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Bellos Comienzos

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Comentarios

  • incainca Gonzalo de Berceo s.XIII
    editado octubre 2010
    EUGENIA DE FRANVAL
    Marqués de Sade

    "El único motivo que nos mueve a escribir esta historia es la instrucción de la humanidad y el mejoramiento de su modo de vida. Es de desear que todos los lectores descubran el enorme peligro que siempre corren aquellos que hacen lo que quieren para satisfacer sus deseos. Que puedan convencerse que la buena crianza, las riquezas, el talento y las dotes naturales sólo sirven para desviar al individuo cuando la limitación, la buena conducta, la sabiduría no están allí para sostenerlos o utilizarlos de la mejor manera: estas son las verdades que vamos a llevar a la acción. Que nos sean perdonados los detalles poco naturales del horrible delito que nos veremos obligados a relatar; ¿acaso es posible que estas desviaciones sean detestables si uno tiene la valentía de prresentarlas abiertamente?
    Es raro que en un mismo ser todo armonice para conducirlo a la prosperidad; si ha sido favorecido por la naturaleza, la fortuna le niega los dones; si la fortuna es liberal con sus favores, la naturaleza lo trata mal; pareciera que la mano del Cielo deseara mostrarnos que en cada individuo, como en sus acciones más sublimes, las leyes del equilibrio son las primeras del Universo, las que simultaneamente regulan todo lo que pasa, todo lo que vegeta y respira.
    Franval, que vivía en París, donde había nacido, poseía, además de una renta de 400.000 libras, la más hermosa figura, el rostro más agradable y los más variados talentos; pero por debajo de este exterior atractivo yacían ocultos todos los vicios, y lamentablemente aquellos cuya adopción e indulgencia conducen rapidamente al delito. La imaginación más libre que nadie pudiera detallar era el primer defecto de Franval; hombres de su calidad no se enmiendan, la declinación del poder los empeora; cuanto menos pueden hacer, tanto más emprenden; cuanto menos logran, tanto más inventan; cada edad acarrea nuevas ideas, y la saciedad, lejos de enfriar su ardor, sólo prepara el camino para refinamientos más fatales.
    Como decíamos, Franval poseía en cantidad todas las amenidades de la juventud, todos los talentos que realzan, pero puesto que mostraba el mayor desdén por las obligaciones morales y religiosas, fue imposible que sus tutores le hicieran adoptar ninguno de ellos"...
  • incainca Gonzalo de Berceo s.XIII
    editado octubre 2010
    EL PROCESO
    Franz Kafka

    "Posiblemente alguien había calumniado a Josef K., pues sin que este hubiera hecho nada malo, fue detenido una mañana. La cocinera de su patrona, la señora Grubach, que todos los días le llevaba el desayuno a la cama, no apareció aquella mañana. Nunca había ocurrido eso. K. aguardó aún un momento, y observó, recostado sobre su almohada, que la anciana que había frente a su casa lo observaba con una curiosidad desacostumbrada; después, sorprendido y hambriento a la vez, pulsó la campanilla. En ese momento llamaron a la puerta, y entró en el dormitorio un hombre que nunca había visto en la casa. Era un personaje esbelto, pero de apariencia sólida, con un traje negro y ceñido, semejante al traje de un viaje, con distintos pliegues, hebillas, bolsillos, botones y un cinturón, que daban a esa vestidura una apariencia singularmente práctica sin que pudiera establecerse con seguridad para qué servían todas aquellas cosas.
    -¿Quién usted? -preguntó K., incorporándose en la cama. El hombre, sin embargo, pasó por alto la pregunta, como si fuese completamente natural su presencia en aquella casa, y se contentó con preguntar a su vez:
    -¿Ha llamado usted?"...
  • incainca Gonzalo de Berceo s.XIII
    editado octubre 2010
    EL PERFUME
    Patrick Sünkind

    "En el siglo XVIII vivió en Francia uno de los hombres más geniales y abominables en una época en que no escasearon los hombres abominables y geniales. Aquí relataremos su historia. Se llamaba Jean Baptiste Grenouille y si su nombre, a diferencia del de otros monstruos geniales como De Sade, Saint-Just, Fouche, Napoleón, etcétera, ha caído en el olvido, no se debe en modo alguno en que Grenouille fuera a la zaga de estos hombres célebres y tenebrosos en altanería, desprecio por sus semejantes, inmoralidad, en una palabra, impiedad, sino a que su genio y su única ambición se limitaban a un terreno que no deja huellas en la historia: al efímero mundo de los olores.
    En la época que nos ocupa reinaba en las ciudades un hedor apenas concebible para el hombre moderno. Las calles apestaban a estiércol, los patios interiores apestaban a orina, los huecos de las escaleras apestaban a madera podrida y excrementos de rata; las cocinas a col podrida y grasa de carnero; los aposentos sin ventilación apestaban a polvo enmohecido; los dormitorios, a sábanas grasientas, a edredones húmedos y al penetrante olor dulzón de los orinales. Las chimeneas apestaban a azufre; las curtidurías, a legías cáusticas; los mataderos, a sangre coagulada. Hombres y mujeres apestaban a sudor y a ropa sucia; en sus bocas apestaban los dientes infectados, los alientos olían a cebolla, y los cuerpos, cuando ya no eran jóvenes, a queso rancio, a leche agria y a tumores malignos. Apestaban los ríos, apestaban la plazas, apestaban las iglesias y el hedor se respiraba por igual bajo los puentes y en los palacios. El campesino apestaba como el clérigo; el oficial de artesano, como la esposa del maestro; apestaba la nobleza entera y, sí, incluso el rey apestaba como un animal carnicero y la reina como una cabra vieja, tanto en verano como en invierno, porque en el siglo XVIII aún no se había atajado la actividad corrosiva de las bacterias y por consiguiente no había ninguna acción humana, ni creadora ni destructora, ninguna manifestación de vida incipiente o en decadencia que no fuera acompañada de algún hedor"...
  • incainca Gonzalo de Berceo s.XIII
    editado octubre 2010
    EL MUNDO DE SOFIA
    Jostein Gaarden

    "Sofía Amundsen volvía a casa después del instituto. La primera parte del camino la había hecho en compañía de Jorunn. Habían hablado de robost. Jorunn opinaba que el cerebro humano era como un sofisticado ordenador. Sofía no estaba muy segura de estar de acuerdo. Un ser humano tenía que ser algo más que una máquina.
    Se habían despedido junto al hipermercado. Sofía vivía al final de una gran urbanización de chalets, y su camino al instituto era casi el doble que el de Jorunn. Era como si su casa se encontrara en el fin del mundo, pues más alla de su jardín no había ninguna casa más. Allí comenzaba el espeso bosque.
    Giró para meterse por el Camino del Trébol. Al final hacía una brusca curva que solían llamar "Curva del Capitán". Aquí sólo había gente los sábados y los domingos.
    Era uno de los primeros días de mayo. En algunos jardines se veían tupidas coronas de narcisos bajo los árboles frutales. Los abedules tenían ya una fina capa de encaje verde.
    ¡Era curioso ver cómo todo empezaba a crecer y brotar en esta época del año! ¿Cúal era la causa de que kilos y kilos de esa materia vegetal verde saliera a chorros de la tierra inanimada en cuanto las temperaturas subían y desaparecían los últimos restos de nieve?
    Sofía miró el buzón al abrir la verja de su jardín. Solía haber un montón de cartas de propaganda, además de unos sobres grandes para su madre. Tenía la costumbre de dejarlo todo en un montón sobre la mesa de la cocina, antes de subir a su habitación para hacer los deberes.
    A su padre le llegaba únicamente alguna que otra carta del banco, pero no era un padre normal y corriente. El padre de Sofía era capitán de un gran petrolero y estaba ausente gran parte del año. Cuando pasaba en casa unas semanas seguidas, se paseaba por ella haciendo la casa más acogedora para Sofía y su madre. Por otra parte, cuando estaba navegando resultaba a menudo muy distante.
    Ese día sólo había una pequeña carta en el buzón.
    "Sofía Amundsen", ponía en el pequeño sobre. "Camino del Trébol 3". Eso era todo, no ponía quién la enviaba. Ni siquiera tenía sello.
    En cuanto hubo cerrado la puerta de la verja, Sofía abrió el sobre. Lo único que encontró fue una notita, tan pequeña como el sobre que la contenía. En la notita ponía: ¿Quién eres?
    No ponía nada más. No traía saludos ni remitente, sólo esas dos palabras escritas a mano con grandes interrogaciones.
    Volvió a mirar el sobre. Pués sí, la carta era para ella. ¿Pero quién la había dejado en el buzón?
    Sofía se apresuró a sacar la llave y abrir la puerta de la casa pintada de rojo. Como de costumbre, al gato Sherekan le dió tiempo a salir de entre los arbustos, dar un salto hasta la escalera y meterse por la puerta antes de que Sofía tuviera tiempo de cerrarla.
    -¡Misi, misi, misi!"...
  • incainca Gonzalo de Berceo s.XIII
    editado octubre 2010
    AUTO DE FE
    Elías Canetti

