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Alea Iacta Est

padme15padme15 Anónimo s.XI
editado marzo 2010 en Infantil y Juvenil
hola literat@s .. vengo a compartir este relato que he escrito hace pocos dias .. acepto criticas de cara a mejorarlo o lo que se precie.

gracias.



Alea Iacta Est

Las legiones de Julio César avanzaban decisivas sobre la Galia Cisalpina.

La verdad es que a Cisca le importaba más bien poco las conquistas del militar romano. En realidad, nada. Odiaba analizar y traducir las hazañas del César; hubiese preferido hacer ecuaciones de tercer grado y sumar las hipotenusas de un triángulo rectángulo sin con ello evitaba vérselas con el César. Pero ese día no tocaba matemáticas ni trigonometría, sino latín. Lo normal es que la traducción del día la tuviera a la mitad; por una inexplicable razón la de hoy la tenía completa. Aún así solo esperaba que la señorita Marga no le sacara a la pizarra. Sabe que hará el ridículo, que se pondrá nerviosa con las batallitas en la Galia. Verdaderamente Julio César la superaba.

Son las 8:45 de la mañana. Cisca repasa su traducción antes de entrar a clase, pues intuye que la Marga le preguntará. No le quita el ojo a su cuaderno rosa, su favorito, el que le regaló su novio Gaby por su 16º cumpleaños hace un mes. Es especial no por el color, sino porque en la última página su chico le escribió: “tú coloreas mis sentimientos; yo pinto tus emociones” - C&G. Es el odioso cuaderno de latín, pero leer la dedicatoria de Gaby la animaba de alguna manera a abrirlo y rellenarlo con las batallitas de Julio César. Repasa una y otra vez el texto, juega con un mechón de su pelo, la mochila reposa entre sus pies. Marina, Julia y Roberta se acercan a su “estudiosa” amiga:
- Hola Cisca. ¿Cómo llevas la traducción de la Marga? Pásamela anda, que no me dio tiempo a terminarla anoche.
Roberta siempre decía lo mismo, pero la verdad es que nunca hacía las traducciones. Cisca pensó que su amiga era un caso perdido; no le daría la traducción ni aunque se lo pidiera de rodillas.
- ¿Por qué me preguntas si ya sabes la respuesta?.
- Cisca, tía, enróllate un poco, que seguro la Marga me saca hoy a la pizarra. Me pondrá un cero descomunal.
- Pues tú te lo has buscado.
- ¿Qué te pasa hoy? Siempre dejas que te copie.
- Hoy no, es distinto.
- ¿Por qué es distinto?
- ¿Conoces el concepto de responsabilidad? Tienes una tarea y la cumples. No hay más.
- Pues sí que te ha dado fuerte lo de ser responsable …

Había hecho como Julio César: ganar la batalla al enemigo. Roberta se apartó de su lado con mala gana y sin mediar ninguna palabra más de protesta hacia su compañera. Cisca notó la actitud insolente de Roberta y bromeó:
- ¿Por qué no le pides a la “señora Julia César” que te deje la traducción? Seguro que te la presta sin mayores problemas.
- Muy graciosa nena - Julia saltó como el aceite ante las palabras de Cisca-. ¿Se puede saber por qué me llamas “señora Julia César?.
- Pues porque lo eres, ¿no? Idolatras al César de Roma como a un dios. Y además tu segundo nombre es Cesarina. Tus padres tuvieron que quedarse a gusto.
- Chicas, que viene la Marga ….
- Marina, niña, tú siempre pendiente de quién viene y quién no. Hablas poco, pero cuando abres la boca siempre es para romper la tensión del momento -Roberta seguía enfadada y como tal respondió de igual manera a su compañera sin tener culpa-.
Marina era la más correcta del grupo y por ello la más envidiada. Roberta y Julia, las más quisquillosas y perspicaces. Cisca tenía que contentarse con ser la más neutral. Pero entre todas formaban un gran tándem.

Son las 9:00 en punto. La señorita Marga se aproxima por el pasillo, con sus libros bajo el brazo y sus gafas colgadas del cuello con un cordón metálico. Era una mujer de unos 40 años, alta y morena. Muy guapa.
- Acá viene a amargarnos la existencia … -exclamó muy bajo Roberta ante la preocupación de no haber hecho la traducción-.
- Tranquila, que fijo hoy me pregunta a mí -Cisca como buena amiga la consoló-.

Alea iacta est. Ahora cualquier cosa podría pasar. O empezaba a nombrar alumnos por orden alfabético, ascendente o descendente, o de forma aleatoria. Roberta pensaba: el orden de los factores no altera el producto. Cruzaba dedos bajo la mesa para que no le tocase a ella. Cisca la observaba desde la fila de al lado. Marina y Julia desde la otra. Empezó a temblarle la pierna derecha. Estaba cada vez más nerviosa. La señorita Marga sacó la lista de alumnos y empezó por la Z. Error. El apellido de Roberta empieza por S. Seguro que sube en la lista y llega a su nombre. En los segundos que precedieron a ese instante, Roberta ya no atinaba a nada, solo a temblarle más la pierna derecha y por si fuera poco, también la izquierda. Su cuerpo realmente bailaba en el asiento. Llegó el momento del delito. El dedo delator de la señorita Marga apuntó directo y dijo:
- Señorita Roberta Salguero. Salga a la pizarra y empiece a traducir el primer párrafo del texto de hoy.

