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Bugsy

Marcelo_ChorenMarcelo_Choren Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita s.XIV
editado mayo 2008 en Humorística
El timbre me desconcentró.
Corregía un cuento y sonó el timbre. Me levanté de la silla arrastrándola hacia atrás. Me enferma que suene el timbre cuando corrijo un cuento. Me enferma, de verdad.
Era Verónica.
Bajita, compensaba su falta de longitud con una agradable latitud. El trajecito color lacre le quedaba precioso. Un poco muy ajustado, pero precioso.
—Marce, querido —dijo, toda sonrisas.—. Menos mal que te encuentro, ¿podés hacerme un favor?
—Por supuesto —dije. Es que no resisto que las mujeres me digan “querido”—. ¿Qué necesitás?
—Mamá se pescó una grip terrible.
(Vero dice grip en vez de gripe)
—¿Y yo qué puedo hacer? —dije sin pensar, porque si lo pienso un segundo; si dejo de mirar el primer botón del trajecito, seguro que me hago el idiota y cierro el pico.
Verónica parpadeó dos o tres veces, le sale fantástico.
—Me voy a atender a mami —dijo—. ¿Me cuidás a Bugsy? Sí, dale, sé buenito. Por unos días, nada más.
¡Bugsy! Ese pequinés inmundo. Ese pequinés prognático y de ojos saltones. Odio a Bugsy. Pero, “buenito” es la segunda palabra que no resisto en boca de una mujer.
—Dalo por hecho, dulzura —le dije—. ¿Y dónde está ese regalón?
—Ahora mismo te lo traigo —dijo, y corrió hacia su departamento—. ¡Sos un amor!
“Amor” es la tercera palabra que...
¿Justo a mí? ¿Justo a mí me lo trae? ¿Y la vieja del 4 “H”? Si Bugsy se la pasa haciéndole fiestas. A mí, en cambio, me odia, y yo a él.
Debe ser odio, no hay otra explicación: ya me arruinó dos pantalones por morderme los tobillos; el de gabardina y el de hilo, casi nuevo, ese color marfil que me costó una fortuna.
Cuando Vero me invita a su living, Bugsy gruñe escondido abajo del sofá. Y basta que yo me acerque a su dueña para que salte en medio de los dos. Entonces Vero dice “veeeenga con su mami” y esa bolsa de pulgas recibe las caricias y los besos que me estaban destinados.
Odio a Bugsy. Pero más lo odio cuando, en vez de tirarme tarascones, me aprisiona la pantorrilla con las patas delanteras y hace unos movimientos asquerosos. Si Vero no me ve, levanto la pierna de golpe y Bugsy sale volando. No disfruto de lastimar a los animales, al contrario, me gustan mucho, salvo Bugsy. Es que nos odiamos.


Vero lo trajo con un collar rojo brillante y una correíta haciendo juego. También me dejó una bolsa de alimento hediondo y otra bolsa más ¡con galletitas para perro! ¿A quién se le ocurre fabricar ua estupidez semejante?
Bugsy se me antojó más desorbitado y prognático que nunca.
—Bueno —dijo Vero—, acá los dejo. Háganse amiguitos.
Ensayé una sonrisa débil, hasta que sentí una puntada en el pie. Bugsy mordía mi zapatilla “All Star” modelo basquet, la que yo deseaba a los quince y recién pude comprarme a los cuarenta y cinco. Esas mismas.
Vero maniobró con una valijita diminuta y un bolso enorme. Se metió en el ascensor tirándonos besitos con la punta de los dedos.
Bugsy y yo nos miramos.


Durante el resto de la tarde, Bugsy se portó bien, es decir, como un perro normal. Se echó sobre la alfombra y durmió la siesta. Yo pude retomar mi trabajo sin inconvenientes.
Con las últimas luces, lo saqué a dar una vuelta por la plaza. Bugsy olisqueó todos los árboles y las patas de los bancos. Hizo pis y caca, y no ladró para nada. Cuando me senté a fumar un cigarrillo, hasta se me acercó moviendo la cola.
Antes de acostarme le di de comer y le regalé una galletita. Tenía forma de huesito, es de no creer.
Bugsy volvió a tumbarse sobre la alfombra, debía haberse encariñado con ella.
Apagué las luces y diez minutos después me dormí. Soñé con Verónica. En el sueño, era ella la que me agarraba la pantorrilla. Un sueño absurdo.