    "-¿Que haces aquí, muchacho?
    -Nada.
    -¿Entonces, ¿por qué te quedas parado?
    -Porque...
    -¿Sabes leer?
    -Pues sí.
    -¿Cuántos años tienes?
    -Nueve cumplidos.
    -¿Qué preferirías: un chocolate o un libro?
    -Un libro.
    -¿De veras. Estupendo. ¿Así que por eso estás aquí?
    -Sí.
    -¿Por qué no me lo dijiste antes?
    -Mi papá me regaña.
    -Ajá. ¿Cómo se llama tu padre?
    -Franz Metzger.
    -¿Te gustaría viajar a otro país?
    -Sí. A la India. Hay muchos tigres.
    -¿Y adónde más?
    -A la China. hay una muralla enorme.
    -¿Te gustaría escalarla?
    -Es demasiado ancha y alta. Nadie puede escalarla. por eso la construyeron.
    -¡Cuánto sabes! se ve que has leído mucho.
    -Sí, leo siempre. Papá me quita los libros. Quisiera ir a una escuela China. Tienes que aprender cuarenta mil letras. Todas no caben en un libro.
    -Eso es lo que tú crees.
    -Las he contado.
    -De todas formas no es cierto. Deja esos libros del escaparate. No hay ni uno bueno. En el bolsillo tengo algo mejor. Espera, que te lo enseñaré. ¿Sabes que escritura es está?
    -¡China! ¡China!
    -Eres lo que se dice un chico listo. ¿Habías visto ya algún libro chino?
    -No, lo adiviné.
    -Estos dos caracteres significan Meng Tse, el filósofo Meng.
    Fue un gran hombre en la China. Vivió hace 2250 años y sus obras todavía se leen. ¿Te acordarás?
    -Sí ahora tengo que irme al colegio.
    -¡Ajá! ¿conque miras los escaparates de las librerías cuando vas al colegio? ¿Cómo te llamas?
    -Franz Metzger. Como mi padre.
    -¿Y dónde vives?
    -En la calle Ehrlich 24.
    -Yo también vivo allí. No recuerdo haberte visto.
    -Usted siempre desvía la mirada cuando se encuentra con alguien en la escalera. Yo lo conozco hace tiempo. Usted es el profesos Kien, pero no da clases"...
  • incainca Gonzalo de Berceo s.XIII
    editado octubre 2010
    DOCTOR PASAVENTO
    Enrique Vila-Matas

    "Paseábamos por la llamada Alameda del fin del Mundo, un melancólico sendero junto al castillo de Montaigne, cuando me preguntaron:
    -¿de dónde viene tu pasión por desaparecer?.
    Mi acompañante deseaba saber de dónde venía esa idea de desaparecer que tanto anunciaba yo en escritos y entrevistas, pero que no acababa nunca de llevar a la práctica. La pregunta me cogió más bien desprevenido, pues andaba en ese momento distraído pensando absurdamente en un gol que había marcado Pelé en el remoto Mundial de futbol de Suecia. Así que no escuché bien del todo la pregunta y pedí que me la repitieran.
    -Pues no lo sé -terminé al poco rato contestando-, ignorando de dónde viene, pero sospecho que paradógicamente toda esa pasión por desaparecer, todas esas tentativas, llamémoslas suicidas, son a su vez intentos de afirmación de mi yo.
    Sonaron muy pertinentes aquellas palabras ensayísticas, dichas allí, nada menos en la la cuna misma del género literario del ensayo. Como se sabe, Michel de Montaigne escribió su libros en lo alto de una torre anexa a su castillo cercano a Burdeos. Los escribió en un estudio y biblioteca que estaba en la tercera planta de la torre. Allí inventó el ensayo, ese género literario que con el tiempo iría ligado a la construcción de la subjetividad moderna, construcción en la que participaría asimismo Descartes, que también decidió encerrarse a pensar en un lugar solitario, en su caso en la bien caldeada habitación de invierno de Ulm. De modo que puede decirse que el subjeto moderno no surgió en contacto con el mundo, sino en aisladas habitaciones en las que los pensadores estaban solos con sus certezas e incertidumbres, solos consigo mismos.
    Mientras subía por la estrecha y empinada escalera de caracol que conducía al estudio de Montaigne, y enlazando con la respuesta que le había dado un poco antes a mi acompañante, pensé en el misterio de la desaparición de los hombre. Montaigne, sin ir más lejos, había estado allí una multitud de veces, aquélla era su casa y en lo alto de la torre había inventado el ensayo, y sin embargo no parecía que quedara ni su más remota sombra en los lugares por los que había pasado"....
  • incainca Gonzalo de Berceo s.XIII
    editado octubre 2010
    LA BUSCA
    Pío Baroja

    "Acababan de dar las doce de una manera pausada, acompasada y respetable, en el reloj del pasillo. Era costumbre de aquel viejo reloj, alto y de caja estrecha, adelantar y retrasar a su gusto y antojo la uniforme y monótona serie de las horas que va rodeando nuestra vida, hasta envolverla y dejarla, como a un niño en la cuna, en el oscuro seno del tiempo.
    Poco después de esta indicación amigable del viejo reloj, hecha con la voz grave y reposada, propia de un anciano, sonaron las once, de un modo agudo y grotesco, con una impertinencia juvenil, en un relojillo petulante de la vecindad, y unos minutos más tarde, para mayor confusión y desbarajuste cronológico, el reloj de una iglesia próxima dio una larga y sonora campanada, que vibró durante algunos segundos en el aire silencioso..
    ¿Cúal de los tres relojes estaba en lo fijo? ¿Cúal de aquellas tres máquinas para medir el tiempo tenía más exactitud en sus indicaciones? El autor no puede decirlo, y lo siente. Lo siente porque el tiempo es, según algunos graves filósofos, el cañamazo en donde bordamos las tonterías de nuestra vida; y es verdaderamente poco científico no poder precisar con seguridad en qué momento empieza el cañamazo de este libro. Pero el autor lo desconoce: sólo sabe que en aquel minuto, en aquel segundo, hacía ya largo rato que los caballos de la noche galopaban por el cielo. Era, pues, la hora del misterio; la hora de la gente maleante; la hora en la que el poeta piensa en la inmortalidad, rimando hijos con prolijos y amor con dolor; la hora en que la buscona sale de su cubil y el jugador entra en él; la hora de las aventuras que se buscan y nunca se encuentran; la hora, en fin, de los sueños de la casta doncella y de los reumatismos del venerable anciano. Y mientras se deslizaba esta hora romántica, cesaban en la calle los gritos, las canciones, las riñas; en los balcones se apagaban las luces, y los tenderos y las porteras retiraban sus sillas del arroyo para entregarse en brazos del sueño"...
  • incainca Gonzalo de Berceo s.XIII
    editado octubre 2010
    TROPICO DE CAPRICORNIO
    Henry Miller

    "Una vez que has entregado el alma, lo demás sigue con absoluta certeza, incluso en pleno caos. Desde el principio nunca hubo otra cosa que el caos: era un fluido que me envolvía, que aspiraba por las branquias. En el substrato, donde brillaba la luna, inmutable y opaca, todo era suave y fecundante; por encima, no había sino disputa y discordia. En todo veía en seguida el extremo opuesto, la contradicción, y entre lo real y lo irreal la ironía, la paradoja. Era el peor enemigo de mí mismo. No había nada que deseara hacer que no pudiera igualmente dejar de hacer. Incluso de niño, cuando no me faltaba nada, deseaba morir: quería rendirme porque luchar carecía de sentido para mí. Consideraba que la continuación de una existencia que no había pedido no iba probar, verificar, añadir ni sustraer nada. Todos los que me rodeaban eran unos fracasados, o si no, ridículos. Sobre todo, los que habían tenido éxito. Estos me aburrían hasta hacerme llorar. Era compasivo para con las faltas, pero no por compasión. Era una cualidad puramente negativa, una debilidad que brotaba ante el simple espectáculo de la miseria humana. Nunca ayudé a nadie con la esperanza de que sirviera de algo; ayudaba porque no podía dejar de hacerlo. Me parecía inútil cambiar el estado de cosas; estaba convencido de que nada cambiaría, sin un cambio del corazón, ¿y quién podía cambiar el corazón de los hombres? De vez en cuando un amigo se convertía; era algo que me hacía vomitar. Tenía tan poca necesidad de Dios como El de mí, y con frecuencia decía que, si Dios existiera, iría a su encuentro tranquilamente y le escupiría en la cara.
    Lo más irritante era que, a primera vista, la gente solía considerarme bueno, amable, generoso, leal, etc., porque estaba exento de envidia. La envidia es la única cosa de la que nunca he sido víctima. Nunca he envidiado a nadie ni nada. Al contrario, lo único que he sentido ha sido compasión hacia todo el mundo y por todo"...
  • incainca Gonzalo de Berceo s.XIII
    editado octubre 2010
    UN VIAJE AL MAELSTROM
    Edgar Allan Poe

    "Habíamos alcanzado la cima de la roca más alta. Durante algunos minutos, el viejo pareció excesivamente cansado para poder hablar.
    -No hace mucho tiempo -dijo al fin- les hubiera guiado por aquí, tan bien como el más joven de mis hijos; pero hace tres años me ocurrió la más extraordinaria aventura que haya podido acaecer a mortal alguno, o al menos ningún hombre a sobrevivido para poder relatarla, y las seis mortales horas que entonces pasé me han destrozado el cuerpo y el alma. Ustedes me creerán muy viejo, pero no lo soy. ¡Ha bastado la cuarta parte de una jornada para blanquear mis cabellos negros como el azabache, para debiliar mis miembros y aflojar mis nervios hasta el punto de temblar después del más insignificante esfuerzo y de aterrarme ante una sombra. ¿Creerán ustedes que casi no puedo mirar por encima de este pequeño promontorio sin sentir el vértigo?
    El pequeño promontorio sobre el borde del cual se había dejado caer tan descuidadamente con objeto de reposar -de manera que la parte más pesada de su cuerpo se hallaba al borde del abismo, y únicamente estaba protegido contra el riesgo de una caída por el punto de apoyo del codo contra la arista extrema y resbaladiza-, se elevaba a unos quinientos o seiscientos pies por encima de un caos de rocas situadas por debajo de nosotros, inmenso precipicio de granito brillante y negro. Por nada del mundo hubiera yo avanzado hasta el borde. Verdaderamente, me sentía tan agitado con la peligrosa situación de mi compañero, que me dejé caer cuan largo era contra el suelo, agarrándome a algunos arbustos próximos, y no atreviéndome aún a levantar los ojos al cielo. En vano intenté rechazar la idea de que el viento ponía en peligro la misma base de la montaña. Fue preciso algún tiempo para que razonara y para que me encontrase con valor suficiente para sentarme y mirar al horizonte.
    -No hay que tener miedo -dijo el guía-, porque le he traído aquí para hacerle ver, con todo el tiempo necesario, el teatro del acontecimiento de que voy hablarle y para referirle esa historia con el escenario del suceso ante sus ojos"...
  • incainca Gonzalo de Berceo s.XIII
    editado octubre 2010
    LOS HERMANOS KARAMANZOV
    Dostoyevski


