dichos expuestos en la segunda conferencia aludida. No es ese el motor que lo mueve.
Sólo es el resultado de un volver a ver el contenido de “Edipo rey” y exponer mis humildes conclusiones sobre esta magnífica tragedia.
Inevitablemente, si se verá que no comparto la opinión expuesta por Foucault en cuanto a que “lo que está en cuestión, desde el comienzo de la obra, es el poder”. Me parece que este no es el asunto central.
Considero que en “Edipo rey” el poder es lo secundario de la trama; el eje central es la “Verdad”, sus consecuencias y la sujeción a los valores éticos imperantes en una época. Las lecturas adicionales de “Edipo en Colono” y de “Antígona” ayudan a esta conclusión.
Es oportuno tener presente que el mismo Foucault habla de esto a poco de iniciar su exposición cuando dice: “La tragedia de Edipo es... la historia de una indagación de la verdad; un procedimiento de investigación de la verdad que obedece exactamente a las prácticas judiciales griegas de esa época”.
Como un documento comprobatorio de la validez de sus propias primeras palabras, cuando dice: “Es probable que estas conferencias contengan una cantidad de cosas inexactas, falsas, erróneas”, lo vemos luego centrar su insistencia en el tema del poder, colocándolo en el centro de la escena. Esto nos obliga a recordar también su prudente consejo, muestra de gran sensatez: “Prefiero exponerlas pues, a título de hipótesis para un trabajo futuro” -Primera conferencia-.
Procuraré mostrar que la defensa que Edipo realiza no revela interés por el “poder”. Su comportamiento es la respuesta previsible de cualquier persona honesta que ve amenazada su forma de vida, que teme la alteración de su entorno habitual. En tal sentido, esto lo torna un factor secundario en la trama de la obra, en tanto que se trata de algo inherente a cualquier individuo más allá de su rango jerárquico.
No pasa lo mismo con la “Verdad” que es el elemento que, durante todo “Edipo rey”, ocupa el interés de dioses, reyes, ciudadanos y esclavos.

En la tragedia de Sófocles, el deseo de alcanzar el conocimiento exacto de una “verdad” no es aquel que afecta al filósofo o pensador interesado en profundizar su saber respecto de la esencia de las cosas.
Se trata de una “verdad” sobre meros hechos terrenales cuyo develamiento supone un inmediato efecto reparador de las dolencias de la sociedad.
El autor nos muestra a los pobladores de Tebas angustiados por la proliferación de una epidemia mortífera que castiga al campo, a los rebaños y a los niños.
Para ellos estas desgracias son una clara manifestación de la furia de la divinidad.
En tales circunstancias, entendiendo agotadas las gestiones efectuadas hasta por los propios sacerdotes que encabezan la manifestación, visitan a Edipo en actitud suplicante.
Uno puede leer en los primeros diálogos, exclamaciones tales como: “Yo, al que ustedes llaman el eminente Edipo...” o “Poderoso Edipo que reinas en el país...”. Sin embargo, esto no está incluido a efectos de resaltar expresamente el poder del personaje central. Son meras fórmulas de tratamiento al rey de iguales características que las usadas hoy ante altos cargos, por Ej.: excelentísimo señor presidente de tal, o su majestad el rey de cual. Sófocles refleja las fórmulas en uso de su época, tal como otros autores.
Es importante darse cuenta, además, que el pedido popular ante Edipo no está motivado por su condición de rey o su poder soberano.
La razón que lleva al sacerdote a acudir a Edipo es que se le considera el “salvador de la ciudad” por su anterior intervención que los libró de la maldición de la esfinge. Es por este antecedente, y confiados en que repetirá la acción salvadora, que se le pide que “busque remedio” para estos nuevos males que asolan la ciudad de Cadmo.
Sófocles muestra al rey preocupado por el sufrimiento de su pueblo y ocupado, no en su prestigio, sino en encontrar una respuesta que acabe con el mal. Por eso escucha lo que le dice el anciano y por eso ya había dispuesto el envío de su cuñado Creonte al templo de Delfos para conocer qué votos o sacrificios se debían realizar a fin de salvar a la ciudad.
Sófocles no da indicios que permitan sospechar un afán de gloria en Edipo. Muestra, más bien, a un gobernante interesado en el bienestar de su pueblo, que hace público su ruego al dios Apolo solicitándole que la corona de laureles que porta su cuñado, al que ve regresar, sea señal de los buenos augurios que tanto espera.

