Defragmentados en gotas de agua límpida vinieron
los protoespejos poliédricos que constataban el Cosmos,
descifrando energías de los remotos soles,
representando fotosíntesis y fauna inteligente.
Ígneas corrientes de electrones dibujaban lenguajes matemáticos,
florecían tormentas, brotaban células de paraboloide simetría,
vaticinios de la existencia de biologías siderales
bajo la imperturbable observación de Elohim y Shakti.
Ya presentes los humanos crearon gliptotecas de barro y granito,
mientras avistaban al fuego cifrado en bolas tornasoladas;
construyeron pirámides, murallas y talayots
iniciando un sendero crucial rumbo a la idea del Espacio.
Entropías ritmadas, unciosas estrellas nacían,
mientras finas semillas de polen pintaban desiertos
y las noches heladas historias de duendes narraban:
¡era el Cosmos el ojo sublime de su propia esencia!
Prescribieron su virtud de existir los Egrégores
en concordia con la creciente cinemática,
luego la Palabra (instrumento subversivo, arma poderosa y frágil)
definió el Ester, invistió mentes, forjó Escrituras.
Prosperaban gradualmente bellos cuentos,
el Universo por fisión pasó a ser millones de Universos,
formas ultra-racionales abrazaron músicas...
Entonces su validez declamó el país de la Poesía.