    "Al abordar la biografía de mi héroe, Alexie Fiodorovitch, esperimento cierta perplejidad: aunque le llamo "mi héroe", sé que no es un gran hombre. Por lo tanto, se me dirigirán sin duda preguntas como éstás: "¿Qué hay de notable en Alexie Fiodorovitch para que lo haya elegido usted como héroe? ¿Qué ha hecho? ¿Quién lo conoce y por qué? ¿Hay alguna razón para que yo, lector, emplee mi tiempo para estudiar su vida?"
    La última pregunta es la más embarazosa, pues la única respuesta que puedo dar es ésta: "Tal vez. Eso lo verá usted leyendo la novela." ¿Pero y si, después de leerla, el lector no ve en mi héroe nada particular? Digo esto porque preveo que puede ocurrir así. A mis ojos, el personaje es notable, pero no tengo ninguna confianza en convencer de ello al lector. Es un hombre que procede con seguridad, pero de un modo vago y oscuro. Sin embargo, resultaría sorprendente, en nuestra época, pedir a las personas claridad. De lo que no hay duda es de que es un ser extraño, incluso original. Pero estas características, lejos de conferir el derecho de atraer la atención, representan un perjuicio, especialmente cuando todo el mundo se esfuerza en coordinar las individualidades y extraer un sentido general del absurdo colectivo. El hombre original es, en la mayoría de los casos, un individuo que se aísla de los demás. ¿No es cierto? Si alguien me contradice en este último punto diciendo: "Eso no es verdad", o "Eso no es siempre verdad", ello me animará a creer en el valor de mi héroe. Pues yo juzgo que el hombre original no solamente no es siempre el individuo que se coloca a parte, sino que puede poseer la quintaesencia del patrimonio común aunque sus contemporáneos lo repudien durante cierto tiempo.
    De buena gana habría prescindido de estas explicaciones confusas y desprovistas de interés y habría empezado sencillamente por el primer capítulo, sin preámbulo alguno, diciéndome: "Si mi obra gusta, se leerá" Pero lo malo es que presento una biografía en dos novelas. La principal es la segunda, donde la actividad de mi héroe se desarrolla en la época presente. La primera transcurre hace trece años. En realida, solo se recogen en ella unos momentos de la primera juventud del héroe; pero es indispensable, pues, de no existir esta primera novela muchos detalles de la segunda serían incomprensibles. Pero esto no hace sino aumentar mi confusión. Si yo, como biógrafo, considero que una novela habría bastado para presentar a un héroe tan modesto, tan poco definido ¿como justificar que lo presente en dos?
    Como no confío en poder resolver estos problemas, los dejo en suspenso. Ya sé que el lector, con su perspicacia, advertirá que ésta era mi finalidad desde el principio y me reprochará haber perdido el tiempo diciendo cosas inútiles. A eso responderé que lo he hecho por cortesía, aunque también he procedido con astucia, ya que he prevenido al lector. Por lo demás, me complace que mi novela se haya dividido por si misma en dos relatos, "sin perder su unidad". Una vez que conozca el primero, el lector decidirá si vale la pena empezar el segundo. Evidentemente, cada cual es dueño de sus actos y el lector puede cerrar el libro sin pasar de las primeras páginas del primer relato y no volverlo a abrir. Pero hay lectores de espíritu delicado que quieren llegar hasta el fin para no caer en la parcialidad. Entre ellos figuran todos los críticos rusos. Uno se anima al verse frente a ellos. A pesar de su táctica metódica, les he proporcionado un argumento de los más decisivos para dejar la lectura en el primer episodio de la novela.
    Con esto doy mi prefacio por terminado. Convengo en que podría haber prescindido de él. Pero ya que está escrito, conservémoslo.
    Y ahora, empecemos"...
  • incainca Gonzalo de Berceo s.XIII
    editado octubre 2010
    EL MANUSCRITO DE UN LOCO
    Charles Dickens



    "¡Si...! ¡Un loco! ¡Cómo sobrecogía mi corazón esa palabra hace años! ¡Cómo habría despertado el terror que solía sobrevenirme a veces, enviando la sangre silbante y hormigueante por mis venas, hasta que el rocío frio del miedo aparecía en gruesas gotas sobre mi piel y las rodillas se entrechocaban por el espanto! Y, sin embargo, ahora me agrada. Es un hermoso nombre. Mostradme al monarca cuyo ceño colérico haya sido temido alguna vez más que el brillo de la mirada de un loco... cuyas cuerdas y hachas fueran la mitad de seguras que el apretón de un loco. ¡Ja, ja! ¡Es algo grande estar loco! Ser contemplado como un león salvaje a través de los barrotes del hierro... rechinar los dientes y aullar, durante la noche larga y tranquila, con el sonido alegre de una cadena, pesada... y rodar y retorcerse entre la paja extasiado por tan valerosa música. ¡Un hurra por el manicomio! ¡Ay es un lugar excelente!
    Me acuerdo del tiempo en el que tenía miedo de estar loco; cuando solía despertarme sobresaltado, caía de rodillas y rezaba para que se me perdonara la maldición de mi raza; cuando huía precipitadamente ante la vista de la alegría o la felicidad, para ocultarme en algún lugar solitario y pasar fatigosas horas observando el progreso de la fiebre que consumiría mi cerebro. Sabía que la locura estaba mezclada con mi misma sangre y con la médula de mis huesos. Que había pasado una generación sin que apareciera la pestilencia y que era yo el primero en quién reviviría. Sabía que tenía que ser así: que así había sido siempre, y así sería; y cuando me acobardaba en cualquier rincón oscuro de una habitación atestada, y veía a los hombres susurrar, señalarme y volver los ojos hacia mí, sabía que estaban hablando entre ellos del loco predestinado; y yo huía para embrutecerme en la soledad.
    Así lo hice durante años; fueron unos años largos, muy largos, aquí las noches son largas a veces... larguísimas; pero no son nada comparadas con las noches inquietas y los sueños aterradores que sufría en aquel tiempo. Sólo recordarlo me da frio. En las esquinas de la habitación permanecían acuclilladas formas grandes y oscuras de rostros insidiosos y burlones, que luego se inclinaban sobre mi cama por la noche, tentándome a la locura. Con bajos murmullos me contaban que el suelo de la vieja casa en la que murió el padre estaba manchada por su propia sangre, que el mismo se había provocado en su furiosa locura. Me tapaba los oidos con los dedos, pero gritaban dentro de mi cabeza hasta que la habitación resonaba con los gritos que decían que una generación antes que él la locura se había dormido, pero que su abuelo había vivido con las manos unidas al suelo por grilletes para impedir que se despedazara a si mismo con ellas. Sabía que contaban la verdad... bien que lo sabía. Lo había descubierto años antes, aunque habían intentado ocultármelo. ¡Ja, ja! Era demasiado astuto para ellos, aunque me consideraran como un loco"...
  • incainca Gonzalo de Berceo s.XIII
    editado octubre 2010
    GERMINAL
    Emile Zola

    "En la pelada llanura y en una noche sin estrellas, de una oscuridad y un espesor de tinta, un hombre avanzaba solo por la carretera de Marchiennes a Montsou; diez kilómetros sin una sola curva a través de los campos de remolacha. Hacia delante no le era posible ver la negrura del suelo, y tampoco tenía la menor sensación del inmenso y uniforme horizonte si no era por el continuo azote del viento propio del mes de marzo, amplias y frías ráfagas que cruzaban como sobre un mar luego de barrer leguas y más leguas de marjales y tierras desnudas. Sin la sombra de un árbol sobre el ancho cielo, la calzada se tendía con la rectitud de un malecón entre el espesor de la niebla.
    El hombre había salido de Marchiennes hacia las dos. Andaba a grandes zancadas y tiritando bajo la delgada tela de algodón de su chaqueta y su pantalón de pana. Lo que más le molestaba era un pequeño paquete que llevaba envuelto con un pañuelo a cuadros, y procuraba apretarlo contra sus costados, ahora con un codo y luego con el otro, para poderse meter las manos en los bolsillos, las cuales, entumecidas por el recio viento del este, sentía como si le sangrasen. Una sola idea cabía en su cabeza de obrero sin trabajo y sin techo: la esperanza de que el frío sería menos crudo al amanecer. Venía avanzando así desde hacía una hora cuando a su izquierda, dos kilometros antes de Montsou, advirtió el rojizo llamear de tres hogueras que ardían al aire libre y como si colgasen del espacio. Vaciló al principio, asaltado por el miedo, pero no pudo resistir a la dolorosa e imperiosa necesidad de calentarse las manos un momento"...
  • incainca Gonzalo de Berceo s.XIII
    editado octubre 2010
    EL DON APACIBLE
    Mijail Sholojov