Nada más horrible que despertarse bajo dos ojos saltones, fijos, y a un centímetro de la cara de uno. Y ese aliento espeso...
De un salto, me puse de pie. Amo a los animales, como ya dije, pero soy capaz de estrangular a un gatito recién nacido si se trepa a mi sacrosanta cama. Y Bugsy ni siquiera es recién nacido.
—¡Bugsy! —lo increpé— ¡Salga de ahí, perro atorrante! ¡Bájese ya mismo!
Respondió de mala gana. Intuí que el naciente idilio se rompía.
En el comedor confirmé mi presunción: la pata de mi sillón Chesterfield legítimo había sido roía a conciencia, y la alfombra... ¡Mi pobre alfombra! Presentaba un agujero del tamaño de una pelota de fútbol.
Lo reconozco: soy de esos tipos que se levantan de mal humor, pero esto me superaba.
—Muy bien, perro sarnoso —le dije. Bugsy se había refugiado abajo de una silla—. Si querés jugar fuerte, te encontraste con la horma de tu zapato.
Tomé el desayuno de pie en medio de la cocina, la cabeza me hervía de venganzas más o menos atroces.
El teléfono sonó, y atendí.
—¡Hola, Marce! —la voz de Vero me llegaba desde un millón de kilómetros.
—¡Hola, preciosa! —dije, y me traicionó la esperanza—. ¿Tu mami ya anda mejor?
—No, Marce, por eso te llamo. Me quedo una semanita con ella.
—¿Una sem...?
—¿Cómo se porta mi caramelito?
—¿Yo? Muy bien, gracias.
—No, sonsito —Vero se rió—. Bugsy. ¿Cómo se porta?
Antes de contestar miré a la bestia prognática: había levantado la pata y hacía pis junto al zócalo.
—Es un tesorito, Vero. Un... ¡tesorito!
—Marce...
—¡Qué!
—No te encariñes demasiado. Mirá que me lo tenés que devolver.
Colgué.
La idea me llegó de golpe. Era una idea epifánica, redentora.
Le preparé su desayuno. Alrededor del plato con las grageas de alimento puse un cerco de jabón en polvo. Bugsy estornudó como treinta veces antes de cruzarlo y comerse su ración.
Puse en marcha la segunda fase del plan. Le ajusté el collar y salí silbando. Caminé a buen paso, y Bugsy debió esforzarse para andar a mi ritmo.
El jabón le hizo efecto a los diez minutos.
Bugsy puso ojos de huevo duro y tembló.
La diarrea le duró como media hora. The Thing no era capaz de dar dos pasos sin abrir las patas y quedarse en éxtasis. Mientras, yo le hablaba sobre las virtudes que debe exhibir un perro que se precie de tal.
Cuando entramos en casa tuve que empujarlo con el pie. Nunca he visto un perro que temblara tanto, ni siquiera uno rabioso, en serio.
Fue una tarde apacible. Puse un CD de Rod Stewart, y canté con él “You go to my head”. Bugsy no se movió de la alfombra agujereada.


