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Sexo en Roma, jajaja, como el de Nueva York.

carriecarrie Gonzalo de Berceo s.XIII
editado julio 2010 en Erótica
Hola, se me ocurrió el otro día esto, y a ver qué les parece. Es un poco chorra, pero bueno... Ahí va...

Estuvo esperando a su amante, Livio, durante casi media hora, hasta que decidió salir de la terma e ir a buscarlo a su casa. No era habitual en ella ir tras un hombre, pero tampoco lo era que la dejaran plantada.
Gritó hasta degañitarse cuando al llegar a su habitación no hubo manera de encontrar la última túnica de seda que había adquirido. Era preciosa, y no aparecía por ninguna parte. Sin duda el nuevo esclavo que le había enviado su padre tendría la culpa. Ese bárbaro la sacaba de quicio. Definitivamente no había nacido para recibir ordenes, pero en soledad tenía que admitir que le encantaba ordenarle cualquier cosa, sólo para ver su rostro contraído, su mandíbula fuertemente apretada, y esos ojos azules, profundos y feroces, acatando sus órdenes sin poder hacer nada para remediarlo.
Pero ahora no era el momento de regodearse en ello, realmente estaba enojada por no haber podido encontrar su carísima túnica.
–– Esclavo ––gritó fuera de sí, todavía liada en una gran sabana de lino que había utilizado para secarse.
Vociferando cruzó el atrio para buscar a ese bárbaro que no atendía a su llamada. Lo encontró en el pasillo que circundaba el atrio, cerca de su habitación.
–– ¿Por qué no contestabas?
Él no dijo nada, solía permanecer en silencio cuando ella se enfadaba.
–– ¿Dónde está mi túnica de seda?
Él no contestó, se limitó a negar levemente con la cabeza, sin dejar de mirarla, como si quisiera atravesarla con los ojos.
De pronto pensó que otra de las esclavas podría ayudarla a encontrarla.
–– Avisa a Claudia, y dile que vaya a mi habitación.
–– Claudia no está.
–– Eres un completo inútil, no sé por qué mi padre te compró ––gritó enloquecida––. Vamos llama a cualquier otra.
–– No hay nadie más.
A ella se le heló la sangre al constatar mentalmente que tenía razón. Estaba completamente a solas con ese esclavo imponentemente bárbaro. Cuando reparó en que él debía estar pensando lo mismo que ella y que miraba de una forma extraña el inicio de su escote, difícilmente ocultado por la tela que aguantaba con una mano en el pecho y otra en su espalda, dio un paso atrás.
Él se movió a su vez hacia delante.
–– ¿Qué crees que estas haciendo? ––le reclamó con un hilillo de voz.
Él se acercó hasta estar a su altura y atrapó la fina tela que la cubría y la contempló un par de segundos ante la perplejidad de ella.
–– Haré que te azoten por esto ––dijo indignada.
El esclavo, después de detener su mirada en sus grandes pechos y en los cada vez más endurecidos pezones la agarró por la cintura y la depositó sobre su amplio hombro para llevarla hasta su habitación.
–– Te haré azotar ––gritó cuando la dejó caer sobre la cama.
Él se despojó de su túnica y la tiró al suelo rápidamente.
–– Eso no te librará de lo que te voy a hacer.
Ella se levantó como si tuviera un resorte en el trasero y le encaró, pero él no medió ni una palabra. Deslizó una de sus grandes manos por la espalda desnuda de ella y se agachó para introducir uno de los pezones en su boca, succuinándolo con urgencia.
De repente él la volteó entre sus grandes manos y la echó de nuevo sobre la cama. Después acarició su trasero mientras ella se sostenía difícilmente sobre sus extremidades. La atrajo hacia si cogiéndola por las caderas y la embistió con fuerza.
A ella se le escapó todo el aire contenido en sus pulmones mientras sentía su enorme miembro entrar dentro de ella. El latir de su corazón se desbocó con cada embestida y una agradable sensación recorrió todo su cuerpo hasta llegar a los dedos de sus manos.
–– No me extraña que siempre estéis en guerra si así es como hacéis el amor ––dijo ella tras una de las fuertes embestidas.
Pero él seguía con sus toscas maneras, penetrándola con una furia desmedida que la atrapaba en un placer al que no estaba acostumbrada, pero no por ello menos satisfactorio.
De súbito se apartó ligeramente para voltearla otra vez y atrapar sus manos por encima de su cabeza. Entonces con la otra mano comenzó a manosear sus pechos mientras volvía a penetrarla con fuerza.
Gaia no podía dejar de mirarlo a los ojos absorta en el profundo color azul que la miraba directamente a los suyos.
Con un gruñido que la excitó todavía más descargó su semen en el interior de su cuerpo. Entonces se desplomó con todo su peso sobre su cuerpo.
Ella cayó bajo su cuerpo pesado pero inmediatamente se escabulló para contemplarlo todavía con la respiración y el corazón acelerado.
Le miró tendido de lado, apoyando su cabeza en el antebrazo y suspiró lentamente mientras esperaba a que se recuperara.
–– Ahora te voy a enseñar yo cómo lo hacemos las romanas ––le aseguró ella atrapando sus manos por encima de su cabeza y comenzó a succionarle los labios entre los suyos.
–– ¿Qué haces? ––preguntó él dejándola hacer.
–– Te explicaré sin palabras por qué los romanos no adoran a los dioses de la guerra como hacéis vosotros, sino que construyen templos a Venus.
Siguió besando sus labios hasta encontrarse con su ardiente lengua y entrelazarla con la suya con suaves movimientos.
Él la miró con los ojos abiertos de par en par.
–– ¿Cómo lo hacéis los romanos?
Ella dejó de besarle el cuello por un momento y contestó con una sonrisa.
–– Despacio, muy despacio ––explicó inclinándose sobre su cuerpo mientras situaba sus caderas sobre él y lo atrapaba entre sus piernas––. Tenemos todo el tiempo del mundo.

La verdad es que me parece que le falta un poquito de... ya sabéis, que perdió fuelle al final, pero es que tenía sueño.
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