    "La casa de los Mélejov se hallaba en un extremo del jútor. Del patio, donde se encuentran la cuadras, una puerta que se abre hacia el norte lleva al Don. Una abrupta bajada de ocho brazas, entre peñascos de greda cubiertos de musgo, y se llega a la orilla: conchas nacaradas, el quebrado festón de guijarros grises que besan las ondas, y más allá, las impetuosas aguas del Don que se rizan, negras como alas de cuervo, batidas por el viento. Al este, tras las cercas de sauce rojo de la era, el camino del Hetman, el gris ajenjo, la mancha parda de los vivaces llantenes pisoteados por los cascos de los caballos, y la pequeña capilla en la bifurcación del camino; a continuación, cubierta por una florida caliná, la estepa. Al sur, la crestería gredosa de las montañas. Al oeste, la calle, que atraviesa la plaza y lleva al prado.
    De la penúltima campaña contra los turcos, el cosaco Prokofi Mélejov volvió al jútor con su mujer, una turca menuda que se envolvía en su chal. Se tapaba la cara, y sólo en contadas ocasiones dejaba ver unos ojos tristes de alimaña salvaje. El chal de seda trascendía a perfumes lejanos y desconocidos; sus vivos dibujos despertaban la envidia de las mujeres. La cautiva turca rehuía a la familia de Prokofi, y el viejo Mélejov tuvo que ceder pronto a su hijo la parte que le correspondía en la hacienda para que viviese aparte con su mujer. Nunca llegó a pisar la casa del hijo, al que no perdonará la ofensa.
    Prokofi no tardó en instalarse; los carpinteros le construyeron la casa, él mismo levantó las cercas del corral, y al legar el otoño llevó a la nueva vivienda a la extranjera, que caminaba encorvada a su lado. Al cruzar el pueblo tras el carro cargado con sus muebles, todos, pequeños y grandes, se lanzaron a la calle. Los cosacos se reían para sus adentros, las mujeres cambiaban impresiones a voz en grito y una turbamulta de sucios chicuelos rechiflaba en pos de ellos. Pero Prokofi, con el chetmén abierto caminaba despacio, como el labrador que va abriendo el surco, apretando en su negra manaza la mano frágil de la mujer y levantada la indómita cabeza con el mechón rubio caído en la frrente; únicamente, por debajo de los pómulos se le hinchaban los músculos de las quijadas y por entre las cejas, inmóviles como de dura piedra, le corría el sudor"...
  • incainca Gonzalo de Berceo s.XIII
    editado octubre 2010
    FRANKENSTEIN
    Mary Shelley

    "El hecho que fundamenta esta narración imaginaria ha sido considerada por el doctor Darwin y por otros escritores científicos alemanes como perteneciente, hasta cierto punto, al campo de los posible. No deseo que pueda creerse que me adhiero, por completo, a esta hipótesis; sin embargo, al basar mi narración sobre este punto de partida no pienso haber creado, tan sólo, un encadenamiento de hechos terroríficos concernientes por entero al orden sobrenatural.
    El acontecimiento que da interés a esta historia no tiene las desventajas inherentes a las narraciones que tratan de espíritus o magia. Me sedujo por lo nuevo de las situaciones que podía llegar a provocar, puesto que, si bien es físicamente imposible, otorga a la imaginación la posibilidad en las pasiones humanas con más comprensión y autoridad de las que ofrece el simple relato de hechos estrictamente reales.
    Me esforcé, pues, en conservar su adecuación a los principios elementales de la naturaleza humana; no dudé, sin embargo, cuando se trató de crear innovaciones en las posibles síntesis que admitieran tales principios. Esta norma se halla ya en la Ilíada, el poema épico de la antigua Grecia, en La tempestad y El sueño de una noche de verano, de Shekespeare y, con más claridad todavía, en El paraíso perdido, de Milton. No es, por lo tanto, excesiva presunción, ni siquiera para un humilde novelista que sólo desea distraer al lector o conseguir una satisfacción personal, emplear en sus escritos una licencia o, mejor, una regla que ha hecho surgir las páginas más bellas de la poesía y sublimes combinaciones de afectos humanos.
    El fundamento de mi relato me fue sugerido por una simple conversación. Comencé a escribir tanto para distraerme como porque me brindaba un medio de ejercitar las posibilidades que albergaba mi espíritu. Pero, a medida que la obra iba tomando forma, otros motivos fueron añadiéndose a los iniciales. No me es de ninguna manera indiferente la reacción del lector frente a las creencias morales que expresan mis personajes. No obstante, mi primera preocupación en este campo ha sido evitar los perniciosos efectos de las novelas actuales y presentar la bondad del amor familiar, así como las excelencias de la virtud universal. Las opiniones de los protagonistas vienen influidas; es lógico, por su carácter particular y por la situación en que se hallan; no han de ser consideradas por la tanto como las mías propias. Del mismo modo no debe extaerse de estas páginas ninguna conclusión que pueda llegar a perjudicar doctrina filosófica alguna"...
  • jaritojarito Anónimo s.XI
    editado octubre 2010
    Para relatar la historia de mi vida es menester que empiece muy atras. Si me fuera dable,deberia retroceder mucho mas aun, hastalos primeros años de mi niñez, he incluso mas alla: hasta la lejania de mi ascendencia.
    Un autor,cuando escribe una novela suele disponerse a actuar como si fuese Dios y pudiese abarcar con su mirada toda la historia de una vida humana ; intenta exponerla como si Dios mismo la contase, sin velo alguno, revelando a cada instante su mas escondida esencia. No puedo hacer semejante cosa; tampoco los autores lo logran. Pero mi historia es para mi mas importante que para cualquier creador la suya, pues es la mia propia.........
  • incainca Gonzalo de Berceo s.XIII
    editado octubre 2010
    UN TRADUCTOR EN PARIS
    Bernardo Atxaga



    "No había ninguna posibilidad de ayudarme, pero mis amigos trataron de franquear esa molesta realidad poniéndose en mi lugar y empujándome hacia lo que parecía una salida. "Deberías hacer un viaje", me decían, "un viaje te vendrá bien". A veces, cuando yo me mostraba especialmente testarudo o cuando me burlaba de sus aparentes buenas intenciones, que no tenían, les decía yo, otro objetivo que el perderme de vista por una temporada, alguno de ellos se encolerizaba conmigo y me reprochaba mi actitud: "¿Sabes cómo se le llama a lo tuyo? Pues se le llama negativismo, agresividad, deseo de culpar a los demás. Pero no se puede vivir así. Hay mucha gente que, a pesar de haber tenido accidentes bastante más graves que el tuyo, supera el trance y continúa adelante con optimismo". Ante invectivas como aquélla, yo permanecía mudo, como si el accidente también hubiera afectado a mi voz, y formaba, mentalmente, una respuesta que podría denominarse filológica: "Si estuviéramos en siglo XIX", pensaba, "mi bienintencionado amigo no habría dicho negativismo, agresividad, deseo de culpabilizar a los demás, sino que se habría referido a la flaqueza, al rencor, a la envidia que el desgraciado siente hacia los que ríen y parecen vivir felices". No era, esa reacción mía, señal de desprecio hacia mi amigo ; era, simplemente, cansancio, aburrimiento, indiferencia hacia la cháchara consoladora. Porque, para decirlo con una palabra que lo mismo sirve para el XIX que para el XX, la idea de que lo bueno o lo malo dependen de la actitud es una paparrucha. Desgraciadamente, de la actitud dependen muy pocas cosas. No olvidamos porque queramos olvidar. El deseo de ser libre no libera al prisionero. Las cosas son como son. Así se dice también en uno de los cuentos de los hermanos Grimm, que la época de los deseos ya pasó. Con todo, mi reacción ante los consejos de mis amigos no era siempre tan filológica ni tan intelectual. Una vez, por ejemplo, cuando uno de ellos me repitió por centésima vez lo de que mi vida no podía girar en torno al accidente, mi mente se quedó únicamente con la expresión girar en torno, creando a continuación la imagen del remolino de un río. Cerré los ojos, como para fijarme mejor, y vi que bajo el agua del remolino había un cuerpo desnudo y blanquísimo, el cuerpo, me pareció, de un hermoso y excitante joven; pero, de pronto, en uno de los giros, su cabeza quedó al descubierto, y supe que aquel joven era yo mismo, o, mejor dicho, el joven que yo había sido a los 14 o 15 años, y que me estaba ahogando, que me iba sin remisión hacia el oscuro centro del agua. Recuerdo que aquella visión me sobresaltó, y que a consecuencia de ello el combinado que estaba bebiendo se me cayó al suelo. "¿Qué te pasa?" me preguntaron mis amigos. "Nada", les contesté", "que mi imaginación me ha gastado una broma pesada". "Efectivamente, no ha pasado nada", añadió uno de ellos recogiendo la copa y dejándola sovre el mostrador. "Es lo que más me gusta de este club", dijo otro, "que está forrado de alfombras y que ni el cristal sufre con los golpes". Sin embargo, la copa no había salido indemne. Tenía una fractura en su borde que la dejaba inservible. Pensé que aquella falta de percepción resultaba elocuente, que resumía bien la costumbre que poco a poco habían ido tomando mis amigos. Porque, tras las primeras atenciones, ellos se desentendían de lo que realmente me estaba sucediendo y, con la grisura de quien sigue una consigna, se limitaban a mostrarse joviales y festivos"...
  • incainca Gonzalo de Berceo s.XIII
    editado octubre 2010
    ANA KARENINA
    León Tolstoi