La llegada de Creonte es el elemento que el autor utiliza para revelar la razón que, de acuerdo a la creencia popular de su época, sería el origen de todos los males del presente.
El oráculo de Delfos le informó que el asesino de Layo, el anterior rey, se encuentra conviviendo entre el pueblo y que debe ser localizado. Sólo su destierro o su muerte apagará la peste.
Así queda claro que es la no expiación de un crimen cometido en el pasado la causa del mal. Se muestra la dura mano de los dioses castigando la inacción de los hombres que no han hecho justicia.
Esta escena deja ver a un Edipo que no tiene nada que ocultar y, sin temores, invita a Creonte a hablar frente a todos.
Desconoce los pormenores del asesinato de Layo y se manifiesta preocupado y diligente en conocer los antecedentes y aún en encontrar algún testigo que pueda aportar datos.
Incluso, consciente de la infausta suerte de su antecesor, teme que el asesino también lo mate a él. No por temor a la perdida del poder sino de su propia vida ante un oculto asesino que quizá lo mate por su sola condición de rey. Un temor similar al que vive un chofer de taxi cuando se entera del asesinato de otro chofer de su misma compañía.
Termina la escena con un Edipo que se compromete públicamente a efectuar una investigación que esclarezca el caso y haga justicia.
Esta será la “verdad” que dioses, realeza, sacerdotes, adivinos, ciudadanos y esclavos querrán conocer para que se restablezca la calma y el bienestar en la ciudad.

Prosigue el desarrollo de la obra con una tristísima súplica a cargo del Coro que acentúa la terrible desolación que devasta a la ciudad, amenazándola con la desaparición. Se clama a todos los dioses pidiendo su intervención favorable.
Edipo, atento a este ruego y a su condición de rey ordena se le informe sobre el asesino, si es que se sabe de él, sea nativo o extranjero.
Da su palabra de que, sea quien sea, hará justicia.
A todas luces, desconoce cuán trágicamente implicado está él en este asunto.
En una muestra más de su hombría de bien resalta que no debió ser necesario que un dios pidiera justicia. Les reprocha que ellos mismo debieron haberla efectuado sin demora para no dejar impune el crimen del más eminente de sus hombres y, además, su rey.
Finalmente profiere maldiciones contra el asesino y a cualquiera que le oculte.
En respuesta a estos dichos, en nombre del Coro, habla Corifeo informando que si no han noticiado nada es porque nada saben y sugiere se procure la intervención de un famoso adivino ciego, Tiresias.
Poco antes de cerrar la escena, Sófocles utiliza dos breves párrafos para resaltar el carácter honroso de Edipo. Tomar nota de ello me parece vital para conocer el punto de referencia que el autor parece desear que tengamos sobre el personaje central.
Luego de señalarle Corifeo al rey que el asesino, si estaba en el pueblo, seguramente se habrá marchado tras escuchar las imprecaciones del monarca, éste le responde que “a quien no lo asusta el crimen, tampoco lo intimidan las palabras”.
El significado de esto es claro: Se ve a Edipo consciente de la falta de valores que caracteriza a las almas dispuestas al mal y, por este medio, se lo perfila como opuesto a esta condición. Él es y será siempre respetuoso de los valores. Este análisis quedará totalmente confirmado cuando se observe como el monarca cumple y ordena cumplir sobre su propia persona la pena que él mismo había establecido para el culpable.
Sófocles nos pinta un hombre de palabra (quizá proponiendo un modelo) que pondrá la suya propia como garantía de su acción, más allá que, luego de descubrirse culpable, bien pudiera haberse escudado en frases como la pronunciada por él mismo en “Edipo en Colono”, cosa que no hizo: “Si mi padre fue prevenido por los oráculos sobre que moriría asesinado por su hijo: ¿Con qué justicia se me puede imputar eso a mí que ni había sido engendrado por mi padre ni concebido por mi madre, cuando aun no había nacido?”. En esta misma obra y casi inmediatamente después de lo expresado, Corifeo le dice al rey Teseo, en alusión a Edipo: “Vuestro huésped, Majestad, es honorable y merece ser defendido dado sus terribles desgracias”.

