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Bellos Comienzos

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Comentarios

  • incainca Gonzalo de Berceo s.XIII
    editado septiembre 2010
    CIEN AÑOS DE SOLEDAD
    Gabriel García Márquez

    "Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de veinte casa de barro y cañabrava construida a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo. Todos los años, por el mes de marzo, una familia de gitanos desarrapados plantaba su carpa cerca de la aldea, y con un grande alboroto de pitos y timbales daban a conocer los nuevos inventos. Primero llevaron el imán. Un gitano corpulento, de barba montaraz y manos de gorrión, que se presentó con el nombre de Melquíades, hizo una truculenta demostración pública de lo que el mismo llamaba la octava maravilla de la sabios alquimistas de Macedonia. Fue de casa en casa arrastrando dos lingotes metálicos, y todo el mundo se espantó al ver que los calderos, las pailas, las tenazas y los anafes se caían de su sitio, y las maderas crujían por la desesperación de los clavos y los tornillos tratando de desenclavarse, y aún los objetos perdidos desde hacía mucho tiempo aparecían por donde más se les había buscado, y se arrastraban en desbandada turbulenta detrás de los fierros mágicos de Melquíades. "Las cosas tienen vida propia -pregonaba el gitano con áspero acento-, todo es cuestión de despertarles el ánima." José Arcadio Buendía, cuya desaforada imaginación iba siempre más lejos que el ingenio de la naturaleza, y aún más allá del milagro y la magia, pensó que era posible servirse de aquella invención inútil para desentrañar el oro de la tierra. Melquíades que era un hombre honrado, le previno: "Para eso no sirve." Pero José Arcadio Buendía no creía en aquel tiempo en la honradez de los gitanos, así que cambió su mulo y una partida de chivos por los dos lingotes imantados. Úrsula Iguarán, su mujer, que contaba con aquellos animales para ensanchar el desmedrado patrimonio doméstico, no consiguió disuadirlo. "Muy pronto ha de sobrarnos oro para empedrar la casa", replicó su marido"....
  • MenziesMenzies San juan de la Cruz XVI
    editado septiembre 2010
    GRANDES ESPERANZAS
    Charles Dickens

    Como mi apellido es Pirrip y mi nombre de pila Philip, mi lengua infantil, al querer pronunciar ambos nombres, no fue capaz de decir nada más largo ni más explícito que Pip. Por consiguiente, yo mismo me llamaba Pip, y por Pip fui conocido en adelante.
    Digo que Pirrip era el apellido de mi familia fundándome en la autoridad de la losa sepulcral de mi padre y de la de mi hermana, la señora de Joe Gargery, que se casó con un herrero. Como yo nunca conocí a mi padre ni a mi madre, ni jamás vi un retrato de ninguno de los dos, porque aquellos tiempos eran muy anteriores a los de la fotografía, mis primeras suposiciones acerca de cómo serían mis padres se derivaban, de un modo muy poco razonable, del aspecto de su losa sepulcral. La forma de las letras esculpidas en la de mi padre me hacía imaginar que fue un hombre cuadrado, macizo, moreno y con el cabello negro y rizado. A juzgar por el carácter y el aspecto de la inscripción «También Georgiana, esposa del anterior» deduje la infantil conclusión de que mi madre fue pecosa y enfermiza. A cinco pequeñas piedras de forma romboidal, cada una de ellas de un pie y medio de largo, dispuestas en simétrica fila al lado de la tumba de mis padres y consagradas a la memoria de cinco hermanitos míos que abandonaron demasiado pronto el deseo de vivir en esta lucha universal, a estas piedras debo una creencia, que conservaba religiosamente, de que todos nacieron con las manos en los bolsillos de sus pantalones y que no las sacaron mientras existieron.
  • BillyHuntBillyHunt Anónimo s.XI
    editado septiembre 2010
    Menzies escribió : »
    GRANDES ESPERANZAS
    Charles Dickens

    Como mi apellido es Pirrip y mi nombre de pila Felipe,

    facepalm.jpg

    Que alguien dispare al traductor.
  • incainca Gonzalo de Berceo s.XIII
    editado septiembre 2010
    EL SECRETO DEL FUEGO
    Henning Mankell

    "Sofia corre a través de la noche.
    Está oscuro y tiene mucho miedo.
    No sabe por qué corre, ni por qué tiene miedo, ni adónde se dirige.
    Pero hay algo ahí, detrás de ella, algo en lo profundo de la noche que la asusta. Sabe que tiene que ir más deprisa, que tiene que correr más rápido: porque eso que hay ahí detrás, y lo único que puede hacer es correr. Corre siguiendo un camino que serpentea entre arbustos y zarzales. No ve el camino pero se lo sabe de memoria, sus pies saben dónde tuerce y dónde sigue recto. Es el camino por el que pasa cada mañana con su hermana María hasta llegar al pequeño campo donde cultivan maíz, lechuga y cebolla. Cada mañana al amanecer va allí, y cada tarde, poco antes de que se ponga el sol, vueven ella y María, acompañadas entonces también por su madre Lydia, a la pequeña choza en la que viven.
    Pero ¿por qué corre ahora por ahí, cuando es de noche y está oscuro? ¿Qué es lo que la persigue en la oscuridad? ¿Un monstruo sin ojos? Puede sentir su respiración en la nuca, así que intenta ir más de prisa todavía. Pero no tiene fuerzas. Piensa que tiene que esconderse, salirse del camino y acurrucarse, hacerse pequeña entre la maleza. Da un salto como ha visto hacer a los antílopes y se separa del suelo.
    Y entonces se da cuenta.
    Eso era precisamente lo que el monstruo de la oscuridad quería que hiciera.
    Dejar el camino. Lo más peligroso de todo.
    Cada mañana su madre Lydia decía:
    -No te apartes nunca del camino. Ni tan siquiera un metro. Nunca cojas atajos.
    Prométemelo.
    Sabe que hay algo peligroso en la tierra. Soldados armados que nadie puede ver. Enterrados, invisibles. Que esperan y esperan a que un pie los pise. Intenta desesperadamente mantenerse en el aire. Sabe que no puede poner los pies sobre el suelo. Pero no logra sostenerse en el aire, no tiene alas como los pájaros, así que cae hacia el suelo, las plantas de los pies ya acarician la tierra seca.
    Entonces se despierta.
    Está empapada en sudor, el corazón le late con fuerza en el pecho y al principio no sabe dónde está. Pero oye la respiración de sus hermanos dormidos y de su madre. Están pegados unos a otros en el suelo de la pequeña choza. Con cuidado alarga su mano y la pasa por encima de la espalda de su madre. Se mueve pero sin despertarse.
    Sofia está tumbada con los ojos abiertos en el silencio de la noche.
    La respiración de su madre Lydia es suave e irregular, como si ya estuviera despierta y prreparando la papilla que comerían por la mañana. A su izquierda están Alfredo y Faustino, que es tan pequeño que aún no ha aprendido a andar. Sofia piensa que pronto habrá uno más durmiendo sobre el suelo de la choza. Su madre Lydia parirá dentro de poco tiempo. Sofia la ha visto gorda varias veces antes. Sabe que no pueden faltar muchos días"....
  • MenziesMenzies San juan de la Cruz XVI
    editado septiembre 2010
    BillyHunt escribió : »
    facepalm.jpg

    Que alguien dispare al traductor.