    "Todas las familias felices se parecen unas a otras; pero cada familia infeliz tiene un motivo especial para sentirse desgraciada.
    En casa de los Oblosky andaba todo trastocado. La esposa acababa de enterarse de que su marido mantenía relaciones con la institutriz francesa y se había apresurado a declararle que no podía seguir viviendo con él. Semejante situación duraba ya tres días y era tan dolorosa para los esposos como para los demás miembros de la familia. Todos, incluso los criados, sentían la íntima impresión de que aquella vida en común no tenía ya sentido y que, incluso en una posada, se encuentran más unidos los huéspedes de lo que ahor se sentían ellos entre sí.
    La mujer no salía de sus habitaciones; el marido no comía en casa desde hacía tres días; los niños corrían libremente de un lado a otro sin que nadie les molestara. La institutriz inglesa había tenido una disputa con el ama de llaves y escribió a una amiga suya pidiéndole que le buscase otra colocación; el cocinero se había ido dos días antes, y precisamente a la hora de comer; y el cochero y la ayudante de cocina manifestaron que no querían continuar prestando sus servicios allí y que sólo esperaban que les saldasen sus haberes para irse.
    El tercer día después de la escena tenida con su mujer, el príncipe Esteban Arkadievich Oblosky -Stiva, como le llamaban en sociedad-, al despertar a su hora de costumbre, es decir, a las ocho de la mañana, se halló, no en el dormitorio conyugal, sino en su despacho, tendido sobre el diván de cuero.
    Volvió su cuerpo, lleno y bien cuidado, sobre los flexibles muelles del diván, como si se dispusiera a dormir de nuevo a la vez que abrazando el almohadón apoyaba en él la mejilla.
    De repente se incorporó, se sentó sobre el diván y abrió los ojos.
    "¿Cómo era?, pensó, recordando su sueño. "¡A ver, a ver! Alabin daba una comida en Darmstadt... Sonaba una música americana... El caso es que Darmstadt estaba en América... ¡Eso es Alabín daba un banquete, servido en mesas de cristal... Y las mesas cantaban: "Il mio tesoro"... Y si do era eso, era algo más bonito todavía. "Había también unos frascos, que luego resultaron ser mujeres..."
    Los ojos de Esteban Arkadievich brillaron alegremente al recordar aquel sueño. Luego quedó pensativo y sonrió.
    "¡Qué bien estaba todo!" Había aún unas muchas otras cosas magníficas que, una vez despierto, no sabía expresar ni con palabras ni con pensamientos.
    Observó que un hilo de luz se filtraba por la rendijas de la persiana, alargó los pies, alcanzó sus zapatillas de tafilete bordado en oro, que su mujer le regalara el año anterior con ocasión de su cumpleaños, y, como desde hacía nueve años tenía por costumbre, extendió la mano hacia el lugar donde, en el dormitorio conyugal, acostumbraba tener colocada la bata.
    Sólo entonces se acordó de cómo y por qué se encontraba en su gabinete y no en la alcoba con su mujer; la sonrisa desapareció de su rostro y arrugó el entrecejo.
    ¡Ay, ay, ay! se lamentó, acordándose de lo que había sucedido"...

















  • incainca Gonzalo de Berceo s.XIII
    editado octubre 2010
    20.000 LEGUAS DE VIAJE SUBMARINO
    Julio Verne

    "El 1866 se caracterizó indudablemente por un acontecimiento excepcional, por un fenómeno inexplicable, que seguramente no ha sido olvidado por nadie. Aparte de los rumores que conmovieron a los habitantes de los puertos y que sobreexcitaron a la opinión pública en el interior de los continentes, las gente del mar se sintieron particularmente afectadas por el suceso. Tanto los negociantes, los armadores, los directores, y el personal de las empresas marítimas de Europa y América, como los capitanes y demás oficiales de las marinas de todos los países, y con ellos los gobiernos de los diferentes Estados de ambos continentes, prestaron al hecho su más alto interés.
    En efecto, desde hacía algún tiempo los navios habían venido topándose en el mar con "una cosa enorme", un objeto largo y fusiforme, en algunas ocasiones fosforescente, e infinitamente más voluminoso y veloz que una ballena.
    Los detalles relativos a semejante aparición, consignados en los diferentes cuadernos de bitácora, conicidían con bastante exactitud en todo lo concerniente a la estructura del objeto o del ser en cuestión, a la incalculable y sorprendente rapidez de sus movimientos, a la increíble potencia de su locomoción y a la vida particular de que parecía dotado. Si se trataba de un cetáceo, su tamaño excedía al de todos aquellos que la ciencia había clasificado hasta entonces. Ni Cuvier, ni Lascèpéde, ni Dumeril, ni Quatrefages, hubieran admitido la existencia de tal monstruo sin haberlo visto de una forma concreta con sus propios ojos de especialistas en la materia.
    Aceptando el término medio de las observaciones realizadas, desechando las tímidas evaluaciones que asignaban al objeto una longitud de doscientos pies, y rechazando al mismo tiempo los cáculos exagerados que le suponían una milla de anchura por tres de largo podía muy bien afirmarse que aquel ser fenomenal, en caso de ser cierta su existencia, rebasaba con mucho las mayores dimensiones entre todas las admitidas hasta aquel momento por los ictiólogos"...
  • incainca Gonzalo de Berceo s.XIII
    editado octubre 2010
    LADY CHATTERLEY
    D. H. Lawrence

    "La nuestra es una época trágica, aunque nos neguemos a considerarla trágicamente.
    Tal era la posición de Costance Chatterley. La guerra la había precipitado en una desastrosa situación y ella estaba decidida a no reconocerle tonos de tragedia.
    En 1917 Costance casó con Clifford Chatterley, cuando éste llegó con licencia de regreso a Inglaterra. Pasaron un mes de luna de miel y Clifford volvió al frente de Francia transcurrido ese período. En 1918 fue herido de suma gravedad y se le devolvió a su hogar convertido en un verdadero despojo humano. Costance tenía entonces veintitrés años.
    Pasados otros dos, Clifford fue declarado de nuevo relativamente sano. Pero la mitad inferior había quedado paralizada para siempre. Le era posible recorrer la casa de un lado a otro en su silla e hizo aplicar un pequeño motor a otra, con lo cual hasta podía realizar algunas excursiones por el parque de su residencia.
    Sufrió tanto, que la capacidad del sufrimiento parecía haberlo abandonado en cierto modo. Permanecía extraño, vivo y jovial, con su rubicundo rostro y sus hermosos ojos asombrados. Estuvo tan cerca de la muerte, que lo que quedaba ahora de vida le era extraordinariamente precioso. Y fue tan profunda la herida moral, que algo muy dentro de él se había endurecido y carecía ya de la capacidad de resistir.
    Costance, su esposa, era una muchacha sonrosada y sana, de aspecto campesino, con sus suaves cabellos castaños, su vigoroso y robusto cuerpo y su gran vitalidad, un poco torpe. Tenía grandes y admirables ojos azules, una voz dulce y perezosa y, en general, daba la impresión de ser una verdadera y tranquila doncella.
    En realidad era una de esas mujeres cavilosas, muy modernas, que meditan constantemente, con curiosa persistencia y dificultad. Había sido educada parcialmente en Alemania, en la ciudad de Dresde. De la cual hubo de regresar con apresuramiento al estallar la guerra. Y sin bien ahora el pensarlo la llenaba de una pesada y amarga ironía, puesto que Alemania (o al menos la metralla alemana) le había destrozado su vida, no tenía más remedio que confesar que fue sumamente feliz en Dresde. O tal vez no tanto como emocionada. En efecto, la vida, la música, aquel lenguaje germánico tan abstracto y el modo de filosofar, la mantuvieron en estado de constante emoción. Aquellas conversaciones interminables sobre toda clase de temas conmovieron su alma. ¡Cómo hablaban aquellos estudiantes de filosofía, de economía política y los jóvenes profesores de etnología, clásicos y científicos! ¡Y cómo les contestaba ella!... ¡Cómo la escucharon y cómo escuchaba a su vez, porque ellos la habían escuchado!
    Pero llegó la guerra y no tuvo más remedio que considerar con amargura todo aquello. Clifford, que era un viejo amigo suyo y un talento de Cambridge, distaba mucho de ser un patriota mezquino. Luchó por su país, pero sin dejar de simpatizar enteramente con los jóvenes e inteligentes alemanes que, como él, fueron atrapados por la inmensa y cruel maquinaria que odiaban. Cuando regresaba del frente, en sus periódicas licencias, solía leer en voz alta a Costance laas obras de Hauptmann o Rainer María Rilke, lo cual agradaba sobremanera a la joven, que poseía un profundo deseo de elevarse "por encima" de la guerra o, por lo menos, por encima de aquel patriotismo bélico que tanto la exasperaba"...
  • incainca Gonzalo de Berceo s.XIII
    editado octubre 2010
    FORTUNATA Y JACINTA
    Benito Pérez Galdós



    Juanito Santa Cruz

    "Las noticias más remotas que tengo de la persona que lleva este nombre me las ha dado Jacinto María Villalonga, y alcanzan al tiempo en que este amigo mío y el otro y el de más allá, Zalamero, Juaquinito Pérez, Alejandro Miquis, iban a las aulas de la Universidad. No cursaban todos el mismo año, y aunque se reunían en la cátedra de Camús, separábanse en la de Derecho Romano: el chico de Santa Cruz era discípulo de Novar, y Villalonga de Coronado. Ni tenían todos el mismo grado de aplicación: Zalamero, juicioso y circunspecto como pocos, era de los que se ponen en la primera fila de bancos, mirando con faz complacida al profesor mientras explica, y haciendo con la cabeza discretas señales a todo lo que dice. Por el contrario, Santa Cruz y Villalonga se ponían siempre en la grada más alta, envueltos en sus capas y más parecidos a conspiradores que a estudiantes. Allí pasaban el rato charlando por lo bajo, leyendo novelas, dibujando caricaturas o soplándose recíprocamente la lección cuando el catedrático les preguntaba. Juanito Santa Cruz y Miquis llevaron un día una sartén (no sé si a la clase de Novar o a la de Uribe, que explicaba metafísica) y frieron un par de huevos. Otra muchas tonterías de este jaez cuenta Villalonga, las cuales no copio por no alargar este relato. Todos ellos, a excepción de Miquis que se murió en el 64 soñando con la gloria de Schiller, metieron infernal bulla en el célebre alboroto de la noche de San Daniel. Hasta el formalito Zalamero se descompuso en aquella ruidos ocasión, dando pitidos y chillando como un salvaje, con lo cual se ganó dos bofetadas de un guardia veterano, sin más consecuencias. Pero Villalonga y Santa Cruz lo pasaron peor, porque el primero recibió un sablazo en el hombro que le tuvo derrengado por espacio de dos meses largos, y el segundo fue cogido junto a la esquina del Teatro Real y llevado a la prevención en una cuerda de presos, compuesta de varios estudiantes decentes y algunos pilluelos de muy mal pelaje. A la sombra me lo tuvieron veintetantas horas, y aún durara más su cautiverio, si de él no lo sacara el día 11 su papá, sujeto respetabilísimo y muy bien relacionado.
    ¡Ay! el susto que se llevaron don Baldomero Santa Cruz y Barbarita no es para contarlo. ¡Qué noche de angustia la del 10 al 11! Ambos creían no volver a ver a su adorado nene, en quien, por ser único, se miraban y se recreaban con inefables goces de padres chochos de cariño, aunque no eran viejos"...
  • incainca Gonzalo de Berceo s.XIII
    editado octubre 2010
    AMANTES Y ENEMIGOS
    Rosa Montero

