El libro nos cuenta el papel de Mandela en la transición política de Sudáfrica, del apartheid a una democracia, a partir de entrevistas con los protagonistas y con telón de fondo el mundial de rugby que se celebró en aquel país y se convirtió en un símbolo de la reunificación.
A partir de esa idea, se van presentando todos los personajes que tuvieron que ver con la celebración de aquel partido, ya fuera a nivel deportivo o político, retrocediendo en el tiempo y dando algunas pinceladas de cual era su posición política y como se fue modificando. El libro muestra cómo todos juegan la misma partida de ajedrez, y quieren acabar en tablas. Y menos mal, porque sino, el final de la historia habría sido muy diferente.
A pesar de tratarse de un ensayo periodístico con cierto aire de documental, la historia está hilvanada como una novela. Es una mezcla de periodismo y literatura no solo por el estilo narrativo empleado sino también por la historia que cuenta. En ella no se ha profundizado en las partes más oscuras de la historia, y si fuera un ensayo meramente periodístico se habría profundizado más en todos los aspectos, los más oscuros y los más claros. Pero por los oscuros, Carlin ha pasado de puntillas.
Mi opinión sobre el libro es contradictoria. No me ha cautivado y sin embargo me ha gustado mucho leerlo. No me ha cautivado, tal vez por un exceso de buenismo (ya sé que la palabra no existe, pero bondad no me vale; admito sugerencias) que a ratos me cansaba. No ha terminado de engancharme, y como llevo cien cosas en la cabeza (esto es problema mío, claro, no del libro) me encontraba leyendo líneas sin enterarme de lo que decían porque mi cabeza había emigrado y tenía que volver a leerlas; y eso con otros libros no me ha pasado (y la cabeza es la misma). No es que haya sido la tónica general, pero si en la parte central del libro. En el principio y en el final me ha resultado más difícil soltarlo, porque interesante sí que es todo lo que se cuenta.
Me ha gustado mucho, y eso debe tener que ver con su formación como periodista, la habilidad de Carlin para transmitir grandes mensajes y escenas con pocas palabras. EN dos líneas, con una pequeñísima descripción, retrata una idea muy amplia. No sé si me explico. Pondré algún ejemplo: al comenzar el libro, en la primera página del capítulo 1, dice de Mandela:
“Se despertó, como siempre, a las 4:30 de la mañana; se levantó, se vistió, dobló su pijama e hizo su cama. Había sido un revolucionario toda su vida y ahora era presidente de un gran país, pero no había nada capaz de hacer que Nelson Mandela rompiera con los rituales establecidos durante sus veintisiete años de prisión.”
Detalles así hay muchos, en los que aprovecha una anécdota significativa para describir un concepto amplio.
A pesar de los altibajos, el libro tiene momentos muy emotivos. Con la narración del partido me he emocionado de verdad; refleja muy bien la trascendencia histórica que tuvo y todo lo que en Ellis Park consiguió catalizar Mandela.
La profusión de nombres propios también influyó en que me costara centrarme en quien era cada quien y empatizar con algunos personajes. Son nombres afrikaners, largos y poco frecuentes, o nombres africanos, tampoco muy habituales.
Me llama la atención el perfil de Mandela. Siendo como es que el autor ha intentado (al menos a mí me da esa impresión) presentarlo como un santón, como un hombre bueno, inteligente, carismático, generoso... en fin, casi perfecto, el libro no consigue quitarme la sensación de que era un hombre frío y calculador hasta límites que jamás pensé.
Entre las cosas más positivas del libro, además de conocer la situación de Sudáfrica y la figura de Mandela, es que invita a la reflexión sobre temas que van mucho más allá y nada tienen que ver con Sudádrica: la importancia de los símbolos, de saber perdonar, de no mirar atrás, de la inutilidad del revanchismo, los efectos del miedo y la ignorancia, el poder de la generosidad, de la información, de los movimientos de masas, o de como la unión hace la fuerza, entre otras muchas cosas.
Comentarios
Creo que en inglés el libro se llamó Playing with his enemy o algo así.
La importancia del partido, es crucial. A ver si consigo explicarlo porque hay que ponerse en antecedentes.
El rugby en Sudáfrica era un símbolo Afrikaner, un deporte de "blancos" en el que se ensalzaban todos los valores de la cultura Afrikaner, desde la bandera hasta las ropas de camuflaje que usaban los colonos Boers.