El nuevo personaje que incorpora Sófocles es una pieza fundamental para el crecimiento de la trama y del clima de sospecha. Por intermedio de Tiresias, el adivino ciego, una mezcla de luz y tinieblas inundará la escena, obligando a todos los personajes a apurar el desenlace.
Cuando Edipo, que lo había enviado a buscar, advierte su llegada se alegra y, cargándolo de elogios, le suplica que ayude a la ciudad.
Termina su discurso con una frase con la que, nuevamente, el autor dibuja el carácter moral del monarca: “Servir a sus semejantes es la mejor forma que tiene un hombre de utilizar su sabiduría y su riqueza”.
Tiresias se muestra desanimado y pide retirarse. Sostiene que será mejor para ambos su partida.
Edipo reitera su insistente pedido, ahora por los mismos dioses, para que diga lo que sabe.
El adivino vuelve a negarse aludiendo que no desea darle a conocer al rey su infortunio. Esta extraña actitud alimenta la incertidumbre que crecerá aún más cuando, ante un nuevo pedido (a esta altura una orden), termina por imputarle: “Tú eres el ser impuro que ensucia a esta tierra”.
Naturalmente, ante esta acusación Edipo sospecha que no se trata de un acto de adivinación sino de una conjura.
Todo comienza a precipitarse.
Resuelto a hablar, Tiresias inculpa a Edipo de ser el asesino de Layo y se lamenta por la grave situación de inmoralidad en la que este está viviendo sin saberlo.
Aumenta la ira de Edipo quien, sin dudarlo, le acusa de utilizar falsas imputaciones, que imagina obra de Creonte, a quien el adivino estaría queriendo beneficiar para erigirlo como nuevo rey y luego ser su consejero.
El auditorio queda frente a dos posiciones encontradas: Tiresias imputando el crimen de Layo a Edipo y éste defendiéndose de la acusación mostrando que se trata de una conspiración para destronarlo.
Es excelente el modo en que Sófocles genera la atmósfera de suspenso. Si prescindimos del conocimiento previo que solemos tener de la historia de Edipo, es indudable que, hasta este punto, no podemos siquiera imaginar como terminará la historia; cuanto hay de verdad y cuanto de mentira.
Interviene brevemente Corifeo para pedir a ambas partes que se serenen, entendiendo que lo dicho es mero palabrerío nacido de la cólera.
Poco después, se retira el adivino y Edipo entra en el palacio.
No podemos dejar pasar por alto la inmediata intervención del Coro por medio del cual Sófocles hace saber al público como deben verse las cosas.
Las ultimas palabras del Coro, que ha escuchado el intercambio de acusaciones precedente, indican que jamás se pondrán contra Edipo a menos que los hechos confirmen las acusaciones. Esto es debido a que, habiendo sido el salvador de la ciudad, hasta el momento no encontraron nada malo en él.
De este modo el autor nos dice que las acusaciones de Tiresias son serías pero no parecen ajustarse a la verdad que todos conocen. No hay quien pueda hablar mal de Edipo; sí elementos para pensar bien sobre él.
Seguimos frente a un hombre que se muestra a sí mismo sin culpas y del mismo modo es juzgado por los demás.