    Toda la razón, y encima yo apenas lo revisé :S. Gracias Billy :).
  • incainca Gonzalo de Berceo s.XIII
    editado septiembre 2010
    LA ULTIMA SEMANA
    Alfredo Castro

    Ayer me leyeron la sentencia: pena de muerte.
    No puedo explicar lo que sentí, algo extraño, una sensación nueva; era absurdo, pero es. Nada de lo que ocurre en la vida tiene explicación alguna.
    Aquello sucedería por algo, pero no intenté comprenderlo. Ni lo quise.
    A los pocos minutos de escuchar la sentencia abandoné la sala. Sentí vergüenza y miedo. Las miradas de los gendarmes y del público, que atestaba aquel espacio cerrado, se fijaron en mí. Yo no me atreví a volver la espalda en aquel momento.
    Seguí con los ojos fijos en el suelo, y andaba, y andaba hacia la puerta. Mis manos caían de los hombros, sin saber que haría con ellas, y la cabeza me daba vueltas; creí que mi cuerpo entero giraba alrededor de un eje imaginario.
    Anduve unos pasos más hacia la puerta y sentí curiosidad; volví la mirada esta vez, y, en aquel instante, intenté adivinar los pensamientos de aquella gente, que tal vez se compadecía de mí. Alguno pensaría que es absurdo morir a los 30 años; yo también lo pensé, pero algo más tarde lograba rechazar la idea.
    La realidad estaba ahí, palpable, desnuda, y era necesario aceptarla"...
  • BillyHuntBillyHunt Anónimo s.XI
    editado septiembre 2010
    Menzies escribió : »
    Toda la razón, y encima yo apenas lo revisé :S. Gracias Billy :).

    De nada hombre! jajaja... la verdad es que me ha dolido especialmente al ser Grandes Esperanzas una de mis cinco novelas favoritas.
  • incainca Gonzalo de Berceo s.XIII
    editado septiembre 2010
    LA EXPRESION
    Mario benedetti

    "Milton Estomba había sido un niño prodigio. A los siete años ya tocaba la sonata Nº 3, Op. 5, de Brahms, y a los once, el unánime aplauso de crítica y de público acompañó su serie de conciertos en las principales capitales de América y Europa.
    Sin embargo, cuando cumplió los veinte años, pudo notarse en el joven pianista una evidente transformación. Había empezado a preocuparse desmesuradamente por el gesto ampuloso, por la afectación del rostro, por el ceño fruncido, por los ojos en éxtasis, y otros tantos efectos afines. El llamaba a todo ello "su expresión".
    Poco a poco, Estomba se fue especializando en "expresiones". Tenía una para tocar la Patética, otra para Niñas en el jardín, otras para la Polonesa. Antes de cada concierto ensayaba frente al espejo, pero el público frenéticamente adicto tomaba esas expresiones por espontáneas y las acogía con ruidosos aplausos, bravos y pataleos.
    El primer síntoma inquietante apareció en un recital de sábado. El público advirtió que algo raro pasaba, y en su aplauso llegó a filtrarse un incipiente estupor. La verdad era que Estomba había tocado la Catedral Sumergida con la exprresión de La Marcha Turca.
    Pero la catástrofe sobrevino seis meses más tarde y fue calificada por los médicos de amnesia lagunar. La laguna en cuestión correspondía a las partituras. En un lapso de veinticuatro horas, Milton Estomba se olvidó para siempre de todos los nocturnos, preludios y sonatas que habían figurado en su amplio repertorio.
    Lo asombroso, lo realmente asombroso, fue que no olvidara niguno de los gestos ampulosos y afectados que acompañaban cada una de sus interpretaciones. Nunca más pudo dar un concierto de piano, pero hay algo que le sirve de consuelo. Todavía hoy, en las noches de los sábados, los amigos más fieles concurren a su casa para asistir a un mudo recital de sus "expresiones". Entre ellos es unánime la opinión de que su capolavoro es la Appassionata"....
  • incainca Gonzalo de Berceo s.XIII
    editado septiembre 2010
    LILITH
    Anaïs Nin

    "Lilith era sexualmente fría y pese a sus fingi­mientos su marido lo sospechaba. Tal situación dio lugar al siguiente incidente.
    Lilith nunca tomaba azúcar, por no engordar, y empleaba un sucedáneo: unas minúsculas pildo­ras blancas que siempre llevaba en el bolso. Un día se quedó sin ellas y pidió a su marido que se las comprara de regreso a casa. Le compró un tubito como el que le había pedido, y se echó dos pildoras en el café después de cenar.
    Estaban sentados juntos, y él la miraba con una expresión de madura tolerancia, que a menudo adop­taba frente a sus explosiones nerviosas, a sus crisis de egoísmo, de autorreproches o de pánico. A todo su dramático comportamiento, el marido respondía con inalterable buen humor y con paciencia. Ella rabiaba sola, se enfadaba sola y sola soportaba gran­des trastornos emocionales en los que su esposo no tomaba parte.
    Posiblemente, ésas eran otras tantas manifesta­ciones de la tensión que faltaba entre ellos en el ámbito sexual. El marido rechazaba todos los pri­marios y violentos desafíos y hostilidades de Lilith; se negaba a entrar en su terreno emocional y a responder a su necesidad de celos, temores y ba­tallas.
    Tal vez si hubiera aceptado sus desafíos y jugado los juegos que a ella le agradaban, Lilith hubiera acusado con mayor impacto físico la presencia de su marido. Pero éste no conocía los preludios del deseo sensual ni los estimulantes que ciertas natu­ralezas salvajes precisan, y así, en lugar de respon­derle en cuanto veía que se le ponían los pelos de punta, el rostro más vivido, los ojos relampaguean­tes y el cuerpo electrizado, inquieto como el de un caballo de carreras, se replegaba tras aquel muro de comprensión objetiva, tras aquella amable burla y aceptación, como quien observa un animal en el zoo y sonríe a sus cabriolas, pero no se siente afectado por su estado de ánimo. Era esto lo que de­jaba a Lilith completamente aislada, igual que un animal salvaje en un desierto inhóspito.
    Cuando le daba un acceso de furia y su tempera­tura aumentaba, el marido se esfumaba. Era como una especie de cielo suave que la mirase desde la altura, esperando que la tormenta pasara por sí sola. Si él hubiera aparecido al otro extremo de aquel desierto, como si fuera otro animal salvaje, y se hubiera enfrentado a ella con la misma tensión electrizante de pelo, piel y ojos, si hubiera aparecido con el mismo cuerpo salvaje, pisando fuerte y es­perando el menor pretexto para saltar, abrazarla con furia, sentir la calidez y la fuerza de su opo­nente, ambos hubieran podido rodar juntos, y las mordeduras habrían podido ser otras, el ataque se habría transformado en abrazo y los tirones de pelo habrían acabado por unir sus bocas, sus dientes, sus lenguas. Llevados por la furia, sus genitales ha­brían entrado en contacto, encendiendo chispas, y ambos cuerpos se hubieran penetrado mutuamente como final de tan formidable tensión"....
  • incainca Gonzalo de Berceo s.XIII
    editado septiembre 2010
    EN BUSCA DEL TIEMPO PERDIDO
    Por el camino de Swann