Roberta no estaba en mente en el aula. Le sudaban las manos, le temblaba el pulso. Cisca veía el estado de shock de su compañera y ante el despiste de la señorita Marga, que se encontraba haciendo misteriosas anotaciones en la lista, le pasó volando su cuaderno rosa. Voló por encima de varias cabezas de alumnos atentos y callados; unos miraban a la profesora y otros a Cisca. Roberta miró a su amiga como rogando una ayuda ante lo que se avecinaba. Su salvación llegaba por los aires. Cuando cogió el cuaderno al vuelo el ruido secó que provocó hizo levantar la mirada de la lista a la señorita Marga. Ningún alumno dijo nada sobre el objeto volador.
- Vamos señorita Salguero. Es para hoy.
Roberta mostró una risa pícara en su rostro y se levantó decidida a la pizarra. Sabía que al menos ese cero descomunal no figuraría junto a su nombre. También sabía que Cisca no le fallaría. Nunca lo hacía. Empezó a leer decidida y segura, pero descuidando la rapidez lectora. Estaba exhausta, sin abandonar su estado previo de nervios. Julia y Marina le hacían señas para que fuera más despacio en la lectura y nuevamente aprovechando el despiste de la señorita Marga, que ahora se encontraba delante de la ventana y de espaldas a Roberta. Todo fue inútil. La señorita Marga se giró y exclamó:
- Roberta Salguero. Cualquiera diría que le han puesto un cohete o que corre delante de un toro. Empiece de nuevo y esta vez con más tranquilidad.
Dicho y hecho. Releyó el párrafo y con más calma. Todo fue bien. Hasta que terminó y la señorita Marga la mandó acercarse a su mesa.
- Muy bien. Ahora déjeme su cuaderno.

Roberta puso los ojos como platos y Cisca se llevó la mano a la boca mientras susurraba un “oh no”. Se dará cuenta de quién es el cuaderno y se armaría la gorda. En efecto. Se armó una y bien gorda. El cero descomunal hizo acto de presencia por partida doble.
- Señorita Cisca Jareno. ¿Le parece bien esto que ha hecho con la señorita Salguero? Me veo obligada a ser dura frente a lo que acaban de hacer. Señorita Roberta, sea tan amable de traerme su verdadero cuaderno ahora mismo.
Roberta bajó la mirada y mientras se dirigía a su mesa, la señorita Marga escribía un comunicado en el cuaderno de Cisca para luego hacer lo propio en el de Roberta. Las dos amigas estaban abatidas.
- Tengan. Tráiganmelos firmados por vuestros padres. Y que no se vuelva a repetir semejante situación.
Tomaron sus respectivos cuadernos y regresaron a sus pupitres. Cisca se equivocó dos veces aquella mañana: una, por intuir que sería ella la que saldría a leer a Julio César; la otra, por pasarle su cuaderno a Roberta. Todo hubiera salido perfectamente de no ser porque la señorita Marga le pidió el cuaderno a Roberta. O porque Roberta leyera rápido. Ya daba igual. El mal estaba hecho …
- Y tengan bien claro que ambas se han ganado a pulso un cero.
Bueno, y los ceros bien puestos junto a sus nombres. Quizá por mucho tiempo, pues la señorita Marga difícilmente olvida esa cifra tan redonda y vergonzosa para cualquier estudiante. Ni Cisca, Marina, Julia y Roberta supieron si Julio César venció en la Galia Cisalpina. La traducción no prosiguió más allá del primer párrafo. La señorita Marga suspendió la tarea a favor de la primera y segunda declinación. Siempre recurría a las declinaciones cuando ponía ceros.
Roberta declinaba y declinaba. Puede que los deberes que mandan para hacer en casa no los hiciera debidamente, pero en clase era cuestión de ipso facto. Cuando se trataba de un cero en su nombre declinaba casi con gusto. Cisca en cambio no conseguía declinar lupus-lupi. Tenía la mente ocupada en lo que acababa de suceder. De repente se acordó del comunicado que le escribió la señorita Marga. Lo había plasmado en la última página del cuaderno, justo debajo de la dedicatoria de Gaby. Vaya casualidad, debió pensar. La leyó:

Querida señora Jareno. Su hija ha sido partícipe de dejar su lección de latín a una compañera de clase que no había cumplido con la misma. Le informo que por tal acción ha sido calificada con un cero. Tenga constancia del comportamiento de su hija y de la responsabilidad para con sus tareas. Reciba un saludo. Profesora Marga.


Cisca, desde su silla y sin poder llegar a declinar como Roberta, descubrió varias cosas: que odiaba a Julio César más que nunca, que su amiga Roberta era más nerviosa e inquieta que ella cuando se trataba de leer delante de todos y que era una responsable e irresponsable a la vez, sin pretenderlo. Pero una cosa había sacado en claro de la fatídica clase de latín de aquel día: que cuando la suerte está echada, cualquier cosa puede pasar, se acierte o no.


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