En la nueva escena entrará Creonte para defenderse de la acusación de conspiración.
Se dirigirá a los ciudadanos quienes serán representados por Corifeo exponiendo ante ellos su inocencia. Se mostrará perplejo por la actitud de Edipo.
Acto seguido este último entrará y habrá un mutuo intercambio de acusaciones y defensas, frente a los ciudadanos.
Resulta evidente que Edipo siempre es presentado como quien no tiene nada que ocultar.
Y esto es así ya que no conoce su trágico sino. Nosotros lo sabemos y eso nos hace presumir que se defiende premeditadamente. Pero solo se trata de un acto de mera supervivencia ante lo que considera ajeno a sí.
En la mutua indagación de esta escena se presenta una buena cuestión a cargo de Edipo: ¿Por qué el adivino Tiresias revela ahora quien es el asesino de Layo y no lo hizo en su momento?
Con este argumento Edipo justifica su sospecha sobre Creonte.
Este se defiende diciendo que, siendo su cuñado, no tiene necesidad de ser rey pues logra mayor aprecio y adulación del pueblo que si tuviera que ejercer el poder y realizar acciones contrarias al favor popular.
Ambas exposiciones son convincentes.
Las diferencias seguirán sin resolución hasta que aparezca un nuevo personaje en escena: Yocasta, esposa de Edipo, que más tarde se descubrirá que también es su madre.

Yocasta iniciará su discurso atribuyendo la disputa a celos particulares de cada uno de ellos; textualmente “a motivos futiles”.
De esta manera tanto la acusación sobre Edipo por parte de Tiresias como la sospecha sobre Creonte quedan descartadas para ella. Todo sería fruto de la tensa situación que se está padeciendo.
Delante de Yocasta y de los ciudadanos Creonte jura solemnemente que es inocente.
El Coro le pide a Edipo que, ante esto, lo libere de toda sospecha.
El monarca accederá pero con preocupación porque ya se instaló en él el temor de una acción en su contra aprovechando la situación de Tebas.
Creonte saldrá de escena y el diálogo que sigue estará encabezado por Yocasta y Edipo.
Enterada Yocasta de la acusación de asesinato de Layo que Tiresias pronunció sobre Edipo, esta efectúa unas revelaciones a fin de apaciguar el espíritu del rey.
Le informa que él es inocente ya que la muerte de Layo se produjo a manos de unos bandidos en un cruce de tres caminos; de modo que no fue uno sino varios los asesinos. Además, respecto del hijo de Layo, sobre el que pesaba la profecía de que mataría a su padre, a tres días de nacido fue entregado a un desconocido para que lo arrojara a un bosque. Muerto el niño la profecía no se habría cumplido resultando que, además, según manifiesta, la muerte de Layo terminó siendo fruto de un atraco de bandoleros.
El relato de Yocasta lejos de tranquilizar a Edipo lo conmueve profundamente pues le recuerda una situación vivida por él.
Cuenta que hace tiempo, en un banquete, un borracho le dijo que su padre Pólibo, el corintio y su madre Mérope, la doria, no eran en realidad sus progenitores. Desesperado Edipo les consultó sobre esto y ellos lo desmintieron. Sin embargo, acuciado por la duda, concurrió al oráculo de Delfos. Éste lo rechazó no sin antes informarle que sería el asesino de su padre y que se casaría con su madre. Por este motivo Edipo no volvió a Corinto, para evitar el cumplimiento profético. Pero andando el camino, en un cruce se le presentó un personaje de las características de Layo a quien mató en defensa propia.
Se advierte aquí lo siguiente: Edipo conoce una profecía que reúne características similares a la acusación de Tiresias pero que él aplica expresamente a aquellos que considera sus padres: Pólibo y Mérope, y que no vincula de ningún modo con los argumentos dados por el adivino.
No puede ser de otra manera. Estamos hablando de un adulto al que nadie le reveló la falsedad de su vinculo familiar.
Nuevamente su actitud es la de evitar el mal y someterse a un auto destierro para evitar el cumplimiento del nefasto vaticinio.
Luego, cuando Tiresias le habla de algo similar, pero para Edipo ajeno ya que no supone a Layo su padre, es natural que no pretenda mayor indagación y que rechace la imputación.

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Daniel Adrián Madeiro

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