    Marcel Proust
    "Mucho tiempo he estado acostándome temprano. A veces, a penas había apagado la bujía, cerrábanse mis ojos tan presto, que ni tiempo tenía para decirme: "Ya me duermo". Y media hora después despertábame la idea de que ya era hora de ir a buscar el sueño; quería dejar el libro, que se me figuraba tener aún entre las manos, y apagar de un soplo la luz; durante mi sueño no había cesado de reflexionar sobre lo recién leído, pero era muy particular el tono que tomaban esas reflexiones, porque me parecía que yo pasaba a convertirme en el tema de la obra, en una iglesia, en un cuarteto, en la rivalidad de Francisco I y Carlos V. Esta figuración me duraba aún unos segundos después de haberme despertado: no repugnaba a mi razón, pero gravitaba como unas escamas sobre mis ojos sin dejarlos darse cuenta de que la vela ya no estaba encendida. Y luego comenzaba a hacérseme ininteligible, lo mismo que después de la metempsícosis pierden sentido los pensamientos de una vida anterior; el asunto del libro se desprendía de mi personalidad y yo quedaba libre de adaptarme o no a él; en seguida recobraba la visión, todo extrañado de encontrar en torno a mí una oscuridad suave y descansada para mis ojos, y aún más quizá para mi espíritu, al cual se aparecía esta oscuridad como una cosa sin causa, incomprensible, verdaderamente oscura. Me preguntaba qué hora sería; oía el silbar de los trenes que, más o menos en la lejanía y señalando las distancias, como el canto de un pájaro en el bosque, me describía la extensión de los campos desiertos por donde un viandante marcha deprisa hacía la estación cercana; y el caminito que recorre se va a gravar en su recuerdo por la excitación que le dan los lugares nuevos, los actos desusados, la charla reciente, los adioses de la despedida que le acompañan aún en el silencio de la noche, y la dulzura próxima del retorno"...
  • Suara BaalSuara Baal Juan Boscán s.XVI
    editado septiembre 2010
    ¿Quien no a sufrido el desvelo por culpa de la adicción a la literatura?
  • incainca Gonzalo de Berceo s.XIII
    editado septiembre 2010
    LA CONQUISTA DE LA FELICIDAD (2ª parte)
    Bertrand Russell


    ES TODAVÍA POSIBLE LA FELICIDAD?

    "Hasta ahora hemos hablado del hombre desdichado; nos toca ahora la más agradable tarea de considerar al hombre feliz. Las conversaciones y los libros de algunos de mis amigos casi me han hecho llegar a la conclusión de que la felicidad en el mundo moderno es ya imposible. Sin embargo, he comprobado que esa opinión tiende a desintegrarse ante la introspección, los viajes al extranjero y las conversaciones con mi jardinero. Ya he comentado en un capítulo anterior la infelicidad de mis amigos literatos; en este capítulo me propongo pasar revista a la gente feliz que he conocido a lo largo de mi vida.
    Existen dos clases de felicidad, aunque, naturalmente, hay grados intermedios. Las dos clases a las que me refiero podrían denominarse normal y de fantasía, o animal y espiritual, o del corazón y de la cabeza. La designación que elijamos entre estas alternativas depende, por supuesto, de la tesis que se pretenda demostrar. A mí, por el momento, no me interesa demostrar ninguna, sino simplemente describir. Posiblemente, el modo más sencillo de describir las diferencias entre las dos clases de felicidad es decir que una clase está al alcance de cualquier ser humano y la otra solo pueden alcanzarla los que saben leer y escribir. Cuando yo era niño, conocí a un hombre que reventaba de felicidad y cuyo trabajo consistía en cavar pozos. Era extraordinariamente alto y tenía una musculatura increíble; no sabía leer ni escribir, y cuando en 1885 tuvo que votar para el Parlamento se enteró por primera vez de que existía dicha institución. Su felicidad no dependía de fuentes intelectuales; no se basaba en la fe en la ley natural ni en la perfectibilidad de la especie, ni en la propiedad común de los medios de producción, ni en el triunfo definitivo de los adventistas del Séptimo Día, ni en ninguno de los otros credos que los intelectuales consideran necesarios para disfrutar de la vida. Se basaba en el vigor físico, en tener trabajo suficiente y en superar obstáculos no insuperables en forma de roca. La felicidad de mi jardinero es del mismo tipo; está empeñado en una guerra perpetua contra los conejos, de los que habla exactamente igual que Scotland Yard de los bolcheviques; los considera siniestros, intrigantes y feroces, y opina que solo se les puede hacer frente aplicando una astucia igual a la de ellos. Como los héroes del Valhalla, que se pasaban todos los días cazando a cierto jabalí al que mataban todas las noches, pero que volvía milagrosamente a la vida cada mañana, mi jardinero puede matar a su enemigo un día sin el menor temor a que el enemigo haya desaparecido al día siguiente. Aunque pasa con mucho de los setenta años, trabaja todo el día y recorre en bicicleta veinticinco kilómetros para ir y volver del trabajo, pero su fuente de alegría es inagotable y son «esos conejos» los que se la proporcionan.
    Pero dirán ustedes que estos goces tan simples no están al alcance de personas superiores como nosotros. ¿Qué alegría podemos experimentar declarando la guerra a unos seres tan insignificantes como los conejos? Este argumento, en mi opinión, no es válido. Un conejo es mucho más grande que un bacilo de la fiebre amarilla, y, sin embargo, una persona superior puede encontrar la felicidad en la guerra contra este último. Hay placeres exactamente similares a los de mi jardinero, en lo referente a su contenido emocional, que están al alcance de las personas más cultivadas. La diferencia que establece la educación solo se nota en las actividades que permiten obtener dichos placeres. El placer de lograr algo requiere que haya dificultades que al principio hagan dudar del triunfo, aunque al final casi siempre se consiga. Esta es, tal vez, la principal razón de que una confianza no excesiva en nuestras propias facultades sea una fuente de felicidad. Al hombre que se subestima le sorprenden siempre sus éxitos, mientras que al hombre que se sobreestima le sorprenden con igual frecuencia sus fracasos. La primera clase de sorpresa es agradable y la segunda desagradable. Por tanto, lo más prudente es no ser excesivamente engreído, pero tampoco demasiado modesto para ser emprendedor"....
  • incainca Gonzalo de Berceo s.XIII
    editado septiembre 2010
    FIRMIN
    Sam Savage