    "Aunque como lectora soy una gran aficionada a los volúmenes de cuentos, creo que como escritora prefiero hacer novelas. Y las prefiero porque son más grandes y más anchas, porque te ofrecen más lugar para la aventura, porque suponen un largo e incierto viaje al mundo fabuloso de lo imaginado. Y en este vasto territorio cabe todo.
    Por eso, porque mis esfuerzos narrativos se han centrado más en la novela, es por lo que no he sacado jamás un volumen de cuentos, pese a llevar casi veinte años publicando; sin embargo, con el tiempo he ido haciendo unos pocos, y a estas alturas ya he reunido un puñado. También con el tiempo he aprendido que estas ficciones cortas poseen curiosas propiedades para quien las escribe. Por ejemplo, te ayudan a salir de bloqueos creativos, a recuperar la escurririza vitalidad de las palabras; y además pueden ser una especie de exploradores narrativos, un globo sonda lanzado hacia un nuevo campo de expresión. Y así, hay cuentos que escribí creyendo que se acababan en sí mismos y que volvieron a aparecer mucho después transmutados o desarrollados en ficciones más largas: como "Paulo Pumilio", cuyos ingrediente retomé once años más tarde para mi novela Bella y oscura.
    Pero lo más curioso es que la mayoría de mis relatos (no así mis novelas) tratan de parejas: esto es algo que yo no busqué conscientemente, y de hecho me he dado cuenta de ello hace muy poco. Esas parejas son a veces extrañas y poco convencionales, y en otras ocasiones son un emblema de la más ortodoxa conyugalidad; pero todas las historias hablan en definitiva de la necesidad del otro. Esto es, hablan de amor y desamor, de obsesión y venganza, de pasión o rutina entre hombres y mujeres, hombres y hombres, padres e hijos, humanos y monstruos"
  • incainca Gonzalo de Berceo s.XIII
    editado octubre 2010
    COMO SE ESCRIBE UNA NOVELA DE INTRIGA
    Patricia Highsmith


    Al escribir un libro, a la primera persona a la que deberías complacer es a ti mismo. Si eres capaz de divertirte durante todo el tiempo que te lleve escribir el libro, más adelante también divertirás a los editores y a los lectores.
    Toda narración que conste de un principio, una mitad y un un final tiene suspense; es de suponer que una narración de suspense se llama así porque tiene más. En el presente libro utilizaré la palabra suspense en el sentido en que se emplea en el mundo editorial: un relato en el que hay una amenaza de violencia y peligro, amenaza que a veces se hace realidad. Otra característica de la narración de suspense es que proporciona una distracción llena de vitalidad y normalmente superficial. En una narración de esta clase el lector no espera encontrar pensamientos profundos o páginas y más páginas sin ninguna acción física porque el marco es esencialmente un relato animado. Crimen y castigo es un expléndido ejemplo de ello. De hecho, creo que a la mayoría de los libros de Dostoievski se les llamaría libros de suspense si se publicaran ahora por primera vez. Pero, debido a los costos de producción, los editores le pedirían que los acortase.
    ¿En qué consiste el germen de una idea? Probablemente en todo hay el germen de una idea: en un niño que cae sobre la acera y derrama el helado que lleva en la mano; en un señor de apecto respetable que está en una verdulería y, furtivamente, como si no pudiera evitarlo, se mete una pera en el bolsillo sin pagarla; o puede estar en una breve secuencia de acción que se nos ocurre inesperadamente, sin que hayamos visto ni oído nada que nos la inspire. La mayoría de mis ideas germinales pertenecen al segundo tipo. Por ejemplo, el germen del argumento de Extraños en un tren fue: "Dos personas acuerdan asesinar a sus enemigos mutuos lo que les proporcionará una coartada perfecta". La idea germinal de otro libro, El cuchillo, fue menos prometedora, más difícil de desarrollar, pero la llevé metida en la cabeza durante más de un año y me estuvo importunando hasta que encontré la forma de escribirla. Era la siguiente: "Dos crímenes presentan un parecido sorprendente, aunque las personas que los han cometido no se conocen". Creo que a muchos escritores no les inrteresaría esta idea. Es muy sencilla. Necesita que la adornen y la compliquen. En el libro que nació de ella hice que el primer crímen lo cometiera un asesino más o menos frío y que el segundo fuera obra de un aficionado que intenta copiar al primero, porque creee que éste ha quedado impune. De hecho, así hubiera sido si el segundo hombre no hubiese actuado chapuceramente al imitarle. Y el segundo hombre ni siquiera llega hasta el final, solo hasta cierto punto, un punto en el que el parecido es lo bastante notable como para llamar la atención de un inspector de policía. Así pues, una idea sencilla puede tener sus variaciones.
    Algunas ideas no se desarrollan por sí solas, sino que necesitan la ayuda de una segunda idea. Así ocurrió con la idea original de Ese dulce mal. "Un hombre quiere beneficiarse con el viejo truco del seguro. Primero se hará un seguro de vida, luego aparentará morir o desaparecer y finalmente cobrará el seguro". Me dije a mi misma que tenía que haber alguna manera de dar a esta idea un sesgo nuevo, haciendo que resultase original y fascinante en un relato poco corriente. Durante varias semanas estuve dándole vueltas"...
  • incainca Gonzalo de Berceo s.XIII
    editado octubre 2010
    PASANDO Y PASANDO...
    Vicente García Huidobro

    "Nací el 10 de Enero de 1893.
    Una vieja medio bruja y medio sabia predijo que yo sería un gran bandido o un grande hombre.
    ¿Por cuál de las dos cosas optaré? Ser un bandido es indiscutiblemente muy artístico. El crimen debe tener sus deliciosos atractivos. ¿Ser un grande hombre? Según. Si he de ser un gran poeta, un literato; si. Pero eso de ser un buen diputado, senador o ministro, me parece lo más anti-estético del mundo.
    Después de pasar por algunos de esos graciosísimos colegios en que una doña Mariquita o una doña Zoia o doña Carmelita, nos enseñan y nos doctoran en Silabario y nos amarran los pantalones cada vez que vamos para adentro, pasé al colegio de los jesuítas.
    Ahí sufrí mi primer desengaño. Había creído que los sacerdotes eran siempre gente dulce, amable y cariñosa, que dan caramelos, santitos y medallitas, como los había visto en mi casa, llenos de afabilidad y suavidad, llenos de cordero pascual, y me encontré con unos padres enojones, estrictos, iracundos y muy castigadores. Habían caído ante mi vista los vellones de oveja, dejando en su lugar a unos géneros negros y severos.
    En vez de caramelos, santitos y medallitas, había pésimas, arrestos y algo muy misceláneo que consistía en afirmarse en los pilares, en los tiempos de recreo o vigilar la puerta del padre prefecto como los guardas de la Moneda.
    Los dos primeros años fuí estudioso y aprovechado, después me boté a flojo, con excepción de los ramos que no eran matemáticas, hasta el cuarto año de humanidades en que volví por mis perdidos fueros.
    Estudié muy bien la literatura, y en el examen obtuve una distinción, lo cual era perfectamente injusto, pues había sido el primero de mi clase y no cometí un solo error"...
  • incainca Gonzalo de Berceo s.XIII
    editado octubre 2010
    EL LOBO ESTEPARIO
    Hermann Hesse

    "El día había transcurrido del modo como suelen transcurrir estos días; lo había malbaratado, lo había consumido suavemente con mi manera primitiva y extraña de vivir; había trabajado un buen rato, dando vueltas a los libros viejos, había tenido dolores durante dos horas, como suele tenerlos la gente de alguna edad; había tomado unos polvos y me había alegrado de que los dolores se dejaran engañar; me había dado un baño caliente, absorviendo el calorcillo agradable; había recibido tres veces el correo y hojeado las cartas, todas sin importancia, y los impresos; había hecho mi gimnasia respiratoria, dejando hoy por comodidad los ejercicios de respiración; había salido de paseo una hora y había visto dibujadas en el cielo bellas y delicadas muestras de preciosos cirros. Esto era muy bonito, igual que la lectura en los viejos libros y el estar tendido en el baño caliente; pero, en suma, no había sido precisamente un día encantador, no había sido un día radiante, de placer y ventura, sino simplemente uno de estos días como tienen que ser, por lo visto, para mí desde hace mucho tiempo los corrientes y normales; días mesuradamente agradables, absolutamente llevaderos, pasables y tibios, de un señor descontento y de cierta edad; días sin dolores especiales, sin preocupaciones especiales, sin verdadero desaliento y sin desesperanza; días en los cuales puede meditarse tranquila y objetivamente, sin agitaciones ni miedos, hasta la cuestión de si no habrá llegado el instante de seguir el ejemplo del célebre autor de los Estudios y sufrir un accidente al afeitarse.
    El que haya gustado de los otros días, los malos, los de los ataques de gota o los del maligno dolor de cabeza clavado detrás de los globos de los ojos, y convirtiendo, por arte del diablo, toda actividad de la vista y el oído de una satisfacción en un tormento, o aquellos días de la agonía del espíritu, aquellos días terribles del vacio interior y de la desesperanza, en los cuales, en medio de la tierra destruida y esquilmada por las sociedades anónimas, nos salen al paso, con sus muecas como un vomitivo, la humanidad y la llamada cultura con su fementido brillo de feria, ordinario y de hojalata, concentrado todo y llevado al colmo de lo insoportable dentro del propio yo enfermo"...
  • incainca Gonzalo de Berceo s.XIII
    editado noviembre 2010
    NIEBLA
    Miguel de Unamuno