El tercer día empezó como otro cualquiera. Sólo que no pude encontrar mi pantufla derecha.
—Bugsy —llamé.
Parecía como muerto, pero se levantó y me siguió a la cocina.
Me agaché para llenarle el recipiente del agua. Bajo la mesada encontré la pantufla, lo que quedaba de ella.
Cerré los ojos con fuerza.
“Yo no he leído a Maquiavelo porque sí”, razoné. “Ni a Maquiavelo ni a Sun Tzu. Los perros no saben leer, ni siquiera este hijo del demonio”.
Me convencí de que mi mente era superior a la de él, y me decidí a destruir su autoestima.
De nuevo lo saqué a la calle y de nuevo caminé a buen paso. Treinta y cinco cuadras caminé, pero no en cualquier dirección. Yo conocía muy bien el lugar al que me dirigía.
—¿Cuánto sale embalasmar un perro?
—Depende del tamaño —me dijo el taxidermista.
—Uno como este —dije, y planté a Bugsy sobre el mostrador, entre un tucan medio desplumado y un mono tití con ojos de vidrio.
Juro que Bugsy entendió: una chispa de comprensión le cruzó los ojos, y se puso a llorisquear.
—Bueno —dijo el hombre, y se frotó la mejilla sin afeitar—, en general se espera a que estén... usted me entiende: muertos.
—¿Y no se puede adelantar algo del trabajo?
—No. Hay que limpiarlos. Sacarles todos los órganos, el cerebro, vaciarles los ojos.
Bugsy nos miraba, parecía seguir la conversación. Sus lamentos se hicieron más fuertes.
—De acuerdo —dije—. De acuerdo. Tendré que esperar.
Vi algo interesante en una estantería: un chihuahua embalsamado.
—¿Y eso que está ahí? ¿Me lo vende?
—Imposible, es un recuerdo de familia. No me desprendería de él por nada del mundo.
—Cincuenta pesos.
—¿Se lo envuelvo para regalo?
—No hace falta, me lo llevo así.


Busqué una calle poco transitada y até a Bugsy a una columna. Fuera de su alcance coloqué al chihuahua. Las polillas habían hecho su trabajo, y le salía aserrín por las costuras.
—¿Ves, Bugsy? —dije—. Este perrito se portó mal. Muy mal. No es que yo quiera, pero debo castigarlo. Estarás de acuerdo, ¿no?
Bugsy se humedeció el hocico.
—Mirá bien lo que les pasa a los perros malos, Bugsy.
Puse un pie sobre el chihuahua y lo bajé despacio. El embalsamado fue doblándose de a poco. Las costuras se reventaron y, junto con el aserrín, salieron unas polillas gordas.
—¡Ves!
Le di un pisotón al chihuahua desinflado.
—¡Ves, cretino!
Di otro pisotón.
—¡Esto les pasa! —cambié de pie. Los fui alternando cada vez más rápido.
—¡Esto! ¡Esto! ¡Esto! Y... ¡Esto!
Salté con los dos pies, aplasté la cabeza y los huesos crujieron. Bugsy se echó sobre la vereda.
—¡Esto, hijo de satán! —seguí machacando los restos del chihuahua. Una energía liberadora se apoderó de mí. Me dejé llevar— ¡Así mueren los que me desobedecen! ¡Soy el terror! ¡Soy el amo del universo! ¡Me alimento con tripas de perro! —lo señalé—. ¡Quiero tus tripas! ¡Reconoce a tu amo, perro miserable! ¡Banzaiiiiiiii!
Alcancé a oír una sirena, parecía acercarse. La camisa se me pegaba al cuerpo. Vi que una señora se asomaba desde un balcón y volvía a esconderse.
Bugsy era un trapo mojado. Me lo puse abajo del brazo y corrí.


—¿Hola, Marce?
—Hola, Verónica.
—¡Ay! Que voz secota que tenés. ¿Te pasó algo?
—No.
—¿Cómo andan mis dos amores?
—Bien.
Vero hizo una pausa. La aproveché para cambiar el cuchillo de una mano a la otra. Bugsy, en un rincón, mordía el manuscrito de mi último cuento.
—¿Seguro que están bien? —percibí su alarma—. ¿No le habrá pasado algo a mi Bugsy, no?
—No —dije—. Todavía no.
—Marce, decime la verdad. ¿Le pasó algo a mi bebé?
—¿Tu bebé? —me nació una risita histérica—. ¡Tu bebé! ¡Quisiera conocer al padre! ¡Y él también quisiera conocerlo!
—¡Marcelo! ¡Qué carácter horrible que tenés! ¿Se puede saber que te pasa a vos?
Bugsy arrancó un pedazo de papel y empezó a masticalo.
—Te dejo, Vero, tengo un asunto entre manos.
—¡Ya entiendo! —estalló—. ¡Estás con una mujer! ¡Estás con otra!
La que colgó fue ella.
—Vamos, Bugsy —dije, acercándome a él—. Soltá esos papelitos. Soltalos, así te devuelvo en una sola pieza.
Bugsy arrancó media hoja más y la zamarreó.
—Hoy te curo del prognatismo. Dame esas hojas.
Bugsy levantó su presa y se escondió debajo del sofá. No tuve paciencia para correr el mueble y lo volqué. Quedé frente al espejo de la sala: Jack Nicholson, en “El resplandor”, se hubiera sentido orgulloso de mí.
Alcancé a manotear el lomo de Bugsy cuando ya se me escapaba. Me mordió en la mano, pero no lo solté.
Mi bañera es de las antiguas: de borde muy alto y patas con forma de garras. Dejé a Bugsy ahí dentro. Cuando intentaba escapar se resbalaba en el enlozado.
Recuperé dos hojas y media de las seis originales. Las convertí en papel picado.