    "Siempre imaginé que la crónica de mi vida, si acaso alguna vez llegaba a escribirla, tendría una primera frase excelente: algo lírico, como "Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas", de Nabokov; y si no me salía nada lírico, algo arrollador, como "Todas las familias felices se asemejan, pero cada familia desdichada es desdichada a su manera", de Tolstói. La gente recuerda estas palabras incluso cuando ha olvidado todo lo demás que hay en el libro. En lo tocante a frases de apertura, la mejor, a mi modo de ver, es el comienzo de El buen soldado, de Ford Madox Ford: "Este es el relato más triste que nunca he oído" Docenas de veces lo habré leído, y sigue dejándome patidifuso. Ford Madox Ford era uno de los grandes. Cierto día, Chuang Tzu se quedó dormido y soñó que era una mariposa, revoloteando muy contento por ahí. Y la mariposa no sabía que era Chuang Tzu soñando. Luego despertó y volvió a ser el de siempre, pero ahora no sabía si era un hombre soñando que era una mariposa o una mariposa soñando que era un hombre.
    En toda una vida de esfuerzos por escribir, con nada he luchado más varonilmente sí, -sí, ésa es la palabra, varonilmente- que con las aperturas. Siempre me ha parecido que si esa parte me salía bien el resto seguiría de modo automático. Concebía la primera frase como una especie de útero semántico repleto de atareados embriones de páginas sin escribir, resplandecientes pepitas de genio, ansiosas de nacer. De ese gran recipiente fluiría, por así decirlo, el relato completo. ¡Qué ilusión! Ocurrió exactamente lo contrario. Y no es porque escaseen las buenas frases de arranque. Deléitese usted con ésta, por ejemplo "Cuando sonó el teléfono, a las tres de la madrugada, Morris Monk supo antes de levantar el aparato que la llamada era de una dama, y algo más: que decir damas es decir problemas" O ésta: "Poco antes de que lo descuartizaran los sádicos soldados de Gamel, el coronel Benchley tuvo un vislumbre de la blanca casita de campo del Shoropshire, con la señora Benchley a la puerta, y los niños" O ésta: París, Londres, Djibuti, todo le parecía irreal ahora, sentado entre las ruinas de otra cena más de Acción de Gracias, con su madre y su padre y el idiota de Charles" ¿Quién puede permanecer insensible ante unas frases así? Tan preñadas están de significado, tan, oso decirlo, tan a punto de reventar de significado, que es como si las hincharan los capítulos enteros sin escribir que llevan dentro: sin escribir, aunque ya presentes.
    Pero, ay, en realidad no eran más que burbujas, falsas ilusiones, todas ellas. Cada una de esas frases maravillosas, repletas de promesas, era como una caja envuelta para regalo en manos de un niño anhelante, una caja que nada contiene, sino piedrecillas y trozos de basura, a pesar del ruido tan seductor que hace al agitarla. ¡El niño piensa que son caramelos" Yo pensaba que eran literatura. Todas esas frases -y otras muchas, también- reultaron no ser trampolines de lanzamiento hacia la gran novela sin escribir, sino barreras insuperables. Comprende usted, eran demasiado buenas. Nunca logré situarme a su altura. Hay escritores que nunca logran igualar su primera novela. Yo nuca pude igualar mi primera frase. Y mírenme ahora. Miren de qué modo he empezado esto, mi obra final, mi opus magna: "Siempre imaginé que la crónica de mi vida, si acaso alguna vez llegaba..." ¡Dios del cielo, "si acaso alguna vez"
    Ya se percata usted del problema. Irremediable. Que lo borren"....
  • incainca Gonzalo de Berceo s.XIII
    editado octubre 2010
    LA HISTORIA DE MI VIDA
    Anton Chejov

    "El jefe de la oficina me dijo:
    -A no ser por lo mucho que estimo a su honorable padre, le habría hecho a usted emprender el vuelo hace tiempo.
    Y yo le contesté:
    -Me lisonjea en extremo su excelencia al atribuirme la facultad de volar.
    Su excelencia gritó, dirigiéndose al secretario:
    -¡Llévese usted a ese señor, me ataca de los nervios!
    A los dos días me pusieron de patitas en la calle.
    Desde que era mozo había yo cambiado ocho veces de empleo. Mi padre, arquitecto del Ayuntamiento, estaba desolado. A pesar de que todas las veces que había yo servido al Estado lo había hecho en distintos ministerios, mis empleos se parecían unos a otros como gotas de agua: mi obligación era permanecer sentado horas y horas ante la mesa-escritorio, escribir, oír observaciones estúpidas o groseras y esperar la cesantía.
    Con motivo de la pérdida de mi último destino tuve, como es natural, una explicación enojosa con el autor de mis días. Cuando entré en su despacho, estaba hundido en su profundo sillón y tenía los ojos cerrados. En su rostro enjuto, de mejillas rasuradas y azules, parecido al de un viejo organista católico, se pintaba la sumisión al destino.
    Sin contestar a mi saludo, me dijo:
    -Si tu madre, mi querida esposa, viviera todavía, serías para ella origen constante de disgustos y de bochornos. Dios, en su infinita sabiduría, ha cortado el hilo de su existencia para evitarle terribles decepciones.
    Calló un instante y añadió:
    -Dime, desgraciado, ¿qué voy a hacer contigo?
    Antes, cuando yo era más joven, mis deudos y mis conocidos sabían lo que se podía hacer conmigo: unos me aconsejaban que ingresara en el ejército; otros, que me colocase en una farmacia; otros, que me colocase en en telégrafos. Pero a la sazón, cuando yo ya tenía veinticinco años cumplidos y algunos cabellos grises en las sienes, lo que se podía hacer conmigo era un misterio para todos: había estado yo empleado en telégrafos, en una farmacia, en numerosas oficinas; había agotado los medios de ganarme, como decía mi padre, honorablemente la vida. Y todos los que me rodeaban me consideraban hombre al agua y sacudían la cabeza, al mirarme de un modo compasivo.
    -Bueno, ¿qué vas a hacer ahora? -continuó mi padre- A tu edad, los jóvenes ocupan ya una buena posición social, y tú no eres más que un proletario, un miserable que no sabe ganarse honorablemente la vida y que vive como un parásito a expensas de su padre.
    Luego se extendió en largas consideraciones sobre su tema favorito: la perdición de la juventud contemporánea a causa de su falta de religión, de su materialismo y de su arrogancia. Los jóvenes de mi época, al decir del autor de mis días, se entregaban de lleno a los placeres, a las ideas perversas y a los espectáculos teatrales de aficionados, que el gobierno debía prohibir, puesto que no servían más que para apartar a la gente moza de la religión y del deber.
    -Mañana -terminó diciendo- iremos juntos a ver a tu jefe, a quien le pedirás perdón y le prometerás ser en adelante un empleado modelo. No puedes, en manera alguna, renunciar a tu posición social.
    Yo no esperaba nada nuevo del sesgo que tomaba la plática, pero contesté:
    -¡Oigame usted, padre, se lo ruego! Eso que llama usted posición social no es sino el privilegio del capital y de la construcción. Los que no tienen ni una ni otra cosa se ganan el pan con un trabajo físico, y no sé en virtud de que razones no me lo he de ganar yo así"....
  • incainca Gonzalo de Berceo s.XIII
    editado octubre 2010
    PETER Y ROSA
    Isak Dinesen