    "Al aparecer Augusto a la puerta de su casa extendió el brazo derecho, con la palma abajo y abierta, y dirigiendo los ojos al cielo, quedose un momento parado en esta aptitud estatuaria y augusta. No era que tomaba posesión del mundo exterior, sino era que observaba si llovía. Y al recibir en el dorso de la mano el frescor del lento orballo frunció el entrecejo. Y no era tampoco que le molestase la llovizna, sino el tener que abrir el paraguas. ¡Estaba tan elegante, tan esbelto plegado dentro de su funda! Un paraguas cerrado es tan elegante como es feo un paraguas abierto.
    "Es una desgracia esto de tener que servirse uno de las cosas -pensó Augusto-; tener que usarlas. El uso estropea y hasta destruye toda belleza. La función más noble de los objetos es la de ser contemplados. ¡Qué bella es una naranja antes de comida! Esto cambiará en el cielo cuando todo nuestro oficio se reduzca, o más bien se ensanche, a contemplar a Dios y a todas las cosas en Él. Aquí, en esta pobre vida, no nos cuidamos sino de servirnos de Dios; pretendemos abrirlo como un paraguas, para que nos proteja de toda suerte de males".
    Díjose así y se agachó a recogerse los pantalones. Abrió el paraguas por fin y se quedó un momento suspenso y pensando: "Y ahora, ¿hacia dónde voy?, ¿tiro a la derecha, o a la izquierda?". Porque Augusto no era un caminante, sino un paseante de la vida. "Esperaré a que pase un perro -se dijo-, y tomaré la dirección inicial que él tome".
    En esto pasó por la calle no un perro, sino una garrida moza, y tras de sus ojos se fue, como imantado y sin darse de ello cuenta, Augusto.
    Y así una calle y otra y otra.
    "Pero aquel chiquillo -iba diciéndose Augusto-, que más bien que pensaba hablaba consigo mismo-, ¿qué hará allí tirado de bruces en el suelo? ¡Contemplar alguna hormiga, de seguro! ¡La hormiga, bah, uno de los animales más hipócritas! Apenas hace sino pasearse y hacernos creer que trabaja. Es como ese gandul que va ahí, a paso de carga, codeando a todos aquellos con cuantos se cruza, y no me cabe duda que no tiene nada que hacer. ¡Qué ha de tener que hacer, hombre, qué ha de tener que hacer! Es un vago, un vago como... ¡No, yo no soy un vago! ¡Mi imaginación no descansa! Los vagos son ellos, los que dicen que trabajan y no hacen sino aturdirse y ahogar el pensamiento. Porque, vamos a ver, ese mamarracho de chocolatero que se pone ahí, detrás de esa vidriera, a darle al rollo majadero, para que le veamos, ese exhibicionista del trabajo, ¿qué es sino un vago? Y a nosotros, ¿que nos importa que trabaje o no? ¡El trabajo! ¡Hipocresía! Para trabajo el de ese pobre paralítico que va ahí medio arrastrándose"...
  • incainca Gonzalo de Berceo s.XIII
    editado noviembre 2010
    VIDA FELIZ DE UN JOVEN LLAMADO ESTEBAN
    Santiago Gamboa

    "Me gano la vida escribiendo. Sobre todo informativos de radio y artículos de prensa, pero también novelas, pues así me dé vergüenza decirlo tengo aspiraciones literarias. Escribo todos los días, como leí que deben hacer los escritores, aún si la mayoría de las páginas que hago se van a la papelera y sólo se salvan unas pocas, las que satisfacen a ese lector cruel que uno tiene adentro y que es el primero en destruir lo que el otro, el ingenuo trabajador, le ofrece a diario. Pero esto es pretencioso y prefiero ser claro: no vivo de las novelas que escribo -llevo dos- sino de los artículos de prensa y de la radio, que son otra forma de escribir y de vivir. La vida que me gano con ese trabajo alimenta al tímido y vulnerable escritor, incapaz de sostenerse con lo que hace, pero cuya existencia le de al otro una razón para salir de la cama todas las mañanas sin preguntarse para qué se levanta si al fin y al cabo, en la noche, se va a volver a acostar.
    Vivo en un apartamento en las afueras de París. Un espacio amplio lleno de libros y paredes desnudas, con ese desorden que uno le va imprimiendo a los lugares que habita: camisas colgadas en el respaldar de los asientos, ceniceros con tres colillas a punto de adoptar un aspecto mineral, sobres de correo sin abrir y vasos de agua por la mitad que duermen el sueño de los justos cerca de la cama. Los libros se amontonan en los lugares más insospechados y hace tiempo que renuncié al viejo sueño de organizarlos por orden alfabético. Pasados los 30 años uno acumula costumbres deliciosas e inútiles: fumar un cigarrillo en el balcón mirando la autopista a Orly; observar con atención los puntos luminosos de los aviones e imaginar que en su interior transcurren magníficas historias ajenas, episodios íntimos y felices; preparar elaborados cócteles, husmear en las librerías de viejo hasta enloquecer a los vendedores y llegar tarde a todas partes. Costumbres vanas, que sin embargo, decoran el tiempo de una vida y la sostienen.
    Pero vuelvo a la vida que me gano. Una tarde, hace ya varios años, le escuché decir al novelista Juan Goytisolo que no era bueno para un escritor vivir de sus libros, con el argumento de que la independencia estaba en hacer y decir lo que a uno le diera la gana, y que para eso nada mejor que tener un trabajo paralelo. "Cuando uno vive de los libros termina publicando tonterías -decía Goytisolo con su eterna cara de palo y su voz lenta-, acaba con la nariz pegada a las listas de ventas, leyendo los éxitos del momento para imitarlos". En mi caso el problema no se plantea, pues las regalías de mis libros me alcanzan apenas para pagar un viaje o dos a Colombia y no pasar muchas vergüenzas con mis editores, invitar a los amigos a tomar un trago en cualquier bar o cambiarle los amortiguadores a mi viejo Volkswagen.
    Cuando llegué a París hace más de siete años, soñaba con tener una vida regular y apacible. Veía a los señores de gabardina, en sus automóviles o caminando con seguridad por los andenes, y me preguntaba cuando me llegaría a mí el turno de ser como ellos: gente que encuentra monedas de diez francos en la ropa vieja, que llama al Crédit Lyonnais para que le digan el saldo y luego lo anota en su agenda como si fuera el teléfono de un desconocido. Yo no tenía nada excepto proyectos y sueños"...
  • incainca Gonzalo de Berceo s.XIII
    editado noviembre 2010
    LA OTRA VUELTA DE TUERCA
    Henry James

    "La historia nos había mantenido alrededor del fuego lo suficientemente expectantes, pero fuera del innecesario comentario de que era horripilante, como debía serlo por fuerza todo relato que se narrara en vísperas de Navidad en una casa antrigua, no recuerdo que produjera comentario alguno aparte del que hizo alguien para poner de relieve que era el único caso que conocía en que la visión la hubiese tenido un niño.
    Se trataba, debo de mencionarlo, de una aparición que tuvo lugar en una casa tan antigua como aquella en que nos reuníamos: una aparición monstruosa a un niño que dormía en una habitación con su madre, a quien despertó áquel presa del terror, pero al despertarla no se desvaneció su miedo, pues también la madre había tenido la misma visión que atemorizó al niño. Aquella observación provocó una respuesta de Douglas -no de inmediato, sino más tarde, en el curso de la velada-, una respuesta que tuvo las interesantes consecuencias que voy a reseñar. Alguien relató luego una historia, no especialmente brillante, que él, según pude darme cuenta, no escuchó. Eso me hizo sospechar que tenía algo que mostrarnos y que lo único que debiamos hacer era esperar. Y, en efecto, esperamos hasta dos noches después; pero ya en esa misma sesión, antes de despedirnos, nos anticipó algo de lo que tenía en la mente.
    -Estoy absolutamente de acuerdo en lo tocante al fantasma del que habla Griffin, o lo que haya sido, el cual, por aparecerse primero al niño, muestra una característica especial, pero no es el primer caso que conozco en que se involucre a un niño. Si el niño produce el efecto de otra vuelta de tuerca, ¿qué me dirán ustedes de dos niños?.
    -Por supuesto -exclamó alguien-, diríamos que dos niños significarían dos vueltas, Y también diríamos que nos gustaría saber más sobre ellos.
    Me parece ver aún a Douglas de pie, ante la chimenea a la que daba en ese momento la espalda y mirando a su interlocutor con las manos en los bolsillos.
    -yo soy el único que conoce la historia. Realmente, es horrible.
    Esto, repetido en distintos tonos de voz, tendía a valorar más la cosa, y nuestro amigo, con mucho arte, preparaba ya su triunfo, mientras nos recorría con la mirada y puntualizaba:
    -Ninguna otra historia que haya escuchado en mi vida se le aproxima.
    -¿En cuánto a horror? -pregunté.
    Pareció vacilar, trató de explicar que no se trataba de algo tan sencillo, y que el mismo no sabía cómo calificar aquellos acontecimientos. Se pasó una mano por los ojos e hizo una mueca de estremecimiento
    Lo único que sé -concluyó- es que se trata de algo espantoso.
    ¡Oh, qué delicia! -exclamó una de las mujeres.
    Él ni siquiera la advirtió, miró hacia a mí, pero como si, en vez de mi persona, viera aquello de lo que hablaba.
    -Por todo lo que implica de misterio, de fealdad, de espamto y de dolor.
    -Entonces -le dije-, siéntate y comienza a contárnoslo.
    Se volvió nuevamente hacia el fuego, empujó hacia él un leño con la punta del zapato, lo observó por un instante y luego se encaró otra vez con nosotros.
    -No puedo comenzar ahora: tendré que enviar un recado a la ciudad.
    Se alzó un unánime murmullo cuajado de reproches, después del cual, con aire ensimismado, Douglas explicó:
    -La historia está escrita. Está guardada en una gaveta; ha estado allí durante años. Puedo escribir a mi sirviente y mandarle la llave para que envie el paquete tal como lo encuentre.
    Parecía dirigirse a mí en especial, como si necesitara mi ayuda para no echarse atrás. Había roto una costra de hielo formada por muchos inviernos, y debía haber tenido razones suficientes para guadar tan largo silencio. Los demás lamentaron el aplazamiento, pero fueron precisamente aquellos escrúpulos de Douglas lo que más me gustó de la velada. Lo apremié para que escribiera por el primer correo a fin de que pudiésemos conocer aquel manuscrito lo antes posible. Le pregunté si la experiencia en cuestión había sido vivida por él. Su respuesta fue inmediata:
    -¡Oh no, a Dios gracias!
    -Y el manuscrito, ¿es tuyo? ¿transcribiste tus impresiones?
    -Sólo me quedó una impresión. La llevo aquí... -se dió unos golpecitos a la altura del corazón-. No la he perdido nunca.
    -Entonces el manuscrito...
    -Está escrito con una vieja y desvanecida tinta, con la más vella caligrafía -y se volvió de nuevo hacia el fuego- de una mujer. Murió hace veinte años. Ella me envió esas páginas antes de morir"...
  • incainca Gonzalo de Berceo s.XIII
    editado noviembre 2010
    LA FORJA DE UN REBELDE
    Arturo Barea