Es increíble la cantidad de cosas que pueden confeccionarse usando algunas perchas, hilo de pescar y cinta adhesiva.
Bugsy parecía un móvil de esos que se cuelgan sobre las cunas. Pendía de un nylon grueso, y el viento lo hacía girar con lentitud.
Las varillas de madera le inmovilizaban las patas, así que cada dos horas, yo colgaba el móvil —perdón, a Bugsy— sobre un balde y lo dejaba allí para que hiciera sus necesidades.
Usé el mismo sistema para darle de comer.
Cuando le saqué las varillas—el día antes de devolverlo—, le llevó toda una tarde en recuperar la movilidad de sus articulaciones.


Verónica me ha perdonado el exabrupto telefónico y Bugsy ya no me gruñe. Tampoco salta entre nosotros. Quizás entendió que yo amo a los animales.
Lo que no ha podido corregir —es comprensible—, son esos arranques que le dan: cuando me aprisiona la pantorrilla con las patas delanteras y hace esos movimientos asquerosos que ya mencioné.

© Marcelo Choren

Comentarios

  • mariaelenamariaelena Francisco de Quevedo s. XVII
    editado abril 2008
    Jajaj.....Marcelo...!!!me ha gustado muchisimo..este tipo de relato me divierten ...de alma...jaja..
    Has logrado que me encariñara de Bugsy...., ese perrito es un divino!!!

    Gracias, por hacerme pasar un bonito momento con tu cuento,
  • Marcelo_ChorenMarcelo_Choren Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita s.XIV
    editado abril 2008
    Gracias por el comentario.
    Si te gustó Bugsy, podés pasar a retirarlo por el negocio del embalsamador. Se lo ve muy bien, y ni siquiera ensucia. jejejeeee (risa diabólica)
  • Alois BoergesAlois Boerges Fernando de Rojas s.XV
    editado mayo 2008
    Ja ja ja! Bastante divertido el Cuento, muy bien escrito y con un argumento bien planteado. Se nota que trabajaste mucho en él. Los giros que da nos hacen reír y sonreír a cada instante. Gracias por los consejos sobre como construrir un texto, elaborar un dialogo y desarrollar un estilo.

    En un próximo relato nos tienes que contar acerca de los encuentros pasionales entre tú y Verónica... :p ¿Qué te parece si utilizas el nuevo apartado Erótico?
  • Marcelo_ChorenMarcelo_Choren Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita s.XIV
    editado mayo 2008
    Gracias, Alois, lo intentaré... ¡pero tengo a este perro prendido de la pantorrilla! ¡Fuera, chucho pervertido! :eek:
  • CloeCloe Gonzalo de Berceo s.XIII
    editado mayo 2008
    Ah, que bueno, este relato se me había despistado.
    Me hizo reír mucho con cada una de la imágenes que transmite. Menudo pichicho!
    Como todos los que leo de ti, Marcelo, impecable.
  • MorliniaMorlinia Anónimo s.XI
    editado mayo 2008
    Vale, confieso que al comenzar a leerlo se me hacía típico. Me decía, naaa, más de lo mismo, el perrito le hace la vida imposible y el hombre se arranca los pelos. Pero no, resulta que el protagonista le dió una buena dosis de su propia medicina, me encanta la perversidad de Marcelo, eso si que es humor realista jajajaja.
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