    “Un año, hace un siglo, la primavera llegó con retraso a Dinamarca. Durante los últimos días de marzo, el Sound estuvo bloqueado por el hielo, y cegado, desde la costa danesa a la sueca. La nieve de los campos y los caminos se derretía un poco por el día, sólo para volverse a helar durante la noche; la tierra y el aire carecían igualmente de esperanza o de piedad.
    Hasta que una noche, después de una semana de fría y húmeda niebla, empezó a llover. El cielo estalló sobre el paisaje muerto, se disolvió en torrentes de vida y se fundió con el suelo. En todas partes resonaba el incesante rumor del agua que caía; y aumentó y se convirtió en canción. El mundo se agitó inquieto debajo; los seres respiraron en la oscuridad. Otra vez se les fue anunciado a las colinas y los valles, a los bosque y a los arroyos aprisionados: “Tenéis que vivir”.
    En casa del párroco Sollerod, Peter Kobke, hijo de su hermana, de quince años de edad, estaba sentado junto a una vela de sebo leyendo a los Padres de la Iglesia, cuando en medio del susurro de la lluvia su oido captó un sonido nuevo; dejó el libro, se levantó y abrió la ventana. ¡Cómo creció entonces el sonido de la lluvia! Pero oyó otras voces mágicas en la oscuridad de la noche. Venían de arriba, del éter mismo; y Peter alzó el rostro hacia ellos. La noche era oscura, aunque no tenía ya la negrura del invierno: estaba preñada de claridad; y al interrogarla, le contestó. Y por encima de su cabeza, proclamó la música de la vida errabunda de los cielos. Allí cantaban las alas, tañían purísimas flautas; había intercambio de gritos chillones muy arriba, por encima de él. Eran las aves migratorias en su vuelo hacia el norte.
    Se quedó largo rato pensando en ellas; las hizo pasar ante los ojos de su imaginación una por una. Aquí volaron largas formaciones de gansos salvajes, patos y cercetas, a cuyo acecho se aposta uno durante los cálidos atardeceres de agosto. Todos los placeres del verano llevaban el mismo curso que ellas en el cielo: una migración de esperanza y de gozo viajaba esta noche; una poderosa promesa, expresada en innumerables voces”...
  • incainca Gonzalo de Berceo s.XIII
    editado octubre 2010
    RELATO DE NOCHE
    Luís Fdez. Roces

    "No se me ocurre sino hablar de la amargura de un humilde escritor que no alcanza, por más que cavila, a poner en claro las ideas, y que a la mañana siguiente (digamos, en tal supuesto, que se inicia de noche este cuento mío, hora en que el escritor busca sin fruto un argumento para el suyo) tiene que entregar sin falta.
    Quiero, para mejor entendernos, advertir que, ciertamente, no ejerzo el oficio de escritor (ministerio para el que no tengo habilidades), sino que me dedico (¿por qué no decir que en cuerpo y alma hasta hace muy poco tiempo? a la fontanería;arte este al que me llevó la vocación, siendo ya bachiller, sin que mis compañeros (convencidos, al parecer, de mis aptitudes para los estudios mayores y de las de mi padre para los negocios del mismo grado) pudieran entenderlo. Lo que resulta, claro está, explicable en quienes no hayan tenido ocaasión nunca de luchar con el agua hasta dominarla y hacerla discurrir en orden y con paz por tuberías, o contenerla en las escusadas cisternas domiciliarias y acertar con el exacto nivel de flotación de la boya y el buen ajuste de los mecanismos.
    Dicho lo cual a sabiendas de que los comentarios que se refieren a la fontanería no importan en el relato, debo añadir que, aunque no oficie de escritor, si que padezco la amargura de que hablé, pues que soy yo, por sorprendente que parezca, quien tiene que escribir el cuento en el plazo de una noche. Claro está, sobre tal particular, confieso que tuve tiempo suficiente, desaprovechado por causa de la pereza.. Sin embargo de ello, mi resistencia a cumplir el trabajo en cuestión no es debida sino a que me siento incapaz incluso de iniciarlo, pues de otra manera no me falta -más bien al contrario- la voluntad. Todo lo cual a parte, y contra lo que pudiera creerse cuando hay abundancia de tiempo y soledad, resulta difícil escribir si a uno lo retienen en casa causas tan lamentables"....
  • ShaiantiShaianti Fray Luis de León XVI
    editado octubre 2010
    Sigo tus bellos comienzos, Inca, por lo que te agradezco con gran estima. Se me ocurren otros al leer los que publicas, ¿podría ser algo de Selma Lagerlof?
  • incainca Gonzalo de Berceo s.XIII
    editado octubre 2010
    Muchas gracias por sus palabras, Shaianti. El único afán que me movió para crear este Tema de los Bellos Comienzos no fue otro que el de intentar compartir con todos los amantes de la literatura esos libros de los que tenemos un especial recuerdo. Yo me sentiría muy contento si gracias a este Tema álguien descubre a un autor o a una obra.
    Por supuesto que la escritora sueca Selma Laguerlöf tiene méritos más que suficientes para formar parte de esta selección, que como toda selección es subjetiva y, por lo tanto, ni son todos los que están, ni están todos los que son.
    Un saludo cordial para todos.
  • incainca Gonzalo de Berceo s.XIII
    editado octubre 2010
    LAS CIUDADES INVISIBLES
    Italo Calvino


    "No es que Kublai Jan crea en todo lo que dice Marco Polo cuando le describe las ciudades que ha visitado en sus embajadas, pero es cierto que el emperador de los tártaros sigue escuchando al joven veneciano con más curiosidad y antención que a ningún otro de sus mensajeros o exploradores. En la vida de los emperadores hay un momento que sucede al orgullo por la amplitud de los territorios que hemos conquistado, a la melancolía y al alivio de saber que pronto renunciaremos a conocerlos y comprenderlos; una sensación como de vacio que nos acomete una noche junto al olor de los elefantes después de la lluvia y de la ceniza de sándalo que se enfría en los braseros; un vértigo que hace temblar los ríos y las montañas historiada en la leonada grupa de los planisferios, enrolla uno sobre otro los despachos que anuncian el derrumbarse de los últimos ejércitos enemigos de derrota en derrota y resquebraja el lacre de los sellos de reyes a quienes jamás hemos oído nombrar, que imploran la protección de nuestras huestes triunfantes a cambio de tributos anuales en metales preciosos, cueros curtidos y caparazones de tortuga; es el momento desesperado en que se descubre que ese imperio que nos había parecido la suma de todas las maravillas es una destrucción sin fin ni forma, que su corrupción está demasiado gangrenada para que nuestro cetro pueda ponerle remedio, que el triunfo sobre los soberanos enemigos nos ha hecho herederos de su larga ruina. Sólo en los informes de Marco Polo, Kublai Jan conseguía discernir, a través de las murallas y las torres destinadas a desmoronarse, la filigrana de un diseño tan sutil que escapaba a la mordedura de las termitas"...
  • incainca Gonzalo de Berceo s.XIII
    editado octubre 2010
    LOS OTROS DIOSES
    Lovecraft