Durante muchos años el equipo nacional, los Springboks, sufrieron el boicot de las competiciones internacionales, como castigo a Sudáfrica por su política racista. Era algo que hería profundamente al pueblo sudafricano-afrikaner.
Sin embargo, era algo de lo que los sudáfricanos negros se alegraban. Odiaban el rugby, o mejor dicho, lo que los Springboks representaban, ya que la mayoría de la población desconocía los entresijos de ese deporte. En la cárcel, cuando los Springboks jugaban algún torneo (pocos) contra cualquier otro país, los presos siempre apoyaban y jaleaban al equipo contrario.
Pues bien, Mandela asume la importancia que los Afrikaners le dan a ese deporte, y se propone convertirlo en el equipo de TODOS, en un elemento para UNIR a blancos y negros. Parecía una tarea imposible, pero con mano izquierda, muchas dosis de inteligencia emocional, un manejo increíble de los gestos, suerte y la cooperación de mucha gente en la sombra, lo consiguió.
Mandela promovió bajo mano, y viendo que las negociaciones con LeKlerk iban por buen camino, que los Sprinbocks volvieran a jugar campeonatos internacionales. Que el mundial de rugby se celebrara allí, fue un paso de gigante y una muestra de lo que Mandela podía hacer por restituir la dignidad perdida a los Afrikaners. Su apoyo incondicional, hasta el punto de ponerse una gorra y la tan odiada camiseta, fue generando el sentimiento de que aquel no era el equipo de los blancos, sino el equipo de los Sudafricanos. En aquel partido, final de la copa del mundo, se cantó el himno afrikaner, tan odiado, peeeeeeero, luego se cantó el Nkosi Sikelele, el himno de los negros contra la explotación afrikaner, y los propios jugadores (que lo habían estado aprendiendo) lo cantaron en el campo, emocionados, algo impensable hasta hacía bien poco, coreados por espectadores que también hasta nada los odiaban.
Cuando Mandela salió al campo con la camiseta y la gorra, los espectadores "blancos" se unieron a los gritos de "¡Nelson! ¡Nelson!", en fin, todo un conjunto de símbolos que iban rompiendo mitos y acortando distancias. Pero todo aquello se iría al traste si no ganaban. La catarsis se produciría si ganaban y TODOS se sentían partícipes del triunfo, orgullosos de ser sudafricanos, y por primera vez, hermanos.
Puede sonar pueril, pero funcionó, al menos superficialmente porque creo que quedó y queda mucho por hacer. Pero fue parte del éxito del milagro Mandela.
Me va a matar por este rollo, querida Odmaldi, pero no sé explicarlo con menos palabras para que se entienda algo que parece absurdo.:o
En el libro queda mucho mejor retratado de lo que yo lo he hecho, ya que una parte importante del libro gira alrededor de ese evento. Y Carlin consigue transmitir a la perfección la trascendencia que tuvo.
No encuentro factible llamar "oportunista" a un Nelson Mandela. Mucho menos aludir ese término cuando un pueblo se encuentra en conflicto. Falta de visión social.
Nota: tampoco encuentro sensacionalismo en las labores de Obama, puesto que él no ha hecho nada. Por lo demás, Malube explica claramente la idea.
En asuntos como el racismo, no considero oportunista la intervención política, ni en las luchas femeninas por reivindicar su derecho al voto, o reivindicar su igualdad ante el hombre según la ley, ya que es un proceso inevitable de crecimiento social. Ser un vil oportunista por ejemplo, es un país que invade Irak con el pretexto de capturar a un supuesto dictador Saddam Hussein que tiene armas químicas y nucleares, ahorcarlo por la muerte de unos cuantos kurdos en la Guerra del Golfo, para "liberar" a un pueblo... pero apoderarse del petróleo.
P.D. ¿Y a dónde se fue Rosie the Riveter? Esa viejita besando se ve muy tenebrosa, me recuerda a mi malvada abuela que tenía voz de bruja.
Rosie La Remachadora, de J. Howard Miller.
You can do it, Odmaldi!
Gran parte del libro, que repasa desde sus primeros recuerdos de infancia en una aldea de la África profunda hasta su nombramiento como presidente de la Sudáfrica post-apartheid, lo escribió durante su estancia en la carcel. Por supuesto, tuvo que ingeniárselas para que sus "carceleros" no descubriesen el manuscrito.
Lo dicho, muy interesante.