    "Los doscientos pantalones se llenan de viento y se inflan. Me parecen hombres gordos sin cabeza, que se balancean colgados de las cuerdas del tendero. Los chicos corremos entre las hileras de pantalones blancos y repartimos azotazos sobre los traseros hinchados. La señora Encarna corre detrás de nosotros con la pala de madera con que golpea la ropa sucia para que escurra la pringue. Nos refugiamos en el laberinto de calles que forman las cuatrocientas sábanas húmedas. A veces consigue alcanzar a alguno; los demás comenzamos a tirar pellas de barro a los pantalones. Les quedan manchas, como si se hubieran ensuciado en ellos, y pensamos en los azotes que le van a dar por cochino al dueño.
    Por la tarde, cuando los pantalones están secos, ayudamos a contarlos en montones de diez hasta completar los doscientos. Los chicos de las lavanderas nos reunimos con la señora Encarna en el piso más alto de la casa del lavadero. Es una nave que tiene encima el tejado doblado en dos. La señora Encarna cabe en medio de pie y casi da con el moño en la viga central. Nosotros nos quedamos a los lados y damos con la cabeza en el techo. Al lado de la señora Encarna está el montón de pantalones, de sábanas, de calzoncillos y de camisas. Al final están las fundas de las almohadas. Cada prenda tiene un número, y la señora Encarna los va cantando y tirándolas al chico que tiene aquella docena a su cargo. Cada uno de nosotros tenemos a nuestro lado dos o tres montones, donde están los "veintes", los "treintas" o los "sesentas". Cada prenda la dejamos caer en su montón correspondiente. Después, en cada funda de almohada, como si fuera un saco, metemos un pantalón, dos sábanas, un par de calzoncillos y una camisa, que tienen todos el mismo número. Los jueves baja el carro grande, con cuatro caballos, que carga los doscientos talegos de ropa límpia y deja otros doscientos de ropa sucia.
    Son los equipos de los soldados de la escolta real, los únicos soldados que tiene sábanas para dormir.
    Todas las mañanas pasan por el puente de Rey los soldados de la escolta, a caballo, rodeando un coche abierto, donde va el príncipe y a veces la reina. Primero sale del túnel un caballerizo que avisa a los guardias del puente y éstos echan a la gente. Después pasa el coche con la escolta, cuando el puente ya está vacio. Como somos chicos y no podemos ser anarquistas, los guardias nos dejan en el puente cuando pasan. No nos asustan los soldados de la escolta a caballo, porque estamos hartos de ver sus pantalones.
    El príncipe es un niño rubio con ojos azules, que nos mira y se ríe, poniendo cara de bobo. Dicen que es mudo y que se pasea en la Casa de Campo entre un cura y un general con bigotes blancos, que le acompañan todos los días. Estaría mejor aquí, en el río, jugando con nosotros. Además, le veríamos en pelota cuando nos bañamos, y sabríamos cómo es un príncipe por dentro, pero parece que no le dejan"...
  • incainca Gonzalo de Berceo s.XIII
    editado noviembre 2010
    DE PARTE DE LA PRINCESA MUERTA
    Kenizé Mourad

    "-¡El tío Hamid ha muerto! ¡El tío Hamid ha muerto!
    En el vestíbulo de mármol blanco del palacio de Ortakoy, iluminado por candelabros de cristal, una niña corre; quiere ser la primera en anunciar la buena nueva a su mamá.
    En su prisa a estado a punto de derribar a dos damas de edad, cuyos tocados -diademas de piedras preciosas adornadas con penachos de plumas- atestiguan fortuna y rango.
    -¡Qué insolente! -exclama indignada una de ellas, mientras su compañera añade furiosa:
    -¿Cómo podría ser de otra manera? La sultana la mima demasiado; es su única hija. Por cierto, es preciosa, pero temo que más tarde tenga problemas con su marido... Debería aprender a comportarse; a los siete años ya no se es una niña, sobre todo cuando se es princesa.
    Lejos de inquietarse por la quejas de un hipotético marido, la niña sigue corriendo. Finalmente llega sin aliento a la puerta maciza de los apartamentos de las mujeres, el harén, custodiado por dos eunucos sudaneses tocados con fez escarlata. Hoy hay pocas visitas y se han sentado para conversar con más comodidad. Al ver a la "pequeña sultana", se levantaron precipitadamente, entreabriendo la puertecilla de bronce y saludándola con tanto más respeto cuando temen que ella informe del atrevimiento. Pero la niña tiene otras cosas en la cabeza; sin siquiera mirarlos, franquea el umbral y se detiene un momento delante del espejo veneciano para comprobar el orden de sus bucles pelirrojos y de su vestido de seda azul; luego, sintiéndose satisfecha, empuja la puerta de brocato y entra en el saloncito en el que su madre acostumbra a pasar las tardes, después del baño.
    En contraste con la humedad de los corredores, en la habitación reina una agradable temperatura, mantenida por un brasero de plata que dos esclavas se ocupan de mantener ardiendo. Tendida en un diván, la sultana mira cómo la encargada del servicio de café vierte ceremoniosamente el líquido en una taza colocada sobre una copela incrustada de esmeraldas.
    Presa de una oleada de orgullo, la niña se ha inmovilizado y contempla a su madre con su largo caftán. Fuera, en el exterior, la sultana usa la moda europea introducida en Estambul a partir de fines del siglo XIX, pero en sus habitaciones quiere vivir "a la turca"; aquí, nada de corsés, de mangas jamón o faldas ajustadas; ella usa con gusto los trajes tradicionales en los que puede respirar sin trabas y tenderse confortablemente en los mullidos sofás que amueblan los grandes salones del palacio.
    -Acercaos, Selma sultana.
    En la corte otomana no se permite la familiaridad y los padres se dirigen por sus títulos a sus hijos para que éstos se empapen, desde pequeños, en su dignidad y sus deberes. Mientras las criadas se inclinan en un gracioso temenahs, la profunda reverencia en la que la mano derecha, subiendo desde el suelo hacia el corazón y luego hacia los labios y la frente, reafirma la fidelidad de los sentimientos, de la palabra y del pensamiento, Selma besa rápidamente los perfumados dedos de la princesa y se los lleva a la frente en señal de respeto; luego, demasiado excitada para contenerse más tiempo, exclama:
    -Querida y respetada madre, ¡el tío Hamid ha muerto!...
  • incainca Gonzalo de Berceo s.XIII
    editado noviembre 2010
    ESCANDALO EN BOHEMIA
    Sherlock Holmes.

    "Para Sherlock Holmes ella es siempre la mujer. Raramente le he oído mencionarla de otra manera. Para él, ella eclipsa y domina a todo su sexo. Y no es que sintiera por Irene Adler nada parecido al amor. Las emociones, y ésa en particular, repugnaban a su inteligencia fría, precisa y admirablemente equilibrada. Estoy seguro de que era la máquina más perfecta del mundo para razonar y observar, pero como amante se hubiera encontrado en una posición falsa. Si hablaba alguna vez de pasión amorosa, lo hacía con burla y sarcasmo; era algo admirable para un observador, un pretexto excelente para descorrer el velo que cubre las acciones y motivaciones de la gente. Pero para el que está entrenado en razonar, admitir estas intrusiones en un temperamento que está ajustado con toda delicadeza, hubiera sido introducir un factor perturbador, capaz de poner en duda todos los resultados de su mente. Para él una emoción fuerte en este sentido sería mucho más perturbadora que si uno de sus instrumentos delicados tuviera una arenilla o una de sus lupas de aumento estuviera dañada. Y sin embargo había una mujer para él y esa mujer se llamó Irene Adler, de dudosa y cuestionable memoria.
    Ultimamente yo había visto poco a Holmes. Mi matrimonio nos había apartado al uno del otro. Mi felicidad perfecta y los intereses centrados alrededor del hogar para el hombre que por primera vez se encuentra que tiene uno propio, absorbían toda mi vida. Holmes, que odiaba cualquier tipo de vida social, con toda la fuerza de alma bohemia seguía en nuestro alojamiento de Baker Street, enterrado en sus librotes viejos y alternando por semanas entre la cocaína y la ambición, el atontamiento de la droga y la fiera energía de su naturaleza alerta. Le seguía atrayendo, como siempre, el estudio del crimen y tenía ocupadas sus grandes facultades y su extraordinario poder de observación en seguir los rastros y aclarar los misterios que la policia había abandonado por imposibles. De vez en cuando sabía yo algo de lo que iba haciendo: su actuación en Odessa en el caso del asesinato de Trepoff, cómo descubrió la extraña tragedia de los hermanos Atkinson en Triconmalee, y finalmente el éxito la discreción con que coronó la misión que le había encargado la familia real de Holanda. Pero aparte de estas señales de actividad, de las que yo supe por la prensa diaria lo mismo que cualquier otro lector, en aquella temporada poco sabía de antiguo amigo y compañero"...
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