    "En la cima del pico más alto del mundo habitan los dioses de la tierra, y no soportan que ningún hombre se jacte de haberlos visto. En otro tiempo poblaron los picos inferiores; pero los hombres de laas llanuras se empeñaron siempre en escalar las laderas de roca y de nieve, empujando a los dioses hacia montañas cada vez más elevadas, hasta hoy, en que sólo les queda la última. Al abondonar sus cumbres anteriores se llevaron sus propios signos, salvo una vez que, según se dice, dejaron una imagen esculpida en la cara del monte llamado Ngranet.
    Pero ahora se han retirado a la desconocida Kadath del desierto frío, en donde los hombres no entran jamás, y se han vuelto severos; y si en otro tiempo soportaron que los hombres les desplazaran, ahora les han prohibido que se acerquen; pero si lo hacen, les impiden marcharse. Conviene que los hombres no sepan donde está Kadath; de lo contrario, tratarían de escalarla en su imprudencia.
    A veces, en la quietud de la noche, cuando los dioses de la tierra sienten añoranza, visitan los picos donde moraron una vez, y lloran en silencio al tratar de jugar en silencio en las recordadas laderas. Los hombres han sentido las lágrimas de los dioses sobre el nevado Thurai, aunque creyeron que era lluvia; y han oido sus suspiros en los quejumbrosos vientos matinales de Lerion. Los dioses suelen viajar en las naves de nubes, y los sabios campesinos tienen leyendas que los disuaden de acercarse a ciertos picos elevados por la noche cuando el cielo se nubla, porque los dioses no son tan indulgentes como antaño"...
  • incainca Gonzalo de Berceo s.XIII
    editado octubre 2010
    LA BARRACA
    Blasco Ibáñez

    "Desperezóse la inmensa vega bajo el resplandor azulado del amanecer, ancha faja de luz que asomaba por la parte del mediterráneo.
    Los últimos ruiseñores, cansados de animar con sus trinos aquella noche de otoño, que por lo tibio de su ambiente parecía de primavera, lanzaban el gorjeo final como si les hiriese la luz del alba con sus reflejos de acero. De las techumbres de paja de las barracas salían las bandadas de gorriones como un tropel de pilluelos perseguidos, y las copas de los árboles empezaban a estremecerse bajo los primeros jugueteos de estos granujas del espacio, que todo lo alborotaban con el roce de sus blusas de plumas"...
  • incainca Gonzalo de Berceo s.XIII
    editado octubre 2010
    DEMIAN
    Hermann Hesse

    " Comienzo mi historia como un acontecimiento de la época en que yo tenía diez años e iba al Instituto de Letras de nuestra pequeña ciudad.
    Muchas cosas conservan aún su perfume y me conmueven en lo más profundo con pena y dulce nostalgia: callejas oscuras y claras, casas y torres, campanadas de reloj y rostros humanos, habitaciones llenas de acogedor y cálido bienestar, habitaciones llenas de misterio y profundo miedo a los fantasmas. Olores a cálida intimidad, a conejos y a criadas, a remedios caseros y a fruta seca. Dos mundos se confundían allí: de dos polos opuestos surgían el día y la noche.
    Un mundo lo constituía la casa paterna; más extrictamente se reducía a mis padres. Este mundo me resultaba muy familiar: se llamaba padre y madre, amor y severidad, ejemplo y colegio. A este mundo pertenecían un tenue esplendor, claridad y limpieza; en él habitaban las palabras suaves y amables, las manos lavadas, los vestidos límpios y las buenas costumbres. Allí se cantaba el coral por las mañanas y se celebraba la Navidad. En este mundo existían las líneas rectas y los caminos que conducen al futuro, el deber y la culpa, los remordimientos y la confesión, el perdón y los buenos propósitos, el amor y el respeto, la Biblia y la sabiduría. Había que mantenerse dentro de este mundo para que la vida fuera clara, límpia, bella y ordenada.
    El otro mundo, sin embargo, comenzaba dentro de nuestra propia casa y era totalmente diferente: olía de otra manera, hablaba de otra manera, prometía y exigía otras cosas. En este segundo mundo existían criadas y aprendices, historias de aparecidos y rumores escandalosos; todo un torrente multicolor de cosas terribles, atrayentes y enigmáticas, como el matadero y la cárcel, borrachos y mujeres chillonas, vacas parturientas y caballos desplomados; historias de robos, asesinatos y suicidios"...
  • incainca Gonzalo de Berceo s.XIII
    editado octubre 2010
    1 9 8 4
    George Orwell

    "Era un día luminoso y frío de Abril y los relojes daban las trece, Winston Smith, con la barbilla clavada en el pecho en su esfuerzo por burlar el molestísimo viento, se deslizó rapidamente por entre las puertas de cristal de las Casas de la Victoria, aunque no con la suficiente rapidez para evitar que una ráfaga polvotienta se colara con él. El vestibulo olía a legumbres cocidas y a esteras viejas. Al fondo, un cartel de colores, demasiado grande para hallarse en un interior, estaba pegado a la pared. Representaba sólo un enorme rostro de más de un metro de anchura: la cara de un hombre de unos cuarenta y cinco años con un gran bigote negro y facciones hermosas y endurecidas. Winston se dirigió hacia las escaleras. Era inútil intentar subir en el ascensor. No funcionaba con frrecuencia y en esta época la corriente se cortaba durante las horas del día. Esto era parte de las restrincciones con que se preparaba la Semana del Odio, Winston tenía que subir a un séptimo piso. Con sus treinta y nueve años y una úlcera de varices por encima del tobillo derecho, subió lentamente, descansando varias veces. En cada descansillo, frente a la puerta del ascensor, el cartelón del enorme rostro miraba desde el muro. Era uno de esos dibujos realizados de tal manera que los ojos le siguen a uno a dondequiera que esté. EL GRAN HERMANO TE VIGILA, decían las palabras al pie"....
  • incainca Gonzalo de Berceo s.XIII
    editado octubre 2010
    EL LOBO-HOMBRE
    Boris Viain

    " En el Bois des Fausses-Reposes, al pie de costa de Picardía, vivía un muy agraciado lobo adulto de negro pelaje y grandes ojos rojos. Se llamaba Denis, y su distracción favorita consistía en contemplar como se ponían a todos gas los coches procedentes de Ville-d´Avray, para acometer la lustrosa pendiente sobre la que un aguacero extiende, de vez en cuando, el oliváceo reflejo de los árboles magestuosos. También le gustaba, en las tardes de estío, merodear por las espesuras para sorprender a los impacientes enamorados en su lucha con el enredo de las cintas elásticas que, desgraciadamente, complican en la actualidad lo esencial de la lencería. Consideraba con filosofía el resultado de tales afanes, en ocasiones coronados por el éxito, y, meneando la cabeza, se alejaba púdicamente cuando ocurría que una víctima complaciente era pasada, como suele decirse, por la piedra. Descendiente de un antiguo linaje de lobos civilizados, Denis se alimentaba de hierba y de jacintos azules, dieta que reforzaba en otoño con algunos champiñones escogidos y, muy a su pesar, con botellas de leche birladas al gran camión amarillo de la Central. La leche le producía náuseas, a causa de su sabor animal y, de noviembre a febrrero, maldecía la inclemencia de una estación que le obligaba a estragarse de tal manera el estómago"...
  • incainca Gonzalo de Berceo s.XIII
    editado octubre 2010
    NO DIGAS QUE FUE UN SUEÑO
    Terenci Moix


    " Y dijo la mujer:
    Maldito sea Amor, que me asesina. Teñid de muerte el Nilo. Poned de luto las nubes. Convertid Egipto en un sepulcro.
    Y así se hizo. Y el espanto fue descendiendo sobre el río. Y la muerte se instaló en las orillas. Y cayó el infierno sobre el universo.
    Cumplida la orden, una densa nube negra entoldó los cielos en los que jamás hay nubes. Por lo insólita, dijérase el velo de una diosa traicionera. Digérase sangre podrida goteando sobre los frondosos palmerales, las florestas de papiros, los huertos y jardines que un día fueron fértiles.
    Una galera real bogaba con magestuosa lentitud en busca de los confines más remotos del reino; allí donde éste se pierde en los desiertos que corren en busca de las selvas ignotas, donde dicen que nace el río santo.
    La negrura llegaba acompañada por himnos tan tristes como el día. Era la incesante percusión de cien timbales doloridos. Era el batir de cien remos en las aguas, tan tristes a su vez que también se habían vuelto negras.
    Las riveras se llenaron de campesinos procedentes de los villorrios más próximos. Llegaban formando pocesión, y en sus arrugados rostros, en sus arrugas surcadas por el sol de muchos siglos, el asombro alternaba con el miedo. Se arrojaban al suelo, escondían la cabeza entre las cañas, se golpeaban el pecho con piedras afiladas y frotaban sus ojos con fango, como se viene haciendo desde los tiempos más remotos cuando muere un monarca o la naturaleza rompe su curso inexorable porque los dioses no están satisfechos"...
  • incainca Gonzalo de Berceo s.XIII
    editado octubre 2010
    EL TALENTO DE MISTER RIPLEY
    Patricia Haghsmith

    "Tom echó una mirada por encima del hombro y vio que el individuo salía del Green Cage y se dirigía hacia donde él estaba. Tom apretó el paso. No había ninguna duda de que el hombre le estaba siguiendo. Había reparado en él cinco minutos antes cuando el otro le estaba observando desde su mesa, con expresión de no estar completamente seguro, aunque sí lo suficiente para que Tom apurase su vaso rápidamente y saliera del local.
    Al llegar a la esquina, Tom inclinó el cuerpo hacia delante y cruzó la Quinta Avenida con paso vivo. Pasó frente al Raouls´s y se preguntó si podía tentar a su suerte entrando a tomar otra copa, aunque tal vez lo mejor sería dirigirse a Park Avenue y tratar de despistar a su perseguidor escondiéndose en algún portal. Optó por entrar en Raoul´s.
    Automáticamente, mientras buscaba un sitio en la barra, recorrió el establecimiento con la vista para ver si había algún conocido. Entre la clientela se hallaba el pelirrojo corpulento cuyo nombre siempre se le olvidaba a Tom. Estaba sentado a una mesa, acompañado por una rubia y saludó a Tom con la mano. Tom le devolvió el saludo con un gesto desmayado. Se subió a uno de los taburetes y se quedó mirando a la puerta con actitud de desafío, aunque con cierta indiferencia.
    -Un gin-tonic, por favor- pidió al barman.
    Tom se preguntó si era aquella la clase de tipo que mandarían tras él. Desde luego no tenía cara de policía, más bien parecía un hombre de negocios, bien vestido, bien alimentado, con las sienes plateadas y un cierto aire de inseguridad en torno a su persona. Se dijo que, en un caso como el suyo, tal vez mandarían a tipos como aquél, capaces de entablar conversaciones en un bar y luego, en el momento más inesperado, una mano que se posa en tu hombro mientras la otra exhibe una placa de policía:
    Tom Ripley, queda usted arrestado.
    Siguió atento a la puerta y vio que el hombre entraba en el bar, miraba a su alrededor y, al verle, desviaba rápidamente la mirada. El hombre se quitó el sombrero de paja y buscó un sitio en la barra desde donde pudiera observar a Tom.
    ¡Dios mío, qué querría aquel tipo! Seguramente no era un invertido, pensó Tom por segunda vez, aunque sólo ahora su mente inquieta había logrado dar con la palabra adecuada, como si ésta pudiera protegerle de alguna forma, ya que hubiera preferido que le siguiese un invertido a que lo hiciera un policía. Al menos, a un invertido se lo hubiese podido quitar de encima fácilmente, diciéndole:
    -No, gracias.
    Y alejándose tranquilamente"....
  • incainca Gonzalo de Berceo s.XIII
    editado octubre 2010
    ECCE HOMO
    "Por qué soy tan listo"
    Nietzsche

    "¿Por qué sé más que nadie de ciertas cosas? ¿Por qué. generalmente, soy tan listo, tan perspicaz?
    Nunca he reflexionado sobre lo que para mí no existe; nunca me he desperdiciado.
    Así, pues, las verdaderas dificultades religiosas, por ejemplo, no las conozco por experiencia propia.
    Nunca me he podido explicar como podía "inclinarme al pecado". De igual modo carezco de todo criterio positivo para saber lo que es remordimiento. Y eso que, según dicen, los remordimientos no tienen nada de agradables.
    Me molestaría abandonar un hecho por temor al desenlace, a las consecuencias. Cuando un asunto cualquiera termina mal, es que se ha carecido de "buena mirada". Los remordimientos son hijos de esto, de una "mala mirada.
    Considerar, honrar un fracaso, precisamente por eso: por tal fracaso, es lo que más se acuerda con mi moral.
    "Dios", "la inmortalidad del alma", "la salvación", "el más allá", son conceptos a los cuales no he concedido importancia jamás, ni me han hecho perder nunca el tiempo, ni siquiera cuando era niño. ¿Quizás no fuese lo suficiente ingenuo para ello!
    El ateísmo no es en mí resultado de algo, y mucho menos un acontecimiento de mi vida; es cuestión de temperamento, un producto de instinto. Yo soy demasiado curioso, demasiado incrédulo, demasiado petulante para tolerar que se ma hagan preguntas enormes como puños.
    Y Dios es eso, una pregunta enorme, una falta de consideración para con nosotros los pensadores. Diré más: es una prohibición intolerable; la prohibición de pensar.
    Hay otras cosas que me interesan más que eso. La salvación de la humanidad depende más de la nutrición que de una simple curiosidad teológica"....
  • incainca Gonzalo de Berceo s.XIII
    editado octubre 2010
    UNO DE CADA TRES
    Augusto Monterroso

    "Está dentro de mis cálculos que usted se sorprenda al recibir esta carta. Es probable, también, que al principio la tome como una broma sangrienta, y casi seguro que su primer impulso sea el de destruirla y arrojarla lejos de sí. Y, no obstante, difícilmente caería en un error más grave. Vaya en su descargo que no sería el primero en cometerlo, ni el último, desde luego, en arrepentirse.
    Se lo diré con toda franqueza: me da usted lástima. Pero este sentimiento no sólo resulta natural, sino que está de acuerdo con sus deseos. Pertenece usted a esa taciturna porción de seres humanos que encuentran en la conmiseración ajena un lenitivo para su dolor. Le ruego que se consuele: su caso nada tiene de extraño. Uno, de cada tres, no busca otra cosa, en las más disimuladas formas. Quien se queja de una enfermedad tan cruel como imaginaria, la que se anuncia abrumada por el pesado fardo de los deberes domésticos, aquel que publica versos quejumbrosos (no importa si buenos o malos), todos están, implorando, en el interés de los demás, un poco de compasión que no se atreven a prodigarse a sí mismos. Usted es más honrado: desdeña versificar su amargura, encubre con elegante decoro el derroche de energía que le exige el plan cotidiano, no se finge enfermo. Simplemente, cuenta su historia, y, como haciendo un gracioso favor a sus amigos, les pide consejos con el obscuro ánimo de no seguirlos.
    A usted le intrigará cómo me he enterado de su problema. Nada más sencillo: es mi oficio. Pronto le revelaré que oficio sea ése.
    Continúo. Hace tres días, bajo un sol matinal poco común, abordó usted un autobús en la esquina de Reforma y Sevilla. Con frecuencia las personas que afrontan esos vehículos lo hacen con expresión desconcertada y se sorprenden cuando encuentran en ellos un rostro familiar. ¡Qué diferencia en usted! Me bastó ver el fulgor con que brillaron sus ojos al descubrir una cara conocida entre los sudorosos pasajeros, para tener la seguridad de haberme topado con uno de mis favorecedores.
    Obedeciendo a mi hábito profesional agucé furtivamente mi oído. Y en efecto, no bien había usted cumplido, de prisa, con los saludos de rigor, se produjo el inevitable relato de sus desgracias. Ya no me cupo duda. Expuso los hechos en tal forma que era fácil ver que su amigo había recibido las mismas confidencias no más allá de veinticuatro horas antes. Seguirlo durante todo el día hasta decubrir su domicilio fue como de costumbre la parte de mis disciplinas que, me gustaría saber la razón, cumplo con más placer"....
  • incainca Gonzalo de Berceo s.XIII
    editado octubre 2010
    EL PADRINO
    Mario Puzzo

    "Amerigo Bonasera estaba sentado en la Sala 3 de lo Criminal de la Corte de Nueva York. Esperaba justicia. Quería que los hombres que tan cruelmente habían herido a su hija, y que, además, habían tratado de deshonrarla, pagaran sus culpas.
    El juez, un hombre de formidable aspecto físico, se echó para arriba las mangas de su toga, como si se dispusiera a castigar físicamente a los dos jóvenes que permanecían de pie delante del tribunal. Su cara era fría y majestuosa. Pero Amerigo Bonasera tenía la sensación de que en todo aquello había algo de falso, si bien no podía precisar el qué.
    -Actuaron ustedes como unos completos degenerados -dijo el juez, severamente.
    Eso, eso, pensó Amerigo Bonasera. Animales. Animales. Los dos jóvenes, el cabello bien cortado y peinado, el rostro claro y límpio, eran la imagen viva de la contrición. Al oir las palabras del juez, bajaron humildemente la cabeza.
    -Actuaron ustedes como bestias salvajes -prosiguió el juez-; y menos mal que no molestaron sexualmente a aquella pobre chica, pues ello les hubiera costado estar veinte años entre rejas.
    El representante de la justicia hizo una pausa. Sus ojos, enmarcados por unas cejas sumamente pobladas, miraron disimuladamente al pálido Amerigo Bonasera, para luego posarse en un montón de papeles relacionados con el caso que tenía delante. Frunció el ceño, como si lo que iba a decir a continuación estuviera en desacuerdo con su manera de sentir.
    -...Pero teniendo en cuenta su edad, su límpio historial, la buena reputación de sus familias... y porque la ley, en su majestad, no busca venganzas de tipo alguno, les condeno a tres años de prisión. La sentencia queda en suspenso.
    Gracias a sus cuarenta años de estar en contacto más o menos directo con el dolor -era propietario de una funeraria-, el rostro de Amerigo Bonasera no dejó traslucir la decepción y el inmenso odio que le embargaban. Su joven y bella hija estaba todavía en el hospital, reponiéndose de su mandíbula rota, ¿y aquellas dos bestias iban a quedar en libertad? ¡Todo había sido una farsa! Miró a los felices padres que ahora rodeaban a sus queridos hijos y pensó que eran plenamente dichosos; no cabía la menor duda, sus sonrisas así lo indicaban.
    Por la garganta de Bonasera subió la negra y amarga hiel, llegándole hasta los labios a través de sus dientes fuertemente apretados. Se limpió la boca con el blanco pañuelo que llevaba en el bolsillo. Fue en aquel preciso momento cuando los dos jóvenes pasaron junto a él, sonrientes y confiados, sin siquiera dirigirle una mirada. Tampoco Bonasera dijo nada; se limitó a apretar el pañuelo contra sus labios"....
  • incainca Gonzalo de Berceo s.XIII
    editado octubre 2010
    LA ARBOLEDA PERDIDA
    Rafael Alberti





    “[FONT=Times New Roman, sans-serif]En la ciudad gaditana del Puerto de Santa María, a la derecha de un camino, bordeado de chumberas, que caminaba hasta salir al mar. Llevando a cuestas el nombre de un viejo matador de toros -Mazzantini-, había un melancólico lugar de retamas blancas y amarillas llamado la Arboleda Perdida.[/FONT]
    [FONT=Times New Roman, sans-serif]Todo era allí como un recuerdo: los pájaros rondando alrededor de árboles ya idos, furiosos por cantar sobre ramas pretéritas; el viento, trajinando de una retama a otra, pidiendo largamente copas verdes y altas que agitar para sentirse sonoro; las bocas, las manos y las frentes, buscando donde sombrearse de frescura, de amoroso descanso. Todo sonaba allí a pasado, a viejo bosque sucedido. Hasta la luz caía como una memoria de luz, y nuestros juegos infantiles, durante las rabonas escolares, también sonaban a perdidos en aquella arboleda.[/FONT]
    [FONT=Times New Roman, sans-serif]Ahora, según me voy adentrando, haciéndome cada vez más chico, más alejado punto por esa vía que va dar al final, a ese “golfo de sombra” que me espera tan sólo para cerrarse, oigo detrás de mí los pasos, el avance callado, la inflexible invasión de aquella como recordada arboleda perdida de mis años.[/FONT]
    [FONT=Times New Roman, sans-serif]Entonces es cuando escucho con los ojos, miro con los oídos, dándome vuelta al corazón con la cabeza, sin romper la obediente marcha. Pero ella viene ahí, sigue avanzando noche y día, conquistando mis huellas, mi goteado sueño, incorporándose desvanecida luz, finadas sombras de gritos y palabras.[/FONT]
    [FONT=Times New Roman, sans-serif]Cuando por fin, allá, concluido el instante de la última tierra, cumplida su conquista, seamos uno en el hundirnos para siempre, preparado ese golfo de oscuridad abierta, irremediable, quién sabe si a la derecha de otro nuevo camino, que como aquél también caminará hacia el mar, me tumbaré bajo retamas blancas y amarillas a recordar, a ser ya todo yo la total arboleda perdida de mi sangre.[/FONT]
    [FONT=Times New Roman, sans-serif]Y una larga memoria, de la que nunca nadie podrá tener noticia, errará escrita por los aires, definitivamente extraviada, definitivamente perdida”...[